Lunes, 03 de agosto de 2020

Si Dios está en control de todas las cosas, ¿para qué orar? De todas formas, todo acontecerá de la manera en que Él haya querido. Sin embargo, precisamente por esa razón del control absoluto de Jehová, sabemos que cada circunstancia de nuestra vida está bajo su dominio. Nada podrá alterar el orden preestablecido, lo cual nos da la confianza de que se solventará nuestro problema. El creyente debe orar y confiar en el control soberano de Dios, ya que su providencia todo lo provee.

No hemos de estar ansiosos por nada, sino que hemos de pedir por cada cosa que necesitamos, con acción de gracias. Es como si el texto bíblico dijera: No te preocupes por nada. No te preocupes por lo que habrás de vestir o de comer, ni por lo que traerá el próximo día. Tampoco te preocupes por tu soledad, ni por los tiempos difíciles que transcurren al presente. Busca el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas que deseas os serán añadidas. ¿Se te ha ido la novia? ¿Has perdido a tu esposo o esposa? ¿Tienes problemas con los hijos? ¿Vas mal en la escuela o tu trabajo no te ayuda a sentirte bien?  No te preocupes por nada, dice la palabra del Señor, ni siquiera por lo que habrás de decir cuando te lleven a juicio.

Para no preocuparnos hemos de tener en cuenta que debemos confiar plenamente en ese Dios Todopoderoso. Hemos de hacer de Jehová la alegría de nuestro espíritu. Está ligada la comunión con Dios a la adquisición de aquello que anhelamos. La Biblia dice en el Salmo 37:4 que nos deleitemos en Jehová porque Él nos concederá los deseos de nuestro corazón. Los hombres malos se deleitan en los objetos carnales, pero los justos buscan a su Dios. Así de simple, pero con la ventaja para los creyentes de que ese amor por Dios nos dará rédito en muchos sentidos. Aún los deseos de nuestro corazón serán concedidos.

Por nada estéis afanosos, dice todavía la Escritura. Llevemos en oración nuestras necesidades, anunciémosle a Él lo que ya sabe, lo que Él mismo ha diseñado. El malo no estará en su lugar, será extinguido, pagará por sus pecados durante la eternidad. El impío maquina contra el justo, cruje contra él sus dientes, desenvaina la espada, pero su espada entrará en su mismo corazón. El Señor se reirá de él porque ve que viene su día. ¿Qué no podrá saber y hacer aquel Dios que conoce el número de nuestros cabellos?

Para evitar estar ansiosos por las cosas, debemos buscar al soberano Dios del universo. El mecanismo a usar para esa búsqueda es por medio de oraciones y suplicaciones, con acciones de gracia. Él es todavía capaz de cambiar la mente y las decisiones de las personas, sin importar el tamaño del corazón prepotente que pretende agobiar a sus hijos. Que nuestras peticiones sean conocidas a Dios, no ante los hombres, así se llamen nuestros amigos. Él es un Dios celoso, está presente y no está callado.

En ocasiones, la corrección del Padre impide que tengamos aquellas cosas que hemos pedido, porque no sabemos pedir como conviene. ¿Cuáles son los deseos de nuestro corazón? Hay peticiones indebidas, pero hay oraciones convenientes. Si pedimos algo conforme a la voluntad del Señor, tendremos las cosas que le hayamos pedido. A veces un pecado nos domina y no queremos desprendernos de lo que nos ata a esa mala conducta. Pero el Espíritu nos lleva a gritar desde nuestro corazón que preferimos que el Señor nos quite ese objeto del deseo tan preciado que seguir pecando con ese objeto. Tal objeto puede ser una persona con la que no debemos andar, pero con la cual nos hemos acostumbrado a convivir.

Cuando llega esa respuesta no nos gusta del todo, aunque agradecemos el que podamos ser liberados de la atadura del pecado. Ese gran dolor nos devuelve al camino perdido, a la oración cotidiana con el Padre. Es entonces cuando comenzamos a derramar nuestros corazones delante de su presencia, sabiendo que somos hijos y no solamente siervos. Somos como el hijo pródigo que volvió a casa, la misma donde estaba su padre. Fue recibido con amor y gran festejo, no con ironías ni sátiras, no con acciones de protesta, más bien con manifiesto gozo.

Nuestro deleite es con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo. Estudiar las perfecciones de Dios implica valorar su sabiduría, amor y gracia, su obra y providencia total, supone amar su palabra y el evangelio, conocer de qué nos ha salvado nuestro Dios. Eso es lo que se nos pide, de manera que de esa forma nos dará los deseos de nuestro corazón. Esos deseos los ha puesto Dios mismo, el que hace todas las cosas posibles. A veces tenemos deseos que son de la carne, para nuestro propio deleite, de manera que no recibiremos aquello por lo que estamos pidiendo. El Salmo 37:5 nos dice que debemos encomendar al Señor nuestro camino: nuestros asuntos cotidianos deben ser colocados ante él para que nos dé la dirección que debamos tomar.

Esperar en Jehová supone que estemos quietos, como en un teatro, viendo el espectáculo que él hará. Estad quietos y conoced que yo soy Dios (Salmo 46:10). Dios es el terror de nuestros enemigos, suya es la venganza, Él pagará. No somos nosotros los llamados a vengarnos, es Jehová el que hace aquello que no estamos llamados a hacer. La palabra del Señor vino ante Jeremías diciéndole: Antes de que hubieras nacido te he santificado; antes de que Yo te formara en el vientre de tu madre, Yo te conocí; te he ordenado como profeta para las naciones (Jeremías 1:4-5).

El apóstol Pedro escribió que hemos sido elegidos de acuerdo al conocimiento de Dios Padre, en santificación del Espíritu, que somos una generación escogida, unos sacerdotes reales, una nación santa, Su pueblo especial. Ese Dios nos llamó de las tinieblas a la luz, de la ignorancia espiritual al conocimiento de su palabra y de su nombre. Dios nos escogió en Cristo desde antes de la fundación del mundo (Efesios 1:4), el que quiso tener misericordia de su pueblo elegido. Misericordia que no tuvo para con Faraón, ni para con los demás réprobos en cuanto a fe destinados para la condenación eterna.

Por gracia hemos sido salvos, por medio de la fe, y eso no depende de nosotros, pues es un don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe (Efesios 2: 8-9). Ese Dios tan poderoso tiene el control de todas las cosas, desde el más pequeño átomo hasta el corazón del hombre más fuerte. Dios no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿no nos dará también con Él todas las cosas? Pedid y se os dará, llamad y se os abrirá, buscad y hallaréis. Esas son unas ofertas ciertas, no dadas por un mentiroso o por un dios impotente. Pero esas promesas están reservadas para sus hijos, por siempre.

Sabemos que tenemos lo que pedimos porque él no nos echará fuera. Jesús ha dicho que todo lo que el Padre le da vendrá a él, y el que a él viene no lo echará fuera. Ninguno puede ir a Jesús si el Padre no lo lleva, una premisa mayor que exige una menor en consonancia con ella para una conclusión válida. Él es el que produce en nosotros el querer como el hacer, por su buena voluntad, y Él es el que tiene el control de todas las cosas.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 12:51
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