Martes, 21 de julio de 2020

La Biblia contiene abundantes mensajes que circulan en torno a la soberanía absoluta de Dios. Algunos encuentran ejemplos de moral y buenas costumbres, otros ven historia general del pueblo hebreo, pero muchos alcanzan en sus páginas inspiración espiritual para vivir. Sin embargo, Jesucristo aconsejaba examinar las Escrituras por dos grandes razones: 1) ellas daban testimonio de él; 2) en ellas nos parecía que estaba la vida eterna. En otros términos, más allá de los consejos éticos, la Biblia habla en forma específica al grupo de personas que Dios ha elegido desde los siglos, para hacerlos un pueblo santo, agradable a sus ojos.

También habla al réprobo en cuanto a fe, al condenado eterno, ya que Pablo lo demuestra cuando al escribir el capítulo 9 de Romanos expone la figura de un objetor. Como libro abierto, cualquier persona puede acercarse a mirar en sus letras si Dios tiene algo que decir. Pero son muchas las personas que se burlan, los que dudan, los que sienten que sus señalamientos obedecen a rigores viejos. Este tipo de persona no quiere ver las Escrituras como un foco de luz celestial, ya que sus obras no son muy limpias como para ser exhibidas. De allí que se comience a hablar de la relatividad de la moral, de la conducta, incluso de que la Biblia debe adaptarse a los tiempos modernos para beneficio de la continuidad de la Iglesia.

Nadie viene al Padre sino a través de Jesús (Juan 14:6), un punto demasiado importante de la soberanía del Dios de las Escrituras. Dios nos reconcilió con Él a través de Jesucristo, pero eso no conviene a los que practican una religión adversa a la cristiana. Dentro del conglomerado del cristianismo, existe demasiada gente con doctrinas contrarias a las enseñadas por los profetas, apóstoles y por Jesucristo. Juan advirtió en una de sus cartas que quien no habita en la doctrina de Cristo no tiene ni al Padre ni al Hijo.

Un claro ejemplo de desviación doctrinal se encuentra en los círculos eclesiásticos que tuercen la doctrina de la redención particular hacia una expiación universal. Para estas personas, Jesucristo tuvo que morir para la expiación de todos los pecados de todo el mundo, sin excepción. De allí que la salvación final depende del pecador, en tanto si acepta o no acepta la oferta de salvación. Por otro lado, el Redentor no redimió a nadie en particular, sino a la humanidad en general, al tiempo que espera cada día para que alguno se arrepienta y su salvación ofrecida sea hecha eficaz. A ellos hay que responderles con el texto de Efesios 2:8-9.

Ciertamente, la salvación no es por obras, para que nadie se gloríe, sino que la fe, la redención y la gracia son un regalo de Dios. Parece ser que no todos tienen ese regalo, cosa que concuerda con las Escrituras en general. Por ejemplo, en Apocalipsis 13:8 y 17:8 se habla de los que adorarán a la bestia, los que se maravillarán con sus obras, los cuales no tuvieron sus nombres escritos en el libro de la vida del Cordero, desde la fundación del mundo. Porque Dios ha puesto en sus corazones el ejecutar lo que él quiso: ponerse de acuerdo, y dar su reino a la bestia, hasta que se cumplan las palabras de Dios (Apocalipsis 17:17). 

Se ve claramente que Dios tiene planes y decretos, que todo cuanto acontece es por su soberana voluntad, que Él no permite que las cosas sucedan, ya que permitir es hacer que acontezca algo que otro desea. Permitir significa conceder ante la petición o exigencia de otro, por esa razón Amós escribió en su exaltación de la soberanía divina lo siguiente: ¿Habrá acontecido algún mal en la ciudad, el cual Jehová no haya hecho? (Amós 3:6). Tampoco podrá alguien argumentar con acierto que Dios predestina para salvación a aquellos que vio desde la eternidad que tendrían un corazón proclive hacia el mandato de su Hijo. Nada de esto es bíblico, ya que no es por obras, a fin de que nadie se gloríe. Tener un corazón proclive a Jesucristo resulta una obra humana, un mérito del hombre, cosa que desdice de la aseveración bíblica que refiere a la humanidad muerta en delitos y pecados, sin deseo de buscar a Dios, sin que se halle en ella ni un solo justo.

Además, si Dios tuviese que averiguar el futuro en los corazones de los hombres, implicaría que es un Dios que desconoce cosas. El hecho de averiguar algo supondría que no tiene Omnisciencia, uno de sus atributos divinos. ¿Cómo sabe Dios? ¿Hay conocimiento en el Altísimo? Él sabe (así como anuncia lo que va a acontecer desde el principio) porque ha decretado el futuro. La crucifixión de su Hijo fue un acto cruel, ejecutado por manos inicuas de seres despreciables. Pero cada evento y acto de esa situación fue planificada por el Padre, señalada por sus profetas, para que su cumplimiento al pie de la letra demostrara una vez más su soberanía. Proponer que Dios averiguó lo de la crucifixión de su Hijo en los corazones humanos llegaría a ser un sin sentido. Es como decir que vio en el futuro que habría un hombre llamado Judas que deseaba traicionarlo, que había igualmente un funcionario civil-militar llamado Poncio Pilatos, el que entregaría en definitiva al Mesías a manos inicuas, lavándose las manos, todo lo cual el Padre aprovecharía para enviar al Redentor. Además, tendríamos que hablar de un Dios con muchísima suerte, ya que el hombre siempre tan voluble se mantuvo en estos casos sin sombra de variación, dando como resultado el que el Creador acertara en sus profecías. Profecías que serían, por otra parte, un plagio de la mente de los escarnecedores, para después dictarlas a sus profetas como si fuese idea suya, del Dios Omnipotente.

Muchas personas profesan el verdadero evangelio, como si por fin hubiesen llegado a entenderlo. Más allá de ese entendimiento pareciera que tal confesión esconde el contenido del corazón. Si en realidad hubiesen creído el verdadero evangelio no desobedecerían el mandato de Juan acerca de no decir bienvenido a ninguno que no traiga la doctrina de Cristo. Esa bienvenida es la convivencia espiritual, el acto mismo de llamar hermano a quien no lo es. Es como decir bueno a lo malo y malo a lo bueno, como llamar amargo a lo dulce y dulce a lo amargo. El peligro del otro evangelio, el evangelio del extraño, es que supone que hay que desconocer al diablo, el padre de la mentira. El diablo ha deseado siempre ser como Dios, pero como no puede al menos intenta disfrazarse como ángel de luz. Eso sí que lo logra hacer bien, para mantener en el engaño doctrinal a millones de personas que se dicen creyentes en el Dios de la Biblia.

El falso evangelio de la expiación universal (que Cristo murió por todos, sin excepción) viene a ser el engaño de los siglos de la herejía cristiana. Ya que, si Cristo derramó su sangre tanto por Judas como por Pedro, la remisión de pecados no debe atribuírsele al sufrimiento de Cristo en la cruz, con su pasión y muerte, sino a la voluntad de los hombres que se redimen. La gloria de la redención se traspasa al supuesto redimido, en base a su voluntad para hacer eficaz la sangre del Cordero. Por otra parte, los que son como Judas, o como el Faraón de Egipto, cualquier réprobo en cuanto a fe como Esaú, se condenan ellos mismos por su propia voluntad y obras. En ambos casos, en la redención y en la reprobación, Dios quedaría excluido de participar soberanamente. Ese freno a la soberanía divina se hace en beneficio de la ficción religiosa denominada libero arbitrio (libre albedrío).

En Romanos 9, Pablo deja claro que el alfarero tiene potestad absoluta sobre el barro para hacer de la misma masa vasos de honra y vasos de deshonra. Es Dios quien se enfrenta al objetor que le reclama por considerarlo injusto con base a lo que hizo con Esaú, odiado desde la eternidad. Ese Dios de la Biblia, soberano absoluto, le espeta a la criatura que él no es nadie sino barro en sus manos. ¿Quién eres tú, para que alterques con Dios? Esa es la importante verdad que no podemos pasar por alto, ya que la doctrina importa, el conocimiento del siervo justo es crucial para la salvación humana. Por supuesto, la Biblia también ha dicho que seríamos enseñados por Dios para poder ir hacia el Hijo. De allí que el Señor haya expresado su doctrina con palabras muy simples y directas: Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y el que a mí viene no lo echo fuera, sino que lo resucitaré en el día postrero.

César Paredes

[email protected]

destino.blogcindario.com


Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 10:32
Comentarios (0)  | Enviar
Comentarios