Mi?rcoles, 22 de enero de 2020

De gran importancia resulta la distinción entre el decreto y el precepto divino. El hecho de que Dios haya decretado desde los siglos lo que ha de acontecer, presupone el propósito de su plan eterno e inmutable. Los preceptos que ha dictado a su pueblo constituyen una vía por la cual logra su propósito. Es así que el Faraón de Egipto viene a constituir la conjunción entre el decreto y el precepto, de manera paradigmática. Por un lado, Pablo nos menciona que Dios se había propuesto que el Faraón no dejara salir a su pueblo a las primeras, como bien se relata en el Antiguo Testamento, ya que al Faraón le fue dicho varias veces que dejara salir al pueblo de Israel para adorar en el desierto.

Algunos arguyen que como la Biblia menciona que el Faraón endureció su corazón, Dios no sería responsable de su endurecimiento. No obstante, esa proposición carece de sentido, ya que desde un principio le fue dicho a Moisés el plan divino respecto al Faraón (se puede comprobar con la simple lectura del relato que lo refiere). Además, ya que Pablo menciona la intención metafísica divina, en su Carta a los Romanos (véase el capítulo 9 como referencia), se ha de entender que el endurecimiento del Faraón cumple el propósito del Señor (sea que Dios lo haya endurecido –como también afirman las Escrituras-, o sea que el Faraón se haya endurecido a sí mismo, como una consecuencia de su destino eterno manifestado por el decreto del Dios de Moisés).

La gran pregunta del objetor reseñado en el libro de Romanos, viene a ser el argumento base tanto de los incrédulos como de los creyentes profesantes, cuando esgrimen sus puños contra el Altísimo. De esa manera aducen que Dios no sería justo al endurecer a Esaú y luego cobrarle por su pecado. Añaden que, dado que no hay quien pueda resistirse a su voluntad, no debe inculpar de pecado a nadie. De igual forma, esa manera de argumentar, unida a la denuncia contra un Dios que gobierna en forma soberana y absoluta su creación, haría que el mismo Dios llegue a ser el principal pecador. Por ejemplo, el crimen más vil de la historia humana fue el asesinato del Hijo de Dios, previo escarnio y tortura. Todo él fue planificado por el Dios Omnipotente, lo cual incluye la designación del traidor llamado Judas. Las viejas preguntas surgen de nuevo, ¿por qué, pues, Dios inculpa de pecado? ¿Hay injusticia en Dios? ¿Quién se puede resistir a su voluntad?  

La supuesta maldad de Dios y los supuestos pecados en Él, sugeridos por quienes lo acusan de Tirano o de ser peor que un diablo (John Wesley, por ejemplo), han hecho que muchos otros defensores de su soberanía también lo señalen como alguien digno de ser repudiado (Spurgeon, por ejemplo). Este último se quejaba por el hecho de que alguien colocara la sangre del alma de Esaú a los pies de Dios, pero se olvidaba de que había sido el Espíritu Santo quien lo hizo –al hacer que Pablo escribiera lo que escribió. Un grave error de razonamiento, tienen estos acusadores, ya que si Dios hizo al malo para el día malo (Proverbios 16:4) no se implica que Dios sea malo. Si Dios hizo la vaca, no implica que Dios sea una vaca. El mandato divino es parte de la providencia divina, para que se cumpla su decreto eterno, pero es también nuestra obligación el cumplirlo. Claro está, hacemos lo que no debemos hacer (como dijera Pablo en Romanos 7), ¡cuánto más imposibilitado no estará el impío para obedecer los mandatos del Altísimo!

El Faraón no conocía a Jehová, más bien le preguntó a Moisés quién era ese Dios del que hablaba para que él tuviera que obedecerle. Poco le importó a Jehová endurecerlo y llevarlo al punto de no dejar ir a su pueblo, hasta que se inaugurase la Pascua como emblema de la redención eterna. Ese era su propósito eterno, el cual alcanzó por medio de mandatos y endurecimientos para la desobediencia de los mismos. El corazón del rey está en manos del Señor, a todo lo que quiere lo inclina; volvió el corazón de los egipcios para que aborreciesen a su pueblo (Salmo 105:25). Pero pese a la evidencia bíblica, muchos prefieren ignorar tal doctrina. Por otro lado, algunos sugieren que Dios no conoce del todo el futuro, o que ha cometido y comete errores, o que tiene que reiniciar o reformar lo que antes había pensado. Nada más lejos del Dios de la Biblia, ya que a la criatura minúscula en poder le viene toda la responsabilidad por el incumplimiento de los mandatos divinos. El Dios de la Biblia no responde ante nadie, por ser soberano y no tener ni igual ni superior a Él para comparecer.

Por cierto, el Teísmo Abierto plantea que Dios obtiene un conocimiento comprensivo basado en el análisis de muchas posibilidades. Una cadena de eventos se dan entrelazados unos a otros, con variadas respuestas de sus actores. De allí que Dios va acomodando sus decretos (que ya no lo serían, sino nuevas revelaciones) de acuerdo a como se vayan dando las circunstancias fenomenológicas. Con ese absurdo pretenden salvar al Dios de la Biblia de ser un Tirano o un diablo, pretenden igualmente neutralizar los innumerables textos que hablan de su soberanía absoluta. ¿Cómo podría una profecía divina ser cumplida cabalmente? ¿Cuál habría sido la seguridad de que el Hijo de Dios muriera en la cruz y resucitara al tercer día? Diera la impresión de que Dios se aventuró a dictar tal profecía siglos antes de que se cumpliera, pero que se cumplió por el azar humano, por las múltiples variables ofrecidas en el corazón de los hombres. Tal vez, si uno creyera en el Teísmo Abierto, se debería suponer que Dios tuvo suerte cuando los hombres pensaron como viable el deseo de crucificar al Mesías que todavía no conocían, del que nadie parecía haberles hablado. Hubo mucha buena suerte en que se produjeran tales deseos en sus corazones, que mantuvieran tales intenciones y que finalmente todos los detalles previstos (que Dios vio desde antes en el túnel del tiempo) se sucedieran sin tropiezo alguno.

Ciertamente, Dios endurece a quien quiere endurecer, pero tiene misericordia de quiere tenerla. A quien ha amado con amor eterno le prolonga su misericordia y a los que son llamados, conforme a Su propósito eterno, todas las cosas les ayudan a bien. Le amamos a él porque él nos amó primero a nosotros, nos escogió y no lo escogimos a él; hemos ido a Cristo porque el Padre nos ha enviado, pero nos envió por medio de sus mandatos providentes, a través de la predicación del evangelio. Por intermedio de Su palabra nos es dada la fe, lo cual le agrada, porque Él es su autor y consumador. Pero la Biblia agrega que la fe no es de todos (2 Tesalonicenses 3:2), sino que la fe es un don de Dios (Efesios 2:8).

El Teísmo Abierto niega la Omnisciencia de Dios. Para ese enfoque filosófico-teológico, Dios va conociendo a medida que las circunstancias propias de los eventos se van sucediendo. Pero ya la Biblia se planteaba como denuncia a los que así pensaban desde antes: ¿Y cómo sabe Dios? ¿Hay conocimiento en el Altísimo? (Salmo 73:11). A pesar de que se considere a Dios como el Altísimo, y de que tiene conocimiento, los que niegan su plena omnisciencia suponen que no tiene capacidad para conocer cada detalle y circunstancia en el universo creado. Es allí donde triunfa por la vía de la fantasía la soberanía humana, es allí donde aparece la bandera del libero arbitrio, tan aclamado por las almas que están en rebeldía natural contra su Creador. ¿Y tú dices que Dios no sabe lo que haces, y que la densa oscuridad le impide juzgar? (Job 22:13).

Recordemos que las palabras de Asaf (en el Salmo 73) están dichas en relación al pueblo que en parte conoce a Dios, el que afligido por la maldad humana cae en la tentación de sentirse apesadumbrado, sin esperanza, como si en vano hubiese creído. Esta gente llegó a pensar que la maldad había desbordado el control divino, que el impío moría sin congojas por su muerte; sin embargo, Asaf entró en el Santuario de Dios y comprendió el fin de ellos: Dios los ha puesto en desfiladeros. Así lo resumió David: Porque Jehová conoce el camino de los justos; mas la senda de los malos perecerá (Salmo 1:6). Cuidémonos de los que proclaman el Teísmo Abierto, condenemos su doctrina, porque el que no trae la doctrina de Cristo no será bienvenido en la iglesia de Cristo (2 Juan 1:10).

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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