Lunes, 20 de enero de 2020

Si la maldición de Jehová está presente en la casa del inicuo o malvado, es bueno conocer lo que significa ser impío. Dios odia al impío, por esa razón no quiere que su pueblo siga lo que Él odia. La mirada altiva es una de las cosas que reflejan las características del inicuo odiado por Jehová. Salvas al pueblo humilde, y humillas los ojos altivos (Salmo 18:27), por cuya razón hemos de vivir en humildad no vaya a ser que seamos bajados hasta el suelo. En realidad, Dios resiste a los soberbios. Entonces, la primera de las cosas que Dios repudia son los ojos altivos, los que hacen escarnio con su mirada hacia los demás, ojos que hacen desdén y estiman como falto de valor a quienes miran. La indiferencia y el desprecio hacia una persona no es el camino para agradar al Señor, mucho menos el principio de una buena relación social.

El desprecio hacia los demás sugiere la noción de un gran valor en el que mira en forma altiva. Esta persona no es otra que el sabio en su propia opinión, el orgulloso por sí mismo y por los suyos, como si la persona tuviese algo que no le hubiese sido dada por nadie. Si el orgullo es la primera cosa mencionada en este conjunto de asuntos odiados por Dios, ¿por qué razón hay millones de personas llamadas cristianas que se sienten orgullosas de sus hijos? Asunto para revisar en sus conciencias es esa expresión común que oímos con frecuencia: Estoy orgulloso de él, de mi hermano, de mi padre; tengo orgullo por mi madre, por mis hijas, etc. El orgullo de Lucifer y de sus ángeles es la marca propia que lleva a su expulsión del cielo. Es el mismo orgullo del viejo Adán, al querer ser como Dios (en la promesa de la serpiente, que no es otra cosa que el trasvase de su antiguo orgullo hacia toda la humanidad). Tú crees que eres rico y sabio, pero no eres más que un pobre y desventurado ser; te recomiendo que de mí compres oro refinado y vestiduras blancas y que unjas tus ojos con colirio para que veas. Estas son palabras del Señor en su mensaje a las Siete Iglesias, de acuerdo a lo descrito en Apocalipsis.

La lengua mentirosa es otra de las cosas repudiadas por el Señor, una lengua que habla engaño, bajo la intención de hacer daño a otros. Lastimar la esencia de las personas, el decir mentiras a diestra y a siniestra, sea por la vía del halago o por el mecanismo del sarcasmo, es repudiable ante el Señor. ¿No fue dicho que Satanás era el padre de la mentira? Cuidémonos para hablar siempre con verdad, ya que en ocasiones practicamos con pequeñas mentiras que la cultura del mundo ha dado en llamar “mentiras blancas”. Pero hablar mentiras es también anunciar el falso evangelio, no solamente decir cosas falsas de nuestro prójimo. Es una mentira decir que Jesús enseñó algo que no forma parte de su doctrina (que es la misma doctrina del Padre), es una mentira anunciar que murió por todo el mundo, sin excepción, cuando en realidad no quiso orar por el mundo (Juan 17:9). Es una mentira decir que cada quien puede inscribirse en el libro de la vida, si así lo desea, cuando esa acción se hizo desde la fundación del mundo. Es una mentira decir que Dios ama a todo el mundo, cuando la Biblia dice que odia al impío contra el cual está airado todos los días, que odió a Esaú antes de que hiciese bien o mal, antes de ser concebido. Los que acusan a Dios de ser un tirano, peor que un diablo, como bien lo hizo John Wesley, por el hecho de haber escogido desde antes de la fundación del mundo a quienes salvaría y condenaría, sin mirar en sus obras buenas o malas, hacen lo mismo que sus hermanos fariseos de antaño. Ellos dijeron que Jesús tenía demonios, que por Lucifer hacía sus buenas obras.

Hay manos que derraman sangre inocente, de acuerdo al príncipe de este mundo, el cual ha sido homicida desde el principio. El homicidio de Satanás es el de las almas asesinadas, así como el instigar al asesinato de personas por múltiples formas. Es cierto que Dios ha perdonado asesinos, como el rey David -por ejemplo-, así como a muchos otros en la historia humana. Pero igualmente odia a los que se dedican a la acción de derramar sangre inocente, por eso conviene el arrepentimiento y confesión de pecados, para ver si se halla misericordia y perdón. El aborto viene a ser la bandera de este siglo de maldad, como si esa sangre inocente no importara, como si el derecho de una madre fuese superior al derecho de un hijo. Si una madre puede hacer lo que quiera con su cuerpo, ¿por qué a una criatura que no ha nacido no se le respeta el mismo derecho? Dirán como defensa los defensores del aborto que esa criatura no tiene la voluntad ni la capacidad de decidir, pero respondemos con el hecho de que hay muchos niños con imposibilidad de decisión por sus incapacidades mentales ante la ley, o ante los demás seres humanos, que no podrían ser asesinados sino por derramamiento de sangre inocente.  Es decir, si no hay razón humana para tal crueldad, mucho menos habrá razón divina para tal tolerancia.

Dios odia también el corazón que maquina planes malvados. Los pensamientos de maldad se forman en el corazón humano, los cuales son una fuente continua de perversiones y acciones inicuas. Se puede planificar un robo, un homicidio, una violación sexual; se puede planificar una acusación a un hombre inocente, una extorsión a un ser humano. Puede igualmente planificarse la destrucción de la tierra (crueldad animal, incendios en los bosques y demás plantas de la tierra), pero puede maquinarse maldad en la predicación de un falso evangelio. Hay falsas religiones que planifican sus prédicas que conducen a doble merecimiento del infierno de fuego, que meditan en la refutación de la palabra de Dios. Los malos pensamientos y designios contra Dios o contra los hombres, salen del malvado corazón humano. Todo ello supone que el alma humana, que tales cosas hace, está atrapada en las profundidades de Satanás (Apocalipsis 2:24).

Los pies presurosos para hacer el mal, es otra de las cosas que odia el Dios del cielo y de la tierra. Quienes tales acciones hacen no tienen control de sus conductas, al correr de un mal hacia el otro, con premura para hacer maldades. Ellos se han habituado a la maldad, ya que el pecado llama al pecado y al final conduce a la muerte. Si alguien miente, deberá seguir mintiendo subsecuentemente para tapar la primera mentira; asimismo, el que se habitúa al mal tiene la conciencia cicatrizada, un alma constipada que no puede ver el bien.

Dios odia profundamente a los que levantan falso testimonio y hablan mentiras. Al ser Satanás el padre de la mentira, o el padre de mentiras, es lógico inferir que Jehová odie a los que siguen al dios de este mundo. El octavo mandamiento ordena no levantar falso testimonio contra nuestro prójimo, de manera que con su violación se garantiza el odio de Jehová. Estos también suelen sembrar discordias entre los hermanos y acudir a las cortes como testigos falsos. Es terrible el reconocer que existen personas cuyo trabajo y oficio es el de ser testigo en los tribunales de justicia. Los abogados de una parte o de la otra suelen acudir a ellos para prepararlos, de tal forma que den falso testimonio sobre un hecho o sobre una persona. Poco importa que lo que digan sea verdad, ya que ellos no fueron testigos del acto del que aseguran ser testigos.

Dios odia a los que provocan discordia entre los hermanos. Puede referirse a las peleas entre los hermanos, los que acuden a las cortes a buscar juicio contra su propia familia de la fe, en lugar de solventar sus conflictos internamente. También se refiere a los que dañan la paz de la familia, del estado, de su poblado, de su comunidad, por causa de mentiras o de interpretaciones desviadas de la realidad. Normalmente, quien altera las buenas relaciones de sus vecinos o de sus prójimos, utilizan toda clase de medios dañosos. De esta forma mueven las pasiones de sus oyentes para levantar las vísceras contra sus hermanos y amigos. Son los que llegan en tono de amistad y hablan más de la cuenta, los que no se acostumbran a oír sino a hablar presurosamente sin discernir. Cuánto daño hace la lengua en la comunidad, como el pequeño fuego que enciende un gran bosque.

A través de los celos y la envidia (sea propia o la que se siembra en los demás), se alimenta la brasa que se dispone al gran incendio de las almas. Estos son los que se animan a hablar contra los demás, en especial contra los que están ausentes. Uno de los remedios para este gran mal de siempre podría ser el acostumbrarnos a no decir nada de nadie, ninguna cosa buena o mala que no podamos decir estando presentes las personas objeto de crítica o alabanza. Pero en todo caso, aunque estén presentes, la reprensión a nuestros hermanos habrá de ser con cautela, en amor y de acuerdo a la palabra del Señor.

Recordemos estos proverbios que provienen de la sabiduría divina, para que podamos habitar confiadamente en la tierra y estar en paz con el Altísimo.

César Paredes

[email protected]

destino.blogcindario.com


Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 7:55
Comentarios (0)  | Enviar
Comentarios