La buena nueva de salvación no es aceptada por la naturaleza pecaminosa humana. De entrada, cualquier anuncio referido a la palabra de Dios puede ser visto como una espada que penetra el alma, de manera que el hombre natural evita semejante contacto. Es lógico que la gente huya de los dichos divinos, que se ponga en duda su veracidad y autoridad, que se diga que esos son mandatos humanos para amedrentar a las masas y sujetarlas a los reyes y príncipes de la tierra. Bien, la religión como opio popular es una realidad pero el evangelio de Cristo no intenta persuadir a todos para que vayan a Dios.
Aunque suene extraño, el evangelio (buena nueva) simplemente atrae a los que fueron previamente señalados por el Padre para enviarlos hacia el Hijo. El mundo por el cual Jesucristo no rogó no será atraído para recibir la buena noticia, más bien será como los cerdos y los perros que se vuelven contra las buenas palabras del que les proclama la voz divina. Las cosas espirituales habrán de ser entendidas espiritualmente, por cuya razón son descuidadas por los que no han tenido el nuevo nacimiento. Se puede encontrar multitud de religiosos en las esquinas y en las sinagogas, pero una cabra en el corral de las ovejas seguirá siendo una cabra.
El rechazo al evangelio conlleva el repudio hacia su anunciante, hacia todo el conjunto de personas que vive conforme al mandato de Cristo. Multitud de personas profesan el evangelio como una religión más, al dar rienda suelta a su forma pietista de vida, bajo la pretensión de las buenas obras que redundan en la consolación de sus espíritus. Pero la simple profesión de fe no opera el nuevo nacimiento, más bien deja un vacío constante en la conciencia del individuo. Tales sujetos se vuelven contra las palabras de la Escritura que dividen a los elegidos de los réprobos.
El evangelio de la Biblia tiene la característica de disgustar a los que son oidores olvidadizos, a los que no han sido tocados por el Espíritu Divino para ser renovados. La Biblia nos advierte contra los cerdos y contra los perros, dos animales que ilustran como metáfora lo que sucede entre los impíos. El perro ladra y a veces muerde, el cerdo hiede y anda metido en el lodo. Ambos animales pueden herir al ser humano, cuando perciben incomodidad y molestia.
Jesús dijo que no debíamos dar lo santo a los perros, ni echar las perlas a los cerdos. Una clara ilustración de lo que significa el evangelio frente al mundo, en especial frente a aquellas personas que rechazan una y otra vez nuestro deseo de que comprendan las Escrituras. Las gentes que no desean escuchar más las palabras que cortan su alma, procuran ironizar contra nosotros. Las hay de muchas maneras, desde las que nos dan las espaldas hasta las que intentan abofetearnos. Los enemigos nuestros también están en nuestras casas, bajo el ropaje de padres y hermanos, bajo el manto de familiares y amigos. El salmista escribió que él había llegado a ser un extraño para sus hermanos, por causa del celo por la casa de Jehová (Salmo 69:8-9). Esta alocución, referida al Mesías que vendría, toca de lado a los que somos propiedad de ese Señor que murió por su pueblo.
Cuando un creyente no compromete el evangelio que ha recibido y creído, puede acusar el rechazo de los extraños, de aquellas personas que tenía como amigos y hermanos, pero que sufren en sus almas por causa de las palabras que penetran hasta romper sus tuétanos. El mundo puede tolerar una procesión idólatra, un servicio a los demonios, pero no tolerará jamás que se le hable del juicio de Dios. El oído del mundo convierte la palabra divina en ruido alarmante, en un chillido que perturba su paz momentánea. No en vano fue dicho que tuviésemos cuidado con las perlas del evangelio, con lo santo de la palabra, para no echarlos a los pies de los cerdos ni de los perros. Los perros y los cerdos pueden apaciguarse cuando uno les habla paz, aunque no la haya (2 Juan 9-11), si nuestro celo por Dios decae, si mezclamos a Cristo con Belial.
Un “cristiano” que se vuelve contra lo santo (contra las palabras del evangelio que no le agrada, se descubre como un verdadero incrédulo. Los de cultura religiosa, al igual que sus viejos hermanos fariseos, tienen la capacidad de asimilar una gran cantidad de verdades bíblicas. Pueden creer en el Dios de la creación, pueden aceptar que el mundo fue hecho en seis días por la palabra divina. Jamás dudarán del milagro hecho cuando los egipcios perseguían a los israelitas y se abrió el Mar Rojo. Asumen como verdad el que Eliseo haya arrojado su hacha en el agua para que flotara y no se hundiera, que Jesucristo murió y resucitó de entre los muertos, que vendrá como Juez de toda la tierra. Sin embargo, se perturban cuando leen en las Escrituras que Dios predestina a unos para vida eterna y a otros para destrucción perpetua, para ser castigados por sus maldades por los siglos de los siglos.
En ciertos puntos álgidos de las Escrituras la conducta de esos cristianos profesos se manifiesta con similitud a la de los perros y cerdos mencionados en la Biblia. De verdad, la cabra no cambia su naturaleza jamás, así como la oveja nace oveja para ser llevada por el pastor al redil. Jesucristo lo dijo: Ustedes no creen porque no son de mis ovejas (Juan 10:26). Los que no han sido predestinados para creer no vendrán jamás a Jesucristo, aunque tengan apariencia de piedad y se vistan como ángeles de luz (Juan 6:37). Los que no son elegidos de Dios no tienen la fe de Dios y no pueden acudir a Jesús.
En Hechos 13:48 se lee que creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna. Si eso aconteció en los orígenes de la era cristiana, implica un modelo que permanece en consonancia con la doctrina de Jesucristo (que es la del Padre). Si alguno comienza a gruñir como un perro o a pisotear esas perlas de la Palabra (la predestinación, la incapacidad absoluta del ser humano para querer ir a Dios, la expiación exclusiva del pueblo de Dios, el hecho de que Jesús no rogara por el mundo, de acuerdo a Juan 17:9, el hecho de que Dios amó a Jacob pero odió a Esaú, aún antes de que hiciesen algo bueno o malo, aún antes de que fuesen concebidos -Romanos 9), si se gruñe o se pisotean esas perlas, repito, se indica que Dios no ha quitado el corazón de piedra y no le ha dado un nuevo espíritu a esa persona.
El evangelio viene con una espada que penetra hasta partir el alma. Viene con el grito de David frente a Goliat, cuando le dijo al gigante que él no era más que un filisteo incircunciso. Por medio de ese grito y gracias a esa espada, se produce una división (o más bien una demarcación de lo que ya ha estado separado desde siempre). Por un lado, los enemigos de Dios se preparan para hacer la burla, para dar el escarnio, para la agresión de cualquier tipo, por el otro lado los que pregonan el anuncio de las Escrituras se disponen a recibir esos gritos enemigos, en el conocimiento de que por medio de la locura de la predicación serán alcanzados los que han sido ordenados para vida eterna.
Jamás se olvide el que no debemos dar lo santo y las perlas ante los perros y los cerdos, para que no nos despedacen. Esta actitud demandada no presupone una huida del martirio, más bien implica una sabiduría para no insistir con los escarnecedores y burladores de este mundo. Dios tiene el poder para cambiar un corazón (como lo hizo con Saulo de Tarso), pero nosotros solo debemos anunciar todo el consejo de Dios. La sabiduría en nuestros actos y maneras de anunciar nos beneficia directamente a nosotros.
César Paredes
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