Viernes, 27 de diciembre de 2019

Los que no han oído el evangelio, pero mueren sin saber nada de ello, están perdidos como los que oyendo no comprenden, como los que entendiendo no desean, o como los que deseando tampoco son redimidos. ¿De qué sirve, pues, que Cristo haya colocado su vida por ellos? ¿Dónde queda la expiación universal de los que jamás escucharon el evangelio? Porque acá no se puede decir que no quisieron, que se resistieron, que Jesucristo murió por ellos, pero ellos lo rechazaron. Más bien, este grupo de personas deja un hueco enorme en la tesis de la expiación universal o inconclusa, la que finalmente depende de la voluntad humana o libre albedrío.

Cualquier sistema evangélico (del evangelio) que pretenda condenar al hombre, por una u otra razón, bíblica o extra bíblica, siempre sentará a Dios en el banquillo de los acusados. El que condena y el que redime pasará al centro de la corte humana para ser juzgado. La naturaleza humana pretende continuar con sus fueron en la eternidad, sojuzgando a Dios por su intento de soslayar la libertad humana. El deseo nacido en el Edén se ha convertido en una bola de fuego que arrasa los campos de la fe.

La idea del infierno eterno, donde el fuego no se apaga ni el gusano muere, como sitio de tormento donde la conciencia lamentará por siempre los errores cometidos, suena a un innecesario rigor divino. En vista de eso, los teólogos del cristianismo (en una gran parte) se han dado a la tarea de saltarse la historia bíblica. Los millones que perecieron en el diluvio universal no cuentan a la hora de reclamarle a Dios por su castigo, pero sí cuentan los seres humanos de hoy en día, los que hemos nacido durante la era cristiana. A estos últimos Cristo tuvo que haberlos redimido en potencia, para que dependa de cada quien (de acuerdo a una gracia preventiva) el echarle mano a esa salvación. De nuevo, pese a ese esfuerzo de Jesucristo en la cruz, son millones los que mueren sin haber escuchado de ese supuesto favor expresado en el madero de Jesús.

¿Para qué hacer suficiente para todos, sin excepción, la muerte de Cristo, si solamente será eficaz en los redimidos? ¿Cómo es eso de que Dios se proponga la redención universal pero solo alcance a salvar a los que tienen buena voluntad? ¿Qué pasa con el sacrificio inútil de Jesucristo que pareciera quedar como un fracaso que exige el monumento del infierno? ¿Cuál habilitación para la gracia han tenido los que mueren sin escuchar ni un solo mensaje del evangelio? ¿Cómo se puede invocar el nombre del Señor si jamás se ha escuchado hablar de él?

Ahora bien, si limitamos la eficacia de la expiación solamente para los elegidos, debe entenderse que los otros, los reprobados, el mundo por el cual Jesús no rogó, no fueron pretendidos para tal expiación.  Esa sería la verdad, aunque de momento coloque a Dios como injusto. La injusticia en Dios sería el haberlos excluido, la ausencia de comunismo o la carencia de democracia para que cada quien decida. Pero ese criterio tiene muchos días, ya en la epístola de Pablo a los Romanos se hablaba del objetor bíblico. Este señalaba a Dios como culpable del destino de Esaú, de manera que no podría juzgarlo rectamente. ¿Quién puede resistirse a la voluntad de Dios?

Si Esaú fue odiado desde antes de haber sido engendrado, si no se tomaron en cuenta sus obras buenas o malas, ¿por qué, pues, Dios inculpa? La Biblia es absolutamente clara en materia de redención y reprobación, dejando a Dios como el absoluto soberano que hace como quiere. Son los sistemas teológicos de los hombres religiosos los que tuercen la Escritura para esconder las declaraciones bíblicas que colocan al hombre como nada, y como menos que nada.

Por si fuese insuficiente la declaratoria divina encontrada en Romanos 9, el resto de la Biblia abunda en declaraciones acerca de la imposibilidad humana para desear al verdadero Dios. No hay justo ni aún uno, no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se han corrompido, cada cual se apartó por su camino, todos están muertos en sus delitos y pecados. Por ningún lado se muestra que Dios haya facilitado una gracia preventiva que capacite al hombre para que tome su decisión. El odio de Dios por Esaú ha sido eterno, sin miramiento a sus obras, de manera que no hay intención alguna de una gracia que lo prevenga y le permita salirse del designio eterno que pesa en su destino.

Dios no tuvo que conocer algo como si antes no lo conociera. Eso lo haría un Dios sin omnisciencia, carente de algunos conocimientos que debe aprender al mirar los corazones humanos. El conocimiento de Dios en los contextos bíblicos, tiene también la connotación de amor íntimo. Así como Adán conoció de nuevo a su mujer y tuvo otro hijo, de la misma manera en que José llevaba a su esposa María en el asno, pero no la conoció hasta que dio a luz el niño, Jesús ha dicho que en el día final les dirá a muchos falsos creyentes que él jamás los conoció. Es decir, si le dice eso a un grupo determinado es porque los conoce desde siempre, pero si nunca los conoció quiere decir que nunca intimó con ellos. El Señor conoce a los que son suyos, lo cual indica que desconoce a los que no lo son (vemos el verbo CONOCER como un verbo que tiene una semántica de cognición y como un verbo de relación de intimidad).

Los textos que hablan del mundo, de todo el mundo, de una expiación que pareciera universal, han de ser vistos dentro de sus contextos. Lo contrario sería deshonestidad intelectual, lo cual llevaría a un desastre interpretativo. Además, la intercesión de Jesús la noche antes de su crucifixión, hace referencia a un propósito de expiación muy específico. Esa plegaria trae a colación dos mundos, 1) el mundo que él ha de redimir (porque el Padre se lo dio, porque han oído la palabra enviada, mundo que incluye los que habrán de creer por esa misma palabra, por ese mismo envío del Padre, por la misma condición de la expiación a conseguir), 2) el mundo por el cual Jesús no ruega. Una clara oposición sale a relucir entre el mundo de Juan 3:16, cuando Jesús hablaba con Nicodemo, y el mundo de Juan 17:9, cuando Jesús hablaba con el Padre.

Jesucristo tomó el castigo y la pena de los elegidos del Padre, razón por la cual ese conjunto de personas no será juzgado de nuevo. Si el resto del mundo hubiese sido tenido en cuenta, a la hora de la expiación, Dios no tendría por qué cobrarles de nuevo su pago por la transgresión. Si Cristo hubiese muerto por todo el mundo, sin excepción, la humanidad toda sería salva, sin excepción. El castigo no podría venir dos veces, de manera que eso no fue lo que sucedió.

Mirad, todo el mundo se va tras él, decían los fariseos respecto de Jesús. Sin embargo, ellos no lo seguían, ni los romanos, ni el resto del planeta. De manera que no siempre que se lee todo o mundo se está en referencia a un mismo mundo, ni a una forma total y absoluta de su población. Cuando Juan dijo que Cristo era la propiciación por los pecados de su iglesia judía a la que escribía, así como por los pecados de todo el mundo, esa expresión (todo el mundo) ha de ser tomada según el contexto. Esa totalidad del mundo suma el universo judío cristiano con los gentiles que llegan a creer. En ningún momento el apóstol que siguió a Jesús, que lo escuchó y escribió en su evangelio su doctrina, podrá contradecirse con la teología del Señor. El mismo apóstol que escribió Juan 6, 10 y el resto del evangelio, fue el que escribió las cartas que llevan su nombre. Debe haber un argumento y texto rector que gobierne la semántica de los otros escritos del mismo apóstol. En ningún momento podemos sacar del contexto dos palabras para dar a entender una teología contradictoria con el mensaje extendido de Jesucristo.

¿Y en qué medida, Juan el Bautista dijo que Jesucristo era el cordero de Dios que quitaba el pecado del mundo? ¿Será que ya no hay más pecado en este mundo? Primero que nada, tenemos que ver lo que significa quitar el pecado, lo que significa la expiación por el pecado, para luego buscar a cuál mundo hacía referencia el Bautista. Algunos han exagerado la interpretación de la declaración de Juan el Bautista al punto de pretender que Jesús eliminó el pecado original. Otros se van al extremo de la expiación universal, mientras otro grupo asegura que lo quitó en forma potencial, pero que depende de cada quien el aceptar y aplicar esa gracia.

Cuando la Escritura dice que Cristo murió por todos, también habrá que mirar el contexto y el destinatario de la carta de Pablo cuando lo refiere.  Lo mismo diremos de Pedro y sus destinatarios, los santos escogidos, para poder entender a cabalidad lo que quiso decir cuando escribió que Dios no quiere que ninguno perezca, sino que todos procedan a arrepentimiento.

Solamente por el conocimiento del siervo justo podemos ser salvos. No se podrá invocar a aquél de quien no hemos oído nada, por esa razón la predicación del evangelio se hace necesario. No se niega jamás que hemos de predicar como cartas abiertas ante el mundo, que hemos de enseñar lo que Cristo nos dejó como la doctrina del Padre. Así como Pablo no rehusó el enseñar toda la doctrina de Jesucristo, tampoco nos negaremos en tan formidable tarea. Y si el conocimiento del siervo justo es indispensable, como lo afirmó Isaías, se concluye que el Espíritu Santo no deja a un hijo en la ignorancia respecto al Señor que lo redimió.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 9:01
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