Lunes, 23 de diciembre de 2019

La primera frase que dijo el Señor al hombre, después de la caída, fue una pregunta directa: ¿Dónde estás tú? (Génesis 3:9). Adán estaba escondido porque sabía que había fallado y su conciencia se lo decía. Él tenía miedo de su desnudez. Dios no ignoraba el lugar donde se encontraba el hombre, pero su retórica se manifestó para que él se diera cuenta de que había sido descubierto. En realidad, esa pregunta demostraba que sí sabía dónde estaba el hombre una vez que había caído en la muerte del pecado. Adán había pasado de la indescriptible felicidad en el Edén a la más nefasta tristeza y miserable condición que pudiera imaginar.

La consecuencia inmediata del pecado es la vergüenza que da el ser descubierto. Aún entre los impíos hay cosas que no se hablan, asuntos que ellos tienen prohibidos en base a su pudor. El pecado deja la marca social e individual, como una cicatriz que se lleva en la cara. Hoy día el mundo ha sido muy habilidoso y ha tratado con cierto éxito de institucionalizar el pecado. De esa manera la vergüenza disminuye bajo el argumento de cantidad: mientras más personas cometan un mismo pecado menos distintivo se hace.

La homosexualidad ha pasado a ser materia de orgullo (Orgullo Gay), con desfiles y música, exhibición del extravío humano. El matrimonio homosexual es una institución mundial, de manera que ¿cómo se podría hablar de pecado si éste ha sido acogido por el Estado? La próxima escalada será la pederastia, hasta que un día el homicidio sea tolerado y pase a ser un hábito entre las masas. Los que roban tienen excusas en base a sus necesidades, los que no trabajan resuelven su vida bajo la mendicidad, pero todo ello no es más que la consecuencia de la infracción de la ley de Dios.

Muchos se preguntan cómo puede ser posible que en numerosas iglesias denominadas cristianas se acepte la homosexualidad como una elección de vida. Hay algunas que tienen su bandera en sus puertas, anunciando la bienvenida a esa forma de vivir condenada por la Escritura. No debería sorprender ese atrevimiento, dado que la doctrina que profesan es demoníaca, apartada por completo de las enseñanzas bíblicas. Estas iglesias ya han anunciado la muerte de Jesús en propiciación por toda la humanidad, sin excepción, amparadas en los textos que sacan de contexto. Ellos predican también el libre albedrío humano, colocándolo como parte de una paradoja al lado de la soberanía divina. En realidad, la paradoja la tienen en sus mentes porque no se encuentra en las Escrituras.

La rebelión del hombre ha sido incitada por Satanás, la serpiente antigua. El deseo de ser como Dios sumió al ser humano en un estado de lamento y maldad. Sin embargo, un temor se ha apoderado de la humanidad, al percibir que debe haber un castigo por su transgresión. Bien es cierto que algunos aseguran que no hay Dios, por lo tanto, no habrá castigo, pero la gran mayoría de personas intenta aplacar la ira de lo que ellos conciben como dios. Las buenas obras, la teología torcida y ajustada a su satisfacción, calman a ratos el tormento del pecado. Sin embargo, aquellas obras no son suficiente porque Dios solo acepta una justicia que sea perfecta.

La vergüenza por el pecado viene por la convicción de haber caído, ya que los ojos se abren para mirar de cerca el contraste entre el bien y el mal. Cuando los ojos de la conciencia se abren surge el temor al castigo, aunque el ser humano racionaliza sus actos y pretende ocultar su transgresión con sus argumentos. Es tarde después de cada caída, la tristeza se produce en el creyente por causa de contristar al Espíritu Santo. Cada caída es una rotura de la imagen y semejanza que se tiene con Dios, es un distanciamiento de su presencia,         ya que cuando el pecado abunda no somos tan semejantes a Él.

La desnudez producida por el pecado muestra el espíritu en desorden, con la espada de la ley amenazante y dispuesta a penetrar nuestra carne. El honor y la gloria del paraíso desaparecieron de inmediato para el impío, pero en el creyente un velo se coloca entre aquella felicidad y su tristeza por el pecado. Se abre, en cambio, una vitrina donde es exhibida cada pecado cometido, como si la memoria abriera el paradigma de la transgresión para hacernos entender que nuestras faltas no merecen sino castigo. El creyente sabe de qué lo ha salvaguardado Dios, pero no deja de sentirse miserable por la ley del pescado que domina su carne (Romanos 7).

No hay arma que pueda vencer el pecado en nuestra naturaleza pecaminosa, más bien queda la herida abierta como una demostración de la vieja transgresión de Adán, del hecho de que en Adán todos mueren. Solamente queda la opción de la gratitud a Dios por Jesucristo, el único que por librarnos de la ley del pecado y de la muerte nos librará también de este cuerpo mortal (Romanos 7). Adán y Eva quedaron descubiertos y desarmados ante Dios y ante los ángeles, pero nosotros somos exhibidos, además, ante el resto de la humanidad (Iglesia y mundo). Terrible cosa para el cristiano constituye el acto de perder el honor, como lo demostró David con su célebre pecado (Salmo 51). El salmista pedía a Dios que le devolviera el gozo de su salvación, que lo sostuviera un espíritu noble. Su deshonor lo volvió triste y separado en alto grado de los ojos del Altísimo. Pero sabemos que Jehová sostuvo su mano y no lo dejó perderse para siempre en su lamento.

¿Dónde estás tú? Esa es la pregunta que Dios le hace al pecador, para que vea su propia miseria traída por el pecado. Al creyente, Dios también le hace la misma pregunta, para que valore cuánto lo atrae todavía el mundo. Le recuerda que no pertenece a ese mundo sino a un nuevo reino, por esa razón el creyente debe alejarse de la vanagloria de la vida para no constituirse en enemigo de Dios. El Señor al que ama castiga y azota al que tiene por hijo. Más temprano que tarde, el creyente tendrá vergüenza por su pecado y se arrepentirá como lo hizo el rey David. Pero, ¿para qué transitar por los viejos caminos de la miseria de los pecadores? El impío enaltecido parece extenderse como laurel verde, empero será de repente cortado y no estará más. El creyente debe tener en cuenta la admonición, al saber que no habrá de volverse como la puerca lavada que se sumerge en el fango, ni como el perro que se alimenta de su propio vómito. Porque ya es suficiente el haber hecho en el tiempo pasado los deseos de los gentiles, habiendo andado en sensualidad, en bajas pasiones, en borracheras, en orgías, en banquetes y en abominables idolatrías (1 Pedro 4:3). El pecado se reprocha en cualquier persona, pero en el creyente es la mosca en el perfume.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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