Mi?rcoles, 18 de diciembre de 2019

Para ser lógicos debemos mirar la Escritura en su totalidad, sin crear ambientes neutros o categorías pasivas cuando de la soberanía de Dios se trata. Tal vez la figura del objetor que levantó Pablo en su carta a los romanos, capítulo 9, pueda ser el inicio de una sinceridad lógica frente al tema de la reprobación. Dios no pasó por alto a un grupo de criaturas que él formó, dejándolas de lado y restringiéndoles su gracia por momentos. Mucho menos se trata de decir que Jesucristo murió por todos, sin excepción, pero que su muerte fue eficaz solamente en los elegidos; esto último vendría a sugerir que su sangre es ineficiente en muchas personas a pesar del esfuerzo del Señor en la cruz, que Dios cobra dos veces por el mismo pecado, por haber castigado en Cristo el pecado de muchos y de nuevo por castigar en el impío los mismos pecados que supuestamente el Hijo había pagado en la cruz.

Por cierto, Calvino creía esto último que acabamos de señalar, lo cual hace a miles de personas repudiar el calvinismo, aunque creen en la gracia absoluta de Dios. Sabemos que el calvinismo no es el evangelio, como muchos de sus prosélitos han declarado. Calvino, en sus Comentarios de las Escrituras, sostuvo que mientras Jesús lavaba los pies a sus discípulos, poco antes de su martirio, le estaba brindando la oportunidad a Judas Iscariote para que se arrepintiera. Nada más ilógico que esa aseveración, ya que el mismo Jesús había dicho que la Escritura debía cumplirse y que Judas era diablo. Urge la lógica en el análisis bíblico, en su simple lectura, sin pretender que debemos todos ser doctos en la lógica formal. Queremos decir que hace falta el sentido común, simplemente, para no hablar de paradojas cuando no las hay. La ficción religiosa del libre albedrío es un argumento que se pretende invocar contra la soberanía de Dios, pero es igualmente parte de la paradoja frente a la soberanía divina, para los sostenedores del otro evangelio.

Ciertamente, el objetor levantado en Romanos 9 nos da carta amplia para entender su enojo. Ante la aseveración de Pablo, acerca de que Dios amó a Jacob y odió a Esaú, aún antes de que hiciesen mal o bien, incluso antes de que hubieran sido concebidos, el objetor -por medio de la figura retórica del apóstol- reconoce que Dios pudiera ser injusto. Es decir, si Dios condena a Esaú, habiéndolo destinado como réprobo en cuanto a fe, habiéndolo creado para que tropiece con la roca que es Cristo, sería un Dios injusto.  Y la Escritura es rápida en la respuesta, diciéndonos que no somos nadie para altercar con el Creador.

Son cuantiosos los textos en la Biblia que aseguran la severidad de Dios contra el pecado:  Él está airado contra el impío todos los días, hizo al malo para el día malo, no hay justo ni aún uno ni quien busque a Dios (al verdadero), no hay quien haga lo bueno, la humanidad toda cayó en pecado y está muerta en sus delitos. Si es así, como lo señala enfáticamente la palabra divina, un muerto no tiene albedrío libre para tomar una decisión por Cristo, para seguirle o para amarle. Urge el nuevo nacimiento realizado por el Espíritu, aunque eso no ocurra en todas las personas (el viento de donde quiere sopla). Los que Dios amó son los que conoció de antemano, en el conocer bíblico que implica tener comunión íntima, son los mismos que Dios predestinó para ser conformes a Su Hijo. A ellos los llamó y justificó, así como también glorificó. Por ellos oró el Salvador la noche previa a su crucifixión, diciendo explícitamente que no rogaba por el mundo.

Si uno lee Juan 17:9, de inmediato debe compararlo con Juan 3:16, para dilucidar sobre el vocablo mundo. Son dos mundos distintos, el amado por el Padre y el que el Hijo dejó por fuera. Jesús predicó la predestinación y la reprobación, cosa que a muchos de sus discípulos les pareció una doctrina dura de oír. Por esa razón se fueron con murmuraciones contra el Señor, pero éste, en lugar de convidarlos al diálogo, les volvió a recalcar su enseñanza (Juan 6). La gente le preguntaba a Jesús si en realidad él era el Cristo. El Señor les respondió que ya se los había dicho y ellos no lo habían creído. Agregó que las obras que hacía en nombre de Su Padre daban testimonio de él; como buen expositor, el Señor de inmediato les mencionó la razón por la cual ellos no creían (o no podían creer): Mas vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas (Juan 10:26).

Dios no se oculta en el argumento de quienes pretenden defenderlo, más bien sale adelante con sus profetas para gritar ante su pueblo que solamente Él es Dios y hace como quiere. Los que dudan deberían leer Amós 3:6, entre tantos otros textos de la Biblia. Muchos de los que creen en la gracia soberana de Dios aseguran que los que no creen esa doctrina son sus hermanos. Es decir, llaman hermanos a los que blasfeman a Dios al declararlo impotente de salvar a alguien que no colabore en su acto de redención. Ellos también blasfeman al decir que Cristo murió por todos por igual, pero que su sangre fue ineficaz en los que se pierden (habrá mayor castigo para el que considere de poca importancia la sangre del pacto y ultraje así al Espíritu de gracia –Hebreos10:29). Aseguran que el plan de Dios era y es redimir a toda la raza humana, lo que significaría que el infierno viene a ser un monumento a su fracaso. Dan a entender que Jesucristo anhela redimir a los cabritos (los que no son sus ovejas -Juan 10:26), si bien fracasa porque respeta el libre albedrío de la gente.

¿Quién puso la sangre del alma de Esaú a los pies de Dios? Fue el Espíritu Santo el que inspiró a Pablo para que escribiera eso. Sin embargo, el príncipe de los predicadores reformados declaró que su alma se rebelaba contra esa infamia (véase el Sermón Jacob y Esaú, de Spurgeon). Lo cierto es que Dios no deja la humanidad a la deriva, sino la inclina a todo lo que Él quiere. La doctrina de la reprobación destruye la imagen idolátrica de las mentes carnales, ya que el dios de los impíos (sin importar que sean religiosos reformados) ama a todos por igual, así como respeta la libertad de cada quien.

Esta doctrina de la reprobación da el poder, el trono y la gloria al Dios del Universo, al mismo tiempo que abate el ego de sus siervos. Es el Alfarero el que tiene todo el poder para hacer un vaso de honra y otro de deshonra, sin que nadie pueda inculparlo. No hay reprobación pasiva sino activa, es Dios quien endurece los corazones para castigar la iniquidad de los infieles. ¿Es eso justo?, termina diciendo el objetor, mientras Pablo le responde que no hay injusticia en Dios, declaratoria ésta que debería bastar para que calle el que pretende acusar a Dios de tirano o diablo.  Pero por su fruto se conoce el árbol bueno y se distingue del malo, ya que del corazón habla la boca.

Fue Jehová quien endureció el corazón de Faraón, para que no oyera ni a Moisés ni a Aarón, fue Él quien cambió el corazón de muchos para que odiaran a Su pueblo, de manera que después pudiera Él castigarlos por tal impiedad. Si Él desea tener misericordia de alguien, la tiene, pero si desea endurecer a alguien, lo endurece. El Apocalipsis nos dice que fue Dios quien puso o pondrá en los corazones de los moradores de la tierra el dar el reino a la bestia, para que las palabras de Dios sean cumplidas. Vemos que la Biblia no enseña en ningún lado que los hombres se endurecen a sí mismos, más bien exhibe esta doctrina como una enseñanza y praxis del Dios de las Escrituras.

Concluyo con un texto de un apóstol, para que cada quien lo medite y lo examine: Jesucristo ha venido a ser piedra de tropiezo y roca de escándalo. Aquéllos tropiezan, siendo desobedientes a la palabra, pues para eso mismo fueron destinados (1 Pedro 2:8).

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 7:49
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