Si empezamos a dar gracias a Dios por todo y en todo tiempo, pronto sabremos lo que es la calma del espíritu. La falta de paz ha llegado a ser la impronta de nuestro siglo, ya que en un mundo tan convulsionado y casi sin fronteras, globalizado en gran medida por las redes sociales, sufrimos aún en ausencia del dolor real. En todos lados y en todo tiempo ha habido gobernantes déspotas, tiranos que pisotearon civilizaciones enteras. Sigue el mundo exhibiendo su descaro, con gobiernos corruptos y con unos valores sociales que dejan asombradas aún a las personas que se han aferrado a la religión.
El salmista David sabía lo que pasaba en su momento, como buen poeta sensible a las vicisitudes del alma humana, pudo conocer que el mayor infortunio del hombre creyente era la incertidumbre respecto a los malignos. En muchos de sus cánticos habló de ese tema, pero en su Salmo 37 nos muestra las razones para no andar apesadumbrados. No te impacientes a causa de los malignos, ni tengas envidia de los que hacen iniquidad (Salmo 37:1). ¿Quiénes son los inicuos? Son los malhechores, los que planifican maldad desde su cama, los que acechan a los justos para tenderles lazo.
Los arrogantes se pasean en la exhibición de sus logros (económicos, académicos, sexuales, sociales, políticos, religiosos, etc.). El salmista Asaf también describió su propio temor, al decirnos que tuvo envidia de los insensatos, viendo la prosperidad de los impíos (Salmo 73:3). Los que se inclinan al mal serán pronto cortados, como la hierba, la que luce verde cierto tiempo pero que después se seca. El inicuo prospera y florece, pero más tarde se difumina.
El hombre de fe debe confiar en el Señor, no en los hombres. Ha de recordar siempre que Jehová ha dicho que sería maldito el hombre que confía en el hombre. Los seres humanos prometen, juran con intenciones eternas, pero un viento en contra cambia los deseos de sus corazones y se vuelve falsa la confianza. ¿Por qué razón el creyente ha de confiar en el Señor? Porque es eterno y no cambia, porque es Todopoderoso y capaz de resolver la situación inquietante del hijo afligido y menesteroso. También hay que recordar que las bendiciones del creyente son permanentes, no temporales, y se nos ha dicho que ya estamos sentados en los lugares celestiales. Esa es una posición para no temer nunca, para no desanimarse jamás, para no impacientarse por causa de los que prosperan en el camino de su maldad.
El creyente ha sido llamado para hacer el bien, toda buena acción que sea fruto de su justicia, ya que con ello se alegra el alma y se beneficia aún al impío. Pero esas acciones son como un bumerán que retorna al lugar de donde ha sido arrojada. Echar el pan sobre las aguas permitirá recogerlo algún día (Eclesiastés 11:1). La promesa para quien tal haga es que será alimentado (Salmo 37:4), sea de forma material o espiritual. La recompensa es un aliciente, pero no el motivo. No obstante, el salmista nos asegura en el siguiente verso (4) que, si nos deleitamos en Jehová, los deseos de nuestro corazón serán concedidos.
Ahora sabemos que las promesas del Señor son ciertas, pero demandan paciencia algunas de ellas. Ciertas peticiones de emergencia son respondidas rápidamente (Maestro, que perecemos…y el Señor hizo grande bonanza), pero hay otras que implican forjar nuestra alma como se hace con el bronce o con el hierro. La Biblia hay que leerla y estudiarla en su conjunto, ya que hay muchos textos que se ligan unos a otros. Por ejemplo, en otro lado, la Escritura nos dice que serán bienaventurados los que piensan en el pobre, porque en el día malo los librará Jehová. El justo no será desamparado, ni su descendencia mendigará pan.
¿Cuál es el deseo del corazón del creyente? Ciertamente, hay universales que nos unen a todos los hermanos, como el bien del pueblo de Dios, el conocer la voluntad del Creador, el tener mejor comunión con Él, el que seamos apacentados en la verdad. Pero también han de incluirse los deseos en aquello que Jesús enseñó a quienes le pidieron una lección sobre cómo orar. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy; el Señor también dijo que pidiéramos confiadamente porque nos sería dado, que buscáramos en confianza porque hallaríamos. Señor, tú conoces todos mis deseos, y mi suspiro no es un secreto delante de ti (Salmo 38:9). El suspiro es también el gemido, el anhelo, el lamento.
Nuestro camino ha de ser encomendado al Señor, el cual hará si esperamos. Es muy sencilla la vida del creyente, si toma en cuenta lo que implica la meditación de la palabra y la oración que la acompaña. No hay cristianos con una conducta perfecta, los hay de diversos tipos de pecados. Pablo era uno de ellos y llegó a sentirse miserable por lo que hacía (Romanos 7). Pablo no se quedó aplastado bajo sus errores, sino que siguió al blanco, a la meta del supremo llamamiento. Hay personas que nos señalan los errores que un día cometimos en forma reiterada, ante ellos pareciera que no tendremos esperanza. Pero ante el Dios de la Biblia, cada hijo puede confiar en volver a casa, como lo hizo el hijo pródigo.
El hijo pródigo no tuvo ningún reproche al llegar al seno de su padre. Él reconoció su falta: He pecado contra el cielo y contra ti, pero el padre no le dijo confiesa tus pecados en forma pública, da a conocer tus fechorías ante la iglesia; sea por escarnio tu alma en medio de la congregación, estarás suspendido por unos meses del servicio al Dios vivo. Más bien lo abrazó y lo vistió con ropas nobles, mató al mejor becerro e hizo gran fiesta. El padre lo acogió porque anhelaba su retorno. La diferencia es enorme con las sinagogas a donde el creyente tiene que volver, en ocasiones, en esos sitios en donde la humillación pasa por la confesión ante un público que se raja sus vestiduras y que tiene en su mano la primera piedra para lanzar.
El encomendar su camino ante el Señor no presupone una inactividad. Al contrario, debemos movernos en la dirección que el Señor nos muestra, aprovechando la fuerza y la asistencia que Él nos da. Si bien sabemos que Dios no ignora nuestros caminos, nuestras carencias, nuestras debilidades, debemos pedir por ellas. En ese acto de diálogo el Señor se glorifica y nosotros nos consolamos. Es una actividad recíproca: llevamos nuestras súplicas y el Señor nos da respuesta a cambio. A nuestro deber de pedir, le sigue el deleite que tiene Dios en oírnos.
Ante Jehová no solamente llevamos nuestros pecados para que seamos perdonados, también llevamos cualquier tipo de carga que tengamos. Él nos sustentará y no nos dejará para siempre caídos (Salmo 55:22). Si reconocemos que la carga que llevamos ha sido ordenada por Dios mismo, podemos retornarla para descansar. Echa sobre Jehová tu carga…Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Al saber que todo cuanto nos acontece proviene de la voluntad de Jehová, podemos estar seguros de que el deseo de Dios es acercarnos más a Él. Esas cargas pesadas que arrastramos, también son los deseos de nuestro corazón que no alcanzamos a satisfacer.
Job es un relato por igual de la soberanía del Dios que hace que todo acontezca. La gloria De Dios es el objeto de su palabra, de la redención del hombre por el Salvador del mundo. No es de nuestra gloria de la que allí se habla, es del que es digno de todo honor y gloria. Lo que cabe frente a tanto poder demostrado en ese Dios que es fuego consumidor, es la humillación más profunda del alma humana. En ese debate, en esa confusión y ligamen, Dios es glorificado mientras el hombre es recompensado y bendecido.
Por nada debemos estar afanosos, ya que, si damos a conocer a Dios nuestras peticiones en toda oración y ruego, con acción de gracias, la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará nuestros corazones y pensamientos en Cristo Jesús (Filipenses 4:6-7). Dios es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o pensamos, según el poder que actúa en nosotros (Efesios 3:20), de tal forma que no debemos impacientarnos jamás. Hemos de dejar la ira y hemos de desechar el enojo, para no excitarnos en manera alguna a hacer lo malo, por causa de la prosperidad temporal de los impíos. No los imitemos, haciendo lo que ellos hacen, como si por esa vía también nosotros fuésemos a prosperar. Nuestra prosperidad está solamente en el camino del Señor.
César Paredes
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