Martes, 12 de noviembre de 2019

¿Cómo puede un Dios que es bueno hacer el mal? Esa es la pregunta filosófica más difundida en los terrenos de la religión, al menos en el cristianismo. Dado que todo lo que Él ha hecho es bueno, el mal que ha creado no es bueno por naturaleza, pero sí es una buena obra por el fin último. Mucho disturbio al corazón de los que se profesan cristianos ha traído el asunto del mal. Algunos lo llaman misterio, mientras otros se lo atribuyen al libre albedrío humano, una fábula que cubre los supuestos errores de Dios. Se dice, además, que Dios permite cosas que en realidad no quiere, pero lo hace por ser un Caballero que respeta la libertad humana y porque no es un Dios que impone en forma arbitraria su voluntad.

La Escritura habla del mal y dice que Dios lo ha hecho (hago la paz y creo la adversidad, yo creo el mal, afirma Isaías). Algunos dirán que, si eso es así, Dios no es bueno. Pero Jesucristo afirmó que solo Dios es bueno, cuando lo llamaron a él Maestro bueno. No que Jesús negara su divinidad, sino que como Maestro no aceptó el adjetivo con el cual lo calificaban, más bien se lo atribuyó a Dios. Esto implica que si alguien va a llamar a Jesús bueno debería entender que él es Dios. Entonces, ¿cómo puede un Dios Benevolente y Todopoderoso permitir el mal?  La pregunta está mal planteada, ya que Dios no permite el mal sino que lo ha creado.

El que sea todopoderoso no lo obliga a eliminar el mal, más bien lo capacita para crearlo. Si el pecado no hubiera entrado en el mundo, el Cordero de Dios no se habría manifestado como nuestro Salvador. Y él estuvo preparado para tal fin desde antes de la fundación del mundo (1 Pedro 1:20). Esta declaratoria de Pedro nos dice que antes que las cosas fueran ya Dios tenía el firme propósito de que aconteciera lo que ha acontecido. La caída del hombre estaba prevista, pero no como una posibilidad entre muchas, no como una previsión ante la catástrofe, sino como un decreto divino para un fin más noble que redundaría en mayor gloria para Su Hijo. Adán, como hemos dicho en otras oportunidades, tenía que pecar. Entonces, ¿por qué Dios inculpa?

La respuesta a esa pregunta ha sido dada en Romanos capítulo 9. La respuesta no puede ser buscada en la libertad humana como una cualidad para su responsabilidad. Todo lo contrario, el hombre es responsable porque no es libre de Dios. Si lo fuera, no tendría que responder en relación a sus propios asuntos.  Los que aseguran que Dios no hace el mal, porque en su naturaleza eso no existe, actúan como los viejos gnósticos cuando sostenían que Jesús no pudo ser Dios encarnado porque la materia estaba contaminada de maldad. Un Dios puro no puede conjuntarse con la materia impura, una lógica que hoy día exponen los proponentes del Dios que no es el autor del mal.  A ellos habrá que preguntarles quién en realidad es el autor de todas las cosas, o si el Dios de la Biblia es el autor de algunas cosas mientras otro ser superior o igual a Él está creando cosas o situaciones que lo sacan de quicio. Al mismo tiempo, para adelantarnos a su defensa, hemos de advertir que Dios no permite algo sino que todo lo ordena o lo decreta. Permitir, en el sentido del término, implica conceder a otro la voluntad de hacer algo que uno no quiere. Pero según la Biblia, nuestro Dios está en los cielos y todo lo que quiso eso ha hecho (Salmo 115:3).

Ciertamente el hacha no mueve la mano de quien la maneja, ni la sierra conduce hacia el árbol a quien la sostiene. Cuando a Juan el Bautista le cortaron la cabeza, sucedió de manera igual a cuando al Hijo de Dios lo clavaron en una cruz. Nada podían hacerles a ellos que no fuera ordenado por el Padre Celestial.  El poder de Pilatos fue concedido por el mismo que le dio el poder a Herodes. Están apegados a la filosofía de Agustín de Hipona los que sostienen que Dios restringe su influencia bondadosa para que ocurra el mal, porque el monje del siglo V sostenía que el mal era el alejarse de Dios sin que hubiera causa eficiente. De nuevo se nota la influencia del gnosticismo en esas aseveraciones filosóficas, elucubración ajena a la palabra revelada. En lo mismo insistió Lutero, con una metáfora en la que usaba al serrucho torcido como el elemento con el que Dios cortaba una tabla. Dios no era responsable de que la herramienta humana estuviera deformada como el serrucho de la metáfora, sino que a pesar de su buena voluntad las cosas le salían mal en aquellos seres humanos que estaban torcidos. Por supuesto, Lutero sostenía, al igual que Calvino, que la gracia de Dios establecía la diferencia.  Pero el problema del mal no quedó resuelto en sus conciencias, ya que sus emociones prevalecieron sobre la razón bíblica.

Hechos 17:28 prueba que lo bueno o lo malo ha sido ordenado por el Dios Omnipotente, en quien todos los hombres viven, se mueven y tienen ser. Él hizo al Faraón de Egipto con el propósito de mostrar su gloria contra su impiedad, castigándolo y condenándolo eternamente. Él dirigió su corazón para que no dejara ir a su pueblo, como se lo anticipó a Moisés. Él lo endureció como lo hace con todos los réprobos en cuanto a fe, o como cuando envía un espíritu de estupor para los que aman la mentira, de manera que se pierdan. Él hizo al malo para el día malo, como lo demuestra Judas Iscariote pese a su ministerio junto al Maestro de Galilea, pese a los milagros presenciados y poderes demostrados, en tanto fue el traidor escogido y anunciado ante los profetas mucho antes de su aparición en la tierra. Dios fue quien odió a Esaú aún antes de que naciera, o de que fuera concebido, aún antes de que hiciera bien o mal.  Entonces, ¿cuál es el interés de Lutero, Calvino, Zanchius, Spurgeon y tantos otros, cuando desvían la autoría del mal hacia una fuerza contraria al Creador?

Dios no violenta ninguna de sus leyes, porque como Legislador del Universo que ha creado hace como quiere. Él creó reglas morales para exhibir la gloria de su poder y justicia, para redimir de su incumplimiento a su pueblo escogido en Cristo. Pero Él no ha quebrantado nada en cuanto a su propia moral, ya que su Omnisciencia le dicta con sabiduría absoluta como actuar. El problema del mal es nuestro, sus consecuencias son para los seres humanos (y los angelicales que fueron expulsados de la presencia de Dios). No pensemos que Dios tiene problemas con el mal o con Satanás, como si en un dualismo eterno estuviera luchando para intentar vencer. El problema, repito, lo tenemos nosotros los seres humanos. Pero lo que se ha escrito en la época del Antiguo Testamente respecto al corazón humano, perverso más que todas las cosas, también ha de ser visto de acuerdo a la proposición de redención anunciada en ese mismo Antiguo Testamento. Jeremías habla del corazón incomprensible, pero Ezequiel anuncia el cambio del corazón de piedra por uno de carne. Ese es el nuevo nacimiento ignorado por Nicodemo, maestro de la ley, es también la circuncisión del corazón predicada desde antiguo. El problema del mal para los creyentes redimidos es pasajero, aunque todavía nos sintamos miserables como Pablo se describió a sí mismo en Romanos capítulo 7.

¿Cómo podrían explicar Agustín et allius el que Judas, Faraón y un gran etcétera fueron alejados de la gracia divina y por consecuencia hicieron todo aquello que fue dicho de ellos? ¿Bastaría con restringir su gracia y Espíritu de Poncio Pilatos, de Herodes y demás gente réproba para que ellos hicieran su voluntad, de acuerdo a su libre albedrío que tiende al mal, y cumplieran así todo lo que estuvo escrito acerca del juicio y maltrato al Mesías enviado?  En realidad, Dios no es una causa alejada del mal sino su causa eficiente, esa es la razón por la cual ha creado al malo para el día malo (incluido Satanás, que haciéndolo bueno le fue encontrada maldad). Satanás no fue un accidente divino, no surgió en forma espontánea, sino que fue voluntad divina su aparición en escena. El crimen más horrendo -el asesinato cruel del Hijo de Dios- fue planificado por el Padre Celestial (Proverbios 16:4; Josué 11:20). Si Dios dejó al arbitrio de los malhechores romanos y judíos el crucificar a Jesús, entonces es un Dios con mucha suerte. Todo lo que dijo que sucedería se cumplió al pie de la letra, a pesar de que ellos actuaron de acuerdo a sus soberanas voluntades (lo digo como si siguiera el dictamen de los teólogos antes mencionados).

Quienes caminan por el derrotero de esos extraños teólogos, objetan a Dios, ignorando que nadie puede resistirse a su voluntad.  Ellos aseguran que el Todopoderoso no tiene derecho alguno de inculpar a quien está inhabilitado por naturaleza para cumplir sus deberes. La libertad, aseguran los objetores, es requisito indispensable para la responsabilidad y culpabilidad. Pero ya conocemos la divina respuesta: ¿quién eres, tú, oh hombre, para altercar con Dios? No eres más que una olla de barro en manos del alfarero, quien hace un vaso para honra y otro para destrucción de acuerdo a su propósito eterno.

Finalmente, conviene decir que Dios no se complace en la injusticia, ni tienta a nadie. Simplemente ha hecho el mal (como lo indicaron sus profetas -Isaías, Jeremías, Amós, etc.) con el propósito de desplegar su poder, ira y odio contra el pecado mismo y contra los que no creen la verdad. En tal sentido, se desprende de las declaraciones del apóstol Pablo que cada persona es un vaso de honra o de ira, de acuerdo a la decisión eterna e inmutable del Creador (Romanos 9:22-23; 14:11). Hubo para ambos tipos de vasos una caída general, una participación en las ruinas del pecado, siendo ambos culpables de delitos y pecados (Efesios 2:3). A la muerte espiritual le siguió la vida en los que han llegado a creer, pero estos solo han creído porque han sido destinados para tal fin (1 Pedro 2:3; Efesios 1: 11). Dios no tiene ningún tipo de amor (o gracia común) hacia los réprobos en cuanto a fe, a los cuales creó para el propósito de su justicia e ira. Dios no es dubitativo, no cambia, no altera el destino prefijado para su creación. Alguien puede considerar que el impío irredento ha recibido buenas cosas de parte de Dios (el sol sale para justos e injustos), pero eso es un atributo de su providencia. Judas Iscariote pudo ser visto en su momento como una persona privilegiada al estar a los pies del Maestro, aprendiendo sobre las bondades celestiales. Pero conocemos por su historia final que había sido un vaso de ira preparado para tal fin. ¿Osa decir alguno que Dios lo amaba? Fue Calvino quien aseguró que Jesús cuando le lavaba los pies a Judas le estaba dando la oportunidad de arrepentirse, por si fuera movido con un sentimiento de arrepentimiento. Agregaba Calvino que Jesús se abstuvo de nombrar al traidor para no cerrarle las puertas al arrepentimiento (como si el arrepentimiento no fuera parte del paquete de la redención que viene a nosotros por la fe que también es dada por Dios).  Y pareciera ser que Jesús se equivocó con Judas, porque dice el teólogo que esa advertencia otorgada para que se arrepintiera lo que generó en Judas fue que se le agravara su culpaComentarios de Juan Calvino. Véase lo que dijo como interpretación de Juan 13:11.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 10:59
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