Con frecuencia nos preguntan si uno es evangélico. La respuesta puede ser una simple afirmación o negación, pero el asunto va más lejos. Si hablamos de estar apegados al evangelio de Cristo, no hay ningún problema con eso, pero si se hace referencia a los distintos credos que confiesan tantas corrientes evangélicas la cosa es distinta. El protestantismo nace como protesta ante el gran desvío teológico de la Iglesia Católica Romana. Confrontarla llevó tiempo y argumentos, pero solamente se logró una reforma colateral, ya que el catolicismo-romanismo tuvo en consecuencia una reafirmación de sus postulados. El centro de la cuestión debatida se manifestó en el sistema de expiación del pecado, cuando unos lo concebían como la habilitación divina para hacer buenas obras y merecer el reino de los cielos, mientras los reformadores sostenían la expiación como un acto unilateral de Dios.
De hecho, Roma afincada contra el postulado protestante, combatió contra el protestantismo por diferentes vías. Una de ellas fue la creación de la Compañía de Jesús, conocida como los Jesuitas, con Ignacio de Loyola al frente. La doctrina y el empeño impartidos en esa escuela era de un estilo militar-religioso. Incluso la muerte de los protestantes era concebida como un fin apropiado sin que hubiese remordimiento alguno por el pecado del crimen. Era como una forma de Yihad Islámica. No fueron pocos los reformadores que dieron su vida en la hoguera o en el martirio de la Santa Inquisición, mientras otros sufrieron el destierro, la persecución y confiscación de sus bienes, la difamación y otras humillaciones.
La matanza de los Hugonotes recoge un testimonio de lo que decimos. Pero nos ocupa la idea de ser evangélico y sus consecuencias sociales y espirituales. La televisión nos muestra sus cruzadas proselitistas con predicadores, ofertas de milagros a cambio de ofrendas, conversiones y sanidades de multitudes, creando un impacto sociocultural que permea la masa religiosa. En el sentido medieval del término, la palabra evangélico conlleva la calificación de un buen predicador, si bien con la Reforma el vocablo suscribe la idea del que tiene un amor sincero por Cristo. Uno de los grandes postulados de la Reforma Protestante, asumido por los evangélicos, fue la suficiencia de la Escritura (Sola Scriptura). Esta concepción conlleva otras por consecuencia, como el sentido de depravación total de la humanidad caída, el Cristo como mediador único entre Dios y los hombres, la gracia salvadora eficaz de Dios en favor de su pueblo elegido. La propiciación por nuestros pecados fue hecha por Jesucristo, en favor de todo su pueblo (Mateo 1:21), nunca en favor del mundo por el cual no intercedió (Juan 17:9). La Sola Scriptura dejaba por fuera el Magisterio, la interpretación intencionada de la Iglesia como Institución de poder, por lo cual se abría un debate continuo al descubrir las grandes contradicciones entre la teología del romanismo católico y la teología simple de las páginas del Sagrado Libro. Un libro que por demás estuvo encubierto a lo largo de los siglos, encadenado a los púlpitos de los predicadores católicos, desconocido por la gran masa llamada cristiana.
Declarar que el creyente es justo solamente por un acto forense de Dios, era declarar la guerra al negocio del catolicismo de las buenas obras. Si Tetzel vendía el perdón de pecados (en una bula papal), ahora se ponía en evidencia que la propiciación por el pecado había sido alcanzada gratuitamente por Jesucristo. Dios había quedado satisfecho con el sacrificio de Su Hijo en la cruz, único Cordero sin mancha que en semejanza de hombre había cumplido toda la ley sin fallar ningún punto. Hablamos de un evangelio de gracia y no de un evangelio de obras, cuya diferencia definirá el porqué de la gran corrupción de todas aquellas instituciones que llamándose cristianas se adhieren a las obras humanas como expiación. La suficiencia de la Escritura conllevaba por naturales a la justificación por gracia a través de la fe. La salvación, la gracia y la fe, son un regalo de Dios (Efesios 2:8). Ese es el sentido evangélico de la Biblia, aunque hoy día la mayoría de los que se llaman con ese nombre no lo conciban ni lo asuman de esa manera.
Dejando a un lado Europa, sin pretender afirmar que solo ellos habían descubierto de nuevo la verdad teológica, América se ofrecía como el promotor de la exposición de la cultura protestante. Los perseguidos del viejo Continente alcanzaban refugio en la libertad religiosa del nuevo mundo del Norte. En realidad, esa fue una bandera de los Puritanos, sin que pretendamos asegurar que ellos pregonaban la verdad en su totalidad. Como parte de la Contrarreforma, los jesuitas hicieron que uno de sus discípulos, Jacobo Arminio, penetrara las filas protestantes y sembrara la semilla de la destrucción teológica naciente. El Sínodo de Dort nos da el testimonio del problema arminiano, de cómo fue declarado un grave error y una herejía dentro de la Reforma. Aunque en América se estandarizó como válido el asumir la Sola Scriptura como principio protestante, se daba poca importancia a los matices interpretativos que se tuviera en materia de la doctrina de la expiación.
Como ejemplo de lo que hemos dicho, el buen testimonio del cristiano era de tal importancia que se sacrificaba la diferencia doctrinal ante la buena conducta social. Ahora América luchaba contra los ídolos de yeso y madera, de metal, contra las imágenes en los templos o en los hogares de los protestantes. Ese testimonio era un gran comienzo en el camino de lo que ellos concibieron como el sendero de la fe, dejando de lado la doctrina de Cristo en materia de propiciación y redención final. Se comenzó a ver como tonalidad interpretativa y no como un problema de fondo, el debate entre las proposiciones de Arminio y las proposiciones del evangelio en cuanto a justificación. A fin de cuenta eran casi iguales los planteamientos exhibidos, cuando ambos bandos coincidían en que sin Dios no hay salvación posible. Fue así que se siguió el atajo de buscar lo que nos unía antes de lo que nos separaba. La lucha no era entre las ovejas, se decía, sino contra el lobo. De esta forma el lobo del mundo era el enemigo común, mientras que las ovejas podían pastar juntas con las cabras. Ya vemos que el nombre evangélico tomó una ruta semántica muy diferente al viejo significado medieval y de la Reforma. Si creías en Cristo, si te inhibías de los ídolos de yeso, madera o metal, si dabas un testimonio con un fuero moral aceptable ante la sociedad, entonces lo demás era asunto que no debía separarnos.
Cabe recordar que este nuevo evangelio (el de los evangélicos que no dan importancia a los asuntos de doctrina, en especial a los referidos a la justificación y expiación) coincidía con el evangelio que Roma enseñaba al mundo. Lo que resalta ahora es la cristianización a la fuerza, sea por la espada (como lo hizo España en América), o sea por medio de la sugestión y la manipulación hechas por los predicadores protestantes ante las masas que tienen comezón de oír. El afán por hacer prosélitos de la religión, abarata la doctrina de Cristo, en una oferta angustiosa por redimir al pecador a través de oraciones prefabricadas, de pasos determinados como levantar una mano, avanzar al frente de la congregación, dar un testimonio (relato) público de lo que se era antes de creer y de lo que se es después de creer. Se dice ahora que Dios hizo su parte con Su Hijo en la cruz, pero que le toca al hombre hacer la suya con su decisión. Es un trabajo conjunto entre Dios y el hombre el proceso de salvación, ya no es un trabajo unilateral como lo enseñara Jesucristo. En realidad, lo que se ataca ahora es el trabajo de Jesucristo, si bien se acepta lo que es su persona. El ataque a la persona de Jesucristo fue considerado una herejía en siglos pasados, quizás dejada atrás, ya que hoy día los nuevos cristianos no considerarían seguir a Arrio en su disputa contra la eternidad de Jesucristo como Hijo de Dios. Pero estos nuevos cristianos sí que ponen en duda el trabajo suficiente de Cristo en la cruz al salvar a su pueblo de sus pecados.
Para estos nuevos evangélicos –considerados arminianos en formación-, Jesús tuvo que morir por todo el mundo, sin excepción, ya que de otra manera no podría culpar a nadie en particular. Esta oferta mundial implicaría una salvación potencial, no específica, sin nombres ni libro de la vida desde la fundación del mundo. Esa oferta estaría pendiente de ser aceptada voluntariamente, por todos los que potencialmente fueron salvados en el madero de Jesús. Por esa razón tienen maestros para reinterpretar los textos de las Escrituras y ajustarlos a su posición doctrinal preconcebida. Ellos han habilitado un nuevo Magisterio, han abandonado la Sola Scriptura, al forzar sus textos a que digan lo que nunca dicen. Incluso, sus filólogos adeptos aseguran que cuando Dios odia, lo que hace en realidad es amar menos.
Los discípulos de Arminio, tras su muerte, recogieron sus postulados y lo plantearon ante el Sínodo de Dort. Ellos son conocidos como los Remonstrantes, derivado del vocablo holandés para decir protestantes. Ellos protestaron contra los protestantes, presentando cinco puntos que pretendieron implantar como verdaderos y como apoyados por la Escritura, aunque en realidad su método de análisis siempre tiene el desvío de la descontextualización para forzar la prueba de su cometido.
Sus cinco puntos decían: 1) la elección fue condicionada por lo que Dios previó en sus criaturas (fe y obediencia); 2) la expiación fue universal y no por los pocos elegidos; 3) la depravación humana es parcial y no total; 4) la gracia de Dios puede ser resistida por cualquiera; 5) la salvación puede perderse. Este planteamiento hecho por los seguidores de Arminio los creen los innumerables evangélicos repartidos por el mundo, si bien algunos asumen cuatro puntos solamente, o tres tal vez, pero ese es en general el centro de su teología. Como vemos, cualquiera de esos puntos planteados se enfrenta contra la Biblia a lo largo de sus páginas. El hombre ha sido declarado no enfermo sino muerto en sus delitos y pecados. No hay justo ni aún uno, no hay quien haga lo bueno, no hay quien busque a Dios. Nadie puede resistir ni rechazar el llamamiento eficaz y el regalo de Dios, nadie puede ser arrebatado de las manos del Padre y del Hijo. Ninguna de las ovejas de Cristo, las cuales el Padre ha enseñado y enviado a él, puede perderse. Por lo tanto, la expiación es universal solo en el universo de los elegidos de Dios. Estos elegidos lo son en virtud del amor eterno del Padre (como ejemplo Jacob, Romanos 9) y no porque haya visto algo bueno en la criatura declarada muerta en delitos y pecados.
Dios no previó algo bueno en nosotros, no nos predestinó para salvación por causa nuestra. De haber encontrado algo bueno en sus criaturas no habría dicho que no había justo ni aún uno, ni quien no lo buscara, ni quien hiciera lo bueno. De haber previsto que lo aceptaríamos voluntariamente, no habría dicho que nos hubo predestinado. ¿Para qué predestinar para salvación lo que ya es seguro que se salvará por cualidades propias? Por otro lado, el que Cristo haya muerto por todo el mundo, sin excepción, haría inútil su trabajo excesivo por aquellos que no fueron salvos. Decir que puso su vida por sus amigos, por su iglesia, por su pueblo, no es lo mismo que decir que puso su vida por Judas Iscariote, por el Faraón de Egipto, por todos los demás réprobos en cuanto a fe. Dios tiene una economía sin desperdicio, no cambia y siempre ha dicho la verdad.
El ser evangélico tiene muchos sentidos hoy día, pero no que haya muchos evangelios, sino que los inventados por el hombre son anatemas como también lo son sus practicantes. Es hora de reflexionar y acudir a la verdad, de lo contrario será enviado un espíritu de estupor para los que no se complacen en la verdad sino que consienten en la mentira.
César Paredes
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