Imaginemos por un momento a Constantino, el Emperador que se hizo cristiano, bajo la estrategia de unificar ejército, pueblo e imperio bajo una misma religión. Su conflicto con los esclavos y las sublevaciones se vio subsanado, en parte, con la unión propia de la manifestación de una misma fe. Tal vez clamó a un dios no conocido para él, tal vez pensó en el dios que muchos afectos a su imperio confesaban. La persona de Cristo que invocó pudo ser cualquier imagen que tuviera en su mente, en su razón política, pero aunque llevara el mismo nombre del Jesús de las Escrituras no necesariamente era el mismo Dios que ellas exponen.
La persona de Cristo ha sido objeto de crítica, de acomodamiento en el papel de los que escriben religiones en su nombre. Para los gnósticos, el Cristo no pudo ser contaminado con la materia, de allí que negaran que el Verbo se hubiera hecho carne. Al pasar el tiempo muchas personas invocaban el nombre de Jesús sin conocer su referente. En realidad mencionaban una palabra vacía. En el siglo V aparece el arrianismo diciendo que Jesús no era consubstancial con el Padre. Ese Jesús no eterno, con un origen temporal, ya no era Dios del todo. Se atacaba su persona para negar su divinidad absoluta. Si los viejos gnósticos afirmaban que el Verbo no podía hacerse materia, los arrianos aseguraban que aquel Verbo hecho carne no era Dios del todo, sino que había sido creado en un momento dado.
Tanto Constantino como los gnósticos y los arrianos tenían algo en común: el desconocimiento de la persona de Cristo. Es una mala noticia para Constantino el que haya adorado a ese Cristo desconocido para él, aunque haya devuelto las propiedades a los creyentes del siglo IV y haya suprimido la persecución de los llamados cristianos para la época, ya que las obras no redimen a nadie y el desconocimiento del Hijo es prueba de andar perdido. ¿Qué decir de los gnósticos? Ellos buscaban a Dios a través de sus teorías un tanto esotéricas, bajo un conocimiento (Gnosis) no acorde con la Escritura. En nuestro trabajo imaginativo propuesto, recordemos a los arrianos que asumían la mayoría de las doctrinas bíblicas, solamente que adoraban como los samaritanos lo que no conocían.
Las herejías aparecidas a lo largo de los siglos de la existencia del cristianismo en la historia son numerosas. Hablar de ellas llevaría páginas y tiempo, más bien preferimos examinar una de las más recientes y que ha confundido a millones de personas que dicen militar en las filas del cristianismo. Esta herejía particular es conocida como arminianismo, nombre derivado de su autor Arminio, un peón de los jesuitas del catolicismo romano en su proceso de Contrarreforma. En realidad, Arminio no hizo sino incorporar con sutileza la teología de Roma respecto a la expiación. Si antes se atacaba la persona de Cristo, ahora se defendía esa persona, al decir que Arrio había sido un hereje, pero se ocultaba lo que sería la arremetida contra el evangelio. El esfuerzo herético estaría desde esos momentos centrado en el ataque a la obra de Cristo.
Los Papistas convirtieron su iglesia en el juez de las Escrituras, con su Magisterio y tradición, para resolver todas las controversias de fe. Poco les ha importado sacar los textos bíblicos de su contextos, cambiar semántica y gramática, quitar versos completos, para que sus teólogos ajusten los escritos bíblicos a la ideología de turno del sacerdocio romano. La teología de las obras es la bandera del papado, bajo ese estandarte cobran dinero para el socorro de las almas (venta de bulas o misas cantadas, habladas y rezos continuos). Arminio se dio a la tarea de enseñar una salvación por obras, contraviniendo con lo expresado en las Escrituras. Para él es el ser humano el que tiene la última palabra en materia de redención o condenación, al limitar a Dios a un Ser Supremo que hizo todo lo que pudo pero que deja al arbitrio humano el hacer su parte.
Aunque suena muy lógico de acuerdo a la costumbre humana para resolver sus asuntos cotidianos, cuando la sociedad toda colabora para un objetivo común, la analogía social con la teología de la Escritura no coordina. ¿No es la Escritura lámpara que alumbra a nuestros pies? (Salmo 119:105). Tenemos el Espíritu de Dios que nos enseña todas las cosas referidas a esa palabra inspirada, de manera que no es la iglesia la que coloca la interpretación final sino que la Escritura se interpreta a ella misma. El Logos eterno e inmutable no deja en la ignorancia a nadie que se acerca a él, pero los que se acercan son los mismos enviados por el Padre al Hijo, los cuales han sido también enseñados por Él (Juan 6). Solamente la iglesia que juzga las controversias de fe de acuerdo a la Escritura y al Espíritu de Dios, podrá ser garante contra la herejía del momento.
Ante nuestra duda o preferencia sobre las cosas que han de ser juzgadas, es solamente la voluntad de Dios la que ordena todas las cosas, la que ha de ser tenida en cuenta. En materia de vida o muerte, el destino de los hombres ha sido prefijado desde la eternidad. Jacob y Esaú son apenas unos ejemplos entre tantos otros señalados por las Escrituras. Más allá de tal evidencia, el arminianismo sostiene que el hombre tiene libre albedrío para decidir su futuro y su presente. Dios es limitado, bajo su doctrina, a un Hacedor misericordioso que ama por igual a toda la humanidad, que envió a Su Hijo a morir, incluso, por los que no salvará jamás. En este punto, Calvino -enemigo de Roma- coincide con la tesis de Arminio. Calvino dijo que Jesucristo había muerto por igual por todos, sin excepción, si bien su muerte es solamente eficaz en los elegidos.
Arminio agrega a su teología que Dios escogió a los seres humanos en base a sus obras. Es decir, Dios miró hacia el futuro y previó, conociendo quiénes eran los que le aceptarían y quiénes los que le rechazarían. De esa manera hizo su elección. Bien, si eso fuese de esa manera habría que asumir que Dios no es del todo Omnisciente, ya que no sabía quiénes habrían de salvarse y quiénes se condenarían, por lo cual tuvo que descubrirlo mirando en anticipo los corazones humanos. Por otro lado, si ya algunos hombres habrían de ser salvados, ¿para qué predestinarlos si era seguro que ellos se salvarían?
De la tesis de Arminio se deduce que Pelagio tenía razón, que el hombre con su libre albedrío podía decidir su futuro, además de que no estaba del todo muerto espiritualmente. En otras palabras, la humanidad no murió del todo en sus delitos y pecados, sino que está apenas enferma, pudiendo ella buscar la medicina e injerirla. De una elección condicionada en la buena voluntad humana, pasando por una enfermedad del alma (que no está muerta del todo), el Jesús de los arminianos ha muerto por todos los pecados de toda la humanidad. Al no salvar a nadie en particular, hizo posible de manera potencial la salvación para todos. Eso llevaría a otro absurdo teológico, el que Jesucristo haya pagado por los pecados de los que serán condenados. Estos últimos serían castigados dos veces, la primera en el Hijo de Dios y la segunda en sus propias almas.
Para Arminio y sus seguidores, la gracia de Dios es resistible. Dios ofrece y ruega, presenta a Su Hijo sangrando en la cruz, pero el Espíritu, que es un Caballero, no fuerza a nadie a la redención. De nuevo confunden la resistencia al Espíritu en su llamado general con la irresistible fuerza de su llamamiento eficaz. Es deber de cada quien arrepentirse y creer en el evangelio, pero es Dios quien da el arrepentimiento y la fe. He allí el quid de todo el asunto, la teología bíblica que no pueden soportar los que siguen siendo enemigos de Dios. Dios sería demasiado injusto por haber odiado a Esaú desde antes de que hiciera bien o mal, desde antes de ser concebido, desde la eternidad misma, para después condenarlo por no cumplir con el mandato general de la ley divina. ¿Por qué, pues, Dios inculpa? Pues ¿quién puede resistir a su voluntad?
Aún Spurgeon, uno de los peones del calvinismo, exclama contra el Dios de la Biblia por colocar la sangre del alma de Esaú a sus propios pies. Su alma se rebela contra el que diga y haga tal cosa, de manera que su alma se rebeló contra el Espíritu Santo que fue quien inspiro a Pablo a escribir tal cosa. Spurgeon, en su Sermón Jacob y Esaú, calificó como una abominación tal cosa, pero astutamente trató el caso de Jacob en forma diferente al caso de Esaú. El dejó por fuera el hecho de lo dicho en el verso 11 de Romanos 9, que ambos gemelos fueron señalados con destinos diferentes sin que se tomara en cuenta sus obras buenas o malas (y aunque todavía no habían nacido sus hijos ni habían hecho bien o mal--para que el propósito de Dios dependiese de su elección). No fue la venta de la primogenitura lo que condenó a Esaú, esa venta fue un síntoma de haber sido odiado por Dios desde la eternidad. Y Spurgeon es una especie de santo para los calvinistas, un hombre cuya teología hay que asumir aún por encima de las Escrituras.
Spurgeon es también otro punto de convergencia entre Arminio y Calvino, ya que los que se dicen enemigos de Roma y seguidores de la gracia soberana patinan en el solo hecho de pensar que Dios odia a las personas que ha destinado como réprobos en cuanto a fe.
En realidad el ataque a la obra de Cristo ha causado más daño que el ataque a su persona. El hecho de que Jesucristo haya muerto por todos los pecados de su pueblo y no por los pecados de todo el mundo (Juan 17:9; Mateo 1:21), sacude a muchos de sus casillas. Esto es necesario que suceda para que se muestre quién en realidad ha creído lo que dice el evangelio de Cristo. Este es el evangelio de la manada pequeña, de los pocos escogidos, de los que caminamos por el camino estrecho y entramos por la puerta angosta. Resulta por demás curioso que los que reclaman la inclusión del mundo completo en la expiación de Jesucristo no digan ni una palabra por los que murieron sin Cristo en el diluvio universal. Deberían reclamar también por ellos y hacer la expiación extensiva hacia ellos.
César Paredes
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