En 1 Corintios 15:4 está escrito que Jesucristo resucitó al tercer día, de acuerdo a las Escrituras. El problema que muchos tienen respecto a esa frase es que se la pasan por alto, ya que para muchos el evangelio no es del todo de acuerdo a las Escrituras. Es muy difícil para unos cuantos (que en realidad son miles de millones) el aceptar lo que la Biblia dice respecto al trabajo y la persona de Jesucristo. Estar de acuerdo con las Escrituras no resulta común para muchos que se llaman a sí mismos creyentes en Cristo. Hay quienes estiman la persona, pero no el trabajo, hay quienes creen en su trabajo, aunque desestiman la persona del Hijo de Dios.
En el siglo V de la era cristiana surgió Arrio, un teólogo que se interesó en dar a conocer a Jesucristo como alguien creado, alguien que no ha sido coeterno con el Padre. Sus seguidores, llamados arrianos, comenzaron a pensar su teología independiente de las Escrituras. Claro está, nunca faltaban textos que pudieran confundir al sacarlos de contexto, al intentar demostrar lo que ellos llamaron una verdad sin discusión. Los que lo adversaron demostraron que estaban equivocados y por ello se consideró tal enseñanza como herética.
Pese a lo dicho, la herejía contra la persona de Cristo no se ha detenido. Siguen los nuevos gnósticos con el intento de pregonar por doquier que Dios no se manifestó en carne. Para estas personas, un Espíritu tan puro como Dios mismo no podría contaminarse con la materia, la que ellos consideran contaminada. Por otro lado, abundan personas –las que sin declararse gnósticas- niegan de hecho que Dios exista, como también hay las que afirman que si Dios existe no necesariamente es el de las Escrituras. La mayoría de las religiones del mundo dejan de lado la declaración de la Biblia respecto al pecado y su castigo, respecto a la redención en base a la justicia de Cristo.
Hoy en día, existe un gran grupo de los que se llaman cristianos que asumen que Jesucristo es el Hijo de Dios, que es Dios hecho hombre y que es eterno, dejan de lado las Escrituras. Estas personas van contra la obra de Jesucristo, con matices muy suaves que confunden a muchos, aunque no a los escogidos. Ellos aseguran que Jesucristo murió por todo el mundo, sin excepción, con el alegato habitual de textos fuera de contexto, en el intento de probar su teología extraña.
Queda evidenciado que el hecho de creer que Cristo resucitó al tercer día no significa nada si no se entiende tal proposición. Lo mismo sería inútil si se sabe que Jesús es el Hijo de Dios, pero se ignorara el alcance del propósito de tal aseveración. Pablo se preguntaba cómo podía ser posible invocar el nombre de Jesús si no se sabía a quién se estaba invocando. En otros términos, invocar a Jesús podría hacerse como quien menciona un nombre sin conocer su referente. Dentro de los que afirman que Jesucristo resucitó al tercer día existe una amplia gama, desde los que aseguran que la resurrección fue solamente espiritual (no corporal) hasta los que afirman que su trabajo no aseguró a nadie la salvación. En otros términos, estos últimos son tan peligrosos como los primeros, ya que ambos mienten en relación a lo que la Escritura dice al respecto.
Ciertamente, Cristo resucitó al tercer día de acuerdo a las Escrituras, habiendo muerto por los pecados de todo su pueblo (Mateo 1:21). Insistimos en la oración de Jesús la noche antes de su crucifixión, la que expuso en el huerto de Getsemaní. El Hijo de Dios agradecía al Padre por los que le había dado y por los que le daría, pero expresó en forma muy explícita que no rogaba por el mundo (Juan 17:9). Averiguar lo que significa su negativa de rogar por el mundo ayudaría a aclarar el significado de su muerte y resurrección de acuerdo a las Escrituras. El Dios hecho Hombre es el mediador entre Dios y su pueblo, ya que su sangre derramada en la cruz propició la paz entre el Padre y la multitud de hijos que le fueron dados al Señor de la cruz. Esa paz solamente pudo ser real y eficaz si alcanzó el perdón total de todos los pecados de su pueblo representado en el madero. Esa paz, por cierto, no fue alcanzada para el mundo por el cual no rogó, de manera que mal pueden los que dicen creer en la resurrección de Jesús alegar que su muerte fue ofrecida por el rescate de toda la humanidad, sin excepción.
El apóstol Juan recoge en su evangelio las palabras de Jesús en relación a su teología de la elección y predestinación (Juan 6 y 10, por ejemplo). En el Apocalipsis expone lo que Jesús le reveló y coincide, igualmente, con lo que dijo en esta tierra a sus apóstoles (véase Apocalipsis 13:8, 17:8, 17:17, por ejemplo). En una de sus cartas, Juan habla del alcance de la propiciación hecha por el Hijo de Dios, y dice que fue no solamente por ellos (su iglesia fundamentalmente judía) sino por los pecados de todo el mundo. Con esa declaración no son pocos los que reclaman la falsa interpretación de un alcance absolutamente universal de la muerte de Cristo. A la luz de lo que ellos afirman, Juan se equivocó o se contradijo en su carta, si se compara con lo que había publicado en cuanto a las palabras de Jesús en su evangelio y en su Apocalipsis.
Pero ¿podrá ser posible que Juan ande equivocado? ¿Habrá tal contradicción en las Escrituras? En ninguna manera. En realidad, si uno mira el texto en su contexto, es posible comprender el alcance de su expresión por todo el mundo. Y hemos dicho en otras entregas que no siempre que en la Biblia se habla de mundo o de todo se refiere en términos absolutos a una sola interpretación de esos vocablos. Hay hipérboles, hay contextos distintos, hay referentes diferentes para esos vocablos. Los que han sido seducidos por los falsos maestros siguen al extraño con sus extrañas interpretaciones, forzando la Escritura para poder decir que Jesucristo murió de acuerdo con su propia interpretación de los textos sagrados. Si el Padre quedó totalmente satisfecho con el trabajo del Hijo (Consumado es), quedó complacido con el propósito específico para el que fue enviado (Mateo 1:21; Juan 6:44). Jesucristo cumplió con toda la ley, con la justicia exigida por el Padre, de manera que los hijos que le fueron dados a Jesús tienen la justicia del Hijo por adjudicación. Es por esa razón que Pablo llama a Jesucristo nuestra pascua.
Para poder leer la Biblia de acuerdo a la sindéresis necesaria, conviene mirar de cerca su contexto, su gramática y la interpretación personal ajustada a la lógica. El Verbo hecho carne es el Logos en lengua griega, la Palabra misma, la razón absoluta. Mal pudiera el lector escapar a la directriz de la razón. El logos general está delante de nosotros, lo que tenemos que hacer es participar de él lo más que podamos. Huir de la razón implica fugarse de la voz divina, ya que es una gran mentira pretender refugiarse en el corazón como si la razón intentara perseguir nuestra fe. Por sobre todas las cosas guarda tu corazón, porque de él mana la vida (Proverbios 4:23). Jesucristo decía que del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, las truhanerías, pero de su abundancia también habla la boca. Lo que abunda en el corazón (núcleo del alma humana) es lo que vamos a confesar, de manera que en ese espacio simbólico habita la razón del ser humano. De otra forma, ¿cómo es que se habla de pensamiento en el corazón?
El principio reformado de la Sola Scriptura implica que las personas no necesitan intermediarios para leer la Biblia. Es también un rechazo a la idea del Magisterio y de la tradición eclesiástica para poder comprender lo que esa Escritura dice. Ella anuncia a Dios y nos recuerda que es imposible conocerlo si se ignora lo que ella dice. Jesucristo afirmaba que debíamos escudriñarlas, ya que ellas testificaban de él. En el Getsemaní dijo que la vida eterna consistía en conocer a Dios y a Jesucristo el enviado, pero agregó que debíamos estar santificados en la verdad y que la palabra de Dios era la verdad. Creer la verdad acerca de la resurrección de Jesús conlleva a asumir que Jesucristo murió y resucitó en favor de los que representó en la cruz. El que oye la palabra del Señor y cree en el que lo envió a él a esta tierra, tiene vida eterna y no vendrá a condenación, sino que ha pasado de muerte a vida (Juan 5:24-25).
El Hijo de Dios vino de la semilla de David, de acuerdo a la carne, pero con poder en tanto Hijo de Dios, de acuerdo al Espíritu de santidad. Él fue resucitado como nuestro Señor, el que también fue enviado por causa de nuestras transgresiones, levantado de la muerte para nuestra justificación (Romanos 4:24-25). Lo dicho está de acuerdo con las Escrituras, ya que es Escritura misma. No vino Jesús a condenar al mundo, sino a que el mundo sea salvo por él. Pero al mismo tiempo no rogó por el mundo, sino por los que el Padre le dio (Juan 17:9). No hay ninguna contradicción en esa palabra, dado que Jesús también estaba de acuerdo con la Escritura porque vino a salvar lo que se había perdido y a su pueblo de todos sus pecados (Mateo 1:21). No vino Jesús a salvar a todo el mundo, sin excepción, por lo que no todo el mundo es salvo. No murió en favor de Judas Iscariote, ni de Esaú, ni de Faraón, ni de ningún réprobo en cuanto a fe. La universalidad de su muerte y resurrección abarca solo a los elegidos del Padre. Todo lo que el Padre le da irá a él y jamás será echado fuera. Por lo tanto, lo que no va a él (y lo que es echado fuera) no ha sido enviado por el Padre hacia el Hijo. Eso es creer de acuerdo a las Escrituras, lo demás puede ser un invento teológico o religioso para mantener a las masas en las sinagogas y poder explotarles su fe.
La seguridad de su trabajo absolutamente culminado en la cruz nos dice que no habrá ni una sola persona por la cual murió y resucitó que no vaya a vida eterna. Los hijos que Dios le dio no permanecerán en el pecado para siempre, ni sufrirán la muerte eterna como castigo por el pecado no perdonado. Una de nuestras tareas en esta tierra consiste en luchar contra el pecado, en no dejar que éste reine en nosotros. Nuestros miembros no han de ser presentados como instrumentos de injusticia para el pecado, sino presentados a Dios como habiendo sido redimidos de la muerte, en tanto instrumentos de justicia para el Creador. Esta es precisamente la gracia de Dios, que ya no andamos más bajo la ley, aunque sí guardamos los mandamientos que Dios nos ordena.
César Paredes
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