El Creador prometió la redención para el hombre caído, desde el momento en que éste se avergonzó por su desnudez. El temor a exhibir las partes púdicas se relaciona como símbolo de la desnudez del alma que exhibe su pecado, por lo cual Dios sacrificó animales para cubrir con su piel tanto a Eva como a Adán. Estas criaturas habían descubierto la diferencia entre el bien y el mal, sin que ese hecho declare por sí mismo a la serpiente como animal veraz. La serpiente antigua es conocida como Satanás, el padre de la mentira; una media verdad no es toda la verdad, es más bien un mecanismo para embaucar las almas y hacerlas partícipes de la mentira. Lo que el diablo prometió se cumplió en parte, ya que el hombre vino a ser como un dios con el conocimiento que obtuvo, pero esa verdad aparente encerraba la mentira acerca de que no moriría por la desobediencia al mandato divino.
El sacrificio animal es una evocación de lo que significaría el sacrificio del Hijo de Dios. Claro está, es muy probable que Adán no haya entendido del todo aquello, pero hubo, sin duda, un inicio pedagógico que se acompañó de inmediato con la sentencia acerca de la enemistad entre la simiente de la serpiente (Satanás) y la de la mujer (el Mesías que vendría). He allí la vieja promesa para el hombre caído y derrotado por el pecado. Desde esa perspectiva, Juan el Bautista señaló a Jesús como quien quitaría el pecado del mundo. Ahora bien, tal vez alguien supone que, dado que tanto Dios como Juan hablaron en forma genérica del perdón para la humanidad, todos hemos sido redimidos. Pero esa suposición pudiera encubrir una falacia de generalización apresurada, una analogía que no se corresponde del todo.
La humanidad está representada en Adán, así como el mundo involucra tanto redimidos como reprobados.
Los hechos ocurridos desde el desarrollo de la humanidad demuestran que unos se aferraban al Dios de la Creación, mientras otros se alejaban lo más posible. En la medida en que la revelación de las Escrituras fue dándose, la teología bíblica tomó claridad para el lector avezado. Siempre hubo dos pueblos, así como al principio también se habló de las dos simientes. Si el pueblo de Israel representó el conjunto de los que se guiaban por la ley de Moisés (dada por Jehová), el pueblo pagano permanecía distante de esa ley. Es cierto que algunos gentiles (como se conocía a los no israelitas) se adhirieron al servicio ofrecido al Dios de Jacob, pero esas muestras eran también un señalamiento de lo que ocurriría más tarde entre el mundo gentil. La aparición del Mesías en la tierra dio inicio al cumplimiento final de la redención del hombre. Aquellos animales del Edén que fueron inmolados para cubrir la vergüenza de Adán (Génesis 3:21), ahora tomaban un sentido despejado ante el enorme sacrificio del Cordero de Dios.
Ese Cordero, como refería Juan el Bautista, quitaba el pecado del mundo. Eso no significaba que el pecado no estaría ya más entre nosotros ni que cada miembro de la raza humana sería perdonado. Más bien, el pueblo de Jesucristo sería el beneficiario directo de esa expiación hecha en la cruz. No podemos altercar con Dios, para decirle por qué razón no hizo el sacrifico por cada miembro de la raza de los hombres. Nos corresponde reconocer nuestra incapacidad para auto redimirnos, para justificarnos, para quitar siquiera un solo pecado. Por esta razón podemos asegurar que el evangelio es la promesa de salvar al pueblo de Dios, bajo la condición de la expiación hecha por la sangre de Jesucristo. Hubo una imputación doble: nuestros pecados los tomó Jesús y a cambio nos fue dada su justicia. Sonaría petulante decir por nosotros mismos que somos seres justos ante Dios, porque nos aferramos a tan enorme paga por el pecado, pero sí podemos decir con gloria que nos gozamos en la cruz de Cristo.
Cosa terrible es creer lo que desea el alma impía, como si esas creencias fuesen suficientes como una verdad. Recordemos lo que sucedió en el Edén cuando la serpiente hablaba con medias verdades. Ella ocultaba el efecto nefasto para la humanidad, la muerte eterna del alma humana. Cosa buena es creer la doctrina de Cristo, predicada por él mismo, por sus apóstoles, por todos los escritores bíblicos.
Nadie puede ir a él, a no ser que el Padre lo lleve. El que es llevado por el Padre no será echado fuera, sino que será resucitado en el día postrero. Dios ha amado a Jacob sin mirar en sus obras, como ha odiado a Esaú sin mirar tampoco en sus obras. Esa declaratoria del evangelio de Pablo nos da a entender que siempre ha habido dos pueblos, el redimido y el reprobado.
El esfuerzo teológico por eliminar tal declaración bíblica ha sido muy grande. Mucha confusión ha traído en medio de lo que se conoce como la religión cristiana. Pero como el antiguo pueblo de Israel no fue todo incluido como israelita, sino que en Isaac le sería llamada la descendencia, asimismo no todo el que dice Señor, Señor, a Jesucristo, es contado como redimido. Sabemos que un Dios Omnipotente será capaz de cumplir cada promesa hecha, ya que si fuere impotente no podría llevar a feliz término lo que se habría propuesto. De allí que la confianza nuestra radica en su plena potencia, tanto en el mundo material como en el espiritual.
El conocimiento de Dios es absoluto, por su cualidad de Omnisciente. Pero la gente se pregunta ¿cómo sabe Dios? Algunos responden que lo que hace es mirar en el corredor del tiempo y valorar lo que los hombres harán, de manera que adapta sus planes para que coincidan en tiempo y espacio con los de la humanidad. O tal vez manipula los planes humanos para que coincidan con sus propias programaciones. Pero la Biblia dice que Dios anuncia el fin desde el principio, que amó a Jacob antes de ser concebido, de manera que no tiene necesidad de ver los corazones humanos para decidir el destino de los hombres. Lo mismo sucede con Esaú, al que destinó desde antes de ser concebido como réprobo en cuanto a fe. La consecuencia de esa destinación son los actos históricos de estos dos hermanos: uno procuraba la bendición de Jehová, mientras el otro la subestimaba. La teología extraña predica que la venta de la primogenitura condenó a Esaú, así como sus fornicaciones; pero eso implica dejar a Dios de lado en materia de redención y reprobación. Dios hace como quiere y el hombre no puede decirle que está mal lo que Él ha decidido hacer. No somos sino ollas de barro en manos del alfarero, el cual destina para un tipo de servicio más noble a unas ollas y a otras las destina para el servicio de destrucción. Las llamas eternas y el fuego consumidor esperan a los irredentos (Isaías 33:14; Mateo 3:12), por lo cual nos conviene entrar en paz con Él. Uno da el anuncio de las buenas nuevas de salvación porque el mensaje queda abierto para el que lo oiga. Los que son atraídos por la palabra divina, los que son guiados a Jesús porque el Padre los ha enseñado, se regocijarán de haber sido tomados en cuenta en tan grande acto de misericordia.
César Paredes
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