Jueves, 25 de julio de 2019

No son pocos los que llamándose cristianos y ejerciendo el poder de sus sinagogas se dan a la tarea de jueces y supervisores, bajo el pretexto de controlar la enseñanza que ellos consideran adecuadas para los nuevos prosélitos.  La Biblia presenta solamente un Evangelio aunque menciona la idea de otro evangelio que es diferente. Sin embargo, el evangelio de la Escritura es anunciado para que resplandezca la gloria de Cristo; con todo, sigue escondido en los que se pierde. Porque el Dios que dijo: "La luz resplandecerá de las tinieblas" es el que ha resplandecido en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Jesucristo (2 Corintios 4:6).

Dios no hace distinción de personas como para resplandecer la luz de Cristo un poco menos en algunos y un poco más en otros. El que alumbró a Pablo y a Pedro también lo hizo en Dorcas, o en cualquiera de los creyentes de hoy día. La luz que disipa las tinieblas es la misma que las disipó en la Edad Media o en la era de la Reforma, antes de Noé y aún en nuestro tiempo. El príncipe de las potestades del aire es el mismo siempre, con sus maquinaciones constantes, con el intento de entorpecer el buen desarrollo de la planta sembrada, de acuerdo a la parábola del Sembrador. No habiendo distinción alguna en cuanto a la siembra y efecto del evangelio, no entendemos la supervisión de lo que se enseña en cuanto a doctrina del Señor.

También es cierto que muchos que militan en los templos llamados iglesias han aprendido el evangelio del extraño. Con ese falso evangelio crecen y maduran, hacen teología, propagan el error, pero de allí no ha salido una sola alma redimida.  Hay muchos anticristos, dice el apóstol Juan, asimismo hay diversas enseñanzas anticristianas. Todas ellas se hacen en el nombre de Jesús en los templos citados, las cuales atacan la persona y la obra de Cristo.  Para atacar la persona se ha dicho que Jesucristo no es consubstancial con el Padre, que por ser Hijo no es coeterno sino criatura, dando pie a la controversia acerca de la divinidad de Jesús. Textos de la Biblia son sacados debajo de la manga para ilustrar su tesis. Así mencionan un salmo que pareciera corroborar lo que dicen: Mi hijo eres tú, yo te he engendrado hoy.  Pero su mala fe y su mente torcida no les permite observar que se habla de la profecía de Jesucristo y su encarnación, de manera que se dan al desvarío teológico para enfatizar su doctrina desviada.

Al atacar la obra de Cristo señalan que éste murió por todo el mundo en la cruz, diciendo que los que se pierden lo hacen por propia voluntad porque ya la salvación estuvo comprada y no la aprovecharon. Con ese dictamen deshonran al Hijo cuando dijo que su obra había sido consumada en la cruz. Más bien pisotean la sangre de Jesús cuando presumen que aquellas personas por las cuales dio su vida yacen ahora en el infierno eterno, siendo castigadas por sus delitos y pecados que supuestamente el Hijo había pagado ya en el madero. Otras variantes del mismo sistema pueden darse, como la gracia que asiste a todos por igual pero que deja al arbitrio del hombre la decisión de aceptarla o de rechazarla.

El eje en el cual gravitan presupone la concepción y asunción del libero arbitrio. El Dios de la Biblia no habla de ello nunca, no creó ninguna criatura independiente de Él, ya que todas ellas están sujetas a su plan eterno e inmutable. Por supuesto, ante tal declaratoria bíblica los teólogos de la doctrina extraña suspiran y reclaman por el justo juicio de Dios. Para ellos el Creador es injusto a toda costa si condenó a Esaú aún antes de que fuese creado o antes de que hiciese obra buena o mala (Romanos 9).  En la disputa con su Hacedor desvían la doctrina de la Escritura y la hacen decir aquello que jamás se intentó siquiera sugerir. Sus filólogos llegan al extremo de cambiar el significado primigenio de los vocablos bíblicos que más les incomodan. Tienen intérpretes privados que tuercen los textos fuera de contexto y de gramática para que sus acólitos memoricen y utilicen como dardos en medio del combate teológico. Proclaman paz cuando no la hay y llaman malo a lo bueno.

Si alguien les enseñó en forma errónea la doctrina bíblica no fue el Espíritu Santo. La doctrina que ellos manejan son las mismas de los falsos profetas y maestros, inspirada por los demonios, aunque venga empaquetada con matices de piedad.  Poco importa que llamen a eso estudios bíblicos, himnos al Altísimo, oraciones eficaces, ya que lo que les interesa es ganar adeptos para bajo la manipulación que les permite la falacia ad populum, que no es otra que el lugar de cantidad. Mientras más personas se sumen a sus enseñanzas más rasgos de verdad aquellas verdades adquieren, un principio erróneo desde donde se mire.

El evangelio trata de la persona y del trabajo de Jesucristo, inseparablemente conectados. Nadie podrá valerse del ardid de predicar completamente lo concerniente a la persona del Hijo de Dios, como coeterno y justo, pero al mismo tiempo negar la eficacia de su muerte al asumir que en tanto Dios de amor murió por toda la humanidad sin excepción. Creer de esa manera implicaría separar la persona de la obra, pero ambas están indisolublemente unidas. Si asumimos que Jesucristo es el Hijo de Dios y que quien lo vio a él vio también al Padre, hemos de creer igualmente que puso su vida por las ovejas.  Deber nuestro es creer lo que dijo en sus enseñanzas, que nadie podía ir a él a no ser que su Padre lo trajera para resucitarlo en el día postrero.  Se ha de creer también que la noche antes de dar su vida en rescate por muchos, de cumplir con el mandato de morir por los pecados de su pueblo (Mateo 1:21), declaró que no rogaba por el mundo (Juan 17:9).

¿Qué significa no rogar por el mundo? Significa que al día siguiente no lo iba a representar en la cruz sino solamente a los que el Padre le había dado y le daría en el tiempo debido. Esa enseñanza de Jesús es absolutamente esencial e inseparable con su forma de pensar y con la voluntad del Padre, de manera que el Espíritu Santo asiente a tal doctrina y actúa conforme al designio que ellos han tenido desde antes de la fundación del mundo. El nuevo nacimiento no es un capricho de la divinidad, es una respuesta a su propósito eterno e inmutable. La doctrina de Cristo está tan claramente expuesta en la Escritura que no puede haber un solo creyente que la ignore; todos aquellos que pretenden aceptarla pero que se muestran sorprendidos una y otra vez de encontrar tales enseñanzas, deberían comprender que nunca han sido enseñados por el Padre. El Padre no deja en ignorancia a ninguna persona que envía hacia el Hijo, ya que el Espíritu es el que da vida y por el conocimiento del siervo justo serán salvados los muchos que él salvará.

Si Jesús dio como cierto el que ninguna de sus ovejas se iría jamás tras el extraño -porque no conocen su voz sino que huyen de él- debemos asumir que ninguna de sus ovejas redimidas ignora sus enseñanzas respecto a la gracia salvadora con la que ha sido cobijada.  Un creyente no puede ser poco lógico en materia de redención, ya que Jesús es el Logos eterno. El Espíritu enviado por él habita en los que han creído, les recuerda todas las palabras que él habló y los guía a toda verdad.  De ninguna manera se podrá decir que hay creyentes que aman a Jesús pero que no comprenden sus doctrinas, o que viven en la ignorancia de las mismas. Eso sería contradecir las palabras del Maestro y desconocer la verdad que hace libres a los que son redimidos.

Para el que cree, la doctrina de Jesús no es opcional. Pero hay una especie de sofisma en cuanto a la obra de Jesucristo, aunque no se presenta en relación a su persona. Hoy día, habiendo sido superada la herejía de Arrio (que Jesucristo no es consubstancial con el Padre), muy pocas personas que se llaman seguidoras de Jesús asumen aquella forma de pensar como válida. Más bien no tienen prejuicio alguno en llamar por su nombre tal tipo de doctrina, por lo que hablan de ella como error doctrinal o herejía pura. Sin embargo, el sofisma se da cuando de la obra de Jesucristo se trata. Acá la gran mayoría de los que se dicen creyentes albergan la falacia de la muerte universal de Jesucristo sin ninguna forma de restricción. Poco les importa el gazapo que ello conlleva, no tienen cuidado cuando miden inacabado el trabajo de Cristo en la cruz.

El sofisma radica en considerar la doctrina de la persona de Cristo como suficiente para la redención, dejando a un lado la doctrina del alcance de su trabajo en la cruz. El argumento se hace pasar como verdadero en cuanto contiene una parte de la verdad (lo concerniente a la persona de Cristo como Hijo de Dios y coeterno con el Padre). Aparenta ser correcto en cuanto se enfoca en un punto de la doctrina, pero miente al considerar el otro aspecto doctrinal que trata de la obra de Cristo. Es decir, se considera de vital importancia no caer en la herejía de Arrio (siglo V d.C.) pero de poca importancia el que la gente diga que Jesucristo intentó salvar a toda la humanidad, sin excepción. En este segundo renglón, muchos teólogos perdonan tal desvío doctrinal, bajo el argumento de que los que creen de esa manera lo hacen con la premisa de la feliz inconsistencia.

Esa feliz inconsistencia no es otra cosa que la excusa del error o de la herejía, como si fuese posible propagar la herejía sin que por ello haya herejes.  La feliz inconsistencia esgrimida no se intenta jamás para los que creen como Arrio enseñó, aunque sí la aplican para lo que Arminio difundió y proclamó. Por ello hablamos de sofisma teológico en los que escapando de Arrio se sumergen en la doctrina herética de Arminio. Si hay feliz inconsistencia en el arminianismo, ¿por qué no asumir que la puede haber en el arrianismo? Son dos raseros diferentes para dos herejías diferentes; a la primera la llaman error herético, a la segunda la llaman perspectiva teológica. A los practicantes de la herejía de Arrio los llaman herejes, a los practicantes de la herejía de Arminio los llaman hermanos confundidos, inconsistentes con el error, ya que, aunque son arminianos de corazón, cuando oran a Dios lo hacen también de corazón. Sofisma puro de una teología impura.

Finalmente, deberíamos preguntarnos cuál es el evangelio verdadero. ¿Es acaso el poder de Dios para salvación del cual habla Romanos 1:16-17? ¿O es el otro evangelio del que nos habla Gálatas 1:8-9? Los que han sido enseñados erróneamente tienen ante sus ojos el verdadero evangelio de Dios para reflexionar. El que oye y ve lo que Dios le señala puede huir de Babilonia y formar parte de la Iglesia del Señor. El que persiste en el error muy probablemente ya ha sido inducido por el espíritu de estupor que guía a perdición eterna, ya que ha amado la mentira y no cree la verdad. En el discurso presentado todo aquel que es enseñado por el Padre vendrá al Hijo y no será echado fuera jamás, sino que será resucitado en el día postrero. El Padre jamás enseña erróneamente, jamás redime a nadie utilizando la falsa doctrina, porque el Padre no cree en la dicotomía ilusa que dice que se puede creer en Él con el corazón, pero desconocer e ignorar su doctrina. La redención aclara la teología, si bien la teología no es causa de la redención.  No hay ni un solo redimido que crea la mentira enseñada por los herejes, como no hay ni un solo hereje que pueda ser al mismo tiempo un creyente redimido por el Padre.  Dios no enseña a los herejes para llamarlos después felizmente inconsistentes, aceptando su religiosidad en desmedro de la doctrina expuesta en su palabra.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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