Lunes, 08 de julio de 2019

Las buenas obras de algunos son el instrumento de su redención, de acuerdo a la ficción de la salvación por gracia más obras. Luis de Molina fue un jesuita del siglo XVI que luchó contra la Reforma Protestante, en el afán por destruir la fe que viene por el oír la palabra de Dios. En el intento de unir gracia con obras propuso su tesis, conocida hoy como molinismo, según la cual Dios se despoja por un momento de su más absoluta soberanía ante cada ser humano para que éste decida libremente su destino eterno. Con esa medida muy aristotélica (la del justo medio) pretendió conciliar la tesis bíblica de la soberanía de Dios junto a la tesis pagana del catolicismo romano del libre albedrío.

Los llamados sacramentos católicos formarían parte de las obras que conducirían a la salvación. El bautismo por agua, la confirmación, la eucaristía, la unción por los enfermos, son algunos de ellos, aunados a las ofrendas, a las buenas acciones, al trabajo eclesiástico -e incluso al matrimonio, para los que se casan-, los cuales obrarían su parte en el proceso de redención. Por supuesto, ante la tesis de la predestinación presentada en la Escritura, Roma expone que ésta es por previsión divina, como si Dios viera a través del tiempo quiénes se salvarían y quiénes se perderían.

Dado que la Reforma fue un duro golpe para la teología de la salvación por obras, la Contrarreforma apuró su peón en las filas protestantes para que hiciera el trabajo sucio de contaminar la enseñanza teológica en la iglesia naciente. Para ello envió a Jacobo Arminio, un profesor universitario al servicio jesuita quien con gran astucia asumía la teología bíblica protestante, aunque detrás de esa fachada comenzaría la publicidad de su retorcida teología. La droga arminiana, como bien la bautizara uno de los obispos romanos, permeó las nuevas congregaciones que intentaban orientarse por las nuevas traducciones de la Biblia a sus lenguas vernáculas. Hoy día vivimos la consecuencia de tal devastación, ya que más de un 85% de las iglesias protestantes en el mundo profesan la teología de Arminio y hacen gran publicidad  a sus enseñanzas, torciendo la Escritura para perdición de ellos y de todos los que los siguen.

Desde esa perspectiva desviada, la fe estaría condimentada con obras. Al más viejo estilo pagano, la justicia divina no sería más que el esfuerzo humano que aprovecha la ayuda general de Dios para toda la humanidad. De no ser así, Dios sería injusto al decidir de antemano el destino eterno, al truncar el libre albedrío de cada ser humano. Dios sería igualmente innoble por exigir aquello que carece el ser humano, al no permitir que se le rinda pleitesía en forma libre. En otros términos, Dios está obligado, bajo la teología de Roma, a recibir la adoración de los muertos en delitos y pecados, a los que son sus enemigos por naturaleza, a los que no lo buscan, simplemente por respeto a la libertad humana.

¿Y cómo puede un muerto en su espíritu reconocer su necesidad de Dios? Según Luis De Molina es Dios quien se lo permite, al despertarlo por un instante de su sopor y esperar de él su buena actitud para con la salvación en potencia que realizó Jesucristo en la cruz. Es el hombre en última instancia quien se sujetaría libremente a la oferta divina o quien rechazaría esa benevolencia otorgada. Como vemos, esa teología no encaja en el esquema de la teología bíblica, pero dado que Roma considera Palabra de Dios no solo a la revelación escrita sino también a los escritos de los Papas, obispos y teólogos, así como a todo aquello derivado de sus concilios, quedaría justificada su visión de la fe.

Para Roma la salvación no es un acto legal del Altísimo, sino el resultado de un sistema de salvación por obras. Pero lo que la Biblia anuncia es todo lo contrario, que no somos salvos por obras sino por gracia, de otra manera la gracia no sería tal sino se contaría como salario. Dios nos ha salvado y nos ha llamado con llamamiento santo, no de acuerdo a nuestras obras, sino de acuerdo a su propósito y gracia, la cual nos ha sido otorgada en Cristo Jesús desde antes de que el mundo comenzara (2 Timoteo 1:9). Como podemos ver por esta cita bíblica, no necesitamos obra alguna para merecer la entrada a los cielos. La fe es un regalo de Dios (Efesios 2:8), no un producto de la voluntad humana. Pero el Canon IX del Concilio de Trento (1547) declara que si alguno dijere que por la fe sola (sola fide) el impío es justificado, sin que se requiera algo más para la justificación, sin que sea movido y preparado por su propia voluntad, ha de ser anatema (maldito). En otras palabras, Roma maldice a todo aquel que cree en las Escrituras cuando ha dicho que somos salvos por gracia y no por obras, cuando la Biblia asegura que Jacob fue amado sin miramiento a sus obras buenas o malas mientras Esaú fue odiado por Dios sin miramiento a sus buenas o malas obras (Romanos 9).

Roma y Arminio, su peón dentro de las filas protestantes, sembraron su creencia de la falsa salvación por obras. Resulta natural dentro de este esquema teológico que, si un ser humano se salva a sí mismo por mérito propio, el hombre está en la capacidad de perder su salvación por descuido de sus méritos y virtudes religiosas. Una seguidilla de buenas obras les debe acompañar hasta el final de sus vidas para que se mantengan en el camino de la redención final. Pero el evangelio de Cristo afirma todo lo contrario, que el Señor cumplió su buena obra en la cruz en forma perfecta, que pagó por todos los pecados de su pueblo (Mateo 1:21), que Dios salva por gracia y no por obras, que el sacrificio del impío y aún sus oraciones son abominación a Jehová, así como la piedad del hombre inicuo es crueldad.

Para incrementar su blasfemia contra Dios y su doctrina, la Iglesia Católica tiene el Canon XXIV, del mismo Concilio de Trento en 1547, que dice lo siguiente: Si alguno afirma que la justicia recibida no es preservada e incluso aumentada ante Dios por medio de las buenas obras, sino que más bien dice que las obras son solamente los frutos y signos de la justificación obtenida, y no la causa de ella, sea él anatema (maldito). En otras palabras, Roma decreta inútil y asunto de mentira la declaración de Efesios 2: 8-10, entre tantos otros textos. Roma maldice al Dios de la Biblia, pero sus seguidores arminianos lo hacen por igual ya que suscriben la salvación por obras mezcladas con la gracia divina. Con razón se oye decir que Dios hizo ya su parte, que ahora e toca a usted hacer la suya (en una combinación de acciones entre Dios y la criatura perdida y muerta en su espíritu.

Si la gracia es combinada con obras ya no sería gracia sino pago por el trabajo humano. De nuevo, el hombre ha sido declarado muerto en delitos y pecados, incapaz de dar un paso hacia el bien, inútil para ver la medicina que lo sane. Así como Lázaro en su tumba no pudo hacer nada por sí mismo, el hombre bajo la ira de Dios no puede desear lo bueno. Solamente la voz salvadora que hizo a Lázaro salir de su encierro de muerte será la misma voz que despertaría al alma humana para vida eterna. Eso lo hace Dios solamente, sin mediación de voluntad de varón, ya que el Espíritu es el que da vida y lo hace como el viento que sopla de donde quiere. Es Dios quien tiene misericordia de quien quiere tenerla, si bien endurece a quien quiere endurecer.

El paradigma bíblico de Jacob y Esaú enardece a romanos y arminianos, a miles de paganos, simplemente porque no toleran que su destino eterno yace en las manos del Creador soberano que ha hecho al malo par el día malo y ha amado a sus ovejas con amor eterno.

Abraham creyó a Dios y le fue contado por justicia, pero el que trabaja para ser justificado su paga no le es contada como gracia sino como deuda. La gracia no se compra porque es gratuidad absoluta, sin miramiento a las obras. Pero el que no trabaja en su justificación sino que cree en aquél que justifica al injusto, su fe le es contada por justicia. Por eso David dijo que sería bendito el hombre a quien Dios le imputa justicia sin obras. Añadió que serían benditos todos a quienes les han sido perdonados sus iniquidades y cubiertos sus pecados. Bendito el hombre a quien el Señor no imputa de pecado (Romanos 4:1-8).

¿Cómo podemos simpatizar con los que nos maldicen por haber creído la Palabra de Dios, o con los que maldicen al mismo Dios por haber escrito las declaraciones que tanto molestan a Roma? No debemos participar en sus obras infructuosas, ni decir bienvenido a quien no trae la doctrina de Cristo. El arminianismo es corrupción del evangelio, es la punta de lanza de Roma en el Protestantismo, es la contravía de la doctrina de los apóstoles y de Jesucristo. ¿Hasta cuándo la gente que dice seguir a Dios claudicará entre dos pensamientos? ¿Hasta cuándo el pueblo se debilitará por falta de entendimiento? Escudriñad las Escrituras porque en ellas parece que está la vida eterna, porque ellas dan testimonio de Jesús y su doctrina.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 12:11
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