Mi?rcoles, 03 de julio de 2019

LA EXPIACION EN SU EXTENSION

Cuando Jesús vino a morir en la cruz lo hizo de acuerdo a las Escrituras. El evangelio de Mateo lo ha indicado, que el nombre del niño sería Jesús, porque él salvaría a su pueblo de sus pecados (Mateo 1:21). Hay una referencia estrecha, exclusiva, restrictiva, con el complemento del verbo salvar: a su pueblo. No incluye esa expresión a todo el mundo, como si cada uno de los seres humanos fuese un beneficiario de su trabajo en la cruz. Jesús lo corroboró en el Getsemaní la noche antes de ser crucificado, cuando oraba a su Padre. El agradeció por los que le había dado, por los que le daría por medio de la palabra de aquéllos, pero dijo expresamente que no rogaba por el mundo (Juan 17:9).

El mundo que el Padre tanto amó, de acuerdo a las palabras de Jesús a Nicodemo, no es el mismo mundo por el cual el Hijo no rogó en aquel monte. Es decir, hay muchos tipos de mundo en la Escritura, lo cual nos sugiere que debemos estar siempre pendientes del contexto cuando leemos. Hay un mundo amado por el cual el Padre entregaba a su Hijo, es el mismo mundo que incluye a su iglesia, a sus amigos, a su pueblo. Es el mundo representado por Jacob, amado eternamente sin miramiento en sus buenas o malas obras. Pero hay igualmente un mundo odiado por el Padre, representado en Esaú desde la eternidad. De igual manera, en este último caso el Padre no tomó en cuenta las buenas o malas obras de Esaú (Romanos 9).

Sabemos que cualquier evangelio diferente al que se ha expuesto en la Escritura viene a ser un anatema (maldición). De acuerdo a la declaración de Pablo no es posible militar en un evangelio diferente y ser un creyente de verdad. Tal asunto es peligroso, pero es igualmente una demostración de andar perdido en este mundo. Los que ignoran la justicia de Dios colocan la suya propia por delante, dando muestra de que no ha habido en ellos redención alguna. Eso lo expresa también el apóstol Pablo cuando escribe la Epístola a los Romanos (Romanos 10:1-4).

Todas aquellas personas que participan del evangelio extraño están dando muestras de que no han sido llamados por el Señor. Cuando ocurre el llamamiento eficaz de los elegidos, ninguna de las ovejas propias del Señor se vuelve tras el extraño (Juan 10:1-5). Este texto es rector de muchos otros, es clave para entender lo que significa seguir al Señor por haber sido llamado como una de sus ovejas. No hay posibilidad alguna de extravío para el creyente real, no es válido el servir a dos señores a la vez. Los que dicen seguir a Jesucristo pero en realidad asumen el evangelio contrario a la Escritura, no siguen de verdad al mismo Jesús de la Biblia.

Tal vez se han forjado un ídolo al que le han colocado por nombre Jesús, tal vez han aprendido parte de su doctrina y memorizan textos del Libro Sagrado. A lo mejor cantan himnos bajo la creencia de que son piadosos, pero sus corazones se llenan de ira cuando descubren el término alto de la soberanía divina. Esas personas son capaces de llegar a creer todos los relatos de la Biblia que parecieran fantásticos, tales como la división del Mar Rojo, la tierra abierta para tragar gente, el diluvio universal destruyendo a casi la humanidad entera. Ellos creen sin problema intelectual el relato de La Torre de Babel, asumen como verdadero el conjunto de milagros de Moisés, de Josué, de Elías, de Eliseo, de Jesús y sus discípulos. Dan fe de las profecías cumplidas, creen de corazón que la Escritura ha sido inspirada por Dios, pero a pesar de semejante humildad llegan a tropezar por la soberbia oculta en lo más recóndito de sus almas.

Al leer los textos que refieren al Dios soberano que ha hecho el bien y el mal, que hizo al malo para el día malo, miran de lejos su sentido. Ellos asumen que hay dos fuerzas en pugna en este universo, que el bien y el mal están como enemigos batallando por prevalecer. Suponen que el diablo es el antagónico de Dios, como si no fuese una criatura del mismo Omnipotente. Por esa razón han llegado a creer que ellos mismos son libres del Creador, que han asentido a su llamado, que de voluntad propia han creído en la prédica escuchada.

Muy equivocados están todos ellos por pensar de esa manera. No hay libertad humana frente al Creador, no hay ningún libre albedrío, a no ser como fábula religiosa nacida del engaño de Satanás. El Dios de la Biblia ha dicho que aún lo malo que acontece en la ciudad Él lo ha hecho (Amós 3:6), por cuanto todo lo que acontece es su voluntad. Ese Dios ha declarado que endureció el corazón del Faraón para que no dejara ir a su pueblo antes de enviarle las 10 plagas que demostrarían su poder ante la humanidad entera. Ese Dios inclina el corazón del rey a lo que Él desee que haga, estima como nada a los habitantes de la tierra y destruye al impío contra el cual está airado todos los días. En realidad, ese Dios está en los cielos y todo lo que quiso ha hecho.

Por tanto, la creación de Esaú como vaso de deshonra es su obra directa, sin miramiento de buenas o malas obras. Él no se avergüenza de anunciarnos esas verdades a través de sus profetas, como tampoco desea que lo defiendan ante los hombres caídos y muertos en delitos y pecados. Bajo ese contraste del bien y del mal, de los vasos de ira y de los vasos de misericordia, el creyente puede valorar mejor el amor eterno de Dios. No hubo nada en él que haya sido digno de mirar, no hay nada todavía que sea digno de llevar ante Su presencia. Más bien nos ve a través de su propia justicia que es Jesucristo, nuestra pascua.

Por esa razón insistimos en la importancia de la doctrina bíblica, la cual es un indicativo de andar perdidos o de haber sido encontrados por el Dios verdadero. De la abundancia del corazón habla la boca, de manera que lo que hemos creído eso confesamos. Si alguno confiesa un evangelio diferente al anunciado por Jesucristo y por sus apóstoles, o por los demás escritores bíblicos, ha de ser declarado anatema, perdido, no encontrado por Dios. Esa indicación es de suma importancia tener en cuenta, ya que implicaría una toma de conciencia para indagar más en la verdad de las Escrituras.

No existe posibilidad alguna de ir al Padre sino por medio del Hijo. No existe vía ninguna que nos dé a conocer al Hijo sino el evangelio anunciado. Esa es la buena nueva de salvación, que Jesús vino a este mundo a salvar a su pueblo que se había perdido. No es una oferta abierta de un producto que se adquiere o se rechaza, es una promesa de redención absoluta para todos aquellos cuyos nombres el Padre escribió en el libro de la vida del Cordero, desde la fundación del mundo (Apocalipsis 13:8; 17:8; 1 Pedro 1:18-20).

Grave es ignorar esa doctrina enseñada por Jesús en forma reiterada, cuando también dijo que nadie podía ir a él si el Padre no lo llevare (Juan 6:44). Esa ignorancia suele ser mortal, ya que induce a los seres humanos a creer en un dios confeccionado a su imagen y semejanza. Si se ignora lo que la Biblia dice es lógico que se construya un dios diferente al que ella anuncia. Y la ignorancia puede darse por muchas razones, sea por jamás haber oído lo que la Escritura anuncia, o sea porque en forma expresa se pretende callar lo que el corazón humano pretende negar como verdad. La humildad que muchos religiosos demostraron al creer tantos relatos de la Biblia que parecieran simple literatura hebrea, deja de existir cuando se confrontan con el Dios soberano que ella misma anuncia. Es allí cuando hacen fila con aquel que objeta la Palabra Divina, el cual ha sido presentado en Romanos 9. La pregunta inmediata de toda esta gente es la misma: ¿Por qué, pues, Dios inculpa? Pues, ¿quién ha podido resistir a su voluntad?

Es en ese momento cuando les da el ataque de libertad que reclaman frente al Creador, con el argumento de su ficción del libero arbitrio, en rechazo a la idea que les atormenta acerca de que su redención o perdición están en las manos absolutas del Hacedor de todo cuanto existe. De la manera en que Pablo juzgó a unas personas perdidas por no tener la justicia de Dios, así también podemos juzgar como extraviadas de la verdad a aquellas que caminan con una doctrina diferente a la enseñada en la Biblia. Los que están perdidos viven bajo la ira de Dios y no bajo su gracia (Juan 3:36). Si usted cree en el Hijo debe creer también en su doctrina. Si no cree en sus enseñanzas no cree en él. Así de simple, como si un estudiante creyera en su profesor, aunque al mismo tiempo rechazara las enseñanzas de su instructor. Tal contradicción de espíritu es prueba de confusión que lleva a la muerte eterna. Y Juan lo confirmó al decirnos que los que no viven en la doctrina de Cristo no tienen ni al Padre ni al Hijo.

Hay amor en quien advierte sobre los peligros de andar con los maestros de mentiras (los ídolos en cualquiera de sus formas), por cuanto más vale reprensión manifiesta que amor oculto. En ese sentido debería cada quien examinar lo expresado por el profeta Jeremías en torno al hablar paz cuando no la hay (Jeremías 23:16-17). Las palabras del profeta están en consonancia con lo que siglos más tarde afirmara Juan en una de sus cartas, que no debemos decirles bienvenido a ninguno que no traiga la doctrina enseñada por Jesús y sus apóstoles. Si esto es así, la doctrina hace falta conocerla y el mito de amar a Dios con el corazón sin que importe el intelecto queda descubierto.

La gente que es sincera y posee una moral aceptable no siempre tiene conocimiento. Usted puede estar sinceramente equivocado y eso no ayuda en lo más mínimo. Los que ignoran la justicia de Dios desconocen la importancia de la doctrina en la vida del creyente. No se trata de conocer para poder creer sino del conocimiento como consecuencia inequívoca de la redención. Jeremías habló al respecto: …Y éste es su nombre por el cual será llamado: El Señor nuestra justicia (Jeremías 23:6). ¿Qué dijo Pablo al respecto? Que Jesucristo ha sido hecho para nosotros sabiduría y justicia, santificación y redención (1 Corintios 1:30). Y añade que Cristo fue hecho por nosotros pecado, el que no conoció pecado, de manera que nosotros podamos ser hechos justicia de Dios en él (2 Corintios 5:21).

Esa justicia demostrada en el evangelio nos enseña la manera en que Dios justifica a ciertos pecadores en forma absoluta, de acuerdo a Su propio rasero de justificación. Jesús se convirtió en nuestra pascua en la medida en que pasó por alto el juicio que teníamos pendiente, clavando en la cruz el acta de los decretos que nos era contraria. Por eso se ha escrito que no fuimos justificados por obra alguna que hayamos hecho, ya que ningún mérito tendríamos como suficiente para aprobar la justicia de Dios. Fue por gracia absoluta, en todo sentido, pues aún la fe que poseemos nos ha sido otorgada como regalo (Efesios 2:8).

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 14:37
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