S?bado, 22 de junio de 2019

Tanto la fe como indicio de perdición como la que es indicio de salvación, procede de Dios. Los adversarios del evangelio miran la fe la como algo detestable, lo cual pasa a ser un testimonio de su estado de extravío espiritual. Pablo asegura que aún esa forma de contemplar la fe proviene de Dios. Así como se dijo de Israel que no había obtenido lo que buscaba, por cuanto Dios le había dado espíritu de estupor, cualquier enemigo de Dios ha sido colocado para jugar el rol de la enemistad. Solo la elección ha obtenido la redención, por medio de la luz que es Cristo; a los otros, esa misma luz los ha cegado (Romanos 11:7-9).

El hombre no tiene control de la vida eterna, aunque se haya esmerado en cualquier tipo de doctrina religiosa que contenga métodos para alcanzar la gracia divina. Y es que el Dios de la Biblia ha creado a cada ser humano bajo su dependencia absoluta, moldeando el corazón de la criatura para inclinarlo a cuanto Él haya querido. Poco importa la suposición mítica del libre albedrío, una leyenda teológica que se erige indispensable para que exista responsabilidad humana. Al contrario, el hombre es responsable ante Dios por cuanto carece de libertad; en caso de que fuese libre no tendría que responder. 

Aunque Pablo supo que había solamente un evangelio, habló del otro evangelio (como si hubiera más de uno). Y es que en tanto su antagónico, el evangelio del extraño se cultiva y pregona en casi todas las asambleas religiosas de la mal llamada cristiandad. Hay una droga esparcida en esas sinagogas en las que se pregona la libertad humana como eje teológico, para despojar a Dios de su soberanía y de su gloria y retribuir al hombre una gloria que no posee. En su pretensión de ser como dios, bajo el recuerdo de su mentor anciano -el diablo en el Edén-, la humanidad continúa caprichosa con su concepto de dualidad en el terreno teológico. Si el hombre es libre, entonces es responsable, de lo contrario Dios sería injusto.

Los que militan en el otro evangelio tienen una amplia gama de rostros. El menú ofrecido permite sentarse a gusto en la silla de los escarnecedores, en el convite de la fanfarria religiosa con apariencia de piedad. Lo cierto es que todos los que se adhieren a la falsa doctrina teológica gritan contra el horrible decreto de la predestinación. Así lo llaman, decreto espantoso, como si Dios fuese una Divinidad peor que un diablo o demonio, incluso más cruel e injusto. Aunque suene un poco fuerte lo acá dicho, esa idea expresada proviene de las palabras de John Wesley, padre del Metodismo, agente del arminianismo y defensor de Pelagio. 

Son muchos los religiosos que abjuran de la predestinación, como si ella fuese un canto a la victoria del infierno. No son pocos los que se rebelan contra las palabras del Espíritu de Dios referidas a Esaú y su destino eterno. La objeción contra el Dios que predestina para uno u otro fin no se hubiese levantado en la Escritura si Esaú hubiese sido condenado por sus malas obras. Pero el amor por la mentira conlleva un sentimiento similar, el odio por la verdad.

Para los creyentes la fe ha venido a ser un regalo de Dios (Efesios 2:8) que no depende de nosotros y que no pertenece a todo el mundo (2 Tesalonicenses 3:2). Esa fe está puesta en Jesucristo como la justicia de Dios, una justicia que nos ha sido imputada a los que somos creyentes. El que no tenía pecado fue hecho pecado por causa de nosotros, para que nosotros seamos la justicia de Dios en él (2 Corintios 5:21). Esa es una buena noticia, ya que la misma Escritura había dicho que no hay justo ni aún uno, que no hay quien busque a Dios ni quien haga lo bueno. Nos convenía la justicia de Jesucristo y que no fuese señalada a nosotros como cumplida, ya que el hombre es justificado por la fe sin las obras de la ley (Romanos 3:21-28). 

El hombre que ha sido declarado muerto en delitos y pecados, que está ciego y odia por naturaleza las cosas del Espíritu de Dios, tiene ahora en Cristo la satisfacción de su espíritu. Pero esto proviene de Dios que hace como quiere, a unos da vida y a otros muerte, a unos vivifica para vida eterna y a otros reprueba para condenación. La preparación del corazón humano y aún la respuesta de su lengua dependen del Señor. Todos los caminos parecen limpios al hombre, pero en su propia opinión; solamente del Señor es el pesar los espíritus. Continúa Salomón exhortándonos a encomendar al Señor nuestras obras para que sean estables nuestros pensamientos. El Señor que ha hecho todas las cosas para sí mismo, ha hecho al malo para el día del mal (Proverbios 16:1-4). 

Hay muchas personas que aunque dicen creer no soportan la realidad de la absoluta soberanía de Dios. El hecho de que Él controle el destino humano, sin miramiento a sus buenas o malas obras, hace que la angustia tome el poder del corazón del hombre. La humanidad desea la prueba inequívoca que le brinda su propia elección, con fecha de nacimiento y día de inclusión en el libro de la vida. Por otra parte, aquello de Esaú molesta al pudor del espíritu, aunque lo de Faraón no es tan sentido. Tampoco lamentan lo de Judas Iscariote, porque es visto como una decisión del falso discípulo. Pero la Biblia ya se refería a Judas mucho antes de que hiciera la traición al Redentor. El punto de quiebre de su sometimiento descansa en lo que se dijo de Esaú en la Carta a los Romanos en capítulo nueve.

Esos que se llaman cristianos por haber creído en un Cristo parecido al de las Escrituras han llegado a ser humildes frente a los relatos bíblicos. Algunos creen que el mundo fue hecho en 6 días literales, otros no tienen duda de las plagas enviadas a Faraón, incluso asumen como verdadero el que el Mar Rojo haya sido separado para que cruzaran los israelitas y se cerrara cuando el ejército del Faraón los perseguía. Tampoco tienen a menos los milagros en el desierto, desde que se abriera la tierra para tragarse a unos cuantos hasta que lloviera maná del cielo. Ah, ni qué decir de los relatos de Moisés respecto al diluvio universal, asumido igualmente como cierto, sin discusión alguna, como tampoco es presentada objeción frente a lo dicho sobre la Torre de Babel

Un hacha que flota en el agua, fuego que desciende del cielo para consumir el holocausto, la oración de un profeta para que no lloviera en cierto lugar por más de tres años, su oración repetida para que volviera a llover, todo ello creído sin mostrar vacilación. Las profecías de Isaías o de Jeremías y Ezequiel, las maravillas mostradas en las vidas de Daniel y sus amigos, o en el Rey Nabucodonosor, todo ello creído al pie de la letra. Podríamos seguir mencionando señales y prodigios, maravillas exhibidas como prueba de que Jesús era el Hijo de Dios, de que los apóstoles fueron sus enviados para los asuntos del evangelio. El pañuelo de Pablo sanaba a distancia del apóstol, las manos de los enviados de Dios sobre los enfermos devolvían la salud. Incluso los demonios se sujetaban en el nombre de Cristo. La muerte de Lázaro, su resurrección, la muerte de Jesús y su vuelta a la vida. La transfiguración en el monte, la prueba a la que fue sometido por parte de Satanás, el acto de perdonar pecados, de devolverle la vista a los ciegos, de hacer caminar a los paralíticos, de quitar la lepra a muchos enfermos, son creídos sin oportunidad de duda alguna.

Como vemos, lo descrito brevemente en estos dos últimos párrafos pertenecen al ámbito de lo fantástico y sobrenatural, creído solamente si se tiene fe y humildad para asumirlos como verdaderos. Y hasta ahí suelen llegar muchos de los que se llaman a sí mismos creyentes.  El punto es que cuando se cruzan con lo que Pablo dijo respecto a Esaú, o con lo que se ha dicho en la misma Escritura respecto a que nadie puede ir a Jesús si el Padre no lo envía, esas personas comienzan a dar excusas ante lo escrito, como si aquella fe exhibida fuese inspirada por ellos mismos. Por completo se dan a la tarea de la interpretación privada, de la torcedura de la Escritura para su propia perdición. Les parece que Dios es injusto, que no debería condenar a alguien que no tenga libre albedrío para decidir. ¿Quién puede resistir a la voluntad de Dios? Ah, pero ellos todavía van más allá y aseguran que la gracia divina es resistible, que el Espíritu Santo es un Caballero que no viola la voluntad humana, que Dios hizo su parte pero que espera que los muertos en espíritu (que para ellos están medio vivos) tomen su decisión libre y sin presión. 

En realidad esa última afirmación es una doble mentira salida de sus bocas. Ellos sí que influyen y presionan en sus sinagogas insistiendo que la gente levante la mano, que dé un paso al frente, que haga una oración de fe para que sean sus nombres anotados en el libro de la vida. Usan todo truco psicológico que pueda persuadir a los oyentes -como si eso no fuera una presión- pero niegan que Dios tenga el derecho de convertir de un solo golpe a la criatura. Deberían aprender en la Biblia que la carne para nada aprovecha, que la salvación es por gracia y no por obras, a fin de que nadie se gloríe. Si alguno hace la obra de querer y de ayudar al trabajo de Jesucristo, tiene de qué gloriarse respecto al que no hizo nada. Tal vez fue más listo, tal vez su corazón fue más deseoso de los dones venideros, tal vez él no estaba muerto del todo y no necesitó de la violencia divina sino de la sola persuasión del predicador. 

Aquellos que no creen en Jesús y que no son salvos no creen porque el Padre no los llevó hacia Jesucristo. Sabemos que nadie puede ir a Jesús si el Padre no lo lleva (Juan 6:63-66). De manera que los que sí van a Jesús es porque el Padre los lleva en el día de su poder, una vez que han sido enseñados por Él. Tanto lo uno como lo otro procede de Dios (Filipenses 1:28). Los que detestan la verdad bíblica y aman la falacia en torno a ella, recibirán el espíritu de confusión o estupor para que como medio engañoso sigan la mentira hasta el final. La consecuencia ya se conoce, pero aún cuando eso sucede también proviene de Dios. El evangelio se anuncia para que crean todos los que el Señor tiene añadidos para vida eterna, pero también para llevar más responsabilidad a los que niegan la verdad y se complacen con la mentira.

César Paredes

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Tags: SOBERANÍA DE DIOS

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