Viernes, 14 de junio de 2019

Jesucristo ha sido llamado la piedra angular, la misma que muchos edificadores rechazaron. No hay entrada al reino de los cielos sino por él, no hay edificación de la vida cristiana sino sobre ese fundamento. Uno puede sobreedificar con materiales nobles o innobles, siempre y cuando sea sobre el mismo fundamento que es Cristo, de acuerdo a su evangelio y el de los apóstoles (que es el mismo). Pero hacer el edificio en base a piedritas que no constituyen una firme roca es comprar un boleto para montarse en el tren del fracaso. Tarde o temprano un breve temblor desajustará las bases con el consecuente descarrilamiento de la vía principal.

Los creyentes en Cristo deben procurar la palabra no adulterada, la que no está desviada o torcida de acuerdo a los intérpretes herejes (con opinión propia). Tal vez los que se dan a la tarea de separar la mente del corazón, los que sostienen que la teología es cosa dura para el alma, pretendan una leche más líquida, con menos sustancia, para entrarle poco a poco al evangelio. Ellos suponen que aman a Cristo con el corazón, aunque no lo conozcan mucho con el entendimiento.

Conocer a Jesucristo implica conocer su doctrina (el cuerpo de enseñanzas explicadas en esta tierra). Para poder amarlo hay que saber lo que él dijo. Podría darse el caso de que cuando usted descubra las cosas que Jesús propagó y sostuvo hasta su muerte, ese Cristo llegue a espantarlo de tal manera que deje de amarlo. Y es que Jesús es el mismo Jehová, si bien hablamos de un Dios en tres personas. El dijo que quien lo había visto a él había visto al Padre. Por esta razón no existe discrepancia entre lo enseñado en el Antiguo Testamento con lo explicado en el Nuevo. Pero hay quienes comprenden mal y predican que el Dios del Antiguo Testamento es más duro y terrible que el del Nuevo. Como si Jesucristo no hubiese estado en la creación del mundo, como si él no hubiese hablado con los profetas de entonces. 

Los que no edifican sobre la piedra angular sostienen que su leche debe ser la de los bebés. Pero lo que Pedro dice al respecto es que esa leche espiritual no está adulterada y es lógica en su totalidad. Así lo escribe en lengua griega, con un vocablo que no se ha traducido adecuadamente. τὸ λογικὸν ἄδολον γάλα - (to loguicón ádolon gala) la lógica no adulterada leche. Es decir, Pedro recomienda para todos los creyentes (sin importar si son recientes o viejos) que anhelen tomar como los niños recién nacidos aquella leche racional, no adulterada, que es la palabra de Dios. El llama al Señor la Piedra Viva, la misma que desecharon los edificadores, la piedra angular, elegida y preciosa para Dios Padre. Y si un niño desea la leche no adulterada y racional, cuánto más los que pretendemos haber crecido como adultos en la gracia de Dios.

Una vez más la Biblia derrumba el mito religioso de la dualidad entre el corazón y la mente. Ya Jesús había dicho que del corazón proceden los homicidios, los malos pensamientos, las truhanerías y un gran etcétera. Había recomendado en su revelación a Salomón que sobre toda cosa guardada guardáramos el corazón, porque de él mana la vida (Proverbios 4:23).  Dijo también que de lo que abunda en  el corazón habla la boca. De esta forma, el fruto del evangelio que confesamos saldrá del corazón como un testimonio de que somos un árbol bueno o un árbol malo. El árbol malo no dará jamás el fruto bueno (como la cabra no puede transformarse en oveja), pero de igual modo el árbol bueno no dará jamás el fruto malo (como la oveja no puede transformase en cabra) -Lucas 6:45.

Hay muchas personas que profesan ser cristianas pero que no estiman la preciosura de la piedra del ángulo. Los que no estiman el valor de la doctrina de Cristo no están tomando la leche espiritual no adulterada y lógica. Ellos consumen en forma irracional la palabra adulterada, transformada e interpretada por la tradición de su religión. La racionalidad es de tal importancia en nuestra relación con Dios que Pablo habla del culto racional (Romanos 12:1), usando el mismo étimo de Pedro, aunque en otro caso gramatical: loguiquén-λογικὴν. Es Juan el que advierte sobre los que no permanecen en la doctrina de Cristo, los cuales no tienen ni al Padre ni al Hijo. Asimismo, el apóstol Pedro asegura que los que son indoctos -no lógicos, no letrados, no estudiosos de la palabra de Dios- tuercen la Escritura para su propia perdición. 

En un ejemplo de lo que acá se dice, podemos señalar a los que suponen que es posible nacer de nuevo a través de un falso evangelio. Esas personas que así creen andan en el extravío teológico, irracional, como si los niños recién nacidos pudieran tolerar en sus cuerpos una leche adulterada. La intoxicación de tal criatura llegaría a ser mortal si no hubiese el cuidado inmediato para depurar su organismo, como también se advierte a los que presuponen ser posible convivir en medio del tóxico evangelio donde se llama hermano al que no es hermano. En ese mundo ficticio todos son maestros de mentiras: unos dicen que Jesús murió por todo el mundo, sin excepción, salvando a todos por igual, pero que se hace necesaria la actualización de esa salvación. Con tal aseveración negocian una salvación ecléctica que combina las obras con la gracia. Mientras tanto, otros afirman que lo racional del evangelio pertenece al plano de la mente, pero que ellos prefieren el plano del corazón donde alaban a Cristo. Con esa dualidad se permiten dar paso a otra dualidad, la de la necesaria libertad para llegar a ser responsables ante Dios. Aseguran que el que niega el libre albedrío humano no puede exigir responsabilidad ante el Todopoderoso.

Con esas teologías torcidas pretenden defender a Dios de lo que dijo respecto a Esaú, que lo había condenado sin pensar en sus buenas o malas obras, aún antes de que fuese engendrado. Por eso hacen filas con el objetor de Romanos 9, cuando aseguran que Esaú se condenó a sí mismo por sus malas obras. Por otro lado sus maestros de mentiras aseguran que Dios permite el pecado, que no lo ordena, que la maldad humana actúa en forma libre aunque a veces es restringida por el Creador para evitar males mayores. Pretenden ignorar que permitir el pecado presupone que una fuerza mayor a la de Dios lo conmina a aceptar lo que Él no quiere. También hablan de una gracia genérica sobre todos los seres humanos, y de una gracia restrictiva, como si Dios no pudiese intervenir en forma directa en los corazones de sus criaturas.

Esos maestros de mentiras contravienen en forma continua la Escritura que afirma que aún lo malo que acontece en la ciudad Jehová lo ha hecho (Amós 3:6), que Dios ha hecho al malo para el día malo (Proverbios 16:4). La destrucción del impío lo será para la gloria de la justicia y de la ira de Dios contra el pecado. Sabemos que las obras muertas son un fruto para muerte, de allí que mientras estuvimos muertos en delitos y pecados no pudimos ni siquiera ver la medicina para restaurarnos. Hizo falta una resurrección como la de Lázaro, con la palabra viva que ordena la vida. Por esa razón entendemos por las Escrituras que hemos pasado de muerte a vida, de las tinieblas a la luz, de la ignorancia respecto a las cosas espirituales a la sabiduría de Dios, así como de la incredulidad a la fe de Jesucristo. Este nuevo estado nuestro no ha sido el producto de una lucha del Espíritu contra nuestra resistencia, dado que si el impío no puede resistir la voluntad de Dios cuando es condenado nosotros -en nuestra vieja impiedad- tampoco pudimos resistir al Espíritu cuando nos dio el nuevo nacimiento.

Por lo acá dicho también percibimos que es imposible andar medio muerto o medio vivo, cuando de las cosas espirituales se trata. Es cierto que podemos debilitarnos, pero somos conminados a la renovación de nuestro entendimiento. La Biblia no se equivoca, por lo cual creemos lo que allí se afirma: pues habéis nacido de nuevo, no de simiente corruptible sino de incorruptible, por medio de la palabra de Dios que vive y permanece (1 Pedro 1:23). Si somos exhortados a beber la leche espiritual racional y no adulterada, ¡cuánto más racional e incorruptible no será también el nuevo nacimiento!  Observemos que se habla de la simiente no corruptible que ha sido predicada (la palabra de Dios que vive y permanece), la cual se hace necesaria para poder conocer a Aquél a quien tenemos que invocar. El Espíritu Santo no hace nacer de nuevo a la criatura a partir de la simiente corruptible del falso evangelio, del mensaje de los extraños, de los falsos maestros, de los que adoctrinan con mentiras.

El falso evangelio apunta a un dios que no puede salvar, a un falso Cristo, a un ídolo que se ha forjado en la mente de los prosélitos religiosos. Isaías ha exclamado entre advertencia y esperanza lo siguiente:  ¡Reuníos y venid! ¡Acercaos, todos los sobrevivientes de entre las naciones! No tienen conocimiento los que cargan un ídolo de madera y ruegan a un dios que no puede salvar (Isaías 45:20). ¡Mirad a mí y sed salvos, todos los confines de la tierra! Porque yo soy Dios, y no hay otro (Isaías 45: 22). Una vez más la vida y la muerte están echadas delante de los hombres, pero de Jehová es tanto la vida como la muerte. De quien Él quiere, tiene misericordia, pero endurece a quien quiere endurecer (Romanos 9). 

Feliz aquél cuya iniquidad ha sido perdonada y cubiertos sus pecados.

César Paredes

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Tags: SOBERANÍA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 11:01
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