Ya sabemos lo que dijo Cristo la noche antes de su crucifixión, que no pedía o no rogaba por el mundo que no vino a redimir, pero rogaba por los que el Padre le había dado (que incluyen a los que le daría por la palabra de ellos). Ese mundo que Jesús vino a salvar es el mismo mundo referido a Nicodemo, el universo amado por el Padre. Ese es el mismo conglomerado de su pueblo que salvaría de acuerdo a las Escrituras (Mateo 1:21). Pablo también se encargó, junto al resto de apóstoles, de propagar la doctrina del Señor, una doctrina muy odiada por muchos que se llaman a sí mismos creyentes en su nombre.
Somos salvos por gracia por medio de la fe (pero eso no es de nosotros, pues es un regalo de Dios). Ya sabemos que xáriti (χάριτί) es un sustantivo femenino en lengua griega, así como la fe también lo es: písteos (πίστεως). Pero el vocablo que refiere a la salvación es un perfecto, pasivo, participio, nominativo plural masculino, que funciona como adjetivo: sesosmenoi (σεσῳσμένοι). Cuando en lengua griega se combinan en una misma proposición el femenino con el masculino, es normal que el pronombre demostrativo vaya en neutro singular (al hacer referencia a los masculinos y a los femeninos que hubiera en dicha frase). Así tenemos como resultado que tanto la gracia, como la salvación y la fe son un regalo de Dios. Los agramaticales aseguran que el neutro hace referencia a la fe solamente, pero se equivocan porque se desvían del sentido de la gramática del texto. Si Pablo se hubiera querido referir solamente a la fe, hubiera empleado un demostrativo femenino.
De inmediato, el apóstol resalta en su contexto el hecho de que ese conjunto de cosas señaladas no es por obras, a fin de que nadie se gloríe. Porque si hubiera obras de por medio tendría el ser humano de qué jactarse. Algunos podrían aseverar que Dios vio en ellos una disposición especial para seguir al Hijo, otros dirían que Dios valoró el que ellos se aferraran a la fe en Jesucristo. Sin embargo, el apóstol continúa diciéndonos inmediatamente que somos hechura de Dios, creados en Cristo para hacer las buenas obras que Dios preparó de antemano para andar en ellas. Es curioso que la Biblia mencione las buenas obras como un fruto del creyente pero nunca como una causa de su redención.
De manera que el cristiano no puede quedarse quieto, sin hacer obra alguna, ya que todo ha sido preparado para que andemos en ellas. Eso sí, el creyente sabe que mientras estuvo muerto en sus delitos y pecados no pudo jamás desear andar con Dios, no pudo nunca añorar a Cristo, como para que el Padre viera en él un incentivo para la redención. Por otro lado, el hecho de que afirmemos que Dios es Omnisciente (que sabe todas las cosas) hace que no podamos suponer que Él las averigua para saberlas. Más bien las sabe porque ha hecho todo de acuerdo a sus decretos. Si Dios llegara a conocer algo nuevo, implicaría que antes no lo sabía y que por lo tanto no era Omnisciente.
Esas dos imposibilidades conjuntas (el que no pueda llegar a conocer algo nuevo, porque todo lo sabe, sumado al hecho de que el hombre natural está muerto) hacen que la gracia aparezca en escena. La gracia es algo que por definición indica que es gratuito, que no se merece, de lo contrario sería un salario o paga por las obras. El racimo viene completo, como los gajos de una mandarina: la gracia, la salvación y la fe. Porque no es de todos la fe, decía Pablo a los Tesalonicenses, de manera que no todos la tienen. Ella es un regalo de Dios. Y si no todos la tienen, ¿por qué, pues, Dios inculpa? ¿Cómo es que ordena que en todo tiempo los hombres se arrepientan y crean el evangelio? Para creer en eso hay que tener fe, pero si es un don de Dios y no todos la tienen es lógico suponer que no todos creen.
De nuevo el círculo aparece y se cierra en forma hermética. La mente de Dios es infinita, si bien entendemos lo que se nos ha revelado en su palabra. Dios es soberano y hace como quiere, no hay quien detenga su mano ni quien le diga: ¡Epa!, ¿qué haces? Semejante Dios es un desconocido para las religiones (incluso para las que se llaman cristianas). Más bien existe un ídolo común a muchas de ellas que erige como divinidad a un dios que no puede salvar. Ese dios es conformado a imagen y semejanza de la humanidad, dándosele distintas formas pero con el denominador general de estar ajustado a lo que el hombre natural aceptaría como dios.
Puede ser que se le llame Jesucristo o Moloc, poco importa; puede ser que se aprendan muchas partes de lo expresado por Jesús, o que se niegue al mismo Cristo. El asunto es que el hombre ama aquello en lo que puede participar como héroe, como guerrero de su propio destino. Concebir a un Dios que decide por él, sin miramiento a sus buenas o malas obras, aún antes de uno ser concebido, llega a ser una incomodidad parecida a tener una piedra en el zapato. Eso equivale a entregarle a Él el futuro de nuestra existencia en esta tierra y, lo que es peor, el futuro en la eternidad. De allí que los religiosos de turno se aboquen hacia la confección de la divinidad de su agrado: un dios más humano, más democrático, que mira en los valores humanos, que respeta los derechos de la humanidad.
He allí el problema en disputa, el hecho de imponer el modelo de divinidad humana frente al paradigma bíblico de lo que es Dios. Esa es la razón por la que han aparecido teólogos de renombre que tuercen un poco la Escritura, como si bajo su nombre y fama pudiera pasarse el error como si fuera la interpretación correcta. Pero la Biblia habla de los maestros de mentiras, de los falsos profetas, de los que dicen paz cuando no la hay. Asimismo menciona a los que se disfrazan como ministros de justicia, siendo en realidad mensajeros del abismo. Hay un espíritu de tinieblas que gobierna la mente de los incrédulos, cegándolos para que no les resplandezca la luz del evangelio de Cristo.
Es importante decirlo, ya que hay muchísimas personas que oyen el evangelio de verdad, que se interesan por él, pero que contravienen con ese principio tan importante de la soberanía de Dios. Por supuesto, ese concepto ha pasado bajo la mesa por siglos, ya que los predicadores del falso evangelio prefieren callarlo, porque les pesa su verdad como un fardo en sus lomos. Importa hablar de esto porque la Biblia anuncia que los que oyen la verdad pero no la aman, sino que en cambio prefieren la mentira y la injusticia, tendrán que recibir un espíritu de estupor (un engaño de parte del mismo Dios soberano que niegan) para que creyendo en la mentira se pierdan.
Si los creyentes somos llamados hechura de Dios (Efesios 2:10), se confirma que todo es de gracia. Cualquier ventaja espiritual que hayamos conseguido proviene de Dios que ha sido generoso con su pueblo, el cual es llamado también santo. Estar santificados implica estar separados del mundo, de manera que en la medida en que nos alejemos más de él (del atractivo que ejerce para nuestros ojos, de sus vanaglorias de vida, de sus deleites temporales) somos más santificados -separados. Pero en la medida en que el hombre se acople más al mundo se constituye en un mayor enemigo de Dios.
Dado que no podemos transformarnos solos, ha sido necesario el nacer de lo alto por operación del Espíritu de Dios. Insiste la Escritura en que ese nuevo nacimiento no es por obra humana, ni por voluntad de carne o de varón, para que no vaya alguien a gloriarse. Ahora bien, si el apóstol excluyó las obras como causa de la redención y de la fe, si nos aseguró que todo era de gracia, ahora incluye las buenas obras como el camino por donde debemos andar. Aún así, nos ha dicho que ya están preparadas por Dios para que andemos en ellas.
En eso concuerda con lo dicho por Santiago, que si tenemos fe debemos mostrarla por nuestras obras. La fe no es una palabra vacía, es más bien el sustento de lo que tenemos (sabemos que ese soporte es Cristo mismo, autor y consumador de ella). Es decir, no se concibe la predestinación divina para salvación como un no hacer nada una vez que hemos sido llamados con llamamiento eficaz. Nuestra conversación ejemplar y nuestro andar en santidad glorifican el nombre de Dios. Si algo puede y debe hacer el creyente es glorificar el nombre de quien lo ha redimido.
Por esa razón también se nos ha dicho que redimamos el tiempo porque los días son malos. Los creyentes fuimos en un tiempo ajenos a la ciudadanía del reino de los cielos, alejados del pacto y de las promesas de Dios; pero venido el tiempo, nos hemos acercado por medio de la sangre de Cristo. De haber estado sin esperanza y sin Dios en el mundo, hemos pasado a la vida para redención eterna. Eso basta para intentar día a día agradar al Creador, al que nos ha redimido de la muerte, para propagar este evangelio del reino por doquier.
Buena cosa le es al hombre estar en paz con su Creador, amistarse ahora con Él. El que oiga hoy su voz que no endurezca su corazón. La metanoia griega es el arrepentimiento, que quiere decir cambio de mentalidad. Nosotros debemos cambiar nuestra mentalidad respecto a dos cosas, al menos: Respecto a Dios, para conocerlo no como a un mendigo que suplica por un alma que se le acerque, sino para conocerlo como al soberano que puede enviar el cuerpo y el alma al infierno de fuego, pero que puede igualmente redimir a quien Él quiera; y respecto a nosotros mismos, para que como hombres caídos el hombre se considere muerto en delitos y pecados de manera de llegar a reconocer nuestra necesidad de Él. Pero para esto nadie es suficiente, sino solo Dios.
César Paredes
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