Mi?rcoles, 12 de junio de 2019

Aunque hay teólogos que afirman que la iglesia estuvo presente en el Antiguo Testamento, bajo el alegato de que las asambleas de Israel en torno al Tabernáculo eran lo mismo que la asamblea eclesiástica, el Señor prometió que edificaría su iglesia en las palabras expresadas por Pedro. Pablo, por su parte, habla del misterio escondido dado a conocer ahora y, de acuerdo al texto de Efesios, podemos leer que: En otras generaciones, no se dio a conocer este misterio a los hijos de los hombres, como ha sido revelado ahora a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu (Efesios 3:5).

Nos interesa mirar de cerca lo que sucedió antes, de acuerdo a los relatos del Antiguo Testamento. Conocemos acerca del diluvio, de sus millones de muertos; conocemos igualmente la manera en que Jehová ordenó destruir pueblos enteros, muchas naciones, para que su pueblo pudiera alcanzar su cometido. Por otro lado, en los llamados tiempos de paz, era demasiada la gente que moría en su paganismo, sin tener siquiera noción de lo que hablaba la ley de Moisés. En otras palabras, ese misterio del que hablara Pablo estuvo bien escondido, pero aún lo revelado de entonces tampoco se dio a conocer claramente a todas las naciones.

Por supuesto, en el primer capítulo de la Carta a los Romanos, Pablo escribe que el hombre natural está sin excusa delante del Creador, pues lo que de Dios se conoce fue dado a conocer a través de su creación. Algo parecido a lo que declara David en su Salmo 19: Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Hay una ley divina sembrada en los corazones humanos, la que le dice acerca de lo bueno y lo malo, pero ni esa ley ni la escrita por Moisés ayudan del todo para que el hombre se restaure.

El apóstol para los gentiles anuncia que en este tiempo (su tiempo y el nuestro) el misterio de Dios respecto a su evangelio y a la iglesia se dio a conocer por medio de los apóstoles y profetas de Dios. Vemos por igual que eso no basta para que el hombre sea renovado en su entendimiento de los asuntos espirituales. Si uno continúa leyendo en las Escrituras llega a darse cuenta de la razón por la cual el hombre natural continúa con sus ídolos rotos, con sus maestros de mentiras, más allá de que se declare la gente atea (sin Dios en el mundo) o que profesen la denominada fe cristiana. 

La locura del evangelio va de la mano con la locura de la predicación, ya que para el hombre natural es imposible discernir las cosas espirituales (que para él son locura) aunado al hecho de que la predicación misma es considerada como locura por el apóstol Pablo. Doble locura que si se le suma la locura del creyente por Cristo (2 Corintios 5.13) hace que la humanidad que ha creído sume en su haber tres locuras. De allí que Pablo pidió que le tolerásemos un poco de locura, o que a él le hayan dicho que las muchas letras lo habían vuelto loco. 

Resulta que si uno ve todo el diagrama de la exposición bíblica llega a darse cuenta de que todo ha sido ordenado de antemano por el Creador. Aún al malo hizo Dios para el día malo, pero se nos envía a nosotros a denunciar sus maldades y a advertirle que si no se arrepiente recibirá condenación. El que Dios haya creado a Esaú como réprobo en cuanto a fe no impedía que se le hablara con claridad respecto a su deber moral para con Dios. Lo mismo aconteció con el Faraón de Egipto y con Judas Iscariote. Este último estuvo al lado de Jesús por varios años y pudo darse cuenta de que había entregado a un hombre inocente. Nicodemo iba de noche para hablar con Jesús, estuvo pendiente incluso de su muerte, pero se quedó en esa expectativa, asombrado de las maravillas de sus palabras y tal vez de sus milagros. 

La locura de la predicación pasa por el hecho de saber que predicamos a personas que no pueden oír, a menos que les haya Dios abierto los oídos; le hablamos a personas que no pueden ver la verdad de las Escrituras, a no ser que el Padre les haya enseñado. Es decir, si alguien desde fuera ve lo que hacemos y lo que la Biblia dice, de seguro asumirá como locura nuestra actividad. En eso Pablo tenía razón, pero nos mantenemos en la esperanza de que Dios también nos enviará a sus elegidos para que oigan el evangelio. 

Con todo, hay otros que sí que están dementes. Existe una demencia teológica cuando se ignoran los parámetros expresados por la Escritura. Si alguien tuerce lo que la Biblia dice, en la búsqueda de resaltar su propia opinión (herejía), muestra un desvarío propio de un manicomio. Para esa persona y para sus seguidores la iglesia sigue escondida, continúa siendo un misterio no revelado. Es por esa razón, y bajo la fuerza de no poder asumir en su carne que Dios es absolutamente soberano, que la locura teológica ha inventado a un dios que no puede salvar. A Jesucristo lo mandaron a morir por todo el mundo, sin excepción, sin importar los parámetros de su venida a esta tierra (Mateo 1:21). A pesar de su doctrina enfatizada una y otra vez, de que nadie podía ir a él a no ser que el Padre lo trajere, la gente sigue pensando que todos podemos acudir a él pero que no todos quieren.

En otras palabras, la iglesia que se profesa como tal, pero que sigue los parámetros de la teología como locura, como predicada por el otro evangelio, es la misma que conforman los que salieron de nosotros pero que no eran de nosotros (1 Juan 2:19). Un ídolo roto, un maestro de mentiras, viene a ser el Cristo construido a imagen y semejanza de la naturaleza humana. El humanismo por encima de lo divinamente revelado ha confeccionado una religión universal que a los ojos de Dios es verdadera locura.  Eso también lo señaló Pablo, cuando habló acerca de que Dios enloqueció la sabiduría de los hombres: ¿Dónde está está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Donde está el disputador de este mundo? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo? (1 Corintios 1:20).

Pese a que el esquema del evangelio no pueda ser discernido por los mecanismos de la sabiduría humana, o de la falsamente llamada ciencia, como si no tuviera esencia o estuviera lleno de vanidad, como si los asuntos espirituales no prestaran ningún servicio a la vida humana, es el mismo evangelio el que denuncia la sofistería y falacia de la teología equivocada, por la que se sigue ciegamente a los guías ciegos. Nos queda advertir contra el espíritu de estupor que Dios envía a los que no aman la verdad sino que prefieren la mentira. Ese espíritu de engaño les hará creer en un falso evangelio que, aunque se parezca en demasía a la palabra revelada, conducirá a la eterna perdición. Es el mismo espíritu que envió Jehová a Israel cuando pidió desesperadamente un rey, al presentarles a Saúl como el hombre escogido. Ese primer rey llegó incluso a ser contado entre los profetas -bajo el sentido irónico de Dios. Si uno lee su historia comprenderá la desgracia familiar de ese rey, el inicio de la destrucción de ese pueblo que se ufanaba de ser como los demás pueblos de la tierra que tenían rey.

¡Ay de los que pleitean con su Hacedor! Estos son los disputadores de este mundo, los escribas -o letrados- sean judíos o gentiles, los que tuercen la Escritura como falsos atalayas que encuentran sentidos ocultos en sus líneas.  Los que no se satisfacen con la revelación de parte de Dios sino que buscan códigos secretos en las letras de la Biblia. Estos son los que se fastidian de la revelación escrita, porque al servir a un dios que no puede salvar muestran que no han conocido al verdadero Dios. Esa es la razón por la cual detestan la Escritura, aunque profesan conocerla; pero esa es también la razón por la cual cambian su sentido para buscar pasiones distintas de manera de poder llevar su ídolo a cuestas. 

Si el evangelio está escondido, lo está entre los que se pierden. De igual forma, la iglesia de Cristo permanece escondida para los que por naturaleza están excluidos del llamado del Padre. Se consiguen cristianos que se profesan como tales, pero no por eso son conocidos por Dios. La iglesia fue un misterio ahora revelado a los creyentes, como las palabras de la Biblia pueden ser una parábola incomprensible para muchos, si bien ha venido a ser el mecanismo de inclusión de otros en el reino de los cielos.

César Paredes

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Tags: SOBERANÍA DE DIOS

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