Un ídolo se oculta en el corazón humano, allá lejos donde más nadie lo pueda ver a simple vista. La razón descansa en el hecho de que detrás de cada ídolo están los demonios. El demonio siempre intenta sorprender, para poder engañar en mayor manera. Uno de los más terribles engaños que hace Satanás, junto con sus ministros, es el de disfrazarse de ángel de luz. Ese engaño conlleva el poseer las características necesarias para persuadir al otro de que está en la verdad, aunque ande lejos de ella.
Hay una parafernalia propia de la religión, en especial de la protestante. Una Biblia bajo el brazo, una ropa decente, la forma de hablar con repeticiones de textos aprendidos de la Escritura. Asimismo, hay una disciplina que se ha vuelto un hábito, el ir los domingos a lo que ellos llaman iglesia, cantar y hacer plegarias, sonreír al prójimo y saludarse como hermanos. Hasta ahora esas señales parecieran no hacer daño a nadie, más bien ellas gustan y agradan a todos los que las practican. El ministro de Satanás cumple su tarea, pasa al frente de la congregación y siempre se muestra espiritual, en especial cuando pregona su propio evangelio.
Desde el púlpito comienza a hablar lo que él considera un mensaje inspirado, para calmar a la congregación en sus cuitas, para darle una palabra de aliento, de manera que los fieles regresen a sus casas convencidos de que el Señor les habló. Pueden pasar años y la gente continúa asintiendo gozosa, de tal manera que los que se congregan propagan el mismo mensaje e incluyen a otros como miembros de su cofradía. Los personajes del relato son los de la Biblia, el Cristo que se invoca lleva el mismo nombre que está en las Escrituras, los salmos que se leen son aquellos que aparecen en lo que ellos llaman la palabra de Dios.
Tal parece que nadie logra darse cuenta de la doctrina de demonios que puede estar absorbiendo, porque la mayoría sigue afectada por los maestros de religión que los adoctrinan. La congregación está contenta porque dicen haber dejado la idolatría, aseguran haber roto los muñecos que tenían en sus altares cuando suponían que ellos representaban a Dios. Pero el ídolo que llevan por dentro está demasiado oculto como para que pueda ser destruido con facilidad, está mimetizado con el alma de los que se congregan en lo que el Apocalipsis ha llamado la sinagoga de Satanás.
¿Cómo estar seguro de a quién es el que se adora? ¿Cómo estar cierto en cuanto quién es el Dios de la Biblia? La solución parece fácil, pero también es complicada para aquellos que ni siquiera se ocupan de la lectura de las Escrituras. Fue Jesucristo quien dijo que debíamos escudriñarlas porque en ellas nos parecía que estaba la vida eterna. Fue él quien aseguró que ellas daban testimonio de quién era él, de la doctrina que él mismo enseñó. Sabemos que un ídolo no es nada pero que detrás de él están los demonios. Con esas palabras, el apóstol Pablo advierte a la iglesia para que nos cuidemos de la práctica idólatra. No sólo él, también lo pide Juan en una de sus cartas, como de igual manera lo han advertido profetas del Antiguo Testamento.
En el capítulo 1 de la Carta a los Romanos, el autor coloca la razón fundamental de la ira de Dios sobre el mundo. La gente se ha extraviado de la adoración debida al Dios de las Escrituras, el Dios que se ha manifestado igualmente en su creación. La tarea de la humanidad pagana ha sido enjundiosa en cuanto a la confección de ídolos. Se ha llegado tan lejos que muchos se dan a la adoración de imágenes de cuadrúpedos, de reptiles y de otros animales. Algunos erigen peñascos como objeto de culto, mientras todos se olvidan del Dios manifiesto en la obra creada y en el testimonio de las Escrituras. Dios los ha entregado a pasiones vergonzosas, para vergüenza de sus propios cuerpos.
Como ellos son los que los hacen y todos los que en ellos confían (Salmo 115:8). Es decir, el ídolo es un dios impotente que no puede ni caminar, ni hablar, ni respirar. De igual manera tampoco puede salvar a nadie. Ah, pero un ídolo no es necesariamente una confección material que se coloca en una mesa o que se cuelga en un cuello. Es también una construcción mental de lo que debería ser la divinidad, a imagen y semejanza de la voluntad humana. En otras palabras, cada ídolo se caracteriza por estar respaldado de un cuerpo doctrinal, siendo los más peligrosos los que que vienen disfrazados de doctrina bíblica. Porque hay ídolos que pueden poseer un 90% de enseñanza contenida en las Escrituras, si bien el porcentaje restante es el producto del imaginario humano. Más bien diríamos que ese porcentaje restante es también imaginario demoníaco.
Voy a referirme al más peligroso ídolo de nuestro tiempo. Ese es el que cree en la Escritura pero que la tuerce sutilmente para perdición de quienes así lo piensan. Ese es el ídolo que sugiere que Cristo derramó su sangre por toda la humanidad, sin excepción, muy a pesar de que una gran parte de ella habita ahora en el infierno. ¿No es el Dios de la Biblia uno que es Salvador? (Isaías 45:21). ¿Cómo puede, entonces, ser Dios y Salvador de los que yacen en el tormento eterno? El Dios de las Escrituras nos dice a través de uno de sus profetas que presentemos nuestra causa, pero que respondamos ¿quién ha anunciado lo que sucede desde la antigüedad? ¿Quién lo ha dicho desde entonces? ¿No he sido yo Jehová? No hay más Dios aparte de mí: Dios justo y Salvador. No hay otro fuera de mí (Isaías 45: 21).
El Cristo crucificado que extiende sus manos por toda la humanidad, sin excepción, que no puede salvar a los que no se dejan, ha realizado una expiación inútil. Ese Jesús inútil proviene del pozo del abismo, donde llevará a todos sus fieles. Ese falso Cristo -que es el ídolo de los que lo proclaman como su divinidad- pasa a ser una maldición para sus fieles. Ese ídolo es el castigo de los que no aman la verdad sino que se gozan en la injusticia y mentira. Dios les envía un poder engañoso (el ídolo) para que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad (2 Tesalonicenses 2:11-12).
Tal vez usted lee ese texto y lo coloca en el contexto de la manifestación del hombre de pecado (el Anticristo), con el pensamiento de que eso todavía no ha llegado a suceder. Pero se equivoca, ya que el apóstol Juan escribió que, así como habíamos oído que vendría el Anticristo, han aparecido ahora muchos anticristos. De manera que las palabras de Pablo cobran vigencia en virtud de los múltiples anticristos levantados como ministros de luz para engañar a los que no creen la verdad.
En contraste con ese amplio grupo de personas en el mundo, que asiste a las sinagogas de Satanás, están las ovejas llamadas por el buen pastor (Juan 10:1-5). Ellas no siguen más al extraño, porque desconocen su voz. Desconocer la voz del extraño es no hacer caso a las doctrinas de demonios, es no escuchar a los falsos maestros que domingo a domingo pregonan las palabras torcidas que ellos arreglan al leer las Escrituras. Esas ovejas del buen pastor aman la verdad porque para ello han sido predestinadas: Pero nosotros debemos dar gracias a Dios siempre por vosotros, hermanos amados del Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, por la santificación del Espíritu y fe en la verdad (2 Tesalonicenses 2:13). Esto está en claro contraste con aquellos que no oyen la voz del Señor por cuanto no son parte de sus ovejas (Juan 10:26).
La Biblia enseña que Jesucristo vino a traernos la doctrina de su Padre, que Isaías declaró que el conocimiento que se tenga de Jesucristo (el siervo justo) salvaría a muchos, que Pablo felicitaba a la iglesia por haberse mantenido en la doctrina que se les había encomendado. De igual manera encontramos en las Escrituras que Pablo le recomienda a Timoteo tener mucho cuidado con los que traen otra doctrina. Asimismo, Juan le dice a la congregación de los santos que los que no habitan en la doctrina de Cristo no tienen ni al Padre ni al Hijo. Por igual recomienda este apóstol que no digamos bienvenido a nadie que no traiga la doctrina del Señor, que no lo recibamos en nuestra casa, porque por esa desobediencia participaríamos de sus plagas -que son muchas.
Si los ídolos son peligrosos porque lo que a ellos se tributa se hace por igual a los demonios, ¿cuánto más peligrosos no serán aquellos que están ocultos y no se dejan ver tan fácilmente? Lo que decimos repetidamente lo hacemos por amor a los que leen, ya que declararlos justos sin serlo sería un engaño de nuestra parte -lo que no sería en ninguna medida amor. No hemos sido llamados a desarrollar teologías privadas sino a persistir en la verdad revelada en las Escrituras. Pero esa actividad la hace el Espíritu de Dios quien nos conduce a toda verdad (Juan 16:13).
César Paredes
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