Martes, 21 de mayo de 2019

¿Por qué será que entre los que se dicen cristianos abundan los que ignoran la justicia de Dios? ¿Tendrá repercusión espiritual tal ignorancia? Responder tales interrogantes nos conducirá a la definición de la justicia para con Dios. No es asunto fácil definirla sin tener en cuenta el amplio material bíblico que nos habla de ella. Pero tal vez sea fácil si nos atenemos a algunos textos claves; no obstante, influye mucho el concepto tradicional del Derecho acerca de lo que es justo. Según el conocido jurista Ulpiano, la justicia consiste en dar a cada quien lo que le pertenece. Bien, esa noción podría ayudarnos en el plano de la historia de los hombres, pero si la trasladamos al plano espiritual no sabemos si sería de mucha ayuda.

Tal vez sirva tal concepto, tal vez nos resulte inútil. Veamos algunos matices de lo expuesto por el jurista romano que vivió entre el siglo II y III de nuestra era. De origen fenicio, el tutor de uno de los emperadores romanos también fue conocido por sus tres grandes preceptos: vivir honestamente (honeste vivere), no dañar a nadie (alterum non laedere) y dar a cada uno lo que es suyo (suum cuique tribuere). Sus preceptos de contenido moral han sido focos del Derecho a través del tiempo, una luz para vivir en sociedad y para guardar los pactos entre los seres humanos.

Los fariseos y por extensión los maestros de la ley de Moisés intentaron cumplir con estos tres preceptos de Ulpiano. Poco importa que aquellos hayan existido mucho antes que el jurista romano, tal vez los mismos juristas occidentales se inspiraron en gran medida en leyes ancianas como la de los hebreos. Lo cierto es que la ley de Moisés fue dada por el mismo Dios para que el pueblo escogido por Él se rigiera en materia política-civil, teológica y ritual-religiosa. La ley mosaica fue definida posteriormente como el Mayordomo, el Pedagogo, el Ayo que nos condujo hacia Cristo, bajo el hecho de que ella no pudo salvar a nadie. Más bien fue escrito que con la ley abundó el pecado, pues allí donde se dice no codiciar aumenta el deseo de la infracción.

La ley fue introducida por varias razones. Una de ellas era para que abundara el pecado, de tal forma que sobreabundara la gracia De Dios. El rasero de la ley dada a Moisés era muy alto, nadie podía alcanzarlo, ya que el que infringía alguno de sus puntos se hacía responsable de toda ella. Esta descripción exhibe uno de los propósitos del Dios vivo, resaltar la conducta humana como impropia, descubrir el corazón de la humanidad como uno que está formado de roca, con un alma muerta en delitos y pecados. La ley divina apuntaba a tal demostración, pero los fariseos pensaban que ellos sí la podían cumplir y se ufanaban de ser los doctores que podían juzgar a sus semejantes.

La otra razón trascendente por la cual fue enviada tal ley consiste en el hecho de los sacrificios ofrecidos. Hubo un santuario donde se ofrecía una expiación por el pecado. El pecado es el delito ante la ley divina, en tanto la violación de la ley se considera una violación al Creador. Si en el imperio romano violar una norma de su Derecho era una ofensa al Imperio o al Estado, al Emperador o al Senado, la violación mosaica fue considerada una ofensa directa contra el Todopoderoso Dios.

En el Nuevo Testamento se escribió la síntesis de la infracción contra la norma de Dios. Se dijo que la paga del pecado es la muerte, no hay otra sentencia menos severa. La antítesis ante ese castigo es la dádiva de Dios, vida eterna en Cristo Jesús. Ante esta declaratoria de vida y muerte, los seres humanos quedan expuestos a la misericordia o al justo juicio de Dios. Ni el vivir honestamente, ni el no dañar a otros, ni el dar a cada quien lo que es suyo, resuelven el conflicto del alma humana. La justicia de los seres humanos ha venido a ser concebida como trapos de mujer menstruosa, como un equivalente al hedor de los sepulcros que tienen podredumbre por dentro. El Dios de los cielos ha dicho que no hay quien haga lo bueno ni quien busque al verdadero Dios, que no hay justo ni aún uno.

Frente a esa determinación severa el hombre no puede huir del castigo que se le viene encima. Los falsos maestros de religión hacen promesas de refugio, como si con la práctica de rituales la ira de Dios pudiese ser diferida o aplacada. Los fariseos se convirtieron en el modelo de la hipocresía religiosa, cuando endilgaban cargas pesadas a sus prójimos sin que aquellos pudiesen levantarlas.  Ante el fracaso rotundo del cumplimiento de la norma no les quedó otra que acudir a la formalidad de la ley. Forma y contenido son el esqueleto de la norma, pero ausente el contenido material quedaba apenas el formato externo de la misma. De esta manera juzgaban a Jesús por quebrantar el mandamiento sobre el día de descanso, por ayudar a un enfermo a sanar, por realizar un milagro asombroso en día de reposo. La mujer adúltera fue presentada ante Jesús, aunque los que la trajeron violaban muchos preceptos legales. Según aquella ley de los judíos era menester presentar a la acusada ante un escenario de juicio, con testigos que atestiguaran sobre su delito. Pero éstos se saltaron todos esos pasos y la trajeron ante el Señor para probarle. La respuesta ya la conocemos, ninguno pudo apedrearla porque ninguno estuvo libre de pecado.

Parece ser que ese es el rasero con el que podemos juzgar: sacar la viga de nuestro ojo para ver la paja en el ajeno. Primero que nada tenemos que ser libres de pecado para poder denunciar el pecado, no podemos hablar mal del adulterio si cometemos adulterio. También nos da la impresión de que la Biblia expone que nuestra justicia debe ser mayor que la que tenían los fariseos; parece simple pero no lo es. Pablo era uno de los tantos fariseos (cuando era conocido como Saulo de Tarso), un ejemplo de probidad en cuanto a conducta humana. Tal vez él hubiese aprobado el examen de Ulpiano, con la acentuación de que cuando perseguía a la iglesia lo hacía en el nombre de Dios y bajo la convicción de que hacía lo bueno. Pero Pablo se describió a sí mismo como fariseo de la tribu de Benjamín, celoso de Dios, pero agregaba que tenía todo su pasado como pérdida, como excremento, como basura.

Pablo estuvo atestado de buenas obras pero no satisfacía la justicia divina. El contraste entre la ley y la gracia es muy evidente, ya que mientras la ley fue introducida para mostrar el fracaso humano en cumplirla, la gracia fue dada en virtud de aquel que cumplió toda la ley sin infringirla en ninguno de sus puntos. Todas las personas que fueron redimidas en el Antiguo Testamento no lo fueron por causa de la ley sino de la gracia. Cuando se oficiaba un sacrificio animal se apuntaba a Jesucristo como al Cordero que habría de venir. Todos los rituales de la ley eran una sombra de lo que había de venir. Abraham, que era antes de la ley, fue justificado por la fe, porque le creyó a Dios y le fue imputado por justicia. Ese es el modelo de la humanidad redimida, por lo cual fue llamado también padre de la fe. Job se sostuvo porque sabía que su Redentor vivía y que se levantaría de los muertos. Son los hijos de la promesa los que alcanzaron la redención en tanto reconocieron al Mesías que vendría para ser el Siervo Justo que justificaría a muchos.

Jesús fue el nombre que se le dio al niño por nacer, de acuerdo a la visión que tuvo José. La razón de ese nombre es por su étimo, ya que significa Jehová salva. En realidad ese Jesús salvaría a su pueblo de sus pecados (Mateo 1:21). Las buenas obras no salvan, solamente la gracia que Dios otorga a quien Él desea otorgarla. No pensemos que Dios cambia de humor y un día amanece con la desgana de redimir un alma; más bien creamos que como Dios inmutable ya todo lo hizo desde los siglos y nosotros somos testigos de su gracia concedida, mientras muchos otros lo son de su desgracia otorgada. Porque Jehová a quien quiere endurecer endurece, como lo hizo con Judas Iscariote, con Faraón, con Esaú, con todos los réprobos en cuanto a fe cuya condenación no se tarda.

¿Por qué, pues, Dios inculpa? Pues ¿quién ha podido resistirse a su voluntad? En realidad el hombre no es nada para discutir con Dios, es apenas una vasija de barro en manos del alfarero. Por eso también se escribió: el que es inmundo, sea inmundo todavía; el que es santo, santifíquese todavía. En otros términos, los que están destinados para la inmundicia no tienen más opción sino seguir su camino, pero los destinados para la separación del mundo tampoco tienen más opción sino seguir su destino.

Jesucristo ha venido a ser nuestra justicia, la única que Dios acepta. Él murió en la cruz por su pueblo, liberándolo de la esclavitud del pecado y de la ley, justificándolo ante el Padre para siempre. Cualquiera que pretenda vivir en esa justicia y añada aunque sea un poco de la suya propia, contamina la fuente y se exhibe como un transgresor de la verdad y miembro del otro evangelio. Ignorar la justicia de Dios implica estar en el lado equivocado, participar del anatema, huir de la redención eterna. Hubo un grupo de personas a quienes Pablo les dijo que oraba por ellos porque eran ignorantes de la justicia de Dios. Pero también es trascendente que quien ignora la justicia divina coloca la suya propia como modelo (Romanos 10:1-4).

Si Pablo oraba para salvación por los que ignoraban la justicia de Dios, no se resistía a la voluntad de Dios al respecto. Nuestra misión es predicar el evangelio a toda criatura, orar aún por los que nos injurian, de manera que oramos por aquellos que andan engañados con el otro evangelio. Les decimos una y otra vez que a menos que sean conducidos a la verdad de la justicia de Dios caerán en el hueco de los ciegos guías que han tenido. La herejía es una de las obras de la carne, quienes la practican no heredarán el reino de los cielos. Insistir con la interpretación privada, bajo la superstición del libre albedrío, de la expiación ilimitada que ha hecho posible la salvación para todas las personas, pero que no salvó a nadie en particular, conduce a la propia perdición.

La denuncia del error no se hace solamente por honrar la verdad, también se hace por amor del que está extraviado. Eso fue lo que dijo Pablo que hacía, cuando pedía por la salvación de aquellas personas que parecían estar cerca de la verdad pero que ignoraban la justicia de Dios. Cristo ha sido llamado nuestra pascua, la única manera de huir de la ira divina y del justo juicio de Dios contra el pecado.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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