Domingo, 12 de mayo de 2019

Cristo fue hecho perfecto de manera que llegara a ser el autor de la salvación eterna para aquellos que lo obedecen. De manera que si alguien fue predestinado para redención eterna deberá andar en la forma que él anduvo. Eso es un rasero muy alto para los mortales pecadores, aunque hayamos sido redimidos. Es decir, no que sea imposible sino que si no habitamos en su doctrina no podremos acercarnos a su semejanza. ¿Cómo podemos obedecer los mandatos de alguien a quien no conocemos? Si no tenemos buena comunión con él, vendremos a ser extraños y alejados de su consejo. En otros términos, no es posible que una persona elegida, una vez que ha sido llamada eficazmente, siga en las transgresiones pasadas.

Esto no quiere decir que no pequemos diariamente, por cuanto el germen del pecado todavía habita en nosotros. Hay dos naturalezas que luchan dentro de cada creyente, la vieja y pecaminosa y la del corazón de carne. El Espíritu de Dios nos anhela celosamente como para dejarnos abandonados en el pecado. Precisamente, la obediencia a Cristo es una muestra o señal de haber sido escogidos para salvación. Ya sabemos que esa obediencia no es un requisito para ser salvos pero sí una consecuencia de nuestra redención.

Primero que nada debemos aprender que Jesucristo, por medio de su obediencia al Padre, a través de muchos sufrimientos, terminó su sacrificio y llegó a ser completamente glorificado en los cielos. Fue de esa manera que llegó también a ser el autor de nuestra salvación, para que seamos obedientes a los mandatos del Padre. Pero esa salvación hecha es eterna, y nació en la eternidad, de acuerdo a los propósitos inmutables de Dios. Si el Padre nos amó con amor eterno, si a los que odió los odió por igual desde siempre (Esaú, Judas, todos los réprobos en cuanto a fe), Jesucristo nos brinda la seguridad de la redención. Jesús no podía fallar en la cruz, debía soportar el castigo por nuestros pescados, por todas y cada una de las faltas de cada uno de los que componen su pueblo (Mateo 1:21). El ejemplo de su obediencia al Padre nos conmina a obedecer sus mandatos, por igual.

Juan nos declara que si hemos pecado tenemos un abogado para con el Padre. Ese abogado o intercesor no alega nuestra inocencia por razones morales que consiga en nuestra vida; tampoco despliega un conjunto de buenas obras para que nos sean tenidas en cuenta como un atenuante en el juicio. Simplemente alega el sacrificio que hizo por los hijos que Dios le dio, por aquellos por quienes rogó la noche antes de ser crucificado. En la figura que usa la Biblia, Jesús nos defiende con el alegato de que nuestra culpa fue pagada en su totalidad en el madero. Además, también dice la Escritura, que el acta de los decretos que nos era contraria fue clavada en esa cruz. Precisamente para eso estuvo preparado el Cordero de Dios desde antes de la fundación del mundo, y si el Padre así lo dispuso, en tanto Dios perfecto, no podría fallar en lo más mínimo. Sin embargo, el hecho de la perfección no le evitó al Hijo el sufrimiento por causa de nuestro pecado. Las dos cosas fueron preparadas, el Cordero desde antes de nosotros ser creados y el que se manifestara en el tiempo en que lo hizo entre nosotros (1 Pedro 1:20).

Jesucristo fue elegido desde antes de la fundación del mundo, para ser destinado como el Cordero de Dios. El verbo griego usado es προγινωσκω (proginosco), el mismo verbo que usa Pablo en Romanos 8 cuando dice: a los que antes conoció, a éstos predestinó. El conocer en la Biblia es no solamente un acto cognitivo sino también una actividad de intimidad. El verbo mencionado en lengua griega significa conocer de antemano, tener comunión con, destinar de antemano (1 Pedro 1:20). También Jesucristo fue pre-ordenado para que fuera un ser humano, para que habitara entre nosotros como el Verbo de Dios. De esa manera, habiendo padecido por nuestros pecados, se convirtió en nuestra Pascua. Todo fue pensado por Dios desde siempre, de manera que aún el evangelio que se anuncia también fue ideado desde la eternidad. Este es un pacto de paz, no de guerra; la sangre del Hijo implica el apaciguamiento de la ira divina contra el pecado de los que redimió. Es un hecho que Jesús no rogó por el mundo (Juan 17:9), más bien lo dejó por fuera de su redención. El mundo por el cual sí rogó fue el amado por Dios de tal manera que le dio a su Hijo (Juan 3:16). El término mundo es relativo en las Escrituras, así como el vocablo todo(s). Si Jesucristo es la propiciación por los pecados de todo el mundo, ha de entenderse esa expresión como una que incluye tanto creyentes judíos como gentiles. De igual manera Juan también escribió que el mundo entero está bajo el maligno, pero que nosotros somos de Dios.  Con esa expresión del apóstol se demuestra, una vez más, que el término mundo no siempre incluye a todos, sin excepción, sino más bien alude a un conglomerado predeterminado que depende siempre del contexto en que aparece. También los fariseos dijeron: Mirad, todo el mundo se va tras él. Sin embargo, pese a esa proposición, los fariseos no eran parte del mundo que se iba tras Jesús.

Uno debe inferir que si el Cordero de Dios estuvo preparado desde antes de la fundación del mundo, el esquema entero de la salvación también fue hecho en esa época. De esta manera entendemos que hay una lista de redimidos, o de personas a redimir, la cual es referida en varios pasajes de la Biblia (Apocalipsis 13:8; 17:8). También se infiere que Adán tenía que pecar porque si no hubiese pecado habría fracasado la predestinación hecha en Jesucristo y en los elegidos. Dios no es un Dios de fracasos sino de aciertos, todo en Él es un sí y un amén. Él no envió a su Hijo para que muriera por toda la humanidad, sin salvar a nadie en particular, a la espera de que los muertos en delitos y pecados se dispusieran a seguir al Hijo cuando en realidad el hombre caído odia a Dios. No hay quien haga lo bueno, no hay quien busque a Dios, no hay justo ni aún uno. Todos se extraviaron, todos están destituidos de la gloria de Dios. No puede el leopardo cambiar sus manchas, así tampoco el hombre habituado a hacer mal podrá inclinarse al bien. Nadie puede ir al Hijo si el Padre no le lleva a la fuerza (ELKO, verbo griego usado en el contexto, como quien arrastra una nave en el mar). En síntesis, el hombre es menos que nada y está muerto en sus delitos y pecados.  Esa es la visión que tiene el Creador respecto a los seres humanos.

Pero la grandeza de lo que decimos, en relación a la gracia de Dios, descansa en el hecho de que se nos proveyó de un Salvador aún antes de que el pecado hubiese entrado en el mundo. Dios todo lo comprendió en su pensamiento, en tanto siempre hace cuanto quiere.   El mérito de la obra humana para la redención queda por fuera, ya que la salvación es de pura gracia y por la vía del Elector. A Jacob amó Dios pero odió a Esaú, su hermano gemelo.  Antes de que alguien se aventurara a suponer que Esaú se perdió por haber vendido su primogenitura, por haber despreciado lo concerniente a su privilegio espiritual, Dios nos advierte en su palabra que lo que Esaú hizo fue consecuencia de la decisión del Ser Supremo. Esa fue la razón por la cual se levantó el objetor en Romanos 9 para pelear contra Dios, al decir que Esaú no pudo nunca resistirse a la voluntad de Dios, de manera que no debería ser juzgado culpable.

¿Qué clase de Dios es éste? ¿Acaso hay justicia alguna en esa forma de actuar a priori? Esas preguntas se las siguen haciendo miles de personas, millones de supuestos creyentes, señalando a Dios como un Ser algo peor que un diablo, alguien semejante a un tirano que coloca la sangre del alma de Esaú (y por ende de todos los réprobos en cuanto a fe) a Sus propios pies. Así pensó John Wesley, célebre predicador y teólogo del metodismo y arminianismo, pero de igual manera razonó Spurgeon, predicador del ala calvinista, cuando en su sermón Jacob y Esaú desdijo de un Dios que actuara en forma semejante.

Concluyamos con la exclamación del salmista: Para siempre será su nombre; será perpetuado mientras dure el sol. En él serán benditas todas las naciones, y lo llamarán bienaventurado (Salmo 72: 17).  Agreguemos lo que el Espíritu le dijo a Pablo que escribiese: Antes que nada, oh hombre, ¿quién eres tú para que contradigas a Dios? ¿Dirá el vaso formado al que lo formó: "¿Por qué me hiciste así?" ¿O no tiene autoridad el alfarero sobre el barro para hacer de la misma masa un vaso para uso honroso y otro para uso común? ¿Y qué hay si Dios, queriendo mostrar su ira y dar a conocer su poder, soportó con mucha paciencia a los vasos de ira que han sido preparados para destrucción? ¿Y qué hay si él hizo esto, para dar a conocer las riquezas de su gloria sobre los vasos de misericordia que había preparado de antemano para gloria, a los cuales también ha llamado, esto es, a nosotros, no sólo de entre los judíos, sino también de entre los gentiles? (Romanos 9: 20-24). Por todo lo dicho, bien vale la obediencia a Cristo.

César Paredes

[email protected]

destino.blogcindario.com


Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 11:26
Comentarios (0)  | Enviar
Comentarios