Domingo, 05 de mayo de 2019

La gente rinde vanamente culto a Dios, cuando enseña como doctrina los mandamientos de hombres. Esa fue una declaración hecha por Jesucristo ante escribas y fariseos, los conocedores de la ley guardada en su forma y no en su fondo.  Acá el Señor coloca dos conceptos claves para que el creyente examine, la doctrina -que es el cuerpo de enseñanzas de Jesucristo- y los mandatos humanos (toda la percepción errónea que se hace en torno a Dios y su palabra). Llama la atención que cuando esto último se prosigue la adoración o culto a Dios resulta en vanidad absoluta.

Aunque las doctrinas hayan sido enseñanzas por los ancianos o doctores, o vengan por aportes de sínodos teológicos, si no se confirma con la ley y el testimonio, no hay garantía de probidad. Incluso, si hay enseñanza bíblica pero producto de una concepción errónea acerca de lo que la Escritura enseña, el conjunto de lo dicho es un anatema. Y esto no es un error que decimos, si recordamos la carta de Pablo a los Gálatas. Poco le importaba al apóstol que él mismo -siendo apóstol de Jesucristo- o un ángel del cielo -no del infierno-, si enseñare un evangelio diferente, debería de todos modos ser considerado anatema (maldito).  Y es que los lobos que dispersan el rebaño vienen disfrazados de corderos, ellos procuran las enseñanzas de la Biblia y a su debido momento comienzan con su interpretación privada.

Ya decía el Antiguo Testamento que el Señor prefiere la obediencia al sacrificio. El culto rendido al Señor, si va acompañado de la desobediencia doctrinal, es vanidad absoluta. La desobediencia doctrinal puede equivaler a lo que advertía Juan: el no habitar en la doctrina de Jesucristo. Si alguno no vive en esa doctrina no tiene ni al Padre ni al Hijo.  Incluso, si alguien le dice bienvenido a alguna persona que no trae esa doctrina del Señor, se hará partícipe de las plagas que acompañan al que anda según mandamientos de hombres.

Lo que fue una sombra de lo que había de venir terminó cuando vino aquello que se esperaba. Es decir, no sacrificamos más animales como ofrenda por los pecados, ya que lo que era una sombra fue anulada cuando vino su contraparte.  Lo que el Nuevo Testamento calla debe ser entendido como el silencio de Dios, no como un permiso divino para hacer lo que se nos parece.  Más bien en esa materia del silencio divino hemos de ir a los mandamientos que el Antiguo Testamento señalaba. Nuestra sinceridad y nuestras emociones no pueden ser superpuestas a lo que enseña la Escritura.  Si la adoración a Dios ha de hacerse en espíritu y en verdad, no podemos alejarnos de ese principio para innovar a partir de las tradiciones humanas.

Los Salmos del Antiguo Testamento son un conjunto de alabanzas a la magnificencia de Dios, más allá de que contengan sabiduría y profecía.  Ellos son corroborados en el Nuevo Testamento en tanto al debido uso en la adoración.  Pablo dice que adoremos a Dios con salmos, con himnos y con cánticos espirituales. Recordemos que esa poesía bíblica es considerada inspirada por Dios y constituye un punto de partida en la adoración de lo que el Señor considera aceptable.  Hay una conexión entre la forma en que alabamos al Creador y la forma en que vivimos, entre lo que le agrada como sacrificio (la alabanza debida) y la justa doctrina que hemos aprendido de Él mismo.

Esa conexión mencionada viene dada por el hecho de habérsenos ordenado no adorar dioses ajenos delante de Él.  No debemos inclinarnos ante ellos, eso lo sabemos, no debemos ni siquiera construirnos ninguna imagen para reverenciarla.  Esto podría ser catalogado como teología monoteísta, lo cual es también enseñanza o doctrina bíblica. Las manos y los labios sirven para la adoración, pero si el corazón de donde mana la vida no está en sintonía con la doctrina de Cristo todo es vano.  Del corazón sale todo (los buenos y los malos pensamientos), por lo tanto el corazón es también racionalidad. Ya lo afirmó Jesucristo, de la abundancia del corazón habla la boca. Interesante que esta expresión vino como colofón de una enseñanza que él dictaba respecto al fruto que da el árbol bueno y el fruto del árbol malo. No hay posibilidad alguna de que un árbol malo dé un buen fruto (una confesión apropiada del evangelio), así como tampoco es posible que un árbol bueno confiese un evangelio malo o diferente.

El buen pastor puso su vida por las ovejas, no por los cabritos.  A unas personas les dijo que no podían ir a él a oír su palabra porque no formaban parte de sus ovejas. Eran cabras y éstas jamás podrán llegar a ser ovejas; las ovejas, por su parte, jamás se podrán convertir en cabras.  Esto nos lleva a la línea de Esaú y de Jacob, mostrada en la Carta a los Romanos.  Resultaba imposible para Esaú llegar a ser Jacob o como Jacob mismo, asunto que en demasía molestó al objetor que allí se levanta.  Podríamos parafrasear a Pablo si seguimos la enseñanza de Jesús: ¿por qué, pues, Dios inculpa a los cabritos? ¿Qué posibilidad tienen éstos de convertirse en ovejas? (El que lee, entienda).

La oveja que ha sido llamada por el buen pastor es custodiada por él para que no se extravíe nunca hacia una doctrina extraña.  De hecho, no conoce la voz de los extraños y sigue siempre al buen pastor.  Aquellas personas que se dicen creyentes pero que andan metidas en doctrinas ajenas a la doctrina de Jesucristo, no pueden ser consideradas ovejas redimidas.  Tal vez sean ovejas que todavía no han sido llamadas por el Pastor, o tal vez sean cabritos que serán echados a un lado.  Lo cierto es que la doctrina es el punto de convergencia entre los creyentes: los buenos árboles darán siempre un fruto bueno, que es la confesión de sus bocas a partir de lo que creen en su corazón. Por el evangelio que confiesa la gente puede ser catalogada como la que sigue a Cristo o como la que sigue al extraño, no hay otra posibilidad.

Ya dijimos que el que sigue al extraño implica que está extraviado de la verdad.  Eso no indica que sea por fuerza un cabrito que será desechado para siempre, ya que pueden existir ovejas que no hayan sido llamadas todavía con el llamamiento eficaz del que hablan las Escrituras.  Primero que nada Dios enseña a sus escogidos y después los envía hacia el Hijo, para que sean recibidos por éste y para que los resucite en el día postrero.  Esa enseñanza que hace el Padre se realiza a partir del evangelio, ya que por el conocimiento que se tenga del Siervo Justo éste salvará a muchos.

Los mandamientos humanos no podrán jamás sustituir los que Dios ordenó para su pueblo.  Aún la adoración está ligada a la doctrina que se tenga. Si usted piensa que Jesús murió expiando los pecados de todo el mundo sin excepción, deberá entender que todo el mundo está salvado.  Pero si hay gente que se pierde debe serlo porque Jesús no murió por todos sin excepción, sino solamente por su pueblo (Juan 17).  Pero si insiste en ese dios extraño, la consecuencia será que usted adorará a un dios hecho a imagen y semejanza del hombre, a un dios impotente que no logra salvar un alma a menos que ella se deje.

Por lo tanto usted no puede adorar al Dios de la Biblia si usted insiste en tener una doctrina contraria a la que enseñó Jesucristo.  En el siglo V de nuestra era la herejía campante se centraba en la persona de Cristo; resuelto ese problema, después de muchos debates e incluso de sínodos eclesiásticos, otras interpretaciones privadas han surgido.  Hoy día, y desde hace ya varios siglos, sigue izando su bandera la herejía que gira en torno a la obra de Cristo. Si anteriormente se consideraba que Jesús no era consustancial con el Padre, ahora se dice que la obra expiatoria de Cristo se hizo en favor de todos, sin excepción.  Esto incluiría a los réprobos en cuanto a fe, de los cuales la condenación no se tarda.  De igual manera ese Jesús habrá expiado por igual a aquellos cuyos nombres no están inscritos en el libro de la vida del Cordero, desde la fundación del mundo (Apocalipsis 13:8 y 17:8).  Podríamos continuar mencionando a todos los Esaú que Dios levantó para el mundo, a aquellos que fueron destinados a tropezar en la roca que es Cristo.  Pero creo que es suficiente para el buen entendedor.

Los que así adoran, mantienen la doctrina de hombres, saben muy bien que siguen al papado.  La iglesia católica ha arrojado maldiciones -desde su Concilio de Trento en el siglo XVI- contra todo aquel que rechace el libre albedrío en los humanos. Agregan ellos que son malditos los que dicen que el hombre no coopera en su salvación, que también serán malditos los que no consideran las obras humanas útiles para esa causa.  Es decir, los que piensan y creen en la expiación ilimitada de la humanidad, hacen filas junto a Roma en la misma creencia.  Pero eso se debe a que Arminio fue un peón papal, un agente al servicio de los jesuitas introducido en las líneas de la Reforma del siglo XVI.  La droga del arminianismo se ha propagado abiertamente, afirmaba uno de los frailes de la época en la que comenzaron la conspiración.

En vista de lo expuesto, ¿cómo puede Dios recibir la adoración de alguien que cree lo contrario de lo que dijo e hizo Jesucristo en cuanto a la redención? Esa adoración equivaldría a la violación del mandamiento que ordena no hacerse imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. El mandamiento que agrega: No te inclinarás a ellas, ni las honrarás … (Éxodo 20: 3-5). Ahora bien, tal vez usted dice que no se inclina ante las imágenes, pero las carga colgadas en el cuello; o tal vez lo que venera es la cruz de plata u oro, de madera o cuero, que cuelga en su muñeca o aún en el pecho. Es lo mismo, si le hace falta una figura o imagen para adorar, aquello es un ídolo en el sentido bíblico. Ya sabemos que lo que se sacrifica a los ídolos a los demonios se sacrifica.

Tal vez usted no necesite de la parafernalia mencionada pero se ha hecho una imagen mental de lo que usted cree que debe ser Dios.  A lo mejor usted piensa como el objetor de Romanos 9, que Dios sería injusto por haber condenado a Esaú de la forma en que lo hizo.  A veces usted piensa que Cristo fue injusto por haber rogado antes de su muerte solamente por los que el Padre le dio sin querer hacerlo por el mundo que dejó por fuera.  Usted tal vez cambie los parámetros bíblicos de la redención y pide a Dios que lo anote en el libro de la vida del Cordero, muy a pesar de que esa no debe ni puede ser nunca la oración de un creyente.  Ese libro ya contiene inscritos a todos los que el Padre quiso anotar desde la fundación del mundo. Podríamos seguir describiendo las demás excepciones que usted presenta ante la palabra de Dios, porque le parece dura de oír;  sin embargo, todo eso no lo lleva sino a la confección de un ídolo, de un dios a su gusto y semejanza, aunque no lo dibuje ni haga escultura de él.

Dios no se agrada del sacrificio de alabanza de aquellos que siguen los mandatos o las doctrinas de los hombres; Él rechaza el fuego extraño en la adoración y ha manifestado en su palabra cómo quiere que le adoren. Una vez más, el que no vive en la doctrina de Cristo no tiene ni al Padre ni al Hijo; por lo tanto, tal persona tampoco tiene el Espíritu de Cristo y no es de él.  Así de simple lo declara la Biblia, la que testifica una y otra vez de lo que acá decimos.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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