Jueves, 02 de mayo de 2019

La palabra de Dios es vida, nos conduce a la santificación por cuanto ella es verdad. La santificación no es más que la separación del mundo, así que en la medida en que nos amistamos con Dios nos alejamos de la mundanalidad. En esa palabra revelada se habla en abundancia de lo que es el evangelio, la buena nueva de salvación. Claro está, el hombre no es el centro del universo, ni el tema básico de la Escritura. Más bien la Biblia nos demuestra que Dios, en tanto Creador, Redentor, Soberano, es el que controla cada detalle de lo que Él hizo.

El objeto de esta creación es exaltar la gloria de ese Dios majestuoso, así como la del Hijo que fue destinado para ser el Cordero que quitaría el pecado del mundo. Pero ese mundo es el descrito en Juan 3:16, el conjunto de personas que Dios amó desde la eternidad. No es el mundo descrito en Juan 17:9, ya que Jesucristo no quiso rogar por él la noche antes de su crucifixión. El vocablo mundo en la Escritura tiene varios sentidos, de manera que hay que mirarlo de acuerdo al contexto en que aparece. Mirad, todo el mundo se va tras él, decían los fariseos; pero ellos eran parte del otro mundo, del que no seguía a Jesucristo. Juan también menciona en una de sus cartas que Jesucristo es la propiciación por los pecados de todo el mundo. Pero recordemos que él mismo fue el autor de lo que aparece en Juan 17:9, en Juan 6: 44, en Juan 10:26, en Juan 10:1-5, y otros textos que refieren a la misma idea. El apóstol se refería a la expiación de Jesús que abarcaba tanto al conjunto de creyentes judíos como al de creyentes gentiles.

Pablo nos habla del evangelio en tanto es el poder de Dios para salvación, aclarándonos que en él se revela la justicia de Dios (Romanos 1:16-17). Esa justicia es la que consiguió Jesús al cumplir en obediencia los preceptos de la ley, cargando de esa manera la pena que esa misma ley señalaba sobre el pueblo de Dios. De esta forma, todo el pueblo de Dios (la iglesia, sus amigos) viene a ser justificado por medio de la fe. La fe es solamente un mecanismo dado también como regalo en el instante o proceso de conversión, que no es más que la regeneración hecha por el Espíritu de Dios.

Si Jesús hubiese hecho la propiciación por los pecados de todo el mundo, sin excepción, toda la humanidad hubiese sido salvada.  Los que afirman que tal cosa hizo Jesucristo en la cruz, pero que cada quien decide su destino y hay muchos que rechazan la oferta de salvación del Señor, no hacen más que suponer bajo la égida de la blasfemia afirmada.  No puede ser pisoteada la sangre del Cordero, de manera que aquellos que aseguran que los que se pierden lo hacen porque desprecian la sangre de Cristo están valorando como indigna la misma expiación. Si Jesús expió los pecados de alguien ya no hay más expiación necesaria para esa persona; si se atribuye a la incredulidad de la persona el hecho de perderse, Jesús pagó también por el pecado de incredulidad. De manera que los que se pierden, bajo el emblema de su incredulidad, no fueron objetos de la expiación de Jesucristo. Afirmar lo contrario implicaría menoscabar lo precioso de la sangre del Hijo De Dios.

De hecho, Jesús afirmó que todo lo que el Padre le daba iría a él, que jamás él lo echaría fuera sino que lo resucitaría en el día postrero (Juan 6: 37). Es decir, cualquiera que se pierde eternamente lo hace porque jamás fue enviado por el Padre al Hijo, porque jamás fue enseñado por Dios para ir a Cristo (Juan 6:45; Isaías 54:13). Hay muchas personas que ignoran la justicia de Dios (Romanos 10:3) y manifiestan que andan extraviadas por el mundo. El que no cree el evangelio será condenado (Marcos 16:16), por lo que cada quien deberá preguntarse qué es en realidad el evangelio. Sabemos que el evangelio es el poder de Dios para salvación, pero es asimismo la buena noticia de Dios para salvar a su pueblo de sus pecados (Mateo 1:21). No es la noticia para salvar a toda la humanidad, sin excepción.  Además, se ha escrito que el hombre caído desde Adán está muerto en sus delitos y pecados (Efesios 2:1), de manera que le es necesario nacer de nuevo (Juan 3:7).  Ese nuevo nacimiento no puede ser realizado por voluntad de varón o de carne, sino que tiene que ser ejecutado por voluntad divina (Juan 1:13). Dios es el que tiene misericordia de quien quiere tenerla, pero endurece al que quiere endurecer (Romanos 9: 15). Sabemos que no es de todos la fe (2 Tesalonicenses 3:2) sino que la fe es un don de Dios (Efesios 2:8). Quiere decir que Dios no da esa fe a todo el mundo pero a quien se la otorga es porque lo ha regenerado para la salvación por gracia.

Se hace imperante para el creyente vivir bajo la doctrina de Cristo, habitar en ella (2 Juan 9).  Si alguien dice creer pero no vive bajo esa doctrina enseñada por Jesucristo, por los apóstoles y demás escritores bíblicos, no es de Dios.  En ese sentido también se ha escrito que no debemos simpatizar con el que no trae tal doctrina, que no debemos darle el saludo de bienvenida como si fuera nuestro hermano.  Más bien se nos advierte contra el castigo que implica esa comunión infructuosa, ya que los que andan en otro evangelio son anatemas.

Hay un evangelio diferente al de Jesucristo, que dice que la persona tiene que cooperar con Dios en el proceso de salvación. A esta actividad se llama sinergia, el trabajo conjunto entre Dios y el hombre. Pero nada más alejado de la verdad, por cuanto el hombre incrédulo anda muerto en delitos y pecados. No pudo Lázaro colaborar con Jesús en el acto de la resurrección, ni el leopardo puede tampoco mudar sus manchas. Ese falso evangelio ha creado un dios impotente, que espera por los fieles para poder redimirlos. Si los muertos no se levantan entonces no puede ese dios cumplir su objetivo. Mediante ese evangelio extraño la sangre de Cristo no alcanzó la expiación de nadie en particular, solo fue una proposición general para toda la humanidad. En realidad, sus predicadores aseguran que Jesús hizo una salvación potencial, no actual. Por medio de esa potencialidad cada quien debe aprovechar la oportunidad para redimirse; pero como quiera que la Biblia es muy clara en lo que afirma, los teólogos del falso evangelio diseñaron un sistema paralelo que hechiza a sus prosélitos.

Gracias a la teología del extraño profeta y del falso maestro, Dios se despoja de su soberanía absoluta por instantes, para dar la oportunidad a cada quien de decidir su destino en base a su libre albedrío. Por esta vía esos teólogos han pretendido conciliar la tesis dualista, la que dice que para que el hombre sea responsable en materia moral le es necesaria una libertad absoluta. Claro está, la Biblia no lo afirma en ningún sentido, más bien prueba todo lo contrario. Es Dios el que inclina los corazones hacia uno u otro sentido, es Él quien ha decidido desde los siglos quiénes son los réprobos en cuanto a fe.

Por esa razón se levantó el objetor en Romanos 9, para decir que Dios es injusto porque condena sin que nadie pueda resistirse a su voluntad. La objeción se hace en pro de la defensa de Esaú, quien no había hecho ni bien ni mal alguno, y aún no había sido concebido, cuando ya Dios lo había destinado como vaso de ira para perdición eterna. ¿Por qué, pues, Dios inculpa? La única respuesta desprendida del contexto es que el hombre no es nadie para altercar con su Creador, que la salvación depende de la elección por gracia, y si por gracia entonces no es por obras, no vaya a ser que alguien se ufane o se gloríe.

Precisamente, el evangelio extraño hace que el hombre tenga de qué gloriarse, ya que depende de su voluntad el cooperar o no con el Espíritu de Dios. Dentro de ese esquema perverso de salvación el pecador hace la diferencia entre redención y condenación.  De igual manera reafirman sus defensores que Jesús no salvó a nadie en particular, sino que hizo posible la redención. Algunos de ellos tienen otras variantes, aunque giran siempre en torno a la decisión particular de cada habitante del planeta. Por esta vía aseguran que Dios vio en los corazones de los hombres quiénes querían tal redención y estaban dispuestos a cooperar, por lo cual los predestinó para tal fin.  La pregunta lógica que surge debe ser la de plantearse para qué predestinar lo que ya es seguro que acontecerá.  Por otro lado, ¿cómo pudo Dios ver a los muertos en delitos y pecados como queriendo la salvación?

Dios no necesita llegar a saber nada, por cuanto es Omnisciente. Dios no tuvo que averiguar nada en el túnel del tiempo, por cuanto todo lo ha predestinado de acuerdo a su voluntad eterna e inmutable. De igual forma es Él el que ha hecho nuestro futuro desde el momento en que se propuso crear este universo. Ninguna persona cuya alma haya sido comprada por la sangre de Jesucristo puede ir a la condenación eterna, de manera que no hay tal cosa como una expiación universal sin excepción. El Espíritu de Dios es de poder absoluto y total, como para que alguien lo resista en su operación de regeneración.  Hay un sentido general de resistencia al consejo de Dios, pero los que tal hacen actúan como lo hizo Judas, el cual estuvo ordenado para que hiciera de esa manera.

Para el evangelio diferente el argumento de cantidad es imperante. Por medio de esa falacia se ocupan de evangelizar a su manera, buscando persuadir a todos cuantos puedan, ya que el número de conversos demuestre el éxito de su dios. La Biblia enseña que Dios es el que añade a su iglesia los que han de ser salvos, que creen solamente los que están ordenados para vida eterna. Pero estos desdichados falsos profetas convierten a cuantos deseen seguirlos hacia el mismo hueco donde ellos van a caer.  Como no creen en la verdad sino que se gozan en la injusticia (la justicia que no proviene de Dios), el Señor les envía un poder engañoso para que crean en la mentira y se pierdan (2 Tesalonicenses 2: 11-12).

Es deber de cada pecador el humillarse ante su Hacedor, para ver si recibe gracia para salvación.  No se nos ha mandado averiguar si somos o no somos predestinados para después llegar a creer, se nos ha dado un mandato general de arrepentirnos y creer en el evangelio.  Pero este mandato es realizado de verdad por los que el Padre ha elegido desde la eternidad, si bien el evangelio sigue siendo anunciado a todo el que lo oye.  No hay otra vía para ir al Padre sino por medio de Jesús, quien es la puerta y al mismo tiempo el buen pastor que dio su vida por sus ovejas.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 10:35
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