La óptica teológica que se tenga forzará la mirada de lo que hace el Dios que cada quien tiene. La providencia de acuerdo a la Biblia es la provisión que hace el Creador sobre todas sus criaturas, a fin de conseguir todo aquello que se propuso. Por ejemplo, Judas Iscariote tuvo que vivir una cantidad de años, en una determinada región, habiendo aprendido una específica lengua, con el fin de poder traicionar al Señor. No se pudo morir cuando era niño, ni pudo dársele la oportunidad de no estar en contacto con los demás discípulos y el Señor en los días en que ejecutaría su traición. Lo mismo podemos decir del Faraón de Egipto, que no pudo nacer en una nación diferente de donde fue colocado como mandatario supremo. Ese Faraón tenía que conocer la lengua egipcia, las costumbres de su territorio y de su gente. Además, fue educado en los asuntos de la administración de semejante imperio. En tal sentido, el Dios de la Biblia fue el proveedor de todas sus circunstancias y características, para poder ejecutar su plan eterno e inmutable.
De igual manera el Dios de las Escrituras proveyó para que Pedro fuera uno de los apóstoles del Señor, de manera que estuviera en los territorios donde se movía Jesús. Él tuvo que conocer la misma lengua en la cual hablaban en aquella región, tuvo la profesión de pescador para forjar su carácter que le mostró con un temperamento particular. Pero no olvidemos el contexto en que aparecieron Pilatos, Herodes, el Emperador Romano, los soldados del Imperio y los judíos del Sanedrín. Todas aquellas personas fueron formadas con ciertos atributos para que se orquestaran de acuerdo a la voluntad de Dios e hicieran toda la iniquidad ordenada contra el Hijo de Dios. Y de los ladrones al lado de Jesús uno tenía que ser redimido mientras el otro seguiría el destino de los réprobos en cuanto a fe, si bien el Señor estaba en medio de ellos.
La providencia de Dios no siempre es para bendición. ¿De qué bendición podría hablarse en el caso de Judas que permaneció poco más de tres años al lado de Jesús, siendo uno de sus discípulos? El Señor dijo de él que habría sido mejor que no hubiera nacido, cuando exclamó un ay por el hijo de perdición. Y el Faraón no tuvo ninguna bendición con Moisés a su lado tantos años, más bien este último fue el instrumento de la ira de Dios contra la impiedad del monarca egipcio. De igual manera podríamos hablar del rey Acab, el cual fue engañado por un espíritu de mentira enviado por Jehová a los profetas que lo aconsejaron para que fuera a la batalla donde habría de morir (pero que él pensaba ganar para seguir viviendo en consecuencia).
En cambio, para los que a Dios aman, todas las cosas les ayudan a bien. Es decir, este tipo de providencia del Señor es favorable para todos aquellos que han sido llamados de acuerdo a su voluntad o propósito (Romanos 8). En ocasiones el impío piensa algo en contra de las ovejas del Señor, pero aquello pensado es transformado en bien para los hijos de Dios. Tal es el caso de José, cuando fue vendido como esclavo para Egipto por sus odiosos hermanos. La oración es uno de los mecanismos ideales para encontrar aquella providencia eficaz que da orden a la vida, a la mente, a las circunstancias, de tal manera que obtenemos lo que necesitamos y somos bienaventurados al recibir como providencia lo que hemos solicitado delante de Jehová.
Dentro del otro evangelio, el de los falsos profetas, el de los lobos disfrazados de corderos, el de los que siguen al extraño (Juan 10:1-5), existe la visión de un Dios que creó el mundo con leyes naturales y con criaturas morales que poseen libre voluntad. Esa visión supone también a un Dios que otorga cierto control en las manos de cada criatura para que en forma dualista coexista la libertad frente a la responsabilidad moral. Dios, como un Caballero, interviene en la vida de las personas siempre que éstas lo pidan y lo deseen libremente. Los desastres de la naturaleza acontecen por leyes naturales, mientras Dios pareciera estar retirado de esos eventos.
El evangelio extraño propone que el Todopoderoso conoce de antemano todas las opciones que cada persona podría hacer, para de esta forma acometer sus planes de acuerdo a lo que los hombres harán y fijar así su propósito eterno. De esta manera el futuro estaría fijado por la voluntad humana, antes que por el Creador. La criatura es soberana en sus actos y se entiende que Dios como Caballero debe respetar la voluntad de los hombres en cualquier materia que ellos decidan. En especial, en lo que respecta a la eternidad, el hombre es el maestro de su destino, el que al tomar cualquier decisión elige lo que tendrá como recompensa. Resulta natural que ese Dios extraño haya enviado a su Hijo a morir por todos, sin excepción, de manera que los predicadores de su religión le digan a cuanto prosélito ellos anhelen que Él los ama a todos por igual. Por esta vía, el ser humano ejerce su libre albedrío y toma la decisión de seguir o no seguir a Cristo. A esta premisa se le añaden varias derivadas, la persistencia en el camino al cielo, las buenas obras del testimonio, el repetir la misma doctrina de demonios aprendida. Dios no podría ajustar ninguna acción providencial a su propio arbitrio, porque eso significaría haber desconocido el futuro que vio en su túnel del tiempo en cuanto a lo que harían sus criaturas.
Entre la tensión presentada por causa de la soberanía absoluta de Dios y la necesidad dualista de que el hombre sea libre para asumir su responsabilidad moral, los jesuitas en su guerra contra el Cisma del Catolicismo propusieron la tesis de la Ciencia Media. Tal vez inspirados en Aristóteles y su Justo Medio, Juan de Molina creó este artificio que llegó a ser conocido como Molinismo. Molina propuso que Dios se despojaba de su soberanía en forma voluntaria, con el fin de que sus criaturas tuvieran absoluta libertad para decidir libremente su destino eterno. De esta forma pretendía resolver el conflicto entre la salvación por obras y la salvación por gracia absoluta. Era un acercamiento entre ambas tesis y una conciliación entre la tesis católica romana de las obras por medio del libre albedrío y el planteamiento de la Reforma de la redención por la gracia del Elector. Demás está decir que lo que la Reforma planteó en esa materia estuvo fijado a partir de las Escrituras.
En el terreno del libre albedrío, la humana decisión invoca algunas razones para escoger una determinada proposición o para tomar un particular camino. Las razones planteadas para tomar una determinación podrían ser las mismas para decidir lo contrario. Dos sujetos pueden tomar decisiones contrarias en base a las mismas razones en ambos, pero incluso podrían tener razones diversas u opuestas para tomar una decisión común a ambos.
En el otro evangelio el amor de Dios por todas las personas, sin excepción, presupone como cualidad de la justicia divina el hecho de dar iguales oportunidades a los hombres. Aquello de decidir en la eternidad en base al Elector y no a las buenas o malas obras de los hombres, no se considera justo. Eso sería una obra de un dios-diablo, de un dios-tirano, pero nunca de un Dios de misericordia. Así lo han dicho y repetido los teólogos del falso evangelio, del maldito evangelio como lo llama Pablo. Dentro del plano histórico de la humanidad, vemos que todos los seres humanos han caído bajo el pecado, de manera que si Dios aplicara nada más que su justicia todos seríamos condenados. Pero la justicia de Dios junto a su misericordia es lo que ha dado la salvación eterna a su pueblo. Justicia por cuanto Jesucristo el Justo fue el que la procuró al cumplir toda la ley. De igual forma fue Jesucristo quien representó en el madero a todo su pueblo (Mateo 1:21) y no al mundo (Juan 17:9), imputándosele a él nuestros pecados y dándonos el Padre a nosotros la justicia del Hijo (Cristo, nuestra pascua). La misericordia estuvo presente en cuanto a que por su soberana voluntad Dios nos escogió en Cristo para buenas obras, pero nos escogió desde antes de la fundación del mundo.
Este último punto, el no histórico sino eterno, es el que molesta en grado sumo a los predicadores del evangelio diferente. Ellos no toleran la soberanía absoluta de Dios para elegir de acuerdo a su voluntad los vasos de misericordia que Él mismo preparó para la alabanza de la gloria de su piedad y favor en sus escogidos. Con más fuerza rechazan el hecho de que haya preparado vasos de ira para vergüenza eterna, para castigo en el infierno de eterna condenación, sin mirar en sus obras buenas o malas. Rechazan el que Dios haya hecho esto desde antes de la fundación del mundo. En otros términos, estarían dispuestos a aceptar el amor eterno de Dios por Jacob, pero jamás dejarían a los pies del Creador la sangre del alma de Esaú, como bien lo expresó Spurgeon. Este príncipe de los predicadores protestantes-calvinistas se quejaba de un Dios que decidiera por el alma de Esaú sin mirar en sus obras, por lo cual llegó a decir que su alma se estremecía, se rebelaba, contra la idea de poner a los pies de Dios la sangre del alma de Esaú. En realidad Spurgeon hacía fila con el objetor de Romanos 9 (poco importa todo lo que predicó en contra de la doctrina de Arminio, si al final hizo las paces con los arminianos inconsistentes, con John Wesley, con el objetor de Romanos levantado por el Espíritu a través de Pablo. Spurgeon se rebelaba en realidad contra el Espíritu de Dios ). Este predicador pretendía demostrar que Esaú se perdió por su propia decisión, por vender su primogenitura y por un gran etcétera de pecados.
Si Dios hubiese escogido para salvación a todos por igual, el infierno no tendría ningún sentido mencionarlo. La providencia de Dios no puede confundirse con la bendición que Él prodiga a los que ama eternamente. No hay tal cosa como una gracia genérica en la que la humanidad se mueve, porque eso sería negar la voluntad eterna en el Creador en cuanto al amor por sus escogidos y en cuanto al odio por sus reprobados. Pero Dios provee sobre todos los seres humanos las cosas pertinentes para que en su desarrollo cumplan el guión que ha sido prefijado desde el principio. El sol sale sobre justos e injustos, como una muestra de su providencia. El evangelio se anuncia por doquier, a casi todas las personas, para cumplimiento del mandato divino; se dicta por igual el llamado para que crean y se arrepientan, sin que se presuponga una habilidad estándar y natural en cada criatura humana. Es el deber ser lo que nos embarga a todos por igual, pero el querer y el hacer es producto de la buena voluntad de Dios. Buena es aquella voluntad para Él, pero también para sus escogidos. Para los demás, los que son parte del mundo por el cual Jesús no rogó la noche antes de su expiación, la voluntad de Dios es una desgracia y su evangelio una mala noticia.
De todas formas, no se nos ordena averiguar primero si somos o no somos predestinados para salvación, sino se nos pide creer en el mensaje completo del evangelio. Por lo tanto es una mentira bárbara la de los predicadores del evangelio extraño cuando aseguran que Dios amó a toda la humanidad, sin excepción, diciendo también que Cristo murió por todos por igual. Con esa manipulación consiguen sus adeptos y los hacen doblemente merecedores del infierno eterno. Esto acontece porque los ciegos predican a los ciegos para caer ambos en el mismo hueco. Si se anuncia el evangelio hay que anunciarlo con todo el consejo de Dios, como lo hacía Pablo y como lo hicieron Jesús y todos sus apóstoles que lo siguieron hasta el fin.
César Paredes
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