Pablo en su Primera Carta a los Corintios les asegura a los hermanos que los injustos no heredarán el reino de los cielos. ¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No os engañéis: que ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los calumniadores, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. Y esto erais algunos de vosotros, pero ya habéis sido lavados, pero ya sois santificados, pero ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios (1 Corintios 6:9-11).
Este conjunto de personas mencionados por el apóstol representan una lista que puede ser agrandada. De hecho lo dijo en otra carta, cuando añadió: y cosas semejantes a éstas. Es decir, hay una cadena del mal, de las obras de la carne, la cual parece no terminar. Todos sus eslabones pertenecen al rango de la injusticia, pues para Dios toda injusticia es pecado y todo pecado representa una violación a su ley. Esta mención de Pablo es muy importante también para nosotros en esta época del mundo en que vivimos, ya que somos tentados de muchas formas y con el auxilio de la tecnología.
La generación nuestra es una generación transgresora. Dependemos de los teléfonos inteligentes con la característica de una comunicación atrofiada con nuestros semejantes, interrumpida por lo que consideramos más importante: la información de la información. De alguna manera somos el fiel cumplimiento de la profecía de Daniel, cuando habló de los postreros tiempos marcados por el correr de un lado para otro y por el aumento de la ciencia (que en hebreo está expresado con dos términos que implican informar sobre la información). Tal vez digamos que amamos a Dios, pero como los viejos corintios pudiera ser que no lo amamos. Es el amor del mundo lo que se nos ha metido hasta los tuétanos, si bien la religiosidad disimula esa pasión por lo que es contrario a Dios. Si parodiamos a un poeta, diremos que la TV nos permite asistir a la iglesia mientras tomamos un ron.
Ahora los legionarios de los teléfonos inteligentes envían versos de la Biblia porque consideran que eso es evangelizar, a lo mejor ayudan a otro que está ausente de Dios. Es decir, mientras veo mis comedias favoritas, o escucho la canción que me agrada, evangelizo y doy aliento espiritual a los que conozco. De esa manera el amor por las cosas del mundo pasa revestido de religión, mientras se sigue alejado de la doctrina de Cristo. La vanagloria de la vida, los deseos de los ojos y los deseos de la carne, son el objeto del creyente atrapado en los tentáculos del oficio mundano. La apariencia de bondad es ante todo un show, un espectáculo que se muestra en las sinagogas donde cada domingo se perfecciona el ritual de la limpieza del alma. Es como si cada creyente fuese un actor excelente de la vieja escuela de fariseos. Y pensar que hay gente que va a la iglesia a vender ropa, joyas, pasajes para Israel, comida en general, pólizas de seguro, o a entregar cartas de identificación relacionadas con su profesión. En esa nueva hermandad resuelven su economía del día a día y el baño de fe es un barniz que disfraza la inmundicia del alma.
La pregunta que hace Pablo es más que retórica, cuando les dice a los corintios que los injustos no heredarán el reino de Dios. Les dice también que no se engañen, porque el problema es la combinación de esos dos elementos, el mundano y el eclesiástico. Ese fuego extraño que tanto odia Dios es el que en muchas ocasiones se ofrece en cada actividad eclesiástica, es lo que se carga en cada corazón que practica tal injusticia. La paciencia de Dios es grande, pero cuando demuestra su severidad para castigar nadie puede refugiarse. Además, hermanos, os declaro el evangelio que os prediqué y que recibisteis y en el cual también estáis firmes por el cual también sois salvos, si lo retenéis como yo os lo he predicado. De otro modo, creísteis en vano. Porque en primer lugar os he enseñado lo que también recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras (1 Corintios 15:1-3).
Aparte de la conducta deseada contra toda injusticia, Pablo les asegura a la iglesia que es necesario retener el evangelio que él ha predicado. Recordemos que los apóstoles enseñaron el evangelio de Jesucristo, el mismo que él repetía ante las personas que lo seguían. Jesús dijo que nadie podía ir a él a no ser que el Padre lo trajera; también aseguró que todo lo que el Padre le daba vendría inevitablemente a él, y él no lo echaría fuera. La noche antes de su crucifixión oraba al Padre y le decía que le agradecía por los que le había dado, porque eran del Padre, pero que no oraba por el mundo. Es decir, Jesús no murió por todo el mundo, sin excepción, sino solamente por los que el Padre le dio y le daría. Ese es el evangelio conforme a las Escrituras, el cual hay que creer para ser salvo, del cual no se puede dejar de creer porque se demostraría que no se ha llegado a ser verdaderamente salvo.
En tal sentido también enseñó Jesús que él era el buen pastor que daba su vida por las ovejas que le eran propias. Agregó que esas ovejas suyas no se irían jamás tras el extraño, porque no conocen esa voz extraña. En otras palabras, el Señor aseguró que el que dice creer y seguirle a él como oveja pero que se vuelve hacia una doctrina extraña a su evangelio, no ha sido nunca una de sus ovejas. Sus ovejas verdaderas tienen el sello de nunca escuchar al extraño, las otras supuestas ovejas son en realidad cabras monteses. Al menos hasta que no se crea en el evangelio enseñado por Jesucristo no se puede demostrar que se es oveja. Por presunción toda la humanidad caída parece por sus acciones ser cabra, pero hay cabras que se disfrazan de ovejas, aunque hay ovejas que todavía no han sido llamadas por el buen pastor. La condición de oveja precede a la salvación (Juan 10:26).
Es menester velar y orar para no caer en tentación. Si miramos a los antiguos profetas, como Elías o Jeremías, Isaías, Oseas o Amós, entre tantos otros, veremos que al igual que Juan el Bautista aquellos profetas parecían gritar un clamor en el desierto. Tal vez sintieron la soledad que el creyente percibe del mundo al que no pertenece, tal vez pensaron que andaban solos en esta vida. Elías preguntó si él era el único que había quedado, mientras Isaías se preguntaba quién había creído en el anuncio del Señor y que él también hacía. El creyente está a menudo en la actividad de Juan el Bautista, haciendo clamores en el desierto. Casi nadie oye nuestra voz, a no ser que se acompañe del ritmo que propone el mundo. Por esa razón muchos intentan combinar el fuego extraño con el sagrado, para ser atractivos a esa gran masa que el Señor parece dejar por fuera. Pero esos creyentes incluyen más personas que el Señor mismo, ellos parecieran tener un amor mayor que el que tiene Dios.
En tal sentido procuran en su desvarío teológico darle la mano a Esaú, mientras hay otros que hasta han llegado a orar por Satanás, en una oración intercesora ante el Señor, pidiendo por su arrepentimiento. La locura parece ser libre, de manera que no nos extrañan las múltiples combinaciones entre el bien y el mal, entre el fuego santo y el extraño. Estos son de los que salen a decirle a la gente que Dios los ama, que tiene un maravilloso plan para su vida, que solamente deben ser flexibles y darle una oportunidad para que Dios demuestre sus maravillas. Con este argumento llegan a conseguir adeptos que son entrenados domingo a domingo en la teología del otro evangelio. Ese evangelio diferente no es el que es conforme a las Escrituras, pues cualquiera que desee razonar puede darse cuenta del error, si lee la Biblia y compara ambos evangelios.
La injusticia es cualquier transgresión a la ley de Dios. Los creyentes que continúan en el mundo serán castigados para corrección y su obra será pasada como por fuego. Sin embargo, Pablo asegura que los que edificaron sobre el fundamento que es Cristo serán salvos como de un incendio. Pero de nuevo, debemos cuidar esta salvación con temor y temblor, a fin de no recibir la justa ira de Dios que se viene sobre los hijos de desobediencia. El que ha sido redimido por la gracia de Dios (que es la única vía) demostrará que posee el corazón de carne que ama el andar en los estatutos del Señor. Los que practican el pecado y dicen creer el evangelio demuestran que apenas lo han oído y no les ha amanecido Cristo.
Mientras David se volvía al pecado en sus caídas que tuvo nunca llegó a apostatar de Dios. La apostasía implica asumir una doctrina diferente a la de la Biblia, como aquello que Pablo le dijo a Timoteo acerca de que en los postreros tiempos algunos se apartarán de la fe. El ejemplo que colocaba el autor de Hebreos al respecto era el pecado voluntario, en particular el de pretender volver a crucificar a Cristo. Ese autor dirigía su texto a toda la iglesia pero en especial a los creyentes hebreos, aquellos que seguían judaizando en la congregación. Ellos aceptaban el sacrificio de Cristo como válido pero pretendían que muriera otra vez, como si al sacrificar un palomino o un cordero el símbolo de lo que hacían continuara siendo una sombra de la muerte del Señor. Ya la sombra había quedado atrás, al haber venido el Cordero preparado desde antes de la fundación del mundo, por lo que no quedaba más remedio para el pecado sino su sangre y sacerdocio eterno.
Si los injustos no heredarán el reino de los cielos, Dios nos ha declarado justos en su justicia que es Jesucristo. Vivamos conforme a sus mandatos para demostrar que lo amamos.
César Paredes
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