Viernes, 12 de octubre de 2018

El que se diga y se afirme que Dios tiene libre albedrío para actuar como quiera no implica que en su actuar haya contingencia alguna. La contingencia es vista como la posibilidad de que algo suceda o no suceda, de que algo se dé o no se dé. Es inherente y necesario a la especie humana el pensar, el tener ojos para el sistema de la vista, el olfatear y las demás características propias que definen al ser humano. Podríamos hablar del alma, pero como algo intangible no lo mencionaremos para la ilustración del ejemplo. Decimos que es contingente que los ojos humanos sean verdes, azules, marrones, oscuros, claros,  negros. Es decir, lo que puede o no puede darse es algo que no es necesario.

Siendo Dios un Ser que no cambia, cuyo conocimiento es perfecto y que ha pensado todas las cosas perfectamente, que no tiene pasado ni futuro, que no está sometido al efecto del tiempo, todo lo que Él hace es necesario. La Biblia dice que en Él todo se da como un Sí y un Amén, de manera que no hay lugar para que algo pueda o no pueda suceder. Dios es bueno por definición, de manera que esa cualidad de bondad le es necesaria. No podríamos decir que en virtud de su libre albedrío es bueno a veces pero que en ocasiones es malo. Eso sería contingencia y por lo tanto una contradicción con lo que acabamos de afirmar. Si sus promesas son un Sí seguro, jamás podríamos suponer que pudieran no cumplirse, en cuyo caso tendríamos que hablar de contingencia en sus actos.

De la misma forma, cuando decidió que su Hijo iría a la cruz para expiación de todos los pecados de su pueblo escogido desde la eternidad, no escogió una entre muchas posibilidades. La libertad inherente a su Divinidad no lo ata a la cualidad de la contingencia. La Biblia no nos da pie para la elucubración artificiosa de distintos medios de salvación, en los que el Soberano Dios escogió la opción del Cordero expiatorio. El Hijo en la cruz fue una necesidad simple y absoluta, no una posibilidad entre muchas vías de reconciliación.

Si la expiación pudo ser realizada por otras medios y maneras, esto dejaría lugar para que la humanidad esperara otros artificios colaterales al sacrificio del Hijo. Se diría que en aquellos lugares donde jamás se escuchó una palabra del evangelio podrían ser socorridos por esas otras maneras de redención barajadas por el Padre Eterno. Mal piensan los que pretenden exaltar la soberanía del libre albedrío divino a expensas del sacrificio de la necesidad absoluta de la expiación de Jesucristo. Eso equivale a lanzar elogios sublimes ante el Ser Supremo para moverlo hacia los espacios de la contingencia. Allí habría un disimulo, una sutileza que pretendería degradar la vía exclusiva que tiene el Todopoderoso para la redención de su pueblo.

El que Dios no peque ni pueda ser tentado no lo hace menos poderoso por cuanto haya una cualidad de no poder en su obrar. De igual forma, el que Dios sea soberano en su necesidad de la redención propuesta no transforma su libre albedrío en esclavitud. El sacrificio de Cristo propició al Dios ofendido, o a la Deidad ofendida, hizo posible el apaciguamiento de la ira divina contra el pecado de su pueblo. La necesidad de la expiación fue tal que ha sido la única manera de demostrar Dios su amor por sus escogidos, con el perdón de los pecados por intermedio del Mediador que es el Hijo. Y precisamente esa necesidad no transgrede su libertad, sino que más bien abre la compuerta a su libre gracia. Dentro de esa misericordia exhibida somos animados a acercarnos confiadamente, para hallar el favor necesario para el oportuno socorro.

Dado que el conocimiento de Dios es infinito y que su naturaleza es perfecta, es de concebirse que desde siempre (la eternidad) ha pensado lo concebido como la forma idónea de expiar el pecado y de reconciliar a su pueblo con Él mismo. ¿Cómo puede alguien siquiera pensar o imaginar un método distinto (contingente) del que es estrictamente necesario? Asimismo debemos asumir que si miles y miles de personas pasan con la muerte física a un lugar de eterna felicidad o de eterno dolor, esa provisión hubo de ser pensada y decretada desde siempre. No pudo ser de otra manera, no pudo haber un castigo más mitigado por la ofensa ni una gracia más elevada para su favor. Conocidas son a Dios todas sus obras, desde la eternidad (Hechos 15:18). En él también recibimos herencia, habiendo sido predestinados según el propósito de aquel que realiza todas las cosas conforme al consejo de su voluntad (Efesios 1:11).

El que Dios tenga por fuerza infinita sabiduría no hace que conozca infinitas formas de expiar el pecado. Esa suposición de que hubo muchas maneras de expiar la transgresión humana conduce a la banalidad de la falta, de igual forma abre un abanico de posibilidades que degradan el acto de la cruz de Cristo. Es decir, apelar a la infinita sabiduría de Dios para sugerir que pudo escoger entre muchos métodos de salvación hace menos importante el Calvario, al que pretenden substituible por otro mecanismo de redención. El plan de Dios prefijado desde siempre es normalmente mencionado en la Biblia como su voluntad, su decreto, su propósito, su placer, su preordinación, su consejo o su pensamiento. Llegar a decir que es contingente cualquiera de estas denominaciones dadas a su plan inmutable, equivale a rebajar el atino de la perfección del Creador al escoger la única vía de redención para la humanidad.

Si  damos por ciertas las palabras de Daniel 4:35, acerca de que los habitantes de la tierra son como nada y que Dios hace según su voluntad con el ejército del cielo y con los habitantes de la tierra, que no hay quien detenga su mano ni quien le diga: ¿Qué haces?, podemos parafrasear también esta última parte diciendo que no hay quien le diga: Has podido expiar la culpa humana de otra manera. Si en verdad no hay más Dios aparte de Jehová (revelado en las Escrituras), si es Él quien todo lo ha anunciado desde la antigüedad, si se ha presentado como Dios justo y Salvador (Isaías 45: 21), ¿cómo puede haber gente que se atreva a sugerir que pudo haber otra forma de expiación por el pecado? Ni en virtud del libre albedrío ni de la infinita sabiduría de Dios pueden ocultar la intención circunstancial de desviarnos de la única forma posible de redención.

De acuerdo a la Biblia, Dios imputa su justicia a su pueblo escogido. Y esa imputación es absolutamente necesaria, no contingente; además es de pura gracia, no por obras. Podríamos decir que si es necesario no es contingente, de otra manera lo necesario no sería necesario. Y si contingente, no es necesario, de otra manera lo contingente no sería contingente, en una paráfrasis de Romanos 11:6. Tal vez algunos ven este tema como de alta teología, como si el creyente común no pudiera discernir; para ello alegan, como ha sido habitual, que Pedro también dijo de Pablo que escribía cosas difíciles de entender. Sin embargo, los que así argumentan se olvidan de lo que el apóstol Pedro añadió: que tales cosas son torcidas por los indoctos e inconstantes. Esa expresión de Pedro es una clara admonición contra la perversión de torcer las Escrituras, aduciendo para ello la dificultad de las mismas.

El hombre está sometido a una deuda por el pecado contra el Gobernante Supremo del universo. Los pecadores son llamados deudores (Mateo 6:12), enemigos de Dios (Colosenses 1:21) y culpables (Romanos 3:19). Para poder alcanzar la redención se ha hecho necesaria la cancelación de la deuda, la amistad con Dios y la remisión de la culpa. Como la satisfacción de la pena debe equivaler a su dimensión, se hacía necesario un Cordero sin mancha que fuese tenido como la justicia de Dios. La paga del pecado es muerte, de manera que la muerte eterna será su consecuencia. En Jesucristo tenemos la sustitución de ese castigo, habiendo él padecido en su cuerpo por nuestras rebeliones. Por su llaga fuimos curados, como afirmara el profeta Isaías. Cristo fue la satisfacción por el pecado nuestro, asumió el castigo en nuestro lugar, en la medida en que fue sin pecado y padeció hasta la muerte. Dios Padre aceptó tal satisfacción por nuestra deuda y remitió nuestro pecado y castigo.

El sacrificio vicario de Jesucristo fue sustitutivo en favor de su pueblo o de sus ovejas, las que son también llamadas sus amigos o su iglesia. Esa es una gracia inconmensurable para nosotros, pero es una gracia que conlleva igualmente satisfacción para la justicia divina requerida por la infracción contra la santidad de Dios. ¿Cómo podría alguien en su sano juicio teológico llamar a esta gracia contingente? ¿Acaso pudo haber algo parecido o equivalente en la mente del Creador para poder considerar el trabajo de Su Hijo como contingente? Jesucristo como Mediador es un pacificador, el que elimina la enemistad entre las partes y nos reconcilia con Dios. Pero esa eliminación de la enemistad no fue tan sencilla, no consistió en retórica legal de la defensa, sino que tuvo que cumplir con la condición de Cordero sin mancha para la expiación. El fue, en otras palabras, el sustituto de nosotros, su pueblo, tomando en su cuerpo los azotes y penas por nuestros pecados.

Con el sacrificio del Hijo el Padre nos muestra varias cosas importantes de la redención. Una de ellas es que hay una equivalencia entre el tamaño del pecado y el tamaño de la expiación. Otro hecho importante es que no había posibilidad alguna de otro sustituto, dado que toda la humanidad quedó fuera de calificación para tal propósito. Tenía que venir Dios hecho hombre, el que habitó sin pecado entre nosotros, para procurar la satisfacción total por semejante expiación. El Dios que todo lo sabe desde siempre no pudo ser contingente en su otorgamiento de gracia, simplemente le era necesaria la sangre del Hijo para la remisión de pecados.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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