Como sujeto pasivo es el hombre en las manos del Todopoderoso. ¿De qué se gloría el hombre si todo lo que tiene le ha sido dado? ¿Por qué Dios inculpa, si nadie puede resistir su voluntad? Esas interrogantes surgen de los asignados para vida eterna y de los colocados para tropezar en la roca de la eternidad. Así lo anuncia la Escritura, que todos cuantos fueron asignados (ordenados) para vida eterna creyeron (de acuerdo al libro de los Hechos), lo cual implica que todos cuantos hayan de creer lo hacen porque para eso fueron asignados u ordenados (Hechos 13:48). De igual forma enuncia que los desobedientes llegan a tropezar con la roca que los edificadores rechazaron, la piedra angular (cabeza del ángulo), una piedra de tropiezo y de ofensa para los que desobedecen la Palabra, que son los que fueron colocados (apuntados) para la desobediencia y el tropiezo (1 Pedro 2:7-8).
Los textos mencionados respectivamente presentan dos verbos en lengua griega muy particulares: Tasso (τάσσω) ordenar, prescribir, colocar en orden, y Títhemi (τίθημι) colocar, depositar, asignar, poner, establecer, disponer, ordenar, hacer que ocurra. Esa es la razón por la cual son traducidos en forma similar cuando los leemos en la Biblia en ciertos contextos. La idea presentada en ambos verbos refiere al hombre como sujeto pasivo, alguien que es susceptible de ser colocado en uno u otro lugar. Sabemos que el contexto de los textos mencionados propone a Dios como el que ejecuta o realiza la colocación, la asignación y la disposición del hombre. Es por esa razón que se ha levantado el objetor de Romanos 9, para darnos claridad en cuanto a la fuerza del Soberano Dios que odia y ama desde la eternidad a criaturas distintas.
Conocemos el enunciado referido a Jacob y a Esaú, razón por la cual a este último le ha salido un defensor: ¿Por qué, pues, Dios inculpa? La defensa propuesta establece en forma implícita que Esaú no debería ser juzgado por cuanto no tuvo ningún chance, ninguna oportunidad de hacer lo contrario para lo cual fue apuntado. Fue creado como el Faraón de Egipto, para que Dios muestre en él su poder y justicia por el pecado, fue colocado como el desobediente del cual nos hablara el apóstol Pedro. Si Esaú tenía que tropezar en la roca desechada por los edificadores, lo demostró en forma palpable al vender su primogenitura. Tuvo a menos la bendición de su padre y prefirió saciar el apetito voraz que sentía; el intercambio es altamente simbólico, un plato de lentejas por la bendición eterna. En eso estima el impío su alma, más allá de que haya sido puesto para que así piense y así se rebele contra Dios.
La expiación de Jesucristo parece apoyar la tesis descrita en la Biblia, que el Padre ha escogido a quienes quiso desde la eternidad para darles vida. Jesús vino a salvar a su pueblo de sus pecados, no rogó por el mundo sino solamente por los que le fueron dados. Por eso dijo que todo lo que el Padre le daba vendría a él, y todo aquel que viniese no lo echaría afuera (Juan 6:37). Y añadió que nadie es capaz de ir a él, a no ser que el Padre le diera ese regalo (Juan 6:65). A pesar de esa insistencia en la Biblia, todavía hay quienes insisten en que pueden añadir algo a la justicia de Cristo. Ellos dicen que el Señor hizo su parte en la cruz pero que ahora le toca a la humanidad hacer la suya.
La teología de la predestinación nos confronta con el Dios soberano que hace como quiere. Cierto es que hará lo que es justo, pero a muchos incomoda el que sus destinos hayan sido determinados desde la eternidad. Aferrarse al libre albedrío ha venido a ser una superstición que les seduce el alma, por lo cual perecen en su soberbia. En el universo cristiano los fieles deberían interesarse por lo que las Escrituras enseñan del Dios que está en los cielos y que ha hecho todo lo que ha querido. Ese Dios ha dicho que no hay otro Dios con Él. El mata y da vida, hiere y sana, y no hay quien de su mano libre (Deuteronomio 32:39).
La Biblia no dibuja a un dios débil que depende de la voluntad humana, que salva si usted quiere, que es como el genio de la lámpara para conceder deseos. Es el Dios que mata y mantiene vivo a quien quiere, el que da riquezas o el que da pobrezas. Es el que levanta al pobre del polvo y lo sienta con los nobles. Aún la suerte se echa en el regazo, pero de Jehová es su decisión; el corazón del rey está inclinado a todo lo que el Señor desea (Proverbios 16:33; 21:1). El hombre natural se ocupa de la carne, no recibe las cosas que son del Espíritu de Dios sino que le parecen una locura.
Quiso Dios salvar al hombre por medio de la locura de la predicación de ese evangelio que es su poder para redimir. Por supuesto, el Cristo crucificado es locura y tropiezo del mundo, de los que reclaman señales y sabiduría. La sabiduría de Dios, que es Cristo, no es comprendida en la mente que está acostumbrada a hacer el mal. Si el leopardo no puede quitar sus manchas, tampoco puede el que está habituado al pecado redimir aunque sea un poco su alma. Es por ello que el Buen Pastor puso su vida por sus ovejas, las cuales conoce y llama por su nombre; no colocó su vida por los cabritos, a quienes dirá que nunca los conoció. Las ovejas de Cristo no serán jamás arrebatadas de sus manos (Juan 10:26-28), aunque el lobo las disperse y las destruya temporalmente en este mundo. A muchos el diablo entregaría a la cárcel, dice el libro de Apocalipsis, pero como Esteban que fue apedreado por el testimonio también habrán de ver los cielos abiertos y su trono.
Jesucristo murió por los pecados de su pueblo, de acuerdo a las Escrituras. Si hubiese muerto por toda la humanidad, sin excepción, eso hubiera implicado que hubiese redimido a Judas, a Faraón, a Esaú, a cada réprobo en cuanto a fe. Aún el hombre de pecado, el inicuo del que habla la profecía, hubiese sido alcanzado por la universalidad de la expiación. Pero en la economía divina no hay despilfarro alguno del esfuerzo hecho por el Hijo, ni del propósito manifiesto del Padre. Por eso el Espíritu hace nacer de nuevo a todos aquellos que fueron ordenados para vida eterna; ese renacer se hace siempre por medio de la predicación del evangelio, por el anuncio de la buena noticia.
El sacrificio expiatorio de Jesucristo es el centro del evangelio, algo que no puede ser tomado erróneamente. Jesucristo no es una palabra vacía que la gente puede pronunciar como un amuleto de redención, más bien es el nombre que se invoca si se tiene el conocimiento de su persona y de su obra. Jesús es una palabra ligada a la persona y al trabajo del Hijo de Dios, al Cordero Inmaculado y a la expiación por su sangre derramada en la cruz. La Biblia exige que se predique el evangelio a todo el que oiga, ya que para unos redundará en la redención eterna aunque para otros en endurecimiento. El evangelio está ligado a la expiación o trabajo de Cristo de manera que si alguien mal interpreta la eficacia total y absoluta del sacrificio hecho en favor del pueblo de Dios, comprenderá erróneamente el evangelio.
La consecuencia inmediata de esa redención es la justificación. Pero en las Escrituras jamás se ha pretendido señalar que el hombre es inherentemente justo y santo, sino que ha sido declarado justo -como si fuera en una Corte Judicial. Cercano está a mí el que me justifica. ¿Quién contenderá conmigo? Comparezcamos juntos. ¿Quién es el adversario de mi causa? Acérquese a mí (Isaías 50:8). ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? El que justifica es Dios (Romanos 8:33). Por la justificación Dios invalida las acusaciones de Satanás (el Acusador de los hermanos), como invalidó la presunción de Satanás contra su siervo: Y Jehová preguntó a Satanás: --¿No te has fijado en mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra: un hombre íntegro y recto, temeroso de Dios y apartado del mal? (Job 1:8). Después me mostró a Josué, el sumo sacerdote, el cual estaba delante del ángel de Jehová; y Satanás estaba a su mano derecha para acusarle (Zacarías 3:1).
Muchas acusaciones contra los creyentes fueron infundadas por el carácter diabólico de los personajes históricos que las hicieron. Desde el nacimiento de la iglesia y por el correr del tiempo, muchos creyentes han tenido que ser sacrificados por causa del legado acusatorio satánico. Como se ha dicho, Nerón incendió Roma y culpó a los creyentes en Cristo de hacerlo; aún la falsamente llamada iglesia es una sierva de Satanás y ha llevado a la hoguera, al martirio de cruz, al exilio, a la pobreza, a miles de cristianos que han sido fieles al llamamiento divino.
La justificación fue acordada para los que creen en Jesucristo, los cuales también fueron apuntados para vida eterna. De acuerdo al libro de Hechos de los Apóstoles cada creyente que ha creído en el Señor lo hizo porque fue ordenado para vida eterna. De igual manera, como lo señala el libro de Apocalipsis (13:8 y 17:8), los que adoran a la bestia y se maravillan ante ella son los que no tienen sus nombres escritos en el libro de la vida del Cordero, desde la fundación del mundo. Asignados y colocados, todos estamos con el destino prefijado, lo que indica que Dios es Soberano y que cada criatura ha sido dispuesta de acuerdo a su voluntad. No en vano el último libro de la Biblia exclama: El que es injusto, haga injusticia todavía. El que es impuro, sea impuro todavía. El que es justo, haga justicia todavía, y el que es santo, santifíquese todavía (Apocalipsis 22:11).
César Paredes
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