La piedra angular de la iglesia ha sido desechada por los edificadores de la congregación espuria, la roca que es Cristo es rechazada de continuo por los que están fuera de la verdadera asamblea de Dios. También se ha dicho que Jesucristo es la piedra de Israel, el fundamento de la creación, el Admirable y Consejero, el Príncipe de Paz, Emmanuel (Dios con nosotros) junto a muchos otros títulos también dados. Esa piedra anunciada llegó a ser un instrumento de tropiezo para muchos, los cuales han sido destinados para que les caiga encima el peso natural que ella contiene.
Preciosa roca para otros, los elegidos del Padre, valorada por los que son llamados eficazmente a la congregación de los justos. Es una roca cortada de una montaña pero no por manos humanas, la cual destruye oportunamente todos los reinos de la tierra. Aquella gloria satánica exhibida ante Jesús, cuando fue probado en sus cuarenta días de ayuno, es demolida por el poder de esa roca. El diablo le ofreció a Cristo los reinos de la tierra, pero la piedra cortada no por mano de hombre cae para demoler la estatua gloriosa que los representa, la imagen de la visión o sueño de Nabucodonosor. En los días en que los gobernantes de la tierra tengan su dominio Dios levantaría un reino que jamás sería destruido, el cual desmenuzará y acabará a todos estos reinos del hombre. Este reino divino no será destruido jamás y permanecerá para siempre. Esa es la misma roca de Horeb, que mana agua de vida, es el principio de todo, el Logos sin el cual nada de lo que ha sido hecho hubiese sido hecho.
Jesucristo pasa a ser el constructor de la iglesia y su piedra angular. Todos los que edifiquen sobre ese fundamento lo harán porque tienen redención eterna, si bien su obra pasada por el fuego será probada: los que edifican con materiales nobles llevarán esa gloria y fruto, los que construyen con materiales perecederos y menos nobles serán salvos como de un incendio, aunque su obra perecerá.
Las puertas del infierno no tendrán prevalencia sobre la iglesia de Cristo, sobre ninguno de los creyentes que pertenecen al buen pastor. Este es el pacto de gracia, eterno e inamovible, que no se basa en las obras de la persona sino en la obra de Dios. Es Jesucristo la justicia divina, la que satisfizo la expiación de su pueblo, la que nos acercó en amistad con el Eterno. Satanás no pudo prevalecer en su deseo de mostrar día a día nuestros errores, en su argumento ad hominem ofensivo al tratar de decirle al Creador que los elegidos del Padre son tan pecadores como lo han sido los ángeles caídos. Su ira radica en que para él no hubo redención, ¿cómo es posible que para estos seres inferiores en poder a los ángeles, como somos los humanos, Dios haya decretado semejante sacrificio del Hijo?
Nuestra fe no falla, más allá de que pecamos día a día. Pero Dios que es sabio dejó al Acusador de los hermanos activo hasta que sea echado en el lago de fuego. El oficio de fiscal lo tiene el diablo pero Jesucristo ha asumido el rol de defensor ante el Juez Justo de toda la tierra. Esa es la metáfora jurídica que la Biblia describe para que comprendamos mejor lo que nos sucede a diario. Somos preservados en función del pacto de gracia, por lo cual también perseveraremos hasta el fin. La gracia no sería gracia si después de habernos acercado a Dios en amistad con Él, si después de habernos reconciliado por los méritos de Jesucristo, nos abandonara a nuestro arbitrio y a la inestabilidad que es propia de la naturaleza humana caída. Recordemos que esos viejos elementos del corazón humano afectado por el pecado siguen vigentes en los creyentes. Hay una lucha, una batalla en medio nuestro, entre el Espíritu y la carne, de manera que estamos ciertos que la preservación de Dios garantiza la consumación de su trabajo de gracia hasta el final.
Los gobernantes judíos rechazaron la piedra angular, con sus imposiciones políticas y religiosas, tratando de instruir sobre el fundamento de las obras, el hacer y dejar de hacer, el intentar cumplir la ley divina con nuestra frágil naturaleza. Así hacen todas aquellas personas que edifican su casa sobre la arena, con los elementos de la carne, con la ética relativa que les sirve para vivir en una sociedad que es reflejo del antropocentrismo. Los que desechan la doctrina de Cristo y no pueden habitar en ella se apegan a las tradiciones religiosas, a las memorizaciones de textos de la Biblia, al proselitismo religioso, en la pretensión de ganar prebendas ante el Omnipotente Dios para parecer menos inmundos. La justicia humana se antepone a la justicia divina, o se combina con ella, pero el frío y el calor combinados produce el vómito del Señor como lo asegura el libro de Apocalipsis.
La piedra angular es rechazada por muchos de los que tienen la fachada de cristianos, de seguidores de la doctrina del Señor. La vieja advertencia de Juan cobra vigencia cada día de nuestro tiempo, ya que el que no habita en la doctrina de Cristo no tiene ni al Padre ni al Hijo. Uno se pregunta, ¿cómo podrá tener al Espíritu si éste ha sido dado como garantía de la redención final? Al torcer las Escrituras lo hacen para su propia perdición, en su anhelo por la interpretación privada. De esta forma asumen textos fuera de contexto, para poder consolar sus almas frente a las palabras que les parecen duras de oír. En realidad la Escritura se les ha convertido en una gran parábola que no logran descifrar.
Hay muchos egresados de Seminarios Teológicos que asumen la función de constructores de la iglesia. Ellos utilizan en ocasiones hierro con barro como material de sus fortalezas, pero como bien dijera el profeta Daniel el barro no se une con el hierro y por eso se disocian. La buena doctrina (el hierro) junto a la mala doctrina (el barro) son como la mezcla del frío con el calor, tibieza que produce el vómito del Señor (Apocalipsis 3:15). O se es de la simiente de la mujer (que es Cristo como la promesa del Génesis 3:15) o se es de la simiente del diablo. No hay tal cosa como simiente híbrida, antinatural, ambivalente. O la semilla ha caído en buena tierra preparada por el Padre o cae junto al camino, para ser devorada por las aves, o se tira entre pedregales y espinos, para que su raíz no sea profunda y su fruto doctrinal se muestre inútil.
¿No hay cierto liberalismo en muchas sinagogas eclesiásticas donde se pone en duda los milagros de Jesús? ¿No hay quienes pretenden ser espirituales en base a la presunción de hacer prodigios que fueron signos exclusivos del poder del Enviado de Dios, o como señal propia de los apóstoles que anduvieron con Cristo? ¿No hay quienes objetan la soberanía de Dios y lo acusan de ser injusto contra Esaú? ¿No hay quienes tuercen la Escritura cuando aseguran que Dios amó menos a Esaú, porque Dios no puede odiar a nadie? Estos son los que se apegan a las obras, porque teniendo dudas de su salvación, pareciéndoles que no han sido predestinados para vida eterna, suponen que la práctica religiosa los hará hábiles para heredar el reino de los cielos. Después de todo, aseguran en sus corazones que el Señor no despreciará su labor cotidiana y constante, como la de los viejos fariseos que recorrían el mundo entero buscando seguidores de sus falsas enseñanzas.
El sacrificio específico de Cristo ha sido rechazado por estos edificadores que construyen sobre otro fundamento. Al universalizar la expiación del Señor la hacen nula, ya que por miles entran al reino de las tinieblas del infierno a pesar de haber sido redimidos en la cruz. Eso es lo que aseguran cuando hablan acerca de que Cristo hizo su parte al morir por todos sin excepción, pero que ahora le toca a cada muerto en delitos y pecados el levantar la mano, el repetir la oración de fe, dar un paso al frente y tener fe por cuenta propia. Olvidan expresamente la doctrina del Señor, en la cual no pueden habitar porque les parece dura de oír. Ignoran a conciencia el que Jesús haya afirmado que no rogaba por el mundo sino solamente por los que el Padre le daría, detestan escuchar del Señor que nadie puede ir a él si el Padre que lo envió no lo trajere. Mal interpretan voluntariamente el que Jesús haya afirmado que pondría su vida solamente por las ovejas, ya que los cabritos estarían fuera de su plan de redención.
Todas estas demostraciones de extravío doctrinal acusan a los que edifican su casa sobre la arena, a los que buscan otro fundamento que no es Cristo con su doctrina. Estas acciones asumidas como doctrina general de su impiedad los denuncia como gente que desprecia la roca fundamental, la cabeza del ángulo de la iglesia, para colocar su propio fundamento. Son similares a los que son descritos en la carta a los romanos, cuando Pablo habla de los que ignorando la justicia de Dios colocan su propia justicia por delante (Romanos 10:1-4). No pueden abandonar el evangelio falso de las buenas obras, no pueden dejar de despreciar la justicia imputada a los elegidos del Padre.
Pero como también dice la Escritura, esta gente ha sido destinada de antemano para que tropiecen en esa roca, para que se pierdan en su extravío, para que sigan el espíritu de estupor que les ha sido enviado. Como no creyeron a la verdad Dios les ha enviado la mentira para que la sigan, de manera que se gozan en la bestia a la que adoran y ante quien dicen: ¿quién como la bestia? Mientras tanto ellos persiguen con mala cara a los que habitan en la doctrina de Cristo, crujen contra ellos sus dientes, sin ocultar su odio por los que les recuerdan las enseñanzas de Jesús acerca de que vino a redimir solamente a su pueblo (Mateo 1:21). Si sus nombres no han sido escritos en el libro de la vida del Cordero, desde la fundación del mundo, están destinados a la más eterna oscuridad espiritual. Y esa oscuridad se les anuncia en esta vida presente, cuando ignoran y desprecian la roca que es cabeza del ángulo. Es por ello que son fieles discípulos del Acusador de los hermanos.
César Paredes
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