El Cordero de Dios estuvo preparado para morir en la cruz desde antes de la fundación del mundo. Esa no es solamente una inferencia bíblica sino una declaración de certidumbre, ya que lo que Dios ha decretado habrá de cumplirse sin la menor oposición. Conviene revisar lo que el destino del Hijo de Dios conllevaba, una serie de actos pecaminosos de manos inicuas para cumplir con el más impío asesinato en la historia humana. El que era sin pecado fue molido por nuestras culpas, habiendo derramado su sangre hasta la muerte en la tortura de la cruz, para beneficio de su pueblo.
En los papeles de reparto a Judas le tocó jugar el rol de traidor, alguien que actuaría de acuerdo a la mayor de las despreciables formas humanas, para entregar a quien ningún mal le había hecho. Las profecías hablaban del hombre que comía del mismo pan que Jesús, de las treinta piezas de plata con las que compraría el campo del alfarero. Jesús indicaba que el hijo de perdición iría como habían declarado las Escrituras, pero decretaba un ay en su contra. Mejor le hubiera sido no haber nacido que entregar al Hijo del Hombre.
También se había profetizado que a Jesús lo despreciarían en una forma bárbara, sería escupido, vejado, golpeado. De igual forma sus vestiduras serían rifadas, su cuerpo traspasado, aunque ninguno de sus huesos sería quebrado. Había una costumbre entre los romanos cuando crucificaban a sus víctimas, les quebraban sus huesos para acelerarles el episodio de la muerte. Esto no se hizo con Jesús pues así estuvo profetizado. Todos los eventos de la crucifixión de Jesús estuvieron determinados desde antes por el mismo Dios, si bien todos los actos señalados acá (como muchos otros) fueron escandalosamente pecaminosos.
Jesús fue entregado ante judíos y romanos por el determinado consejo y propósito de Dios. Ellos lo tomaron con sus manos pecaminosas para crucificarlo, y aunque en los corazones de los hombres estaba ese deseo de maltratar a un hombre bueno era Dios quien hacía que todo aquello se cumpliera. Sin la crucifixión no hubiese podido haber expiación por el pecado, ya que no existía otro método que llevara la satisfacción al Padre por la remisión de pecados. Si no hubiese habido esa expiación, ¿cómo podrían ser salvos los que son salvos?
Esto nos demuestra a nosotros que aquellos seres que hicieron tanto mal, hasta llevar al Hijo de Dios a la cruz, no hicieron otra cosa que cumplir a cabalidad lo que Dios había ordenado en sus corazones hacer. Es una prueba de la absoluta soberanía de Dios, de su demostración del control absoluto que ejerce en la esfera de los pensamientos y acciones de los hombres. No se trata de un Dios que permite que acontezca el mal sino que lo ordena en forma específica. Si Adán no hubiese pecado el Hijo del Hombre no hubiese sido sacrificado; de esta forma, seríamos deudores a nuestro padre Adán y no al Redentor enviado por Dios.
La gloria del Hijo preparada para él como el Salvador de su pueblo hubiese sido anulada si Adán no hubiese pecado. Por eso sabemos que si el Cordero de Dios estuvo preparado desde antes de la fundación del mundo, para ser manifestado en el tiempo en que nacería la iglesia, estaba también en los planes del Altísimo el que Adán pecara. No hubo nunca algún chance para que el primer hombre no cayera en desobediencia, más allá de que los defensores de Dios (que jamás Él ha buscado) intenten decir que Dios no es el autor del pecado.
Dios ordenó el pecado para mostrar la gloria de su ira y justicia contra los pecadores, pero al mismo tiempo para mostrar la gloria de su misericordia y gracia para con los que habría de redimir. Esa redención se alcanza por medio de la fe en Jesucristo, a través de la predicación del evangelio. No hay otra manera de ser salvo, si bien todos los elegidos del Padre ya han sido apuntados desde la eternidad para que en el momento del llamamiento eficaz acudan a la voz de lo alto. Si Dios hubiese dejado a la voluntad de los malhechores el crucificar a su Hijo, de seguro éstos lo hubiesen matado antes de tiempo. A lo mejor lo hubiesen lanzado desde la cima de una montaña, o lo hubiesen enviado a morir en alguna prisión. El corazón humano es muy voluble, inestable, perverso, ¿quién lo puede entender?
No hay tal cosa como fuerzas restrictivas o preventivas de parte del Dios que tiene poder sobre los pensamientos y acciones de los hombres. Así lo demuestran las profecías que se escribieron con mucha antelación a esos eventos acá señalados. Los más mínimos detalles fueron planificados en la forma como ocurrirían años y siglos más tarde. Ese Dios tan poderoso no necesita enviar fuerzas de restricción o de permisión para que los hombres intenten cumplir con su voluntad, ya que pudiera darse el caso de que la volubilidad humana haga disentir al hombre de la trama por ejecutar. Más bien la Escritura afirma que aún el corazón del rey está en las manos de Jehová, a todo lo que quiere lo inclina. Él muda los tiempos y las edades, Él quita y pone gobernantes, para que hagan bien o mal a su pueblo, para que todo lo que haya querido se cumpla.
Una lectura a Romanos 9:20-22 muestra la respuesta que el apóstol da por inspiración del Espíritu al objetor. Hay quienes objetan la soberanía absoluta de Dios y se molestan por el hecho de que Dios endurece a quien quiere endurecer, para luego culparlo del mal que hace. Judas Iscariote fue escogido como hijo de perdición, de manera que de acuerdo a la objeción descrita en la carta a los Romanos no debería ser declarado culpable. Se dice que para ser culpable de algo debe existir primero que nada libertad de acción, por lo que alguien constreñido a actuar en algo indebido no debería recibir ninguna sanción. Ese es el criterio de justicia humana pero no el de la justicia divina.
De acuerdo a la Biblia Dios es soberano y hace como quiere, está en los cielos y todo lo que quiso ha hecho, sin que haya quien detenga su mano o le diga epa, ¿qué haces? El objetor bíblico se coloca de parte de Esaú y lo defiende, advirtiéndole al Soberano Dios que no puede juzgar a tal sujeto porque el mismo no tiene la capacidad de oponerse a su voluntad. ¿Por qué, pues, Dios inculpa? Ese razonamiento parece bien a la lógica de los seres humanos, acostumbrados como estamos a las relaciones interpersonales. Pero entre los seres humanos no hay ni siquiera uno que tenga soberanía absoluta, más bien todos estamos sometidos al libre arbitrio del Creador.
La independencia que pretendió ganar Adán con el acto de desobediencia no fue sino una obediencia en su ignorancia. Dios lo había determinado de esa manera para que el Hijo se manifestase como Redentor; no que el Hijo haya sido una carta bajo la manga, un prodigioso plan B del Creador, sino que la intención eterna de Jehová era que el hombre cayera en el pecado para que su Hijo lo redimiera de acuerdo al plan eterno de salvación. Frente a esa realidad teológica el hombre reclama por su libertad (que nunca tuvo) y le recuerda a su Creador que no puede culpar a Esaú, a Caín, a Faraón, a Judas Iscariote, a cualquier réprobo en cuanto a fe, incluso al hombre de pecado (pues de todas manera es un hombre). La única forma de que ellos reciban culpa y castigo sería si fuesen verdaderamente libres de la influencia divina para pecar. ¿Qué es eso de endurecer los corazones humanos para después inculparlos y darles el pago por hacer lo que Dios quiso que hicieran? La lógica de los hombres da coces contra el aguijón y eso es dura cosa, un pesado dolor de cabeza. Más bien la lógica derivada de las palabras del objetor deberían enseñarle el camino a seguir: Si nadie puede resistir la voluntad de Dios lo mejor sería someterse a ella.
Si la voluntad de Dios es irresistible lo mejor es aceptarla con agrado: no se haga mi voluntad sino la tuya. En el entendido de que la voluntad de Dios es agradable y perfecta, los hijos que Él tiene han de habitar seguros de que todas las cosas obran para bien de ellos que han sido elegidos, que han llegado a amar a Dios. Si la Biblia asegura que un ave del cielo no cae a tierra sin que el Padre se ocupe de ello, si nuestros cabellos están todos contados, si el número de nuestros días ya ha sido prefijado desde antes, lo mejor sería descansar en forma total en el acuerdo que Dios ha hecho desde la eternidad.
El elegido pero que todavía no ha llegado a creer, no puede hacer hada por sí mismo. El trabajo de llegar a convencerse de pecado tiene que ser realizado por otra persona, en este caso por el Espíritu de Dios. Esta gracia es llamada nuevo nacimiento en tanto el objeto de ella es un sujeto absolutamente pasivo. Después de haber nacido de nuevo el sujeto comienza a caminar, como si fuera un trabajo entre Padre e hijo. Un padre de familia cruza la calle con su pequeño tomándolo de la mano, le dice que tenga cuidado de los autos, sin que ello implique la voluntad de soltarlo. Las admoniciones de la Biblia para que no nos volvamos atrás, para comportarnos adecuadamente como es digno de la carrera que hemos cometido, no implican jamás que el nuevo creyente pueda ser arrebatado de las manos del Padre o del Hijo.
Muerto en delitos y pecados -lo mismo que el resto del mundo- el elegido antes de ser regenerado dependía del Espíritu para ser vivificado. Nada pudo hacer, a pesar de su elección que no conocía, porque solamente el Espíritu podía darle vida. Una vez nacido de nuevo es investido con el don del mismo Espíritu que mora en él, como arras de la redención, para caminar juntamente con Dios. Aunque el caballo jala la carreta, es el conductor quien dirige su destino. La certitud de la crucifixión garantizó la redención del pueblo de Dios, siendo el Señor el que ha ordenando los pasos del hombre hasta aprobar su camino.
César Paredes
destino.blogcindario.com
Tags: SOBERANIA DE DIOS