Martes, 18 de septiembre de 2018

Podríamos iniciar este escrito llamando la atención sobre el hecho histórico acerca de Jesucristo y las imágenes. No se conoció ninguna pintura sobre él, ningún busto se hizo en honor a su persona. Bien pudiera haber existido algo semejante a un monumento en las catacumbas, pero de acuerdo al interés doctrinal aprendido jamás se pretendió tal cosa. La razón es que Dios no quiso que se recordara ninguna imagen del físico de su Hijo acá en la tierra, no fuera a ser una tentación para la iglesia incipiente. Asimismo se hizo con el cuerpo de Moisés, que jamás fue encontrado, no hubiese sido que los israelitas hubiesen comenzado a reverenciarlo.

A lo largo de la Escritura el Espíritu ha inspirado a sus escritores a ridiculizar la idolatría. Ella es algo que Jehová abomina, una costumbre propia del paganismo. Hoy día la iglesia profesante ha hecho caso omiso de la advertencia contra la idolatría y se ha volcado a las pinturas alusivas a Jesús en sus libros de estudio bíblico, o en las websites. Asimismo, las iglesias son adornadas para celebrar la navidad, una fiesta en gran sentido pagana, como si así lo exigiese la pedagogía para motivar a las masas hacia la adoración del Dios de la Creación.

Los católicos romanos han argumentado a favor de su idolatría diciendo que lo que ellos hacen no es del todo idolatría. Ellos reverencian lo que la imagen evoca, no la imagen misma. Bien, con ese argumento pudieran salir adelante con el subterfugio del sofisma, pero la Biblia los ataja de inmediato. Cuando Pablo habla de su asombro por la idolatría de los griegos, en especial por el templo construido a Diana de los Efesios, él refirió a la adoración que le hacían los pueblos a esa diosa pagana. En ningún momento sostuvieron los griegos que adoraban lo que la imagen representaba, como si esa fuera excusa suficiente para aceptar esa forma de idolatría escondida (Clark, Gordon. What do Presbiteriano Believe? pp. 195-196). Continúa Clark diciéndonos que los católicos hacen una distinción escolástica en su idolatría, al argumentar que ellos hacen latría a Dios, doulía a los santos e hiperdulía a la Virgen María (latría es adoración, doulía es servicio e hiperdulía un gran servicio). Sin embargo, la Biblia no autoriza tales distinciones para justificar la idolatría en ningún sentido.

¿De qué sirve la escultura que talla el escultor? ¿De qué sirve la imagen de fundición, si es maestra de engaño para que el escultor confíe en su obra, haciendo ídolos mudos?  Ay del que dice al palo: "¡Despiértate!", y a la piedra muda: "¡Levántate!" ¿Podrá él enseñar? He aquí que está cubierto de oro y de plata; no hay espíritu dentro de él.  Pero Jehová está en su santo templo: ¡Calle delante de él toda la tierra! (Habacuc 2:18-20). Aún en las filas del protestantismo se ve la idolatría escondida cuando en época de fiestas navideñas adornan sus hogares con San Nicolás. Ellos dicen que lo hacen para beneficio de los niños, que no lo adoran, que solamente lo colocan como ícono de un hombre bondadoso que trae regalos. Uno puede preguntarle a tales protestantes si se atreverían a colocar un San Benito en lugar de un San Nicolás, a sabiendas de lo que de inmediato responderían.

Las imágenes están prohibidas en la palabra de Dios (Deuteronomio 4:15; Isaías 44:9). En nada aprovecha a la iglesia tales imágenes, aún de lo más sagrado, ya que sería suficiente con la presencia cercana del Señor en medio de su pueblo. ¿No vive en nosotros el Espíritu del Señor? Se nos ha dicho que somos el templo del Señor (1 Corintios 3:16). ¿Y qué comunión tiene el templo de Dios con los ídolos? (2 Corintios 6:16). Las imágenes dan renta a los que las fabrican, pero como deidades no aprovechan para nada. Eso equivale a servir a un dios que no puede salvar, como hacen los que han torcido la Escritura para configurar un Cristo que agrade a las masas, que haya muerto por todos sin excepción y que al mismo tiempo respeta la voluntad humana para que decida por él.

Esas imágenes, como ese falso Cristo, no pueden oír ni responder las plegarias. Ninguno de esos dioses puede dar salvación a los que a ellos ruegan, más bien ellos son maestros de mentiras. Sin enseñar la verdad tampoco enseñan la esencia de Dios, que es Espíritu. Y si la imagen no puede enseñar la verdad, los maestros que se apoyan en ellas tampoco lo harán. Caldea era tierra de imágenes, y sobre sus aguas vendría sequedad: Porque es tierra de imágenes, y por sus ídolos horribles se enloquecen (Jeremías 50:38).

Con la gran variedad de ídolos que hay la gente puede hacer su elección favorita. Dentro de la cultura cristiana ha surgido desde hace siglos una gran cantidad de formas idolátricas, para que los pueblos cristianizados se acomoden a sus anchas sin abandonar del todo su cultura pagana. Para ello la universidad en general ha prestado gran servicio con el trabajo de los antropólogos y etnógrafos, dándoles a entender que cada pueblo tiene su idiosincracia que no debería abandonar. Aún la música sirve en la adoración de tales imágenes, contribuyendo con cánticos especiales y con los aportes gigantescos de sus grandes maestros. Asimismo la pintura y la escultura a través de los grandes maestros, que han escenificado lo que los pueblos hacen, han ofrecido su arte para pregonar la mentira. 

De acuerdo a las riquezas, los pueblos adornan sus ídolos con lo mejor de sus metales, con ropajes especiales de materiales finos, sobre carrozas adornadas hasta con piedras preciosas. Pero lo más triste es que la confianza de ellos reposa en la fe que les tienen a esas imágenes prohibidas por el Dios de la Biblia. Ellos tienen su imagen particular como si fuese un dios al que ruegan, pidiéndoles libertad. No conocen ni entienden; porque sus ojos están tapados para no ver; también su corazón, para no comprender (Isaías 44:18). Todo hombre se embrutece por falta de conocimiento. Todo platero es avergonzado a causa de su ídolo. Porque sus ídolos de fundición son un engaño, y no hay espíritu en ellos. Son vanidad, obra ridícula; en el tiempo de su castigo perecerán (Jeremías 10: 14-15).

Una imagen es ciertamente una doctrina de vanidades, una falsedad completa y un trabajo de errores. Esa es la tesis de Jeremías en torno a los ídolos. Es algo parecido a lo dicho por Isaías, por Habacuc, por el resto de la Escritura. De la misma forma en la religión que los idólatras profesan, con sus maestros de engaños, se utilizan libros que adoctrinan sobre el culto a las imágenes. Es por esa razón que la Escritura les parece ser una gran parábola, porque no pueden entenderla sino que tuercen su sentido para ajustarla a la medida de sus pensamientos.

Y si a usted le hace falta una imagen de algo, sea una cruz, un Cristo, un ángel, una virgen, un santo, o cualquier otra cosa que haya omitido, para poder acercarse a Dios, o para poder iniciar la adoración a eso que usted cree Dios, es porque usted es un idólatra. Porque un ídolo es el sustituto de eso que se pretende adorar, más allá de que se diga que la imagen no es lo que se adora sino lo que está detrás de ella. Por eso debemos recordar lo que la Biblia ha dicho al respecto, que lo que la gente sacrifica a sus ídolos, a los demonios sacrifica (1 Corintios 10:20). Infinidad de personas continuarán hasta el final con el sacrificio a sus ídolos, obras de sus manos; ellos no dejarán de adorar a los demonios ni a las imágenes de oro, de plata, de bronce, de piedra y de madera, las cuales no pueden ver, ni oír, ni caminar (Apocalipsis 9: 20). Sabemos entonces qué es lo que está detrás de cada ídolo, el culto a los demonios.

Pienso que cuando Juan exhortaba a su iglesia a guardarse de los ídolos no sólo hacía referencia a estos muñecos formados por manos hábiles y mentes torcidas, sino también refería a aquellas imágenes que el alma que se extravía de la Escritura suele construir. Resulta fácil para un ser apegado a la religión el sucumbir a la tentación de la relatividad de la inspiración, para forjar un constructo imaginario que le permita colocar su fe en aquello que considera Dios. Si la Escritura le parece en ocasiones dura de oír, como aquellos seguidores de Jesús asumieron, les resulta fácil continuar en la comunidad religiosa difundiendo una imagen más benévola del Dios que dicen adorar.

Aquellos discípulos de Jesús que escuchaban su doctrina se espantaron y murmuraban mientras se alejaban del Señor (Juan 6:60-61); los de hoy día murmuran pero no se retiran. Ahora se quedan en sus sinagogas ayudando a construir herejía tras herejía para adorar a un dios que no puede salvar. Para ellos Jesús murió por toda la humanidad, sin excepción, de manera que cada hombre es libre para determinar su propio destino eterno. Si Dios predestinó a los que iba a salvar, ellos aseguran que lo hizo en virtud de que conoció con su mirada al futuro quiénes eran los que irían a creer. En todo caso no hubo soberanía absoluta de Dios sino una soberanía concedida a la criatura, tal vez compartida con ella, para dar paso a una equidad que hace ver a Dios como más justo. Ellos son herederos del objetor levantado en Romanos nueve, fieles defensores de Esaú y críticos afincados del Dios que condena sin mirar en las obras de los hombres.

La Biblia le dice a la humanidad que se arrepienta y crea el evangelio de Jesucristo. Ese arrepentimiento no sólo se refiere a sus pecados altamente conocidos sino también a su errada forma de creer en Dios. La humanidad tiene una figura deformada de lo que es el Creador dado a conocer en sus obras y en la revelación escrita. Debe mirar al Dios soberano que hace como quiere, que está en los cielos y ha hecho todo cuanto quiso hacer. No hay nada que detenga su mano ni nadie que pueda increparle para decirle qué haces. Ese es el Dios de las Escrituras, que envió a su Hijo para morir en la cruz en beneficio de su pueblo (Mateo 1:21; Juan 17:9). Nadie viene al Padre sino por él pero nadie va al Hijo si el Padre no lo envía. El que fuere enviado por el Padre no será jamás echado fuera, sino que será resucitado en el día postrero. El buen pastor (Jesucristo) puso su vida por las ovejas (no por los cabritos), llama a cada oveja por su nombre, ellas le siguen y huyen del extraño. Los que son suyos ya no profesarán el falso evangelio sino creerán la verdad que los hace libres.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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