Domingo, 16 de septiembre de 2018

El propósito de Dios de acuerdo con la elección permanecerá no por las obras sino por el que llama. Acá se pone de manifiesto el llamado eficaz del Espíritu, sin el cual no hay regeneración ni conversión. Hay un llamado externo hecho por el predicador o por la palabra cuando se lee o se escucha, pero de acuerdo a lo que Jesús dijo muchos serían llamados (externamente) pero pocos serían los escogidos (con el llamado interno).

Ocurrida la regeneración o nacimiento de lo alto, el nuevo creyente tiene la capacidad de oír el llamado de Dios. Como Samuel cuando era niño, el que ha creído a la palabra divina entiende la voz de su Señor y puede responder heme aquí, envíame a mí. Por esa razón la Escritura también ha dicho que el que tenga oídos para oír que oiga, ya que el que está muerto en delitos y pecados no tiene tal capacidad. Las cosas del Espíritu de Dios hay que discernirlas espiritualmente, pero para el hombre natural eso es una locura. Locura habrá de ser comprender que en el principio de todo creó Dios los cielos y la tierra, que Él hizo al hombre del barro y a Eva la hizo aparecer de una costilla del varón. Locura habrá de ser que el hombre sintiera vergüenza de su desnudez después de su primer pecado. Así, desde el comienzo del libro del Génesis hasta el final del Apocalipsis, un milagro sucede a otro milagro y la huella del Dios sobrenatural parece locura al hombre caído en su pecado.

Y es que la Biblia en tanto Logos general llama a todos al arrepentimiento y a creer en el evangelio. El hombre hace caso omiso de ese llamado y lo tiene como un dogma poco inteligente. Sin embargo, esa misma Biblia habla del llamamiento eficaz a los hombres que serán voluntarios en el día del poder de Dios. Esto nos lleva a entender que hay una gran cantidad de personas que mueren sin convertirse al Señor, cargando sus propias culpas a cuestas para rendir cuentas al Hacedor de todo. La justicia de los que mueren impíamente no basta por sí misma y dada su insuficiencia de nada servirá. Poco importa que en vida estos seres que descienden al sepulcro sin la gracia de Dios hayan sido tocados por la palabra del evangelio; más bien hay bastantes personas que dirán en el día final que ellos hicieron milagros en el nombre de Cristo, que realizaron buenas obras para los pobres y necesitados, que fueron arduamente religiosos.

Pero estas personas barnizadas con la cultura del evangelio solamente llegaron a gustar las cosas celestiales, como señala el capítulo 6 de Hebreos, sin que eso les fuera suficiente. Aún los cerdos lavados se vuelven al charco como los perros a su propio vómito. Esas fueron nubes sin agua, llevadas por el viento, de la misma manera en que muchas almas son empujadas por todo viento de doctrina. Así también lo ilustra la parábola del sembrador al mostrarnos el fracaso de la siembra en sitios pedregosos, espinosos y también expuestos a las aves del camino. A todas estas personas les faltó la gracia regeneradora que solamente Dios puede dar a quien Él quiere dar. Ellos oyeron con los oídos de la carne, recibieron la palabra en su propia imaginación, se dejaron dominar por sus emociones y quedaron engañados como alguien que compra una imitación de una obra de arte que cree auténtica.

Jesucristo dijo que el mundo lo odiaba y que por esa razón nosotros seríamos odiados por el mundo. Y es que nadie puede ser neutral del todo, o se ama o se odia pero no se puede quedar en forma intermedia. Uno puede imaginarse a Adán en el Edén después de su primer pecado. Aquel amor a Dios que tenía en su interior fue borrándose para dar paso al odio por el Creador, ese Hacedor de todo que lo descubrió a pesar de haberse escondido. Su vergüenza por su desnudez hacía que sintiera rabia como nunca antes la había conocido; ahora tenía que cubrirse y no de simples hojas de parra sino de pieles de animales. A partir de entonces tuvo que trabajar la tierra bajo maldición, hecho que le llevaría a proferir sus primeras imprecaciones. Tal vez se haría un hombre existencial diciendo que él no pidió jamás haber venido a este mundo.

Desde el momento de su primer pecado le echó la culpa a su compañera, despreciando su compañía y olvidando que ella era el resultado de no querer estar solo. Pero ella también culpó a la serpiente, ya que tampoco soportaba el peso del pecado; ellos tuvieron que pactar convivir el uno con el otro en medio del desastre ocasionado. Es muy posible que ellos comenzaran a odiarse a sí mismos, sabiendo que habían perdido la inocencia y la comodidad de la pureza de ese primer Edén. Y como ellos señalaron el derrotero a sus descendientes, todos sus hijos nacieron bajo su pecado. Esa huella perenne que heredamos de Adán nos ha hecho ser enemigos de Dios por naturaleza, hasta que un día fue quitado el odio de nuestros corazones por causa del amor de Cristo.

Amor y odio son excluyentes, no puede vivir uno al lado del otro. La única forma de que dejemos de odiarnos a nosotros mismos y de hacer un alto al odio contra nuestros semejantes es cuando comenzamos a amar a Dios. Pero esa tarea no es simple ni posible desde la perspectiva del hombre natural. El hombre puede participar en el teatro de las buenas obras, en la ayuda y socorro a los más necesitados, pero ni aún con eso podrá borrar la menor de sus manchas. ¿Quién dará el rescate por los pecados de su hermano? (Salmo 49:7).

Desde esta perspectiva de imposibilidad humana en cuanto a su propio rescate, ningún predicador de la palabra podrá ufanarse en la conversión de las almas. Los pescadores traían sus redes vacías hasta que el Señor les indicó que la echaran hacia el otro lado de la barca. Asimismo, el predicador debe considerar la obediencia al Señor hasta que entienda que solamente él es el verdadero ministro de la palabra y quien provoca los resultados que en su soberanía provee. Hay un trabajo divino que consiste en el llamamiento eficaz, realizado solamente en los elegidos del Padre. Uno predica el evangelio abiertamente ante todos, pero aunque haya muchos llamados son pocos los escogidos.

La cita de Romanos lo explica todo, nos declara que Dios amó o conoció desde antes a los que también predestinó para que creyeran, por cuya razón los llama por la predicación del evangelio. Pablo se pregunta si los elegidos podrán invocar a Dios si no hay nadie quien les predique. Esa pregunta retórica lleva una sola respuesta, la cual nos anuncia que es imposible creer sin el anuncio del verdadero evangelio. Porque si el evangelio espurio fuese suficiente no habría necesidad de hacer énfasis en la pureza doctrinal, ni Juan se hubiera interesado en advertirnos del imperativo de permanecer en la doctrina del Señor. Si bien es cierto que la regeneración es un trabajo exclusivo del Espíritu Santo, la predicación del evangelio es nuestra tarea. Pero esa labor ha de hacerse también con la ayuda del mismo Espíritu, con la sana doctrina una vez enseñada a los santos. Recordemos que Jesús dijo que había venido a enseñar la doctrina de su Padre y gran parte de su ministerio se la pasó predicando esas enseñanzas.

En el día del poder de Dios (cuando somos enseñados por él, en el nuevo nacimiento) el pueblo de Dios lo será de buena voluntad (Salmo 110:3). El que invoque el nombre del Señor será salvo, y entre los sobrevivientes estarán los que el Señor llame (Joel 2:32). Hay un llamado para aborrecer el mal y para amar el bien, y tal vez el Señor sea misericordioso con el remanente (Amós 5:15). En el tiempo presente ha quedado un remanente conforme a la elección de gracia (no sólo en Israel como nación sino también entre los gentiles). En el ministerio de la predicación de la palabra se ha de tener en cuenta que los miembros de la iglesia de Cristo tienen muchos talentos, unos siembran y otros riegan, pero siempre será Dios quien dé el crecimiento (1 Corintios 3:6).

El poder del Espíritu junto con el poder de la palabra divina, unido al ahínco del pueblo de Dios, manifiestan el deseo del llamamiento eficaz. Por supuesto, en ese terreno nuestro ahínco viene a ser el mejor de nuestros intereses, empero la eficacia divina con su providencia hará que se cumpla la predestinación conformada desde antes de la fundación del mundo. El pecador no tiene excusa para seguir en la oscuridad, una vez que la gracia de Dios lo visite. Caiga como la lluvia mi enseñanza, y destile como el rocío mi discurso, como llovizna sobre verde prado y como aguacero sobre la hierba (Deuteronomio 32:2). La lluvia y la nieve descienden de los cielos, no vuelven allá sino que riegan la tierra, haciéndola producir y germinar para dar comida al que se alimenta. Así es la palabra de Dios que no regresa a Él vacía sino que hará aquello para lo que fue enviada.

Una y otra vez se anuncia el evangelio de Cristo, el mismo que enseñó a tantos discípulos, aunque unos se apartaron murmurando mientras otros se aferraron a su palabra. De acuerdo a su doctrina nadie viene al Padre sino a través del Hijo, pero nadie viene al Hijo si el Padre no lo envía. Jesucristo no echará afuera a ninguno que haya sido enviado por el Padre, sino que lo guardará en sus manos y en las manos del que lo envió. Así como los ídolos de las naciones no pueden hacer llover, no hay potestad alguna entre los hombres para dar vida a los muertos. Aquel que le dijo a Lázaro que saliera de entre los muertos es el único que puede hacer oír a los sordos, dar vista a los ciegos, para que oigan y lean su palabra.

El día del poder de Dios en la criatura elegida es el tiempo del amor de Dios para dar vida al alma sedienta de paz y cansada de pecar. Ese es también el momento del llamado eficaz para que creas para vida eterna, para que asumas el evangelio del buen pastor que puso su vida por las ovejas (y no por los cabritos o por el mundo -Juan 17:9). Los fariseos daban la vuelta a la tierra en busca de un prosélito y lo hacían doblemente culpable de juicio; asimismo el evangelio extraño pregona por doquier un dios que no puede salvar a nadie porque no murió por nadie en particular. Ese dios extraño solamente hizo un trabajo incompleto que espera que los muertos terminen de hacer. Como puedes ver, tal evangelio es mentiroso y hasta el presente no ha podido salvar a ninguna persona. Los que han sido predestinados para vida eterna por el Padre escucharán el verdadero evangelio que está en la Biblia, para creer eficazmente. Es para éstos que el Señor se fue a preparar lugar en las mansiones celestes.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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