Domingo, 09 de septiembre de 2018

Nadie puede resistir la voluntad de Dios, ni siquiera los que lo objetan. Ese parece ser el argumento de Pablo cuando nos cuenta la actitud hostil de los enemigos del Señor. Hay quienes reclaman por el destino de Esaú, los que le dicen al Hacedor de todo por qué has hecho de esta o de aquella manera. Dios no está aislado de su creación, ni ha llegado a ser un espectador simple de lo que ha hecho. Más bien la Biblia asegura que los cabellos de nuestra cabeza están todos contados y que los pájaros no caen a tierra sin la voluntad del Padre celestial.

Si Dios se ocupa de las aves cuánto más no habrá de interesarle la corona de su creación, el hombre hecho a su imagen y semejanza. El interés divino en nuestros asuntos se deja ver por los decretos eternos e inmutables que ha hecho. Esos decretos se desprenden del hecho de ser un Sí y un Amén, un acto puro, un Ser que no descubre nada nuevo por cuanto todo en Él es conocimiento absoluto. El decreto de Dios no es otra cosa que el sello y la ratificación de su voluntad (Zanchius, Jerome. The Doctrine Of Absolute Predestination. Monergism Books, iBooks).

Dios no ha decretado nada que no haya querido que acontezca, ya que todo lo que quiso ha hecho. Por otro lado, lo que acontece en el tiempo es providencia pura de aquello que se propuso su voluntad. El nacimiento del Mesías tuvo lugar en la historia humana, pero su designio ocurrió desde antes de la fundación del mundo. El traidor Judas cumplió su rol en la historia, pero fue designado como hijo de perdición desde los siglos. De esta forma vemos que la Escritura siempre se cumple y no miente.

Se deduce de lo expuesto que la caída de Adán fue un hecho previsto y apuntado en el tiempo, ya que de otra manera no hubiese acontecido. Dios no fue un simple espectador en el Edén sino un actor en escena, así como también el autor de aquellos actos caracterizados. Si Dios no hubiese querido que Adán pecase, ¿por qué razón no lo impidió? Más bien Él ha dicho que hizo al malo para el día malo, de manera que esa también ha sido su voluntad (Proverbios 16:4). Dios no fue indiferente a la caída de Adán, pero tampoco estuvo en contra de ella. Más bien puede deducirse de la Escritura que quiso Dios que Adán pecase para que se manifestase su gracia soberana a través de su Hijo. De no haber sido de esa manera hubiesen sucedido por lo menos dos cosas: 1) Que el Hijo no hubiese recibido la gloria de Redentor, como Cordero preparado desde antes de la fundación del mundo; 2) Que sin el pecado el hombre no hubiese conocido la gracia redentora del Padre.

Ni Satanás, ni el hombre, son más fuertes o sabios que Dios. Ellos forman parte de su creación, habiendo sido destinados para lo que hacen desde siempre. Dado que Dios no cambia, ni tiene sombra de variación, la voluntad de crearlos fue desde siempre. Dado que Dios es simple, libre de accidente y composición, todo lo que decreta forma parte de su esencia. Su voluntad inmutable habla de Él como si fuese un atributo esencial -nunca accidental o que forma parte de otro elemento-, por lo tanto quien niega esa voluntad inmutable lo niega a Él (Zanchius).

La voluntad de Dios ha sido salvar algunos hombres y condenar a otros. Por esta razón se ha escrito que si el evangelio está encubierto, entre los que se pierden lo está. Por argumento a contrario, en los que son salvados el evangelio está descubierto. Hay muchas personas que tropiezan con la piedra que es Cristo, para lo cual fueron apuntados (2 Pedro 2:12); hay ciertas personas ordenadas para esta condenación (Judas 1:4). Estos personajes que tienen el evangelio escondido son los mismos cuyos nombres no fueron escritos en el libro de la vida del Cordero, desde la fundación del mundo (Apocalipsis 17:8).

Y si no todos son condenados es porque salvó a algunos; de la misma forma decimos que si Dios no salvó a todos los hombres fue porque condenó a muchos de ellos.  Pero no solamente ha sido ordenado desde siempre quiénes serían salvos y quiénes condenados, sino que se han predeterminado los medios, las circunstancias y cada detalle de todo lo que acontece en el universo creado por Dios. No debemos sorprendernos de lo que nos ocurre por cuanto ha sido dispuesto por Dios de esa manera. La Biblia nos asegura que nos movemos y somos en Él, que todas las cosas nos ayudan a bien, a los que hemos sido llamados de acuerdo al propósito de Dios y por lo tanto lo amamos.

Conocidas son a Dios todas las cosas desde siempre, de manera que Él ha conocido desde la eternidad lo que ha querido hacer; asimismo sabe lo que sus criaturas harán, sea algo bueno o algo malo lo que hagan. ¿Y cómo sabe Dios todas las cosas? Porque Él hace el futuro, de manera que sigue siempre estando en el banquillo de los acusados, señalado por el dedo del objetor: ¿Por qué, pues, inculpa? Pues ¿quién ha podido resistir a su voluntad? En otras palabras, si Esaú vendió su primogenitura porque fue odiado por Dios desde antes de que hiciera bien o mal, ¿cómo es posible que Dios lo inculpe de pecado? Y el hombre natural sigue con su argumento de libertad, sugiriendo siempre que el que no es libre no es responsable. Pero Dios sigue respondiendo de la misma manera: ¿Quién eres tú, oh hombre, para que me reclames o alterques conmigo? No eres más que una olla de barro hecha por mis manos para el fin que he querido (Romanos 9).

El hombre en su caída oscureció su mente, atemorizado por su sentido de culpa prefirió ocultarse antes que acudir a su Creador. Desde entonces los vicios se han cimentado en sus emociones y su constitución espiritual se hizo débil, llegando a ser incapaz de discernir las cosas que son del Espíritu de Dios. Ni siquiera es capaz de obedecer la ley natural de un todo, aquellas normas que le dicen a su conciencia lo que es bueno y lo que es malo. Incluso no hace más que violar los mandatos humanos, las leyes civiles de un país, por lo cual el castigo y la reprensión del Estado lo persiguen en múltiples ocasiones.

Los hombres están en un estado de caída total, alejados de la ciudadanía de los cielos. Sus múltiples leyes y mandatos no lo liberan de los vicios, más bien se ha inclinado el corazón de la humanidad a la idolatría, al culto a la criatura antes que al Creador (Romanos 1). ¿No aparecen más evidentes los vicios que las virtudes en el hombre caído? ¿Es que acaso el hombre redimido está exento de pecado? Más bien la maldad y el engaño, las guerras, los asesinatos, los robos y las lujurias abundan y merodean en el corazón humano. Solamente los creyentes pueden batallar contra esas pasiones vergonzosas del alma, pero en muchas ocasiones tienen que declararse como Pablo lo hizo, como miserables que hacen el mal que odian y no pueden hacer el bien que desean (Romanos 7).

La humanidad, sin embargo, ha sido instruida en el conocimiento de Dios. A través de la creación ha de verse la impronta divina -pues los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Lo que de Dios se conoce les fue manifiesto a los hombres, lo invisible de Dios -su eterno poder y deidad- se deja ver desde la creación del mundo, de manera que la humanidad no tiene excusa. Y en esa forma de conocer a Dios no lo quisieron glorificar ni le dieron gracias; más bien se hicieron vanos en sus razonamientos. Esto trajo como consecuencia el oscurecimiento del corazón al punto en que los hombres se hicieron fatuos, aunque profesaban ser sabios.

Si Dios no hubiese manifestado su intención de misericordia para con Jacob, de seguro hubiese perecido como Esaú. Aunque estos gemelos estuvieron juntos en el vientre de su madre, aunque fueron queridos y educados por ambos padres, aunque ambos eran hijos de Isaac, su destino y su conducta fue diferente en ellos. Dios hizo ambos destinos antes de que ellos fuesen concebidos, de manera que Esaú había de vender su primogenitura a su hermano, mientras Jacob procuraría adquirirla y desearla. El Dios que predestinó el fin hizo lo mismo con los medios, por lo cual decimos con énfasis que no hay redimido de Dios que habite en la ignorancia del evangelio de Cristo. No hay tal cosa como nacer de nuevo y habitar en las tinieblas del evangelio espurio.

Pero él es Único; ¿quién le hará desistir? Lo que su alma desea, él lo hace (Job 23: 13). Nadie puede cambiar el consejo de Dios ni alterar sus propósitos, nadie puede mover su mano ni con mil vigilias de oración. Dios no hace nada con violencia porque nada se le opone o se le resiste, pero escucha atento las plegarias de su pueblo. Al corazón contrito y humillado no desprecia sino que socorre con el curso de su providencia toda la necesidad de sus afligidos.

Lo que el Señor hace lo ha revelado a sus siervos los profetas (Amós 3:7). Cuando el Señor echó fuera demonios y sanó a muchos enfermos, se cumplía lo que había sido escrito por el profeta Isaías: Él mismo tomó nuestras debilidades y cargó con nuestras enfermedades (Mateo 8:17). Porque estas cosas sucedieron así para que se cumpliese la Escritura que dice: Ninguno de sus huesos será quebrado. También otra Escritura dice: Mirarán al que traspasaron (Juan 19:36-37). Es decir, los más mínimos detalles de la vida y obra de Jesús fueron cubiertos por los profetas, con predicciones totalmente exactas en el Antiguo Testamento y después narradas como cumplidas por escritores del Nuevo Testamento. Asimismo sabemos de la segunda venida del Señor fue profetizada tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.

Cosa infructuosa es dar coces contra el aguijón, levantar la mano contra el Hacedor, suponer que el hacha levanta el brazo del que corta con ella. El alfarero tiene potestad sobre el barro para moldear vasos como desea, asimismo Dios ha hecho como quiere y el mundo anda como fue escrito que debería ir: la maldad sería aumentada en nuestro tiempo como el de Sodoma y Gomorra, como en los días de Lot, o como en los días de Noé. Esto fue profetizado siglos atrás por el mismo Señor Jesucristo y nada ha faltado a su palabra. Ciertamente concluimos que la voluntad de Dios es irresistible.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 12:28
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