Jueves, 23 de agosto de 2018

El diagnóstico bíblico sobre el hombre asegura que éste está muerto en delitos y pecados, que no puede recibir a Cristo en lo más mínimo. El conocimiento espiritual humano a partir de su caída en Adán indica que anda en tinieblas. Las tinieblas pueden ser comparadas a la más terrible ignorancia, ya que aunque la luz brille las tinieblas no pueden comprenderla. Eso es precisamente lo que nos indica Juan en su evangelio (1:5): La luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron (KATALAMBANO, καταλαμβάνω: agarrar, comprender, aceptar, captar, cubrir, represar, mantener). Hay una ceguera propia ante el espíritu del hombre en condición natural que no le permite observar la luz, salvo que opere un milagro y nazca de nuevo (Juan 3:3). Jesús vino para juicio a este mundo, para que los que no ven vean, pero los que ven serán hechos ciegos (Juan 8:39).

Los que siguen a Jesús lo hacen porque pueden ver y por esa razón no caminan en la oscuridad (Juan 8:12). Dios tiene un regalo de gracia, el agua para vida eterna, pero en la ignorancia humana ni siquiera los judíos y samaritanos, que poseían la ley, pudieron comprender que aquel obsequio se refería al Mesías que estuvo con ellos en la tierra. Una mujer como la Samaritana que fue a buscar agua del pozo se maravilló de lo que Jesús le dijo respecto a su vida, pero el maestro de la ley (Nicodemo) no logró entender lo que era el nuevo nacimiento. La Samaritana no entendía que la salvación venía de los judíos, y el fariseo judío Nicodemo ignoraba lo que era un corazón nuevo. Esto muy a pesar de que el Antiguo Testamento refería al mismo hecho, como puede observarse de los escritos proféticos. Bastaría con mencionar a Ezequiel cuando habló del cambio del corazón de piedra por uno de carne (Ezequiel 36:26). Muchas personas que decían seguirle se quedaron perplejas cuando el Señor les acusó de ser hijos de su padre el diablo, de quien querían satisfacer los deseos (Juan 8:43-44). Y la gente continúa sin comprender lo que Cristo dijo porque no puede oír su palabra. La diagnosis es de muerte espiritual, de ceguera y sordera del espíritu.

La naturaleza humana siente una profunda antipatía por Dios, por el Dios de las Escrituras. Esta antipatía se extiende contra el Hijo, contra su palabra y hasta contra su pueblo. Aún los judíos que tuvieron tal privilegio como el ser el receptáculo de la ley divina, sintieron gran aversión por el advenimiento de su Mesías. Eran descendientes de Abraham, pero hijos según la carne, y al parecer no eran descendencia de Isaac (en Isaac sería llamada descendencia). Asimismo hay hoy día miles de personas que creen ser hijos de Dios por participar en las ceremonias religiosas del cristianismo oficial, ya que su religión parece haberles dado la garantía de una promesa que les han hecho sus líderes. Sin embargo, no todo el que dice Señor a Cristo entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de su Padre. Poco importa el cúmulo de milagros exhibidos, como poco interesa la cantidad de pecados cometidos; simplemente aquellos que son llevados por el Padre al Hijo oirán su palabra y comprenderán de qué han sido salvados.

La atracción natural que siente el alma humana hacia el mal es absoluta: odia la luz y ama las tinieblas (Juan 3:19). Cristo declaró la mente de Dios y la voluntad del Padre en relación a la salvación, la gracia y la verdad. Esas doctrinas de gracia enseñadas por el Señor han sido odiadas a través de la historia, y si en el ambiente judío fueron rechazadas a pesar de tener la revelación de Moisés, también ahora siguen siendo despreciadas por los que se dicen seguidores de Jesús. El hombre puede verse a sí mismo como perdido y fútil pecador, pero como no tiene la luz la odia porque alumbra sus malas obras. La gracia soberana habla de la obra unilateral de Dios para redimir a su pueblo; el hombre que dice medio ver las cosas divinas no quiere desprenderse de su bandera humana, el supuesto libre albedrío, porque asegura que su voluntad sigue jugando un papel importante en la toma de decisiones. Ahora quiere un evangelio diferente, más adaptado a sus prácticas carnales, pero al mismo tiempo acusa a Dios de injusto si su soberanía habría de tenerse en forma absoluta. El hombre natural se desentiende del nivel soberano de Dios (plano metafísico de Dios) para exigirle que se meta en su historia, que llegue a ser como uno de ellos, como cualquier divinidad del paganismo griego.

La esclavitud al pecado (Juan 8:34) ha vuelto adicto al hombre a las obras malas. Se cree con vida para poder decidir por Cristo, pero siempre que sea uno hecho a su medida. Sigue haciendo las obras de su padre el diablo (Juan 8:44), y cree que puede redimirse por cuenta propia (si tal vez sea que Jesucristo pueda ser tan solo un modelo de justicia). Judas Iscariote se amó mucho a sí mismo, rendía tributo a la idea de la liberación política de Israel, anhelaba posesiones materiales (se dice que echaba mano de la bolsa del dinero apostólico) y eso le aceitó el mecanismo para la traición. El se preocupaba por el perfume derramado sobre Jesús, diciendo que era mejor venderlo y darlo a los pobres (un socialista de nuestro tiempo), pero lo decía sin que le importaran los pobres y porque era ladrón (Juan 12: 4-6). Sabemos que Judas tenía que traicionar a Jesús, porque así estaba escrito, pero el Dios que predestina los fines (la traición) predestina también los medios (el amor propio, la codicia, la hipocresía).

Hecho el diagnóstico, la Biblia establece unos supuestos. Así como el médico diagnostica al enfermo y reflexiona en lo que haría para tratar de sanarlo, el Hijo de Dios aseguró que ningún hombre puede ir a él a no ser que el Padre lo lleve (Juan 6:44).  Esas palabras las repitió en dos segmentos discursivos muy cercanos, cuando hablaba con algunos de los que lo seguían desde hacía días. Acababa de acontecer el milagro de los panes y los peces y aquellos que deseaban oírlo y verlo se consideraban a sí mismos discípulos del Señor. Pero el Señor los conocía y les volvió a decir: nadie puede venir a mí, excepto que le sea dado de mi Padre (Juan 6:65). Les estaba hablando de la habilidad nula que tiene la humanidad para acudir por cuenta propia hacia él como Salvador, como consecuencia de la premisa dicha poco antes en Juan 6:37: los que vienen a él se los ha dado el Padre (Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí, y el que a mí viene no lo echo fuera. Como ellos murmuraban diciendo que esa palabra era dura de oír, el Señor concluye su premisa y da su sentencia final: Por esta razón os he dicho que nadie puede venir a mí, a menos que le haya sido concedido por el Padre).

Hay una absoluta dependencia humana en creer en la persona y el trabajo de Cristo para conseguir la vida eterna. Aquellos extraños discípulos se fueron desencantados por la absoluta soberanía de Dios, ya que ellos estaban seguros de su autonomía como seres humanos. Ellos seguían a Moisés, primero porque eran judíos de nacimiento y segundo porque era un acto voluntario. ¿Cómo es que este hijo de un carpintero viene a decirnos que debemos depender absolutamente de él y de su Padre para poder ser parte del reino de los cielos? ¡Si ellos eran hijos de Abraham y tenían la ley de Moisés! En realidad, aquellos judíos nunca fueron parte de sus ovejas, si lo hubieran sido se hubiesen ido detrás del pastor (Juan 10: 26-27). Si ellos no pudieron creerle al Hijo de Dios, después de haber presenciado el milagro de los panes y los peces, después de haber escuchado sus palabras de sabiduría teológica, se estaba cumpliendo en ellos la profecía de Isaías acerca de su inhabilidad total: Dios cerró sus ojos y endureció su corazón, para que no puedan ver con sus ojos, ni entender con su corazón, no sea que se conviertan y Dios tenga que sanarlos (Isaías 6:10; Juan 12:39-40).

La prognosis indica que a menos que el hombre ingiera la medicina que da el Padre no podrá tener vida eterna. Esa prognosis se apoya en el diagnóstico que refiere que el hombre no quiere ir a Cristo para tener vida eterna (Juan 5:40) -aunque físicamente se habían acercado a él participando de los panes y los peces, escuchando sus sermones, maravillándose con sus palabras. No basta con ir a las sinagogas a escuchar cada semana al predicador, o a cantar alabanzas que gratifican el alma humana; no basta con memorizar textos de las Escrituras o incluso sacar demonios. La voluntad del Padre es lo que importa y ésta es que de todo lo que le dé al Hijo ninguno se pierda. Las ovejas que son propias del buen Pastor son mantenidas ocultas en sus manos y en las manos del Padre, para mayor seguridad. Es necesario acudir a Cristo con fe, creyendo que él es el único deseado y suficiente salvador, sabiendo que quien acude a él lo hace por haber estado muerto en delitos y pecados. Esa conciencia del alma y esa voluntad para acudir a Cristo no son propias del hombre caído, son el resultado de haber nacido de nuevo, así como Lázaro fue llamado a salir de su tumba. La fe para acudir al Hijo es un don de Dios (Efesios 2:6) y no es de todos la fe (2 Tesalonicenses 3:2). Los que suponen que pueden agregar algo a la justicia de Cristo continúan perdidos, aunque declaren que lo han seguido por mucho tiempo. Los que tienen prejuicios contra sus enseñanzas (como la doctrina mencionada en el evangelio de Juan con su declaración de que nadie puede ir a él si el Padre no lo ordena) continúan con su depravación y en su oscuridad. Deberían pensar que si todo lo que el Padre le da al Hijo irá irremediablemente al Hijo, y el Hijo no lo echa jamás fuera, las multitudes que jamás van al Hijo no han sido enviadas nunca por el Padre.

Si los que no quieren ir a Cristo (aceptando todas sus doctrinas) tampoco pueden acudir a él, la prognosis indica que tienen muerte eterna. No hay una alternativa que indique lo contrario en este sistema binario del Creador. Los que son enviados por el Padre al Hijo serán recibidos por éste, para tener vida eterna. Esa es la prognosis de los que estando trabajados y cansados del pecado acuden a Cristo, de los sedientos que beben el agua de la vida eterna, de los que comen su carne y beben su sangre, de los que quieren ir a él a comprar de gratis, porque ese querer es parte del resultado del nuevo corazón implantado. Para unos no hay medicina que valga, para otros la medicina ha sido procurada sobrenaturalmente.

En su fuero interno el hombre natural no quiere ir a Cristo para tener vida eterna (Juan 5:40); el hombre caído tiene una voluntad corrompida, si bien puede simular un deseo de acudir para ser salvo. No obstante, muchos se confunden en este punto, porque si ese deseo no es el fruto del nuevo nacimiento siempre demostrará la perversión del corazón no redimido. Estos son los que luchan contra la palabra de Dios, los que dentro de las congregaciones tuercen las Escrituras para su propia perdición, los que se dan a las herejías, los que no habitan en la doctrina de Cristo, los que cuando descubren la doctrina de la absoluta soberanía de Dios argumentan que esa palabra es dura de oír. ¿Le parece familiar lo que acá se lee? Ese es el pan cotidiano en más del 90% de las iglesias protestantes del planeta y esa es una de las razones por las que el Señor les dirá en el día final que nunca los conoció. Esa gente odia la luz porque su doctrina es mala y no desea sea expuesta ante la claridad de las enseñanzas de Jesús. Aquellos viejos discípulos se fueron murmurando porque decían que las palabras del Señor eran duras de oír, los nuevos discípulos se quedan rondando sus sinagogas para hacer que los que creen la verdad sean echados fuera del recinto.

La gran conclusión derivada de esta diagnosis y prognosis es que el hombre no tiene vida en sí mismo (Juan 6:53). Las enseñanzas de Jesús demuestran que el hombre requiere de un nuevo nacimiento por el Espíritu, necesita acudir a él para comer su carne y beber su sangre. De igual forma ha dicho que solamente él es el camino, la verdad y la vida, de manera que él solo puede dar vida y aparte de él no hay otro que pueda dar esa vida eterna. Si el hombre sigue bajo la condición de muerte espiritual en esta vida, su peor consecuencia será la muerte eterna. El hombre pese a su incapacidad es responsable por cuanto la luz vino a este mundo y las tinieblas en que habita la humanidad no permitió que abrazara esa luz. El pecado del hombre permanece porque de lejos puede entender que allí está la voz de Jesús, pero odiándola no puede agradarse de su sonido.

Los que no creen son condenados y continúan viviendo bajo la ira de Dios (Juan 3:36). Recordemos que Jesús no vino a este mundo para condenarlo, ya que no había necesidad de ello. La razón descansa en que el que no cree ya ha sido condenado (Juan 3:17-18). El incrédulo tiene una horrible expectación de juicio para el día final, cuando se manifieste el justo juicio de Dios sobre la tierra y sobre las almas que fueron destinadas para eterna perdición. Y no solamente es incrédulo el que dice no creer en el evangelio de Cristo, sino también lo es el que diciendo creer en él desconoce su doctrina y no puede vivir bajo su manto, o que hace paz con el que no trae las enseñanzas de Jesús y le da la bienvenida como si fuese un hermano. Diáfana y pura es la palabra del Señor, pero para el que sigue siendo incrédulo esa palabra resulta dura de oír.

César Paredes

[email protected]

destino.blogcindario.com


Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 10:57
Comentarios (0)  | Enviar
Comentarios