Si Dios es infinitamente misericordioso, de seguro no tendrá placer en la muerte del impío; más bien tendría contentamiento en que todos los hombres fuesen salvos y viniesen al conocimiento de la verdad. Este alegato merodea en la mente de muchas personas religiosas, cuando interpretan lo que han leído en las Escrituras y cuando colocan textos que respaldan en apariencia esa idea. Uno de los textos favoritos para ellos es el de Ezequiel 33:11 y el de Ezequiel 18:23. Le agregan el de Pablo a Timoteo, que dice que Dios quiere que todos los hombres sean salvos, o el de Pedro cuando afirma que Dios quiere que todos vengan al arrepentimiento sin que ninguno perezca (1 Timoteo 2:4; 2 Pedro 3:9).
Pero no basta con señalar esos textos en forma aislada, ya que otros de la Escritura parecen afirmar lo opuesto. Por ejemplo, hay un salmo que dice que nuestro Dios está en los cielos, todo lo que quiso ha hecho (Salmo 115:3). Si ha hecho todo cuanto quiso, ¿cómo es eso de querer que todos vengan al conocimiento de la verdad, que todos sean salvos, que no quiere la muerte del impío? En apariencia se estaría hablando de un Dios frustrado con un infierno muy inflado, hacinado, que da testimonio de su aparente fracaso. Pero no falta quienes hablen de dos voluntades en Dios, de su deseo interno pero con su respeto externo por el impío, por su sagrada libertad. Entonces uno sigue preguntándose, ¿dónde colocar todos aquellos textos que refieren al endurecimiento y odio de Dios por los réprobos en cuanto a fe, los cuales fueron preparados para destrucción y para que tropiecen en la roca que es Cristo?
Podríamos inferir varias respuestas a esta situación planteada: 1) La infinita bondad de Dios supondría que habría de haber predestinado a todos los hombres a la eterna felicidad. Incluso debería haber predestinado a los demonios mismos, incluyendo a su príncipe, a la gloria eterna. Eso sí que hablaría de su gran bondad para toda su creación. 2) De seguro hubiese habido un esquema de redención diferente, que aseguraría la infinita misericordia sobre todos, el cual contemplaría la suspensión del libre ejercicio de la voluntad humana y angélica. 3) Tal vez debió haber previsto otro método de salvación, aparte del sacrificio hecho por Jesucristo, o haber universalizado el alcance de su expiación: todos seríamos justificados por su sangre, más allá de que hayamos oído o no su evangelio.
Pero podríamos también mirar en todas las Escrituras en conjunto para indagar la naturaleza de Dios y el contexto en que aparecen sus palabras. No olvidemos que en el Antiguo Testamento sus profetas se refieren a la venida del Mesías que nacería en Belén, el cual pondría su vida en rescate por muchos. También esos profetas hablaron de la segunda venida del Mesías a la tierra, dando a entender que ese regreso sería el día de Jehová, grande y terrible para juzgar a los hombres por su pecado. Los que están en el infierno y los que se unirán a ellos demuestran que ese amor desmesurado de Dios nunca los alcanzó porque ellos nunca fueron su objetivo. Si Judas fue escogido como hijo de perdición, mal podría decirse del amor de Dios por ese vaso de deshonra preparado para destrucción.
El Dios de la Biblia jamás desea algo que no pueda hacer; más bien, todo lo que desea lo puede hacer: Su alma deseó e hizo (Job 23:13). Si en Ezequiel leemos que Jehová no desea la muerte del impío, el impío perece. ¿Qué sucede en el contexto de esas palabras del profeta? Recordemos que en ese entonces los judíos estaban cautivos en Babilonia y se habían quejado de pagar las culpas de sus padres. Aquellos padres habían comido uvas agrias y los hijos padecían la dentera, en un refrán popular que aquella gente manejaba. Esa ironía del pueblo contra Dios y contra su profeta hizo que hubiera una pronta respuesta. Sabemos que aunque había cautividad por causa de un castigo divino ese oprobio no significaba destitución de la gloria de Dios. La prueba de lo que decimos son los profetas y los otros hombres escogidos que Jehová tenía como remanente. Descartemos el castigo histórico de Dios como si fuese una destrucción espiritual eterna enviada por el Todopoderoso.
¿No estaba Daniel cautivo en Babilonia? Sin embargo llegó a ser connotado servidor del Señor en medio del castigo temporal de Dios para su pueblo. El profeta Ezequiel anuncia al pueblo que los hijos no pagarían la culpa de sus padres, que cada quien pagaría por sus pecados. Ese conglomerado de gente preocupada por el castigo que representaba la cautividad podía descansar en las palabras anunciadas, ya que el que fuere justo viviría por su justicia pero el injusto perecería por ella. Además, pudiera darse el caso de justos que al final se desviaban a la injusticia, bajo la pretensión de querer ampararse en la primera justicia. También podría suceder que gente injusta actuaría después justamente, sin que considerara su primera injusticia como una norma permanente.
Y como el pueblo había preguntado ¿cómo, pues, viviremos? Jehová les respondió que no quería la muerte del impío, sino que se volviera de su mal camino. Fue una respuesta específica para su pueblo, no para los pueblos vecinos, una actitud pedagógica de parte de Jehová que pretendía enseñar por medio del profeta su concepto de justicia: los que se creían justos serían delatados para castigo en el día de su rebelión, mientras los impíos que se arrepentían y se volvían del mal camino serían perdonados. Esta explicación del profeta respondería al clamor del pueblo acerca del pecado de sus padres. Aquellos padres habían muerto pero ellos vivirían si hacían lo correcto.
Uno debe preguntarse en este momento si fue resuelta aquella queja de la casa de Israel acerca de cómo vivir si el pecado de sus padres estaba siempre presente en ellos. Y fue resuelta esa pregunta irónica de ellos por cuanto cada quien pagaría por su pecado, el impío arrepentido sería perdonado y el que supuestamente se consideraba justo pero que se volvía injusto sería castigado.
La espada enviada por Jehová junto con su muerte refiere a una muerte física, ya que el contexto no habla de muerte espiritual. El contexto específico del texto está restringido a la casa de Israel en el exilio, no al resto del mundo en general. En este punto podemos recordar las palabras de Juan cuando habla del pecado de muerte por el cual no quiere que se pida. Esa muerte de los hermanos no puede referirse a una muerte espiritual, pues son hermanos. Asimismo lo enseñó Pablo, cuando habló de que algunos dormían (habían muerto) por tomar indignamente la cena del Señor, mientras otros estaban enfermos. Pero no hace justicia al texto el pretender que el mundo gentil en la época de Ezequiel tuviera atalayas como el pueblo de Israel.
Los creyentes hemos sido librados de la ley del pecado y de la muerte (no en el mismo contexto de los israelitas de Ezequiel 33 y 18), pero la imposibilidad de cumplir toda la ley en el Antiguo Testamento es la referencia de Ezequiel, mientras que en nosotros aquella ley fue cumplida por Jesucristo, nuestra justicia. El texto de Ezequiel trata un problema ético, ya que el pecador encontrará esperanza en Dios si se vuelve de sus pecados. Pero ese mensaje estuvo circunscrito al pueblo de Israel y no a sus vecinos o al resto del planeta distante.
Trasladado el texto a un plano espiritual, podemos asegurar que en ningún momento denuncia como impropio el destino inequívoco de los réprobos en cuanto a fe, preparados para el justo castigo de Dios. Un hombre réprobo no se volverá de su camino porque está incapacitado para hacerlo, por lo tanto Dios no habla de él como deseando que se vuelva de su mal camino. ¿Quién es el que se vuelve de su mal camino sino el elegido de Dios para tal fin?
Pero el mensaje del evangelio se anuncia a todos los hombres, no como una oferta de salvación sino como una proclama de la soberanía de Dios. El hombre natural es moralmente responsable de volverse a su Creador, más allá de que sea impotente espiritualmente para hacerlo. El anuncio de Ezequiel no hace violencia a la soberanía de Dios sino que estimula éticamente al hombre natural para que entienda su impiedad. El pecador habrá de saber que el camino para la vida es la conversión, como también se lo enseñó Jesús a Nicodemo aunque el maestro de la ley no pudiera nacer de nuevo por voluntad propia. Y esa actitud pedagógica de Jesucristo es similar a la actitud de Ezequiel.
Si el texto hablara de un amor universal por los pecadores estaría dando luz por igual a una redención universal. El texto habla del impío que se vuelve a Dios y del impío que no se vuelve a Dios. Dios se complace del impío que se arrepiente y se vuelve de su mal camino, porque a fin de cuentas ese es el evangelio de su Hijo Jesucristo. El texto no habla de la capacidad del impío para lograr esa hazaña, pero nunca habla tampoco del amor de Dios por el impío que no se arrepiente. Y Dios lo ha dicho en forma tajante cuando uno lee la epístola a los Romanos. En el capítulo 9 se puede leer que Dios odia a Esaú (aún antes de hacer bien o mal, antes de ser concebido, sin basarse en sus obras), lo cual debe decirse del impío no arrepentido encontrado en Ezequiel (si tomamos el texto en un sentido espiritual).
Todo creyente que ha sido llamado eficazmente sabe que estuvo muerto en delitos y pecados, que fue un impío no arrepentido hasta que ocurrió el llamamiento eficaz. A partir de entonces es un pecador arrepentido en el cual se deleita Jehová. Igualmente entiende que ese llamado ocurrió sin que él ejerciera ninguna influencia positiva, porque muerto como estaba no tenía ningún interés en las cosas espirituales que son del Espíritu de Dios.
Sabido es que en la carta a los Romanos antes mencionada los réprobos han sido dispuestos para alabanza de la gloria de Dios en su justicia y poder. Es por ello que en eso se complace Jehová, en su justicia sobre el pecado y el pecador; de igual forma se complace en el impío arrepentido, que es el que Él mismo envía hacia Jesucristo para perdón de pecados. Los que Él no envía hacia el Hijo no serán limpios de sus pecados, pero tanto en lo uno como en lo otro nosotros los creyentes somos grato olor en Cristo.
Gracias a esa complacencia de Jehová nosotros tenemos el consuelo como pueblo de Dios. De no haber sido por esa complacencia no hubiésemos tenido el don del arrepentimiento y el don de la fe, para que se manifestara en nosotros la gracia de la salvación. Cuán perversa es la interpretación fuera de contexto, que tergiversa la soberanía absoluta de Dios y pone contradicción en las Escrituras. Solamente los militantes del falso evangelio son los expertos en la interpretación privada, pero lo hacen para su propia perdición.
César Paredes
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