Mi?rcoles, 08 de agosto de 2018

El corazón según la Biblia, piensa, medita, hace hablar. Que las palabras de mi boca y las meditaciones de mi corazón sean aceptas ante ti, oh Señor, dice el salmista en Salmo 19:14. Del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios y muchas otras cosas más; así pensaba Jesucristo y así lo dejó sentado en su doctrina. La lengua revela el pensamiento de las personas, a medida que la gente habla se delata lo que tiene por dentro.

Se podrían citar innumerables textos, pero colmarían las breves páginas que escribimos. ...que si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y si crees en tu corazón que Dios le levantó de entre los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, y con la boca se hace confesión para salvación (Romanos 10: 9-10). Una misma fuente no puede producir agua salada y dulce al mismo tiempo, ni la higuera podrá producir aceitunas como tampoco la vid dará higos (Santiago 3:10-12). La fe que justifica exige la confesión con la boca, pero siempre con el sentido de la mente, lo cual expresaría los motivos del corazón. En la Biblia más de una vez el corazón y la mente son una misma cosa, un mismo centro de donde mana la vida o la muerte. Además, cuando se metamorfizan las manifestaciones abstractas del ser humano, se busca designar un órgano de importancia vital. Anteriormente eran los riñones, como lo demuestra la literatura antigua, incluso el Antiguo Testamento. Las entrañas del hombre eran el centro de su existir; posteriormente pasó a designarse al corazón como el centro de la actividad mental y emocional. Hoy día se sigue usando el corazón como referencia, si bien también el cerebro ha pasado a cobrar parecida importancia.

Los textos enunciados arriba indican que lo que el escritor bíblico trataba de transmitirnos era la importancia de ciertas actividades abstractas humanas, como los sentimientos y los pensamientos, representados por un órgano de extrema vitaidad: el corazón. Por esa razón no vale hacer una dicotomía entre corazón y mente, como si Dios también la hiciera. Esa actitud de división implicaría que se intenta separar la actividad mental de la emocional, para justificar que podemos querer a Dios con el corazón (las emociones) sin que tengamos que entender sus enseñanzas (la mente). Creer con el corazón implica que no se ha de tener un conocimiento superficial acerca del evangelio, sino uno muy profundo. Hemos de ver al Hijo de Dios con los ojos del entendimiento espiritual y no como una simple noción. No es Jesucristo una referencia a un Salvador enviado por Dios, es más bien el Redentor de los elegidos del Padre. Creer con el corazón conlleva examinar la doctrina que dejó a sus discípulos, así como también conocer quién era él, cuál era la importancia de su persona y saber todo lo que implica su obra en esta vida (en especial en la cruz).

Jesucristo no es un nombre para pronunciar, como una palabra mágica, como un amuleto de buena suerte. La gente que le canta sin conocer lo que significa el nombre del Señor pierde su tiempo. Cuando Pablo se pregunta cómo será posible invocar a alguien que no se conoce da a entender que es de extrema importancia el conocimiento del Siervo Justo, del que hablara el profeta Isaías en el capítulo 53 de su libro.  En otras palabras, Jesucristo no puede ser separado jamás de su doctrina (y él vino a enseñar la doctrina de su Padre -Juan 7:16). ¿Cómo, pues, se pretende separar el trabajo y la persona del Hijo de las enseñanzas del Padre Celestial? Invocar a Dios o a Su Hijo sin tener en cuenta las enseñanzas de ambos es un atropello contra la Biblia, una incongruencia contra la teología revelada.

Imaginemos por un momento una situación que no es fantasía del todo, una persona es conminada a arrepentirse y a creer en Jesucristo como su Salvador. Muy bien, esa persona confiesa con su boca lo que cree en su corazón en ese momento en que ha oído que Jesucristo es el Hijo de Dios que vino a quitar el pecado del mundo. Sin embargo, si la persona en cuestión no comprende quién es ese Jesús llamado el Hijo de Dios, si desconoce el tipo de trabajo que hizo en la cruz, ¿cómo podrá estar seguro de que la confesión de su boca concuerda con lo que significa creer según la Biblia? No se trata de añadir el conocimiento como requisito para la redención, ya que el nuevo nacimiento lo da Dios de Sí mismo. Pero Dios no deja a su pueblo en la ignorancia, más bien le exige que conozca a Su Hijo para que sea salvo. Y es que Jesús no es un nombre sin referente sino que hace alusión al crucificado que expió todos los pecados de su pueblo. Es el mismo Jesús que no rogó por el mundo, de manera que mal pudiera ese supuesto nuevo creyente sostener que vino a expiar los pecados de toda la humanidad, sin excepción.

Así como Dios no deja en la ignorancia a su pueblo, tampoco da la salvación por retazos. No se trata de que el individuo conozca poco a poco y vaya siendo salvo poco a poco, sino de que cuando le ha sido revelado por intermedio de los mecanismos que Dios ha dejado para eso sea salvo de un todo. Es decir, Dios dejó las Escrituras para que el individuo aprenda en ellas a conocer quién es el Hijo de Dios, para que vea el testimonio acerca del Hijo. Dios dejó a los que predican con el cargo de anunciar el evangelio de Cristo. Así mismo dejó a su Espíritu para que vivifique y conduzca a toda verdad a su pueblo. Pero no dejó al falso evangelio para que su pueblo empiece el proceso de la redención por el camino equivocado, sino que más bien ordena a su pueblo a salir de en medio del engaño.

Jesucristo no puede ser entendido si no es por la revelación que el Padre hace del Hijo. Es el Dios Todopoderoso quien lleva al individuo que va a redimir hacia el Hijo, y éste no lo echará jamás afuera. Por cierto, esto que acabamos de escribir es doctrina básica enseñada por el Señor, recogida en los evangelios. Pablo le escribe a los Corintios y los amonesta porque toleraban la predicación de otro evangelio. Esa otra enseñanza hablaba de un Jesús que no había sido jamás enseñado por los apóstoles, pero que era enseñado por el anuncio de un falso evangelio. En otros términos, la enseñanza de ese falso Jesús equivalía a la doctrina de ese falso Mesías (2 Corintios 11:4). Tal vez el evangelio diferente contiene doctrinas más aceptables, más confortables verdades, con mejores promesas; tal vez el evangelio diferente y anatema enseñe que Jesucristo murió por todos por igual, que la salvación final depende de usted y no es un trabajo solitario de Dios.

Tal vez el evangelio maldito propone un esquema de las cosas más asequible, más conforme al humanismo del mundo. Porque un Dios que deja en la humanidad el sellar su destino es más democrático y visto como menos tirano. El Dios que da oportunidades por igual a todos los hombres puede ser visto como más justo, mucho más justo que el Dios que condena a Esaú antes de que hiciese bien o mal. Poco importa que ese nuevo conocimiento no tenga apoyo en las Escrituras, será bienvenido en las almas inconstantes llevadas por todo viento de doctrina.

Las confesiones de la boca que refieren a Jesucristo pero que niegan el significado verdadero de su vida y obra, no hablan en verdad de Jesús el Cristo. Y esto es lo que advierte Juan, que nos cuidemos de los que no habitan en la doctrina del Señor. El que no vive en su doctrina no tiene ni al Padre ni al Hijo, por lo tanto tampoco tiene al Espíritu de Dios. No es posible separar la doctrina de la persona de Jesucristo, como si fuese posible distinguir entre corazón y mente según la Biblia. Así como no separamos las enseñanzas del Señor de su vida y obra, tampoco sirve de nada el tener una buena ortodoxia y no hacer las cosas que él dice (Lucas 6:46).

La doctrina del Señor ha de verse en la transparencia de una vida limpia en comunión con él; más allá de que tengamos pecado, abogado tenemos para con el Padre. Pero ciertamente una vida piadosa sin una doctrina ortodoxa no sirve de nada, así como una doctrina ortodoxa con una vida impía de nada nos aprovecha. No se trata de guardar un equilibro entre doctrina y vida piadosa, sino de tener estas dos manifestaciones del nuevo nacimiento: la ortodoxia de la doctrina y la piedad de la vida. El transitar del creyente es una lucha continua por permanecer en el camino, pero con la certeza de que el Señor nos guarda en sus manos y en las manos del Padre. Nos toca hacer morir lo terrenal en nosotros, denunciar las herejías y aferrarnos más y más a la verdad revelada.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 14:55
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