Jesucristo aseguró que él enseñaba la doctrina de su Padre, de manera que todo lo que dijo e hizo concuerda con el deber ser que ordenaba la ley de Dios. Incluso afirmó que no había venido a aniquilar la ley sino a cumplirla. Habiendo sido perfecto y manso hasta la muerte de cruz llegó a ser la justicia de Dios; asimismo, llevó todos los pecados de su pueblo (judíos y gentiles) imputándonos a nosotros su rectitud. Un intercambio sucedió en el madero, Jesús tomó nuestros pecados -el que no conoció pecado fue hecho pecado- y nos impartió su justicia, la cual fue imputada hacia nosotros por mandato judicial. Fuimos declarados justos, nosotros que pecamos todos los días; el Padre no se acuerda más de nuestros pecados porque fueron limpiados en aquella cruz. Lanzados quedaron todos ellos al fondo del mar y Jehová no se acordará más de ellos.
Pablo asegura que nosotros ya estamos sentados en los lugares celestiales con/en Cristo Jesús. Jesucristo como cabeza de la iglesia nos tiene a nosotros representados en aquel sitio donde mora, desde donde también vendrá a buscarnos y a llevarnos con él. Si alguno osa decir que la doctrina de Dios es otra, que el Señor no es nuestra Pascua, que nosotros tenemos que añadir algo a su trabajo (algo como nuestra voluntad y decisión en función del supuesto y mitológico libre albedrío) tenemos que responder con Isaías: A la ley y al testimonio. Si no hablan conforme a esta palabra es porque no hay luz en ellos (Isaías 8:20).
Ciertamente hay mucha gente que tiene antipatía por la Palabra de Dios, por las enseñanzas bíblicas en relación a la gracia divina revelada en el evangelio. En ocasiones, esta gente suele tener una buena reputación, un buen nombre ante los hombres de la religión, incluso son arduos trabajadores al servicio de la fe que asumieron como verdad. De nada les sirve esto si andan fuera de la ley y el testimonio; Jesús también habló mal de los fariseos que recorrían el mundo en busca de un prosélito y lo hacían doblemente digno del infierno de fuego. Saulo de Tarso era un hombre probo de acuerdo a la ley, respetable y erudito; había estudiado a los pies del gran maestro y rabino Gamaliel, pero perseguía a la iglesia pensando que hacía un gran servicio por el celo de Dios. Ya sabemos su historia cuando el Señor lo convirtió en Pablo, lo cegó con su brillo y le abrió el corazón para que entendiera la verdad.
Tiempo después el mismo Pablo escribía en el capítulo 10 de la carta a los romanos que oraba por aquellas personas que con celo de Dios ignoraban la justicia de Dios. Pedía porque ellos andaban perdidos, extraviados de la verdad, por más que conocían de Jehová y eran celosos de sus leyes y tradiciones. No eran hombres inmorales sino de gran estima social, pero ignoraban la justicia de Dios. ¿Cuál es la justicia de Dios? Jesucristo es esa justicia, por eso también es llamado nuestra Pascua. Pero si Jesucristo es la justicia de todo el mundo, sin excepción, el infierno habría desaparecido. Por esa razón cuando Jesús dijo que no rogaba por el mundo estaba igualmente enseñando la doctrina del Padre. Las palabras que yo os hablo, no las hablo de mí mismo; sino que el Padre que mora en mí hace sus obras (Juan 14:10). ...Y la palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me envió (Juan 14:24).
Pese a que Jesucristo dijo que todo lo que el Padre le daba iría a él, y él no lo echaría fuera, y pese a que añadió que ninguno podía ir a él a no ser que el Padre lo llevase, hay muchos que hablan de una fe prevista. Señalan que Dios previó quien iría a creer y quien no, de manera que por esa razón los predestinó. Pero uno puede responder con la lógica de la Palabra Divina, si ya sabía Dios que ellos iban a creer, ¿para qué predestinar? Se predestina en un acto soberano de elección soberana, porque Dios es el alfarero y nosotros los vasos formados por Él. Esa predestinación y/o preordinación tuvo lugar desde antes de la fundación del mundo. Así aparece en muchas cartas de los apóstoles y aún en el libro del Apocalipsis. Por otro lado, Dios no necesita mirar en el tiempo para llegar a saber, ya que posee la cualidad de Omnisciente. Si en realidad miró en los corazones de los hombres para llegar a saber, es un Dios que no sabe el futuro y debe averiguarlo; ese Dios no sería Omnisciente y sería una divinidad pagana.
Porque los que anuncian otro evangelio no hablan la doctrina de Cristo. Ellos dicen que Dios es el creador del universo y que hace milagros, pero no creen que Él haya decretado todo lo que acontece. De nuevo tenemos que ir a la ley y al testimonio, como lo recomienda Isaías. Nuestro Dios está en los cielos, y todo lo que quiso ha hecho (Salmo 115:3). Bastaría ese solo texto como prueba irrefutable de lo que decimos, que Dios ha ordenado todo cuanto acontece pues de lo contrario sucedería algo que Él no haya querido. Ved ahora que yo, Yo Soy, y conmigo no hay más dioses. Yo hago morir y hago vivir; yo hiero y también sano; no hay quien pueda librar de mi mano (Deuteronomio 32:39).
Jamás debemos suponer que dos fuerzas luchan en el universo y que Dios batalla por el bien mientras el mal triunfa. Él dijo que había hecho al malo para el día malo (Proverbios 16:4), reclamando la autoría hasta del hombre malo, de los demonios y de Satanás. Uno de sus profetas exclamó: ¿Habrá acontecido algo malo en la ciudad el cual Jehová no haya hecho? (Amós 3:6). Otro dijo: ¿Quién será aquel que diga algo y eso ocurra, sin que el Señor lo haya mandado? ¿Acaso de la boca del Altísimo no salen los males y el bien? (Lamentaciones de Jeremías 3:37-38). Dios es de una sola mente, su alma deseó e hizo (Job 23:13). Incluso la suerte es echada en el regazo, pero de Jehová es la decisión de ella (Proverbios 16:33). He aquí las primeras cosas pasaron, y yo declaro las nuevas cosas desde antes de que sucedan. Yo lo hago anunciar (Isaías 42:9).
El Dios de la Biblia es el que crea la luz y crea las tinieblas, el que mata y hace vivir, el que levanta del pozo de la desesperación y el que humilla al altivo. El hace la paz y crea el mal, (Isaías 45:7). No somos marionetas en sus manos, somos menos que eso, ya que se nos ha dicho que somos barro en las manos del alfarero (Jeremías 18:6; Romanos 9: 20-21). El evangelio anatema declara que el hombre no perdió toda la habilidad para seguir a Dios, dice que la humanidad es libre para tomar cualquier decisión respecto a su destino. En otros términos, el falso pastor junto a su falso maestro adoctrinan las masas de cabritos que se reúnen en la Sinagoga de Satanás. Ellos viven en la ilusión de una soberanía humana que se acerca al perfil que la serpiente dibujó en el Edén: Seréis como dioses. Pudiera ser que en esa Babilonia exista pueblo de Dios que no ha sido llamado todavía; a ellos les dice el Señor que salgan de allí.
DE LA IMPOTENCIA HUMANA.
Pero el Testimonio de Dios (la doctrina del Hijo y la del Padre, que son una) enseña que nuestra justicia es como trapos de mujer menstruosa, que somos como hojas llevadas por el viento, pero llevados además por nuestras iniquidades. No hay ni siquiera uno que haga el bien, ni quien llame al nombre del Señor. Más bien fue Jehová quien escondió su rostro de nosotros y nos dejó unidos a nuestras iniquidades (Isaías 64:6-7). Esto mismo lo repite Jesucristo en una forma condensada: Nadie puede venir a mí a menos que el Padre (Jehová) que me envió lo traiga (Juan 6:44). Esta impotencia humana se da porque la humanidad entera murió en sus delitos y pecados, ocupándose solamente de los asuntos de la carne. Sabemos que los que se ocupan de la carne son los muertos en el espíritu, putrefactos como Lázaro que necesitan de la resurrección. Mal puede un muerto verificar donde está la medicina que lo vuelva a la vida; es por ello que si Dios no nos hace nacer de nuevo no veremos su reino. Dios usa el mecanismo de la predicación del verdadero evangelio, porque no se agrada del evangelio corrupto y anatema. Lo que es maldito solo acarrea maldición, pero lo que es bendito trae luz a quienes el Padre quiere alumbrar.
La mente carnal está en enemistad con Dios y no se puede sujetar a su ley; de manera que todos los que están en la carne no pueden agradar a Dios (Romanos 8:5-8). ¿Cómo podrá alguien que no entiende las cosas del Espíritu de Dios que han de ser discernidas espiritualmente desear lo bueno? ¿Cómo puede una persona vendida al pecado llegar a nacer de nuevo? Esa acción la hace el Espíritu de Dios, el cual es irresistible (¿Quién resiste a su voluntad? Romanos 9: 19). No puede ninguna actividad humana procurar el nuevo nacimiento, ni puede el hombre colaborar en su redención. El deber de todos es arrepentirse y creer en el evangelio, pero eso no supone capacidad. Según las Escrituras el hombre está en un estado de inhabilidad total, le urge la intervención divina para ser salvo. Eso solo es posible para Dios, el cual tiene misericordia de quien quiere tenerla, pero de igual manera endurece a quien Él quiere endurecer (Romanos 9:18).
¿Por qué, pues, Dios inculpa? Pues ¿quién ha podido resistir a su voluntad? Esa pregunta del objetor implica que no está satisfecho con la injusticia que le supone el ejercicio de la soberanía de Dios. Eso de que el Creador haya dejado a unos para ira y destrucción, sea porque los deja en el pecado o porque los endurece, pero que después de verlos en ese estado de impiedad los acuse y los castigue eternamente, no suena bien en el corazón del pecador no arrepentido. Esa es la defensa que hacen de Esaú, la misma que hacen por ellos mismos. La naturaleza corrompida del hombre caído no es capaz de ver el mal dentro de ella, más bien busca inculpar al Soberano Dios porque así lo ha dispuesto. Esto no es más que un argumento ad hominem del hombre que procura ver en el Acusador de los impíos alguna falta antes que contemplar su propio pecado.
El objetor bíblico no sólo se motiva con lo que Pablo dijo de Faraón (y lo que escribió Moisés al respecto), como un ejemplo distante, sino que aparece de inmediato una vez que el apóstol coloca el caso de Esaú. Sin mirar en sus obras buenas o malas, aún antes de ser concebido (como se expresa en la lengua griega), ya Dios lo había dispuesto como vaso de ira odiándolo eternamente. Contrariamente hizo con su hermano Jacob, Dios lo colocó sin mirar sus buenas o malas obras, amándolo eternamente como vaso de misericordia. Esto es entre otras cosas una prueba irrefutable de que Dios no miró ninguna cualidad futura en Jacob como para predestinarlo por una fe prevista. Recordemos que todo lo que hizo con él fue antes de que hiciese bien o mal. El objetor aparece para señalar a Dios por el caso de Esaú, no por Jacob. También allí se haría injusticia, si miramos los dos casos en forma simultánea; injusticia por cuanto no medió ninguna obra buena o mala. Pero a este objetor no le molestó la supuesta injusticia contra Jacob, sino la supuesta injusticia contra Esaú. Así lo llama él, injusticia; no así nosotros, pues Dios como Soberano tiene derecho a hacer lo que quiera con lo suyo.
Los objetores modernos deberían aprender de este objetor viejo e inspirador de sus críticas, ya que él aceptó como un hecho el caso de Esaú tal como lo presenta la Biblia. No empezó a dar vueltas en un perímetro interpretativo de la Escritura, no dijo que Esaú se condenó a sí mismo, ni que Dios previó sus malas obras y por eso lo endureció. Tampoco se le ocurrió decir que la sangre del alma de Esaú no estaba puesta a los pies de Dios. Simplemente asumió lo que la Escritura dice tal cual, aunque por ello criticó duramente al Creador. Hoy día los nuevos objetores dan vueltas sobre este texto de Romanos y no quieren darse cuenta de que habla con demasiada claridad. Pero el hombre natural que no ha sido redimido ve maldad y tiranía en Dios, al cual califica como un monstruo por lo que hizo con Esaú. Es así que los defensores del falso evangelio interpretan privadamente este texto para justificar ante su hermandad satánica que Dios no es un monstruo sino que amó menos a Esaú que a Jacob. De nuevo habrá que responderles como dijo Isaías: A la ley y al testimonio. Si no hablan conforme a esto es porque no les ha amanecido.
César Paredes
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