Al intentar hacer un resumen de las teologías que el hombre sigue, podemos atrevernos a afirmar que solo dos existen en la tierra. La teología del hombre natural o caído en Adán y la teología revelada por Dios mismo. Mientras la teología divina es constante y uniforme, la del humanismo es variopinta. Claro está, en la formulación histórica de esta última podemos mencionar los momentos en que la visión teológica del incrédulo da un giro hacia uno u otro lado, pero en definitiva la variedad presentada está bajo el denominador de la impiedad. Así que podríamos hablar de la teología Adán y Eva cuando se vistieron de hojas de higo, pretendiendo cubrir su pecado, o la teología de Caín, el primer homicida por razones teológicas, o de la teología de la Torre de Babel, con la humanidad perdida tratando de alcanzar el cielo por sus méritos. Seguiríamos hasta pasar a la era en que se cerró el canon bíblico, cuando comenzaríamos a mencionar personajes que se destacaron por su énfasis particular en torno a la visión que el mundo tiene del Creador.
De esta forma hablaríamos de Pelagio como uno de los primeros íconos en la historia de la era cristiana, pero seguiríamos mencionando a sus discípulos inmediatos o distantes; tendríamos que citar a Arminio, a Wesley, a Finney, a instituciones diversas de carácter religioso. Por eso a veces es preferible hablar de la teología del hombre natural sin tener que entrar en los múltiples detalles que encierra la diversidad cultural de la teología del mundo. No olvidemos que la mayor parte de esas variantes teológicas se dan casi siempre por la interpretación privada de las Escrituras, ya que si se atuvieran a la interpretación pública y unísona que el Espíritu Santo sugiere no surgiría jamás ninguna herejía.
En la teología revelada aparecen la elección y la gracia con igual correspondencia; si hubo elección es porque hubo gracia, y si ha habido gracia es porque Dios hizo una elección. El remanente ha sido escogido de acuerdo a la elección de gracia (y si por gracia ya no es por obras), pero la otra alternativa sería lo inverso, si por obras ya no sería por gracia. En esa disyuntiva el Espíritu le indica al apóstol que ha sido por gracia y no por las obras (Romanos 11:5-6). La sencillez de la explicación abruma, para que entendamos que la elección es la vía o el mecanismo por medio del cual la gracia se expresa.
Toda elección presupone una discriminación, de allí que la gracia discrimina. Pero no pensemos en forma desviada o de acuerdo a la mente del hombre natural, no digamos que esa elección de gracia se hizo basada en alguna cualidad positiva en los elegidos. La constante bíblica ha sido que el hombre murió en delitos y pecados, que su justicia es inmunda, que no hay quien haga lo bueno o quien busque al Dios de la Biblia. Cuando se menciona el modelo de elección que representan los gemelos de Isaac, descubrimos que Jacob y Esaú fueron elegidos para fines distintos sin que mediara en ellos las buenas o las malas obras (Romanos 9:11-13).
Si el hombre pudiera escoger a Dios sería en base a las obras, pero la Escritura ha negado de plano esa posibilidad. Por eso es que poco importa en este momento opinar sobre lo que pensó Caín, o lo que dijeron Pelagio, Arminio, Wesley, Finney y tantos otros a través de la historia humana. Siempre habrán dicho que el hombre es capaz en mucha o en poca medida de cooperar con Dios o de aportar su buena voluntad para su salvación. Hay quienes creen en una expiación universal potencial, la cual depende para su eficacia de la libre voluntad humana. Hay quienes aseguran que el hombre muerto en delitos y pecados no puede colaborar con Dios, pero al mismo tiempo aseguran que la expiación fue universal aunque su eficacia fue particular. Esto último no es más que un doble hablar, una manera de expresar su extravío teológico.
Así parece haberlo entendido Calvino, porque él dijo que Cristo murió por todos sin excepción aunque eficazmente por los elegidos. Es de esta manera que en sus Comentarios de la Biblia aseguraba que Jesucristo le lavaba los pies a Judas, poco antes de su crucifixión, con la esperanza de que se arrepintiera. Y eso hay que denunciarlo como una carencia de enfoque teológico aunque también como un signo de que no había comprendido hasta ese momento lo que es el evangelio. Volvemos a las Escrituras, si por obras ya no es por gracia (porque la gracia ya no sería gracia). Jesús no pudo morir por toda la humanidad, sin excepción, porque eso sería un exabrupto en la economía de Dios. Él dijo que ponía su vida por las ovejas (no por los cabritos), que no rogaba por el mundo (por el cual no murió) y que agradecía al Padre por los que le había dado (los cuales son su pueblo que vino a redimir de sus pecados, Mateo 1:21).
La Escritura se opone tajantemente a cualquier intento de los hombres en la autoelección, porque no hay nada sano en el hombre caído como para que lo lleve a hacer tal movimiento. Además, eso sería una negación de la gracia en favor de las obras humanas. Recordemos que la gracia y la elección están íntimamente ligadas y la Escritura nos habla de la elección de gracia. Claro está, Esaú no fue elegido de gracia sino que fue dejado de lado, endurecido por Dios, creado como vaso de ira para el día del justo juicio divino. Pero uno puede hablar de la elección de los réprobos en cuanto a fe como una elección negativa, sin que haya mediado la gracia divina. Eso prueba por argumento a contrario que la elección sin la gracia es para condenación. Si Dios hubiese tenido que escoger a los seres humanos sin su gracia, nadie sería salvo; y si Dios hubiese tenido Gracia para los hombres pero no hubiese hecho elección, tampoco nadie hubiese sido salvo. Elección y gracia son inseparables, y ambas redundan en el proceso de la salvación.
Isaías menciona el hecho de que por el conocimiento del Siervo Justo éste justificará a muchos. Ese conocimiento se relaciona con la vida y obra de Jesucristo. La salvación no consiste en mencionar un nombre vacío de significado, sino en clamar el nombre del Señor del cual se comprende su doctrina que habla de su persona y su obra. Si no hay tal comprensión o conocimiento, ¿cómo invocarán a aquel de quien no han oído? Pero en la teología del hombre natural el nombre de Jesucristo puede vaciarse de su contenido, para lo cual utilizan el argumento que motiva a las masas a suponer que hay algo especial en el puro nombre. Al divorciar el nombre de su contenido al que refiere se pretende hacer una distinción entre corazón y mente. Ellos dicen que se puede creer con el corazón sin que la mente se entrometa. En otras palabras, ese argumento sofista les permite separar la doctrina de la elección de gracia del Jesús que solo salva.
Si eso fuera real, o si eso perteneciera al ámbito de la teología revelada, Jesús no hubiese mandado nunca a escudriñar las Escrituras ni hubiese hecho énfasis en su palabra. Tampoco se hubiera referido a la doctrina de su Padre; por otro lado, el Espíritu no hubiese inspirado a Pablo para que hablara de la doctrina enseñada, ni a Juan en aquello de permanecer en la doctrina del Señor. Es por esa razón entre otras que muchos le dirán en el día final a Jesucristo: Señor, Señor, en tu nombre predicamos e hicimos milagros, pero solo escucharán la voz que les dice: apartaos de mí, hacedores de maldad, nunca os conocí.
Esa elección que Dios hizo es para la alabanza de la gloria de su gracia, que nos dio gratuitamente en el Amado (Efesios 1:6). Sabido es que la lengua griega es redundante, de manera que no nos incomoda el que Pablo haya hecho énfasis en que la gracia es gratuita, la gracia que nos dio de gratis (gratuitamente). La intención del apóstol es que no olvidemos nunca ese hecho que se contrapone a las obras. Pero la gracia no se desvincula nunca de la predicación del evangelio: En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo que había sido prometido (Efesios 1:13).
Creer el evangelio de salvación es un mandato para todo elegido, si bien aparece como mandato general para la humanidad -aunque solo los que somos enviados por el Padre hacia el Hijo terminaremos creyendo. La elección de Dios ha sido revelada en el evangelio, por lo tanto es parte esencial de él y no puede nunca omitirse. Todo creyente debe creer en esa elección de gracia, como un signo de haber adquirido parte del conocimiento del Siervo Justo que justificará a muchos y cargará con los pecados de ellos (Isaías 53:11).
Pero la comprensión de ese evangelio no es un trabajo humano sino de Dios: Y nosotros no hemos recibido el espíritu de este mundo, sino el Espíritu que procede de Dios, para que conozcamos las cosas que Dios nos ha dado gratuitamente (1 Corintios 2:12). El que no comprende el evangelio de la gracia y la elección de Dios no tiene el Espíritu que procede de Dios, sino el espíritu de este mundo. Fijémonos en que esas palabras escritas implican que el Señor no nos deja a la deriva en cuanto a su conocimiento, ni a nuestra libre imaginación o interpretación privada, sino que nos garantiza la capacidad para distinguir lo bueno de lo malo, lo falso de lo verdadero. La oveja de Cristo lo sigue y nunca más vuelve hacia el extraño, porque desconoce su voz (Juan 10:1-5).
Ese conocimiento de la verdad del Siervo Justo es un regalo de Dios, forma parte de su gracia de elección. Si así no fuera, la redención sería un pago por el reconocimiento que el hombre tenga de su Creador y de su Hijo. Pero en ese caso se estaría hablando de un evangelio vacío de la gracia bíblica, lo cual indicaría que se está caminando por el camino del infierno. La distinción entre las dos teologías, la del hombre caído y la de la revelación de Dios, marca la diferencia entre dos tipos de teología, y no es un asunto de énfasis, de grados o de tendencias. No se puede servir a dos señores (a dos teologías), porque una de ellas prevalecerá al final. Sabemos que el mundo ama lo suyo, por lo que quien sirve a su teología jamás amará la teología revelada en las Escrituras. En cambio, el que ama la teología revelada es porque ha sido engendrado por Dios.
César Paredes
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