Desde hace muchos siglos los pensadores de la teología cristiana se dieron a la tarea de negar la gracia. Pelagio, en el siglo V de la era cristiana, sostuvo que Jesucristo había sido apenas un ejemplo para que la humanidad imitase, pero no necesariamente era la justicia de Dios que el hombre necesitaba. Esto lo decía en virtud de la negación del pecado original, de tal forma que en aquella época ya Pelagio se había adelantado a Rousseau, al suponer que el hombre nace bueno por naturaleza. La doctrina de Pelagio conocida como pelagianismo pregona el libre albedrío como bandera, si bien toma en cuenta la gracia como una influencia que nos induce a actuar a partir de lo que tenemos.
Negar la gracia implica negar la fe, ya que la fe como don de Dios es dada de pura gracia y no es de todos la fe. La tesis de Pelagio fue criticada por la iglesia de entonces y él mismo fue desterrado; pero pasado cierto tiempo el hereje volvió y dijo corregir su alegato contra Cristo, al reconocer que el hombre necesitaba de la gracia divina para la salvación pero sin que se ignore la libertad humana en la decisión. Esa tesis pelagiana es la misma que existe hoy día en la gran mayoría de las llamadas iglesias, simplemente bajo otro ropaje. Llámese arminianismo o cualquier otro ismo, Pelagio sigue vivo en los corazones de los feligreses.
La bandera de la libertad sigue moviéndose ante los vientos doctrinales. El recuerdo del Edén no se ha borrado y el sueño de ser como Dios contribuye a tener izado el estandarte soñado. Poseer libre albedrío hace al hombre sentirse más poderoso, independiente de su Creador, como si la causa de las causas no lo soplara en su rostro. El libre albedrío presupone la ausencia de impedimentos al escoger algo, es la capacidad de hacer lo que se antoje, de escoger cualquier alternativa por encima de cualquier motivación.
La teología apegada a la filosofía humanista odia el hecho de que Dios determine todo cuanto acontezca. De allí que está urgida a negar la sola gratia como proposición teológica de la redención. En la medida en que se argumente que el hombre contribuye en mayor o menor grado para su salvación, se niega la sola gratia. Sin embargo, Las Escrituras no enseñan jamás el concepto libertario del albedrío. Ellas nos enseñan que Dios determina todo lo que acontece, que Él ha establecido su trono en los cielos y gobierna soberanamente sobre todos (Salmo 103:19). El Dios de la Biblia está en los cielos y ha hecho todo cuanto ha querido (Salmo 115:3), como supremo alfarero moldea la arcilla que ha creado para hacer vasos de honra y de deshonra.
Pero como quiera que el hombre aparece señalado como un ser inhábil en materia espiritual, sin que pueda discernir las cosas espirituales, los arminianos recurren frecuentemente a su inventiva, esta vez tomando prestado el concepto jesuita de Luis de Molina. Hablan de la gracia preventiva, la cual libera la voluntad humana de su estado de esclavitud al pecado y permite que el hombre quede libre para decidir su destino eterno. Si no fuera así, aseguran ellos, el hombre no podría ser declarado culpable de nada ya que sin libertad no habría culpabilidad. A pesar de lo que ellos argumentan, la Biblia sigue diciendo que el estado del incrédulo es de muerte; además, la humanidad no creyente yace bajo la ira de Dios. ¿Cómo podría un ser humano estar al mismo tiempo bajo la ira divina y ser objeto de la gracia preventiva? Por otro lado, ¿cómo puede un muerto en delitos y pecados reconocer su estado espiritual y su necesidad de redención?
La Biblia sigue argumentando que no hay ni siquiera una persona que busque a Dios (al verdadero Dios de las Escrituras), no hay quien haga lo bueno como para que Dios mire en sus corazones y descubra un alma fiel. Esa gracia preventiva equivaldría a que Jesús hubiera despertado a Lázaro de la muerte para preguntarle si quería salir de la tumba. O tal vez piensan los arminianos que hubo una autorresurreccion de Lázaro, dando un primer paso para que Dios diera el siguiente. A lo mejor él fue un muerto muy listo, alguien que estuvo pendiente de que Jesucristo viniera a resucitarlo. La Biblia asegura que cuando estuvimos muertos en delitos y pecados Dios nos dio vida con Cristo, ya que por gracia fuimos salvos (Efesios 2:5 y Colosenses 2:13).
No sugiere la Escritura que esa vida obtenida en Cristo nos fue dada porque nosotros cooperamos con Dios. Más bien ella pronuncia nuestra incompetencia para las cosas espirituales y propone la gracia divina como un regalo a quien Dios quiera darlo. Ciertamente Dios ha dejado a millones de personas (los así denominados paganos) en la más obscura ignorancia de su evangelio, sin un ápice de su gracia soberana. ¿Es que acaso Esaú fue objeto del amor de Dios como para recibir su gracia? En ninguna manera, así tampoco lo fue Judas Iscariote, Caín el asesino, los vecinos del antiguo Israel y los millares de ciudadanos del mundo que ahora perecen sin ser obsequiados con el don de arrepentimiento y fe para creer el evangelio de Jesucristo. En realidad, siguiendo las palabras de Jesús, ellos no han sido enviados por el Padre al Hijo (Juan 6:44).
Según la Biblia Dios es quien inicia y completa la salvación (el que comenzó la obra en nosotros la terminará hasta el final). El hombre jamás fue libre del Creador, ni siquiera Adán. Fijémonos en que el Cordero de Dios estuvo preparado desde antes de la fundación del mundo, de manera que antes de que fuese creado Adán ya Cristo tenía la comisión de la redención. Y si ya era el Redentor, Adán no podía no pecar; en realidad él jamás fue libre de actuar sino tenía inequívocamente que caer en rebeldía. De esa forma el Cordero de Dios no quedaría en ridículo frente a las potestades espirituales si la humanidad entera estuviese agradeciendo a su padre Adán por no haber pecado jamás.
La pregunta objetora se esgrime contra Dios por inculpar a Adán por la caída y por odiar a Esaú antes de que hiciese bien o mal. El arminianismo quisiera que esos textos desapareciesen de la Biblia y en ello trabajan sus escritores. Diversidad de interpretaciones han dado a lo que es plano en las Escrituras, lo cual demuestra que hacen interpretación privada. Su delirio contra la verdad los ha llevado al infortunio filológico de aseverar que odiar en la Biblia significa amar menos. Como si Dios hubiera amado menos a Esaú, como si Jesucristo amara menos la iniquidad, como si nosotros debemos amar menos al mundo y las cosas que están en el mundo.
Según Pelagio Adán fue apenas un mal ejemplo para la raza humana, mientras Jesucristo era un modelo ético a seguir. Su teología es una base moral que permite construir la salvación a partir de la imitación de una buena conducta. No en vano sus seguidores cercanos o distantes apuran la copa del hacer y dejar de hacer, lo cual no es más que la copa de las obras. Esa gracia que es por obras puede llamarse gracia meritoria pero nunca será la gracia de la cual hablara el apóstol Pablo. La gracia preventiva alumbra el alma de los hombres y promueve su santidad por medio de la instrucción de hacer buenas obras: la obra de la buena conducta, de levantar la mano ante el predicador, de repetir la oración de fe, de dar un paso al frente, de ser bautizado para que los pecados se perdonen, de perseverar por cuenta propia, de tener fe a pesar de la incredulidad.
La gracia preventiva pareciera exigir que Dios se despoje de su soberanía por unos instantes ante cada criatura, diciéndole que él es libre en forma total para recibir o rechazar a Jesucristo. Si tal fuera el caso, todavía quedaría en duda el destino de los millones de personas que mueren sin haber oído el mensaje del evangelio. La gracia preventiva en ellos parece ser de una inutilidad semejante a la que se presta a las personas que asienten ante el falso evangelio. Porque el dios arminiano no ha salvado un alma y el infierno es su monumento a su fracaso.
La ofrenda de Caín pretendía justificarlo con sus propias obras, ya que la de Abel fue hecha por fe antes que por las obras (Hebreos 11). Con la Torre de Babel los hombres quisieron alcanzar el cielo con su esfuerzo, como anticipándose a Pelagio. Dios, en cambio, nos enseñó a través de la historia de su pueblo que el sacrificio deseado Él lo indicaría. Así hizo con Abraham, cuando detuvo su mano para que no hiciera daño a Isaac, lo mismo hizo con Adán y Eva cuando los vistió con pieles de animales (en un simulacro de lo que sería la expiación futura). Sin derramamiento de sangre no habrá remisión de pecados, pero de la sangre del Hijo preparado para tal oficio. A eso apuntaban siempre los sacrificios hechos por los sacerdotes del pueblo de Israel.
De esta forma Dios provee su propia gracia, la cual es eficiente, sin que tenga la menor resistencia en los objetos elegidos para tal fin. La Biblia asegura que el pueblo de Dios será de buena voluntad en el día del poder del Señor, y ese día llega con el nuevo nacimiento de cada persona que ha oído el evangelio de Cristo, que ha escuchado la palabra de Cristo y que ha sido llamado por él. Pero no olvidemos que esos que oyen y son llamados eficazmente también han sido predestinados por Dios, amados (conocidos) desde la eternidad para que sean semejantes a su Hijo.
Irrenunciables son los dones y el llamamiento de Dios, irresistible es su voz, sobrenatural es su gracia. Todo lo que se coloque a su lado es rechazado de inmediato por el Todopoderoso, quien no aceptará otra justicia que la de Su Hijo. Y Dios no deja en ignorancia a su pueblo, ya que por el conocimiento de Jesucristo salvará el Siervo de Dios a muchos. No hay tal cosa como ser creyente de pura gracia y andar al mismo tiempo en pos del extraño. Las enseñanzas del falso maestro que promulgan una gracia combinada con obras humanas, bajo el engaño de una expiación universal y no particular, han hecho que muchos supongan que Dios vio en sus corazones algo bueno que hizo escogerlos. Los que pregonan la gracia combinada están negando la sola gratia, por lo cual se quedarán con sus obras que no son más que trapos de mujer menstruosa.
César Paredes
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