Mi?rcoles, 01 de agosto de 2018

Cada quien es libre de elegir su texto favorito como la gran verdad del evangelio. Sin duda que Juan 6:37 es uno de los tantos versos que calan hondo en la vida del creyente, por su simpleza y por la carga de significado que conlleva. Todo lo que el Padre me da vendrá a mí; y el que a mí viene no le echo fuera. Un texto que expresa la doctrina de la elección particular, por cuanto se habla del que a mí viene como un caso individual, aunque esté incluido en el todo que el Padre le envía al Hijo. Uno puede recordar cuando el mismo Jesús que pronunció esas palabras también habló del libro de la vida del Cordero. Así se escribe en el Apocalipsis para hacer alusión a los santos anotados en aquel libro desde la fundación del mundo. Ese libro contiene los nombres específicos de personas específicas, no son los nombres de un gran diccionario sin referencias a personas sino nombres como referentes de individuos.

Ciertamente hay una acción de ir hacia Cristo, o de recibirle, ya que la Escritura no dice en vano que a los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios (Juan 1:12). Los que creen en su nombre son los mismos que reciben a Cristo como el camino, la verdad y la vida, como la palabra encarnada, como el Mesías que habría de venir. Son los que lo reciben en tanto el Salvador de sus vidas, y son el regalo que el Padre le ha dado al Hijo. Porque nadie puede ir al Hijo si el Padre no lo lleva (Juan 6:44), de manera que lo amamos a él porque nos amó primero, lo seguimos porque nos eligió a nosotros. La inhabilidad humana para discernir las cosas del Espíritu de Dios es absoluta por lo que si no fuésemos habilitados para oír nadie sería salvo.

No todos los hombres tienen fe y la fe es un regalo de Dios, por ello estamos seguros de que si creemos en su nombre ha sido por su gracia. Claro está, Juan habla de muchos que han salido de nosotros pero que no eran de nosotros. El hace referencia a los que profesan tener fe porque se maravillaron con las palabras de Jesús, con los relatos del evangelio acerca de sus milagros, o porque se espantaron con los juicios de Dios. Pero esa fe no perdura en las pruebas de la vida, y sus proponentes son como la semilla que cayó junto al camino, en pedregales o en medio de espinos. Como todo lo que acontece es parte de la voluntad decretada por Dios, sabemos que aún la cizaña se une al trigo por voluntad divina. Pero esas personas que son tropiezo dentro del cuerpo de Cristo han sido enviadas para nuestro beneficio, para practicar el discernimiento de los espíritus. Ese cateo diario nos hace más fuertes en la fe y nos permite reconocer que ellos no fueron enviados para que tuviesen vida.

Jesús hacía alusión a los que el Padre le daba como vasos de misericordia, ya que ha dicho de ellos que en ninguna manera los echaría fuera. Está planteando la perseverancia del creyente desde la perspectiva de la preservación que él haría de ellos. Vemos que Jesús no solamente recibe a los que el Padre le envía sino que los mantiene a salvo. El Señor los guarda en sus manos y el Padre también en las suyas (Juan 10: 28-29). Porque yo, Jehová, soy tu Dios que te toma fuertemente de tu mano derecha y te dice: 'No temas; yo te ayudo' (Isaías 41:13). El afecto del Señor se expresa por sus manos y las de su Padre; pero esas manos también hacen referencia a la enseñanza de su doctrina para andar en fe, yendo él delante como el buen pastor, invadiéndonos con su presencia. El será nuestra provisión y mantendrá a nuestros enemigos alejados, previniéndonos de caer y perecer. Es a nosotros que se nos ha dicho que ninguna arma forjada contra nosotros tendrá éxito, que el que conspirare contra nosotros lo hará sin el Señor, y el que así conspirare caerá delante de nosotros (Isaías 54:15 y 17).

Nunca seremos expulsados del estatus de justificación porque tendremos vida eterna y nunca pereceremos. En tal sentido también fue escrito que nadie podía acusar a los elegidos de Dios, ya que Él es el que justifica. Nadie nos condenará porque Cristo es el que murió y resucitó, el que también intercede por nosotros (Romanos 8: 33-34). También se ha  escrito que no nos ha puesto Dios para ira, lo cual nos da la fuerte esperanza de la preservación divina para vida eterna. El salmista Asaf pasó por momentos de examen y pensaba que los impíos vivían sin aflicción alguna, aún sin tener congojas por su muerte. Pero él escribió que cuando hubo entrado en el Santuario de Dios (en su presencia) comprendió el fin de ellos. Fue en ese santuario donde pudo ver que había sido tomado de su mano derecha por el Señor. Dios ha puesto en deslizaremos a los impíos y los hará caer en la decepción (Salmo 73:18), así escribió Asaf parte de su conclusión, ya que se había amargado por ver la extensión y prosperidad de los hombres inicuos que se alejan de Dios. El impío nunca ha sido llevado al estatus de justificación, por eso será condenado cuando lo acusaren, ya que Cristo no murió ni resucitó por ellos. En esta vida pueden estar tranquilos y aumentar sus riquezas, pero llegará el momento en que el Señor les mostrará su desprecio en su rostro. El estatus de justificación es una de las características de los que hemos sido enviados por el Padre al Hijo, es la garantía de que ninguna condenación existe para los que estamos en Cristo Jesús.

El texto de Juan también refiere a la gracia eficaz con la cual hemos sido llamados. En nosotros se ha producido una conversión por cuanto el corazón de piedra ha sido relevado por uno de carne, se nos ha dado un espíritu nuevo para amar los estatutos de Dios. Sin ese nuevo nacimiento no hubiésemos podido ir a Jesucristo ni recibirle con agrado. Nuestra conversión se produce por un efecto sobrenatural del Ser Supremo en nosotros, no por voluntad humana. Nosotros estuvimos en un tiempo como los demás, sujetos a la ira divina; fuimos hechos todos de la misma masa, para que no nos jactemos de poseer características especiales. Ha sido la gracia salvadora y el llamamiento eficaz lo que nos ha hecho acudir a Jesucristo. Somos parte de todo lo que el Padre me da vendrá a mí... Ha sido con poder que el Espíritu se presentó ante nosotros para que no pudiésemos resistirlo. Hubo un convencimiento absoluto en nuestros corazones para que acudiésemos a Cristo desesperadamente y sin renuencia, una vez que fuimos abatidos por la conciencia de pecado. Pero de inmediato reconocimos que fue por esa fuerza externa que nos llevó a Jesús que pudimos recibirlo, ya que en nosotros no existía sino carencia de poder propio. Y acá se ha cumplido el llamamiento eficaz de los que fuimos predestinados para vida eterna: a los que predestinó a estos también llamó, justificó y santificó (Romanos 8: 29-30). En esta cadena de la salvación (el Ordo Salutis) existe también un primer eslabón, ya que los predestinados, llamados, justificados y santificados, fueron antes conocidos (amados) por Dios. Fuimos sujetos pasivos en todo este trámite del Ordo Salutis y Dios fue el Agente Activo que produjo esta relación con que nos benefició y con la cual coronó de regalos al Hijo.

Por lo antes dicho es que el creyente puede vivir confiado, sabiendo que si Dios no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? En realidad somos más que vencedores. Tenemos al Espíritu como Consolador para que nos ayude en nuestras oraciones, dado que a veces no sabemos qué pedir o cómo hacerlo, pero el Espíritu intercede por nosotros y nos auxilia en esa tarea. Tenemos la Escritura donde podemos encontrar las promesas de Dios para su pueblo, para vivir confiados siempre. No hemos de afanarnos por lo que comeremos o por lo que vestiremos, sino que hemos de dar gracias a Dios por su diaria provisión. Y estas son algunas de las verdades del evangelio.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 10:48
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