Si bien la santidad no es la causa de la elección, aquélla se obtiene a través de ésta. Y es que la doctrina de la elección no presupone una garantía para la vida licenciosa, más bien nos conduce a una vida de separación del mundo. Si hemos de ser semejantes al Hijo de Dios, también habremos de aborrecer el mundo y sentir el aborrecimiento que el principado de Satanás tiene hacia nosotros. Por cuanto el creer la verdad es parte del mecanismo de salvación, hemos de conocer al Hijo que ha dicho que él es la verdad. El evangelio es el anuncio de la buena noticia que da Dios a su pueblo, acerca de la justicia que le agrada: el Hijo inmolado en la cruz por los pecados de su pueblo.
Asimismo, la fe no es la causa de la elección pero sí su efecto, por lo tanto la fe en la verdad es otro elemento que acompaña la salvación. Vemos que la fe y el creer en la verdad son medios dejados por Dios en su providencia para que su pueblo se allegue hacia el Hijo por el evangelio. Llegar a creer ese anuncio de la buena nueva solamente se logra si Dios abre el corazón de su oveja para que entienda su mensaje. Si no ha habido ese discernimiento que produce el Padre, la conversión es apenas un simulacro, una imitación de buenas obras que conduce a la vergüenza eterna. Jesucristo recomendó leer y examinar las Escrituras porque en ellas nos parecía que teníamos la vida eterna, y ellas testificaban de la vida y obra del Salvador. Mientras más leemos y examinamos esas letras más podemos comprender su significado y su destino.
En esas Escrituras valoramos las palabras de Jesús cuando se define a sí mismo como el buen pastor que pone su vida por las ovejas. Si uno continúa leyendo, puede verificar que el Señor no redime a los cabritos sino sólo a sus ovejas. También puede constatar que Jesucristo no rogó por el mundo sino solamente por los que el Padre le daría y le había dado. En vista de esas lecturas uno concluye que si está a la diestra de Dios e intercede por nosotros, ese Jesús que no rogó por el mundo tampoco está ahora intercediendo por sus moradores. Su oración es siempre eficaz por lo cual intercede solo por su pueblo.
Dios ha escogido desde el principio para salvación a los amados hermanos del Señor, por la santificación del Espíritu y fe en la verdad. Fijémonos que este texto mencionado habla de la fe en la verdad. El creyente no confía en la mentira, no se apoya en las falacias, detesta el engaño en todas sus formas. Este es un signo inequívoco del que ha sido redimido, ya que la santificación del Espíritu así se lo exige. El Espíritu se contrista en nosotros cuando desobedecemos la verdad de Jesucristo, y dado que tenemos una relación de injerto con ese Espíritu de Dios nosotros también padecemos la misma tristeza. Jesús dijo en sus enseñanzas que sus ovejas no se irían nunca tras el extraño. No es posible ser un hijo de Dios y seguir un evangelio anatema; el creyente sigue la voz del buen pastor (Juan 10:1-5).
En ocasiones la gente se siente deprimida porque piensa que el evangelio se le escapa por cuanto sienten que no está predestinada para salvación. Sin embargo, mal hacen los que así piensan, ya que no hemos de mirar en los decretos escondidos de Dios pero sí en los revelados. Nos queda toda la vida para indagar en las Escrituras sin que tengamos que hacer apresuramientos en relación a nuestra predestinación. Es cierto que cuando llegamos a creer podemos tener la comprensión plena de la verdad, pero nadie puede dar por perdida la esperanza mientras la muerte no le haya llegado. El llamado general de la Escritura se hace para que la gente se arrepienta y conozca al Dios verdadero. En ningún momento ella dice que hemos de averiguar si estamos predestinados para proceder a creer. El pecador arrepentido dirá con el salmista: líbrame de mis errores ocultos (Salmo 19:12). En realidad estamos todo el tiempo cometiendo faltas contra el Creador, por eso nos alegramos por el perdón conseguido en la cruz de Jesucristo. A la pregunta acerca de quién puede ser salvo, el Señor ha respondido que lo que es imposible para los hombres es posible para Dios (Lucas 18: 26-27).
La revelación externa del evangelio se hace por la palabra, por el ministerio de la predicación; se habla de Jesucristo como Dios y como hombre, como Hijo de Dios, el único Mediador entre el Ser Supremo y la humanidad. Ese Cristo era el Mesías esperado, venido en carne, el cual murió y resucitó al tercer día y está a la diestra del Padre pero vendrá por segunda vez a juzgar a los pecadores. Se anuncia en esta revelación externa del evangelio acerca de sus sufrimientos y obediencia hasta la muerte de cruz, por lo cual llegó a ser el Salvador de los pecadores. De hecho, nadie puede ser salvo sino por él; pero esta revelación general es un anuncio que no obliga a nadie a creer, simplemente se hace como testimonio de la verdad. Hay, por lo tanto, otra revelación que es interna y particular, la que viene con la fe en la verdad, con la gracia del cielo, con el llamado eficaz para ir de las tinieblas a la luz.
Precisamente, el arrepentimiento puede ser para conversión, siempre que sea enviado por Dios. Porque hay arrepentimiento que es como una atrición, semejante al de Judas Iscariote que sintió un remordimiento de conciencia y devolvió las monedas de la traición. Sin embargo, su arrepentimiento no fue para perdón de pecados porque no le fue dado del Padre, por lo cual su destino final fue el suicidio seguido de la muerte eterna. Asimismo parece haberle sucedido a los habitantes de Nínive, a quienes Jonás predicó. Ellos se arrepintieron pero un poco más tarde Jehová les envió destrucción porque el primer arrepentimiento fue un remordimiento de conciencia que no conducía al perdón de Dios. La Escritura habla de arrepentimiento para conversión, de manera que los pecados sean limpiados (Hechos 3:19). Recordemos que cuando se dijeron esas palabras había una gran multitud y dice la Biblia que se arrepintieron algunos de los que habían crucificado al Señor. Eso no es más que el cumplimiento del deseo de Jesucristo cuando oró por ellos en la cruz pidiéndole al Padre que los perdonara porque no sabían lo que hacían.
El rey Saúl se arrepentía pero no con el genuino deseo de agradar a Dios, sino que temía perder su poder con Israel. La oración de Samuel no fue oída y el Señor rechazó al rey porque así lo había dispuesto. Ese arrepentimiento no es para perdón de pecados; es Dios quien envía con la conversión (el nuevo nacimiento) el arrepentimiento y la fe para vida eterna. Yo soy, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí, y no me acordaré más de tus pecados (Isaías 43:25). Resulta evidente que esta promesa no fue hecha para los ciudadanos de Nínive, ni para Judas Iscariote, ni para los Esaú del mundo. Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y ha sido cubierto su pecado (Salmo 32:1). Así David colocaba por inspiración divina la garantía del perdón que tiene el pueblo de Dios, los elegidos del Padre para salvación eterna, aquellas ovejas que guarda en sus manos y en las manos del Hijo.
Si Dios escogió para salvación a su pueblo también le envió el anuncio de esa buena nueva. Más bien, hablamos la sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta que Dios predestinó desde antes de los siglos para nuestra gloria (1 Corintios 2:7). Y esa gloria se ha empezado a obtener desde que llegamos a creer, ya que tantos como fueron apuntados desde el principio para creer llegan a escuchar el evangelio previsto para tal fin. El Dios que predestina los fines hace lo mismo con los medios. Jesucristo fue enviado para la remisión de nuestros pecados, siendo él la garantía de nuestro llamamiento. Uno no puede imaginar a un redimido que haya sido salvado por oír el evangelio anatema; más bien puede hablar de los redimidos que escaparon de ese evangelio apócrifo por haber oído las buenas nuevas de salvación.
No es bueno confundirse; el apóstol Pablo estudió a los pies de Gamaliel, un fariseo docto y maestro de la ley. Sin embargo, todo ese reconocimiento que le hizo a ese maestro fue para jactarse según la carne y no como algo que le sirviera para la conversión. Pero no cabe duda de que el apóstol para los gentiles tuvo mucho conocimiento de la ley gracias a esa tutela del fariseo. Lo que acá se trata de decir es que el falso evangelio nunca ha redimido un alma, pero ha podido preparar a la gente en el conocimiento general de la Biblia. Muchos usan las Escrituras para memorizarlas, y eso puede ayudar a las almas perdidas a descubrir el verdadero sentido que hay en sus letras. Pero para que eso suceda se hace necesario el milagro de Dios de abrir el entendimiento del incrédulo.
Lo que sí es cierto es que una vez que la persona ha creído en el Señor a través del verdadero evangelio no podrá nunca jamás seguir al extraño (Juan 10:1-5). Más bien huirá de los extraños porque ya no reconoce sus voces. Esto nos lleva a la conclusión inevitable de que no es posible ser un creyente auténtico y militar en los templos de Satanás; no es posible servir a dos señores. De allí el llamado del Señor a su pueblo: Salid de Babilonia, para que no seáis partícipes de sus castigos. La palabra del Señor no volverá jamás vacía, sino que hará aquello para lo que fue enviada.
César Paredes
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