El Dios de la Biblia es la causa de todas las causas, y es la primera causa de todas las cosas. Sin Él nada de lo que ha sido hecho fue hecho, nada existe sino por Él, así como todas las cosas le están sujetas. La Biblia declara que Dios ha creado todas cosas por su placer (Apocalipsis 4:11). Si algo en el ser humano mueve a Dios a escogerlo, el Ser Supremo dependería de su criatura o de actos contingentes (como la fe, las obras y la perseverancia). Por esta razón la salvación no dependerá jamás de la fe que alguien tenga, o de sus obras o de su persistencia, más bien depende de la voluntad divina. Es Dios, como afirma la Escritura en Efesios 2:8, quien da la fe como regalo, la salvación y la gracia.
El principio bíblico señalado por Jesús fue que él nos amó primero, que él fue quien nos escogió y no nosotros a él (Juan 15:16). La doctrina que enseña lo contrario va contra la Biblia y debe ser tenida por anatema (maldita); es por ello que cuando se dice que Dios previó quién habría de creer en Él para predestinarlo para salvación, como si viera nuestros actos en el futuro, se habla engaño. Esta mentira se cae por su ilógica ya que lo que se prevé como cierto no cabe predestinarlo. Además, esta mala enseñanza hace que la Omnisciencia del Todopoderoso no tenga sentido ya que necesita averiguar algo que no conoce.
Por otro lado, la Escritura abunda en textos que señalan la justicia humana como inmunda, que declaran al hombre como muerto en sus delitos y pecados. Dice que nadie busca al verdadero Dios, que no hay quien haga lo bueno y ni siquiera un justo. En otros términos, no hay lugar para las buenas obras humanas como para que alguien crea que por sus méritos pueda ayudar al trabajo de Jesucristo y ser anotado en el libro de la vida del Cordero. Sabemos que ese acto de anotar nuestros nombres aconteció desde antes de la fundación del mundo; además, en la carta a los Romanos se lee que Dios preparó los vasos de misericordia y de ira antes de que los seres humanos hiciesen bien o mal. Se nos dice que la salvación no es por obras sino que la gracia depende de quien elige.
Cuando Dios amó a Jacob le deseó todo el bien que se pudo imaginar, lo bendijo en esta vida cargada de dolor, pero también lo bendijo para vida eterna. Jacob pudo reconocer sus bendiciones recibidas por la grandeza del Señor pero esta bendición de la elección se hizo antes de que hiciese bien o mal, al mismo tiempo en que se hizo la elección de Esaú como vaso de ira. En ambos gemelos lo que se decidió de ellos se hizo sin mirar a sus obras buenas o malas, de manera que yerran los que argumentan que Dios escogió a Jacob para mostrarle su misericordia porque Jacob no podía tener mérito alguno (lo cual es cierto) pero que Esaú se condenó a sí mismo (lo cual niega la proposición bíblica). Los que así hablan contradicen al Espíritu Santo que fue el que inspiró a Pablo a escribir la carta a los romanos.
Generalmente, los que objetan la predestinación de Esaú como vaso de ira se ensañan contra el Creador. De esta forma lo llaman monstruo, injusto, digno de ser como el diablo. Así lo han señalado muchos predicadores del falso evangelio como John Wesley y muchos otros arminianos. Pero también hay quienes aceptando la predestinación de Jacob como necesaria rechazan la de Esaú por considerarla cruel, tal es el caso de Spurgeon en su Sermón llamado Jacob Esaú. Por esa razón no predicamos instituciones humanas sino que exponemos la Escritura para que se lea en su contexto (Romanos 9: 11-12).
Para los que insisten en ver que la causa de la predestinación se produce porque Dios ve e investiga en los corazones que lo desean, sería bueno que comparasen los textos de Deuteronomio 9: 5-6 y Deuteronomio 7:8, donde se habla de la elección de Israel como nación. Allí dice que ellos no eran rectos o justos sino más bien obstinados, de manera que ese no fue el motivo de la elección; empero, la razón fue establecida en que el Señor los había amado. La voluntad humana nunca es soberana sino esclava, jamás hará el primer movimiento hacia el Dios justo.
El libre albedrío no es más que un mito teológico o religioso, una bandera para que la humanidad honre su ego, como si el recuerdo del Edén le alegrara. En ese lugar le fue dicho a Eva que ella y Adán serían como unos dioses, que Dios no los castigaría con la muerte. Se les sugirió que serían independientes del Creador una vez que llegaran al conocimiento del bien y del mal. Hoy día la gente sigue pensando que el Dios de las Escrituras es como ellos (Salmo 50: 21), fluctuante y con variación en sus pensamientos. El hombre olvida que Dios no tiene consejero ni se guía por las intenciones de los vanidosos y vacilantes corazones humanos.
Si ordenamos nuestros pasos podemos ver la lógica divina en acción. Jacob y Esaú eran semejantes en esencia cuando estaban en el vientre de su madre, pero los diferenciaba en esencia el decreto divino sobre esas dos criaturas. Jacob recibió la misericordia divina no porque tuviera mérito alguno sino porque ese fue el deseo del Señor. En cambio, su hermano Esaú recibió el rechazo y odio de Dios aún antes de que hiciera bien o mal, ya que el Señor lo había preparado como vaso de ira para exhibición de su poder y justicia. El poder de Dios es semejante al del alfarero sobre el barro que moldea, material con el cual hace unos vasos para fines honrosos y otros para fines viles.
Sabemos que el Juez de toda la tierra hará lo que es justo; de esta manera el decreto de Dios no conlleva injusticia. El señorío de Dios y su soberanía pueden hostigar al alma no prevenida, al espíritu inconforme con los derechos del Creador, pero eso no invalida los actos que hayan sido ordenados. Dios no tiene preferencia por las personas, o no las llama por sus cualidades, sino que Él escoge aún antes de que hagan bien o mal. Como agente libre Dios no está sometido a ninguna ley que lo obligue a dar la gracia a todos por igual.
Ciertamente ha recibido dura crítica de los corazones no regenerados, los que llamándolo injusto argumentan que ellos no pueden resistir su voluntad y por lo tanto no deberían ser considerados culpables. Es decir, desde tiempo inmemorial el hombre acusa a su Creador de cometer injusticia y decide que para ser responsable de sus actos debe estar en absoluta libertad e independencia de Él. Bueno, esa es la argumentación desde la lógica del hombre caído; sin embargo, la lógica divina nos dice que como Soberano hace lo que quiere siempre. De paso le recuerda al hombre que él no es nada sino barro moldeado en las manos del alfarero y no puede replicarle preguntando el porqué lo ha hecho de una u otra manera.
La Biblia sostiene que el pecado causa la muerte, que las obras de los hombres son malas y por esa razón éstos odian la luz. Podemos ver por doquiera que miremos que el ser humano es responsable de sus actos, más allá de que haya sido destinado como vaso de ira. El caso de Judas Iscariote nos confirma que él fue elegido como hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese, pero eso no limitaría el castigo que conllevaría su maldad. De hecho, Judas pecó y sumó pecado a sus pecados pero al final sintió el peso de su responsabilidad y como no encontró el perdón se suicidó. No hay un canto a Judas de parte de los apóstoles del Señor, no hay unas buenas palabras recogidas en un funeral. Todos supieron lo que el Señor había dicho de ese sujeto escogido para perdición.
Sabemos que aunque uno exponga la Escritura una y otra vez nadie se acercará con espíritu contrito y humillado ante el Dios Omnipotente, a no ser que haya sido llevado por el Padre hacia el Hijo. Lo que se ha expuesto conllevará la gracia o la ira de Dios; pero nadie podrá negar que en alguna medida supo de la existencia del Creador a través de sus obras o por medio de la predicación del evangelio. Con todo, la Biblia manda a todos los hombres a que crean y se arrepientan; pero muchos son los llamados y pocos los escogidos.
La soberanía de Dios molesta al hombre caído; entre los que se dicen creyentes pareciera no molestarles, si bien les incomoda la relación de Dios con Esaú. Al respecto insisten en que Dios no hizo nada para que Esaú se hundiera en el pecado, pero en ese vano razonar han negado la voluntad expresa de Dios en condenarlo aún antes de que hiciese bien o mal. En tal sentido, su molestia en este asunto se iguala al sentir de aquellos que lo llaman monstruo o alguien peor que un diablo. Cuando aprendamos a reconocer que la voluntad de Dios es dura para unos y graciosa para otros, reconoceremos que Dios es soberano y en su justicia hace como quiere. Si no aceptamos estos detalles de la Escritura no podremos jamás estar en armonía con el Señor.
No hay tal cosa como Biblia y Espíritu Santo separados, por eso conviene reconocer que el que inspiró toda la Escritura lo hizo también con la carta a los romanos. Conviene dejar la pelea con el Creador para que nos venga bien y tengamos paz. Sabemos que Él es la causa de todas las causas, y en materia de salvación solo Dios es suficiente para darnos de su gracia de acuerdo a su eterna voluntad.
César Paredes
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