Lunes, 23 de julio de 2018

Pocas veces hablamos de la muerte, como si fuese un asunto que debemos olvidar. Para la humanidad la muerte está garantizada y cada uno de nosotros nacemos con ella a cuestas. El hombre necesita estar preparado para morir porque después de esta vida viene la eternidad. Habrá un encuentro con Dios, sea para ajuste de cuentas o para bienaventuranzas. Sabemos que el hombre es malo por naturaleza, contrario a lo que decía Rousseau, y la sociedad contribuye a su maldad. Todos nos hemos descarriado como ovejas, cada quien se apartó por su camino, por lo que nuestra justicia es tenida como trapo de mujer menstruosa. Nada hay bueno en nosotros como para que Dios nos mire con agrado. Aquellos que pretenden exhibir su justicia como garantía, sus obras como salvoconducto, escucharán una inequívoca declaración de parte del Señor: Apartaos de mí, hacedores de maldad, nunca os conocí.

Es nuestro deber reconocer que somos polvo y en polvo nos convertiremos, pero con un alma indestructible sería una catástrofe perderla en esta vida y entrar en la venidera bajo la pena de la muerte eterna. Este es un llamado de advertencia que hizo Jesucristo, cuando observaba cómo la gente se ocupaba más de sus graneros y riquezas que de la herencia eterna. ¿De qué le sirve al hombre ganar su vida y perder su alma? Nuestros días han sido prefijados y no podemos añadir un minuto o un día a lo que ha sido determinado, ya que en realidad tenemos un límite colocado por Dios como Creador.

En la Biblia hay abundantes ejemplos de personas que prefirieron la gloria de este mundo antes que colocar su mira en las cosas venideras. Esaú es un ejemplo típico por haber vendido su primogenitura. Un plato de lentejas fue todo lo que recibió a cambio de la bienaventuranza eterna, aunque después hubo de arrepentirse con lágrimas si bien de nada le sirvió. Recibió un sobrenombre como consecuencia de la sopa que compró a gran precio, el colorado o Edom, dado que las lentejas dan un color rojizo cuando se cocinan. Sabemos de la vida de Esaú y de su orgullo como cazador célebre, pero también conocemos de su maldición que le acompañó en esta tierra.

Claro está, esta sería una visión solamente histórica, desde la perspectiva de nuestro mundo.  Cuando uno mira un poco más en la Escritura entiende que Esaú fue marcado por Dios como un vaso de ira aún desde antes de ser formado. No había hecho ni bien ni mal y ya el propósito de Dios prevalecía; de la misma forma su hermano Jacob también fue marcado como vaso de honra, amado por Dios desde la eternidad. La pregunta que muchos se hacen es una inquisición lógica desde la visión del alma caída en pecado: ¿por qué, pues, Dios lo inculpa? ¿Es que acaso Esaú pudo resistirse a la voluntad de Dios? Más allá de lo que la gente se responda, la Escritura deja claro que no podemos altercar con el Creador de todo cuanto existe. Ella agrega que somos como barro en manos del alfarero, moldeables a lo que su intención desee.

Pero al comprender lo que dice el texto bíblico se nos ordenan las premisas y partimos de una que es absolutamente general y válida: Dios es el alfarero que hace como quiere. De esta forma podemos entender que los actos de Esaú en su historia vivida no fueron más que los pasos que debía dar de acuerdo a lo que fuera escrito de él. De la misma forma tuvo que actuar el Faraón de Egipto, levantado por Dios para mostrar en él el poder de su justicia y su ira. Esaú y Faraón cumplen una función pedagógica para los elegidos del Padre, ya que siendo objetos de su ira quedaron por fuera de la gracia divina, cosa que jamás experimentará ninguno de los que el Padre amó con amor eterno. También la pedagogía se extiende a los ángeles que no se extraviaron con Lucifer como cabeza de la rebelión, porque jamás han sufrido el pecado.

Los descendientes de Esaú serían destruidos oportunamente, según una profecía de Abdías 1:6, 10 y 18. En Edom vemos los síntomas del hombre natural, del que jamás siente arrepentimiento sincero, del que solamente lamenta porque perdió algo por su mala conducta pero que no ama a Dios. Al ser Edom un réprobo en cuanto a fe lo coronaba el orgullo mientras la soberbia lo sometía al error. Esos mismos males caracterizan a Lucifer, el cual es el diablo o Satanás, la serpiente antigua, el dragón, quien deseó subir al trono de Dios y anheló ser semejante al Altísimo. Por cierto, en el Edén le hizo la promesa al hombre de que sería como un dios si obtenía el conocimiento del bien y del mal. Su seducción ante Eva le hizo prometer que no moriría como el Creador le había dicho. En realidad, como padre de la mentira, hablaba desde su corazón engañoso, utilizando los sofismas oportunos para enredar la mente del que escucha sus argumentos.

Los pecados de Esaú cobraban fuerza, en clara concordancia con lo que señala la Biblia: que el pecado añade pecado y finalmente conlleva a la muerte. Pero Esaú viene a ser un espejo para el creyente, para que aprenda lo que es el castigo divino por la desobediencia y por la rebeldía. Nosotros hemos sido librados de la serpiente y de su picada, lo cual nos debería llevar a no querer extenderle la mano ni a estar en su sitio natural. ¿Cómo podemos hallar placer con la impureza de los que tienen la morada en el mundo? En ocasiones los creyentes parecen confundirse con la gente del mundo, no sólo gozándose de sus pecados sino cometiéndolos. Algo parecido les pasó a muchos hombres de Dios, hasta que llegaron a clamar por el perdón declarándose miserables.

El rey David reconoció que había sido formado en maldad, y aún su madre lo había concebido en pecado, no porque él fuera un hijo de fornicación sino porque la esencia humana lleva el germen del pecado en todo cuanto hace la humanidad. Pablo dijo que no hacía el bien que quería sino el mal que odiaba; Elías era un hombre sujeto a pasiones como las nuestras, Isaías se declaró como hombre inmundo de labios. Incluso Jacob cometió muchos errores abominables, pero todos estos hombres de Dios tuvieron fe a pesar de sus faltas y miraron hacia lo eterno y verdadero.

Claro está, si así hicieron fue porque Dios quiso tener misericordia de ellos, dándoles arrepentimiento y fe, enviándoles su buena noticia de salvación. Fue Jehová quien les cambió el corazón de piedra por uno de carne, quien también les dio un espíritu nuevo que amara sus estatutos. Nosotros vemos como Pablo fue derribado del caballo por el haz de luz que traía la aparición del Señor con su voz de trueno. El ignorante fariseo que hacía el mal a la iglesia del Señor fue sorprendido por la gracia soberana de la cual no tenía ni idea. Él iba como apóstol de las buenas obras pero Dios lo había escogido desde el vientre de su madre para un propósito digno, desde antes de la fundación del mundo para salvación eterna.

Esaú rechazó los privilegios espirituales de la primogenitura, pero no podía hacer otra cosa sino buscar los frutos de su materialismo. Había sido odiado por Dios desde antes de ser concebido; ah, pero la Escritura añade que ese odio no se basó en obras buenas o malas sino en el propósito del que elige. Y esta enseñanza es bíblica, reiterativa, propia de un Dios soberano que ha ordenado todo cuanto acontece. Él mismo dictaminó que Su Hijo padeciera por manos de inicuos, al dictar a sus profetas todas las malas obras que harían sus malhechores. Esas actividades prescritas por Dios eran pecados que se cometerían oportunamente por parte de los inicuos, y muchos de ellos recibirían condenación eterna por esa causa. Tal es el caso de Judas Iscariote, así como el de Pilatos, Herodes el Grande, y muchos fariseos y gente del Sanedrín. Sabemos que el Señor rogó en la cruz por los malhechores que allí lo crucificaban haciendo lo que no sabían, oración que vemos respondida en el libro de los Hechos cuando se narra que se habían arrepentido muchos de los que le crucificaron.

Sin embargo, aquellos que son invitados por Dios para que miren a Cristo, y vengan a él para salvación, son los que están cansados y cargados con el peso del pecado, los que tienen hambre y sed de justicia. El hecho de que el Todopoderoso haya hecho una elección para vida eterna implica que no todos fueron tomados para gloria. Si el llamamiento eficaz hubiese sido extendido en forma igual a todos los hombres, no podría llamarse elección. Y si la elección hubiese sido prevista en base a la buena voluntad de los elegidos, a las buenas obras observadas en el túnel del tiempo, ¿para qué elegir lo que ya se iba a salvar sin dudas? En cambio, la elección se hizo porque de lo contrario nadie sería salvo, porque Dios quiso darle la gloria al Cordero preparado desde antes de la fundación del mundo para manifestación a los hombres en el debido tiempo.

La elección siempre discrimina, pero la que hace Dios no se basa en las obras del corazón humano sino en la libre voluntad del Elector. Fue su elección la que hizo de Jacob un hombre que deseara la bendición espiritual de la primogenitura, y la que hizo igualmente que Esaú la despreciara. Fue la elección de Dios sobre la nación de Israel la que la distinguió de las otras naciones de la tierra (Deuteronomio 7:6). Y la Escritura nos enseña que aunque muchos sean llamados son pocos los escogidos (Mateo 20:16), que somos una manada pequeña (Lucas 12:32), un remanente dejado por Dios, ya que de lo contrario seríamos semejantes a Sodoma o a Gomorra. Fue Jesucristo quien dijo que nos había escogido del mundo (Juan 15:19).

Solamente la falacia del otro evangelio puede predicar que tanto a Judas como a Faraón se les dio igual oportunidad e igual llamado que a Pablo y a Bernabé, o que Simón el Mago y Pedro el apóstol fueron igualmente amados por Dios. La incongruencia del otro evangelio hace decir que Dios se propuso elegir a Pilatos, a Caifás y a Judas si tan solo ellos creyeran. ¿No saben, acaso, que si ellos hubiesen creído Jesucristo no hubiese sido entregado? ¿Y cómo desplegaría Dios la gloria de su poder, ira y justicia, si no hubiese réprobos en cuanto a fe? Y si, como ya dijimos, Dios previó quiénes creerían porque miró dentro de sus corazones lo que harían en el futuro, y lo averiguó, ¿para qué predestinarlos si ya se iban a salvar? Las incongruencias del falso evangelio son idénticas a las incongruencias de quien las inspiró. Solamente a un cegado por el amor propio se le ocurrió probar a su Creador para que lo adorara a él en tanto una criatura; porque esta osadía tuvo Satanás cuando le propuso a Jesucristo que lo adorara a cambio de los reinos del mundo.  Que Jesucristo es el Creador queda probado: Todas las cosas fueron hechas por medio de él, y sin él no fue hecho nada de lo que ha sido hecho (Juan 1:3).  Aún al malo hizo Dios para el día malo. Pero parece ser que estas personas seguidoras del evangelio anatema no tienen congojas por su muerte, como dice el Salmo 73 de Asaf.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 15:40
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