La balanza del mundo juzga con parámetros cambiantes, ajustada a las circunstancias, acoplada a los estratos sociales y a los privilegios del poder. Si el rey Belsasar hubiese tenido que ser juzgado por los babilonios, de seguro la balanza hubiese resultado con una inclinación a su favor. Era normal que un gobernante gozara de la libertad del poder político para compartir orgías y borracheras con sus cercanos. El hecho de que su rey hubiese bebido en las copas consagradas al Dios de las Escrituras no hubiese sido motivo de reclamo alguno para los babilonios, ya que parodiando al Faraón de Egipto hubiesen preguntado ¿quién es Jehová para que yo no beba en las copas de su templo?
Dice el libro de Daniel en el capítulo 5 y verso 2 lo siguiente: Belsasar, bajo el efecto del vino, mandó que trajesen los utensilios de oro y de plata que su padre Nabucodonosor había tomado del templo de Jerusalén, para que bebiesen de ellos el rey, sus nobles, sus mujeres y sus concubinas. El exceso de vino, como cualquier licor o droga, es un mal consejero; así parece haberle acontecido al rey, quien no satisfecho con sus propios vasos de oro y plata envió por los del Dios de Israel. Era una manera de matar el recuerdo de la historia de su padre y su reconocimiento acerca del Creador del universo. La lujuria lo excitaba y el vino lo embrutecía como para sacar fuerzas de sus efluvios, de tal forma que quiso ser un atrevido en presencia de sus amigos. Una vez que estaban tomando el licor en esas copas, una mano de hombre comenzó a escribir sobre la pared del palacio, y todos los que estaban allí junto con él se espantaron de esa mano que escribía sola.
El rey de Babilonia estuvo muy turbado por lo que vio en la pared, por lo que envió en busca de sus magos y astrólogos, de sus hombres sabios y aún de los sabios y magos de los otros reinos que representaban sus amigos. Sin embargo, nadie pudo descifrar lo que la escritura decía; pero la reina le sugirió que llamara a Daniel, quien parecía tener un conocimiento especial y el espíritu de los dioses para revelar sueños y visiones. Convocado el profeta de Jehová se presentó Daniel ante el rey; de esta forma le fue recordada al gobernante babilónico la historia de su padre, quien fue sometido por el Dios del cielo y de la tierra para que viviera como un animal y comiera hierba a la intemperie. La soberbia del rey Nabucodonosor había sido sometida, pero una vez que reconoció que Dios era quien daba el poder a quien Él quería darlo le fue devuelta la salud. Daniel al contar esta reseña también le recordó al rey Belsasar que su estado de soberbia le había llevado a gloriarse a sí mismo sin reconocer al Dios de la creación, muy a pesar de que ya conocía la historia de su padre.
Daniel interpretó la escritura en la pared, diciéndole al rey que él había sido pesado y hallado falto en la balanza. Asimismo le declaró que su reino había sido dividido y dado a los medos y a los persas. El rey reconoció como válida la interpretación del profeta hebreo y ordenó recompensarlo como había prometido, pero parecía no darse cuenta de que su fin era inminente. Ese mismo día fue asesinado por soldados de Ciro cuando penetraron la ciudad, habiendo desviado el río y caminado con su ejército por su cauce que la cruzaba. Desde entonces Darío el medo comenzó a gobernar en Babilonia y Ciro continuó mandando desde Persia y anexándose territorios de Babilonia.
Uno puede preguntarse de qué le sirvió el oro al rey, o de qué valieron sus mujeres y concubinas, el esplendor de los jardines colgantes y su poder sobre la tierra conocida. Todo es vanidad y aflicción de espíritu, y lo que vale eternamente es temer a Dios y guardar sus mandamientos. Un hijo de Israel pudo interpretar el dictamen de la balanza de Dios, éste era uno de los profetas de la cautividad. La declaración divina decía que el rey estaba en bancarrota, sin saldo con el cual pagar su ignominia. La justicia divina no se hizo esperar y ese mismo día fue aniquilado su poder y su vida. Haber desafiado al Dios de Israel le trajo como consecuencia la derrota absoluta. Ciertamente todos los habitantes de la tierra hemos pecado y muchos todavía están muertos en sus delitos y errores, pero Dios los deja vivir porque tiene planes con cada uno. Están los que oirán el evangelio del reino y acudirán presurosos a los pies de Cristo, porque son llevados por el Padre hacia el Hijo. Están también los que como vasos de ira no oyen jamás lo que es el evangelio, o los que oyéndolo no hacen caso porque aún siendo llamados no son escogidos. Entre estos últimos se encuentran los apóstatas, los herejes, los que subvierten las Escrituras y las tuercen para su propia perdición.
Dios quiso someter a Nabucodonosor bajo su mano para otorgarle otra vez el reino de Babilonia, pero con Belsasar fue contundente porque ya se había cumplido el tiempo de la cautividad de Israel, los 70 años de los que había escrito el profeta Jeremías. De esta forma Jehová preparaba el camino para el retorno de su pueblo, para que adorara en Jerusalén. Fue durante el primer año del reinado de Darío que Daniel entendió lo escrito por Jeremías (Daniel 9:1-2) y al haber entrado en oración y ruego ante el Señor le fue dada la revelación de lo que estaba dispuesto para él y para la ciudad santa. El libro de Esdras, capítulo 1, versos 1 al 2, señala que fue Ciro quien dio la orden de reconstruir el templo de Jerusalén, al decir que había sido Jehová quien le había dado tal comisión. Este es el Dios de la providencia absoluta, quien anuncia desde antes lo que habría de venir, como también fue dicho de Ciro con antelación por boca de otro profeta. Su soberanía no conoce límites y los corazones de los reyes son movidos como Él lo indica. ¿Cuánto más no moverá los corazones de los menos poderosos?
Nosotros no podemos burlarnos de Dios, ya que todo lo que sembramos eso cosechamos. Hemos de confesar que siempre que Jehová nos pesa somos hallados faltos, como le sucedió al rey Belsasar, pero que por su misericordia no hemos sido consumidos. Las pesas de nuestra balanza son los Diez Mandamientos, es la misma ley de Dios que violentamos a diario. Ellas nos acusan como las tablas de la ley acusaban a Israel, pero -así como estaban debajo del propiciatorio en el Arca de la Alianza- esas pesas de la balanza están del otro lado de la cruz de Cristo. Se ha escrito que el acta de los decretos que nos era contraria fue clavada en ese madero, por lo cual sabemos que cuando Jesucristo representó a los elegidos del Padre en su sacrificio por los pecados de su pueblo (Mateo 1:21) fuimos declarados justos.
Ha sido un acto judicial de Dios la declaración de justicia en nuestros corazones, pero es solo en la virtud de lo que hizo el Señor por nosotros. Si pusiésemos nuestra justicia como mediador del juicio de Dios seríamos consumidos como el rey Belsasar. El mandato esencial es amar a Dios por sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Dios también pesó el mundo en la balanza de su ley y fue hallado falto; por esa razón lo ha entregado a pasiones vergonzosas, para hacer lo que no conviene. En el capítulo 1 de la carta a los romanos se habla de eso, pero en el capítulo 3 se dice que la humanidad ha llegado a estar destituida de la gloria de Dios. También se ha escrito que la paga del pecado es la muerte, por cuya razón se anuncia este evangelio para que encuentren gracia los que el Padre ha querido redimir.
Lo importante para nosotros los gentiles (así como para el conglomerado de judíos escogidos) es que Dios nos amó de tal manera que envió a su Hijo para que nos redimiera. Sabemos que si el Hijo hubiese redimido a toda la humanidad en la cruz nadie sería condenado. Pero Jesús no rogó por el mundo sino solamente por los que el Padre le dio (Juan 17:9), de manera que vino a salvar solamente a su pueblo de sus pecados. Nadie viene a él si el Padre no lo trae, y todo aquel que es enviado por el Padre irá hacia Jesús y el Señor no lo echará fuera. Sabe el Señor hablarle al corazón de los que son suyos, porque él los conoce y porque siendo el buen pastor sus ovejas lo siguen.
Nadie podrá colocar su propia justicia para ser hallado solvente ante la balanza de Dios. Más bien, todos aquellos que reciben el regalo de la justicia de Cristo son hallados aptos en los méritos de Jesucristo, ya que él ha venido a ser la justicia de Dios. La Biblia dice que al que cree todo le es posible, que lo que es imposible para nosotros es posible para Dios. El que bebe del agua de la vida no tendrá sed jamás, el que come del pan del cielo no tendrá hambre jamás. La llamada es gratuita, sin costo alguno, porque ya el Hijo pagó todo lo que había que pagar. El nos amistó con el Padre y ahora podemos tener comunión por siempre con Él. Conviene, pues, examinar las Escrituras, porque nos parece que allí está la vida eterna y ellas dan testimonio de Jesucristo.
César Paredes
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