Los arminianos sostienen que Dios sería un monstruo y su soberanía absoluta haría que fuese difícil decir cuáles son las diferencias entre Dios y el diablo. Eso en el caso de que Dios fuese considerado el autor del pecado, o el controlador de todo cuanto existe, incluyendo el mal. Dicen que los que defendemos la doctrina de la gracia absoluta decimos que el bien más grande justifica que se hagan males; de manera que Dios cuando crea el mal y el pecado ha presumido que estas cosas no parezcan en definitiva tal malas. Sin embargo, los arminianos igualmente sostienen que Dios es grande, bondadoso y digno de alabanza.
El empeño arminiano en negar que Dios sea el autor del pecado es compartido por muchas personas que dicen militar en las doctrinas de la gracia; a todos ellos parece darles urticaria cuando escuchan semejante declaración. Ahora bien, si Dios no creó el mal, otro ser superior y distinto a Él tuvo que hacerlo. Es decir, tal pareciera que la doctrina arminiana lleva por fuerza la idea de que el diablo se generó a sí mismo, o se puso malo solo, como si tuviese el poder de independencia del Creador.
Por otra parte hay una cantidad de textos de la Escritura que ponen de manifiesto a Dios como autor de todo cuanto existe. Él mismo declara a través de Isaías que Él hizo el mal, que creó el mal, mientras otros profetas como Jeremías y Amós atestiguan que nada malo ha ocurrido en la ciudad o en cualquier parte que Jehová no haya hecho o mandado que ocurra. Por su parte, el libro de Job presenta a Dios como el que le da la idea a Satanás de ponerle cuidado a su siervo, para que lo pruebe en diversas maneras pero con tal de que le respete su vida. El Padrenuestro recomendado como oración ejemplar por Jesucristo tiene una parte donde se puede leer que uno debe pedirle al Soberano Dios que nos libre de la tentación (o de la prueba). En realidad dice no nos metas en la prueba o tentación (Mateo 6:13). Entonces uno puede ver que Dios como el Soberano Ser que gobierna su creación tiene injerencia en las cosas malas.
Es cierto que Dios no tienta a nadie (Santiago 1:13) ni puede ser tentado por el mal, pero decir que Dios es autor del pecado no lo hace a Él tentador. Son dos cosas distintas e inconfundibles. Dios no ha cometido pecado alguno por ser el autor del pecado; más bien, si el pecado es la transgresión de su ley debería haber una norma que prohíba a Dios hacer el pecado. Pero como no la hay porque Él no la ha hecho Dios no peca. Ciertamente Dios controla tanto al pecador como el pecado, sea que envíe malos espíritus para tentar (como fue el caso con el rey Acab) o para atormentar (como le aconteció a Saúl), o sea que haga que los pecadores cometan ciertos actos para que se cumpla su propósito. Tal es el caso de la crucifixión del Señor, donde hubo una gran cantidad de pecados profetizados que se cometerían contra la persona del Salvador. Incluso Judas Iscariote estuvo preordenado para que la Escritura se cumpliese. Nadie puede negar que todas aquellas acciones fueron pecaminosas y ordenadas por Dios, si bien servían al propósito de la gloria de Su Hijo y al beneficio de los redimidos. Y precisamente por esto último entendemos que fue escrito el verso 17 de Santiago 1, el que nos dice que toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de arriba, del Padre de las luces.
Pero esa perfección en el Creador no le impide ordenar el mundo como Él ha querido hacerlo. De hecho, por la gloria de Su Hijo quien es el Cordero preparado para nosotros desde antes de la fundación del mundo, como lo señala Pedro, quiso someter la creación a vanidad. Es así que habiendo creado al malo para el día malo (Proverbios 16:4) ha declarado lo siguiente: Yo soy quien forma la luz y crea las tinieblas, quien hace la paz y crea el mal. Yo, Jehová, soy quien hace todas estas cosas (Isaías 45:7). Este texto de Isaías echa por tierra el deseo de que aparezca el dualismo en la Biblia, ya que no hay una lucha del bien contra el mal o de Dios contra el diablo, ganando algunas batallas y perdiendo otras.
Dios no independiza su creación sino que la gobierna y está siempre presente en ella. Aún los seres humanos más poderosos como los reyes están bajo su control. El corazón del rey es inclinado a todo aquello que Jehová quiere, por lo tanto cuando la gente religiosa habla de que Dios permite el mal no sabe lo que dice. Y si sabe lo que enuncia es malo igualmente, porque el permiso implica que los seres se independizaron del Creador. Si existiera una fuerza libre llamada Mal podríamos decir que Dios permite que el Mal exista; pero nada puede estar fuera de su presencia. Ciertamente Dios controla y ordena todo lo que ha formado, todo lo que le pertenece; incluso el malo es hecho para el día malo. ¿Cómo puede Dios permitir que suceda el mal si eso no es una fuerza independiente?
El hecho de que nada escape al propósito divino nos deja una exposición de dominio por parte del Todopoderoso. No hay nada que haya ocurrido que Él no haya querido que ocurra. Entonces, ¿por qué ordena el mal si va a castigar a los malos? Esa es la misma pregunta del objetor de Romanos 9, la cual fue respondida por el Espíritu Santo en la inspiración dada a Pablo. No somos nada para altercar con el Creador. Al mismo tiempo, Dios no responde ante nadie. El hombre podrá ser blasfemo y denunciar al Señor como un monstruo o como un tirano, como han hecho los arminianos de oficio. Estos alegan que el dios que ellos adoran no es el mismo que se predica al enunciar la soberanía absoluta de Dios. El dios de ellos es más humanista, tolera el libre albedrío humano y permite el mal; asimismo, espera que el hombre le permita salvarlo. Por otro lado, el acto de predestinación del que habla la Biblia se hace una vez que su dios haya previsto quienes son los que se irían a salvar. Pero como hemos dicho en otras oportunidades, ¿para qué predestinar lo que ya es seguro que acontecerá?
En realidad, los que nos aferramos a la gracia absoluta como regalo de Dios para sus elegidos, adoramos no a un monstruo ni a un tirano sino al Dios de las Escrituras. Él es Todopoderoso y hace como quiere, a unos ha odiado desde antes de hacer el mundo y a otros ha amado igualmente. Esto lo ha hecho antes de que hiciésemos bien o mal, para que su propósito permaneciera por la elección, independiente de las obras. De otra manera la gracia no sería gracia y el hombre tendría de que jactarse en su presencia.
Lo que Dios hace ocurre por necesidad y no por contingencia. El ciega y endurece al réprobo en cuanto a fe, al que ha creado para destrucción. No que esto lo haga por permiso o por presciencia, en el sentido de que Él haya descubierto que el impío es un impío y no uno que pertenezca a la piedad, sino que lo hace en aquellos que por necesidad creó como vasos de ira y de deshonra. En estas cosas bien puede utilizar a Satanás como un ministro de su ira para dirigir sus consejos y opiniones e inclinarlos al propósito de su voluntad eterna. Esto fue lo que hizo con Sejón el rey de Hesbón, que no quiso darle el paso libre a los hijos de Israel, una vez que Dios mismo hubo endurecido su espíritu y convertido en obstinado su corazón. De esta forma entregaría a este rey en las manos de su pueblo (Deuteronomio 2:30).
Cuando se habla de que todo acontece por la relación de la causa y el efecto, eso no deja por fuera la soberanía de Dios. La necesidad del antecedente tiene como norte la necesidad del consecuente. El arminiano no quiere colocar el hecho de la salvación del elegido solamente en las manos del Todopoderoso, más bien se apresura a hacer una apologética del supuesto libre albedrío. Pero justo es decir que si tuviésemos libre albedrío la salvación vendría de nosotros mismos. Al mismo tiempo supondría que el hombre no murió en sus delitos y pecados sino que está medio vivo o casi muerto, de manera que Dios tendría que frenarse y limitarse solamente a una libre oferta de su evangelio. La criatura pondría en ridículo la cruz de Cristo, con su libertad de aceptar o rechazar tal oferta. El Espíritu Santo quedaría reducido a un Caballero que no posee gracia irresistible, sino que como un vendedor ambulante ofrecería a través de los ministros del evangelio el deseo de Dios de salvar a toda la humanidad. Claro está, si este fuera el caso el infierno sería un gran monumento al fracaso del Señor.
La tesis del libre albedrío no sólo ofende la cruz de Cristo sino que hace mentiroso al Señor. Si él dijo que nadie podía ir a él a no ser que el Padre lo trajere, el arminiano insiste en que Dios quiere que todos los hombres sean salvos (con un texto fuera de contexto). Eso estaría en conflicto con otros textos bíblicos, como por ejemplo aquel que dice: Nuestro Dios está en los cielos, todo lo que quiso ha hecho (Salmo 115:3). Mal podría Dios querer que todos los hombres del mundo sean salvos si no hace nada para que suceda. Así quedaría ese texto en forma invertida: Nuestro Dios está en los cielos pero no ha podido hacer todo lo que ha querido.
El Sínodo de Dort condenó a Arminio en 1618 como un corruptor de la fe. Sus seguidores no son menos que su maestro, introduciendo abiertamente serias herejías en la congregación de los que se reúnen bajo la enseñanza cristiana. La bandera que enarbolan es su libre albedrío, pero si eso existiera de verdad Dios no podría ser Omnisciente. El espíritu voluble humano haría que Dios no estuviera cierto de sus profecías. No bastando con esta implicación, hay una corriente dentro de los arminianos que visto este punto sostienen la falta de conocimiento pleno en el Todopoderoso. Así surge el teísmo abierto que alega que Dios trabaja con múltiples futuros simultáneos; Dios tendría plan A y muchos planes B, por si acaso. Eso no es más que caminar alejado de la palabra divina y ser obstinado contra el buen sentido de los textos. Pero quienes así actúan lo hacen para su propia perdición.
Por la voluntad de Dios ocurren todos los eventos del planeta y del universo: Dios realiza todas las cosas según el consejo de su voluntad (Efesios 1:11). No algunas cosas sino todas ellas; aún antes de la creación del mundo Dios supo lo que pasaría y aún así hizo que pasara. Pero ¿cómo supo Dios que esto iba a pasar? No fue bajo la mira de una bola de cristal, o a través de un telescopio del tiempo, sino bajo la mira de su propio querer. El quiso y así hizo. Pero Dios quiere en un sentido general en cuanto ordena su ley moral para los hombres, pero solo ocurrirá aquello que ha decretado que ocurra. Entonces, ¿por qué, pues, culpa de pecado? Pues ¿quién puede resistir a su voluntad? Ese es el punto de cierre de su soberanía, nadie puede arrogarse el derecho de altercar con su Creador. No somos más que barro en sus manos y no podemos sino esperar que su voluntad se cumpla. Se nos dio un mandato moral pero acompañado de una voluntad quebrada, unida al deseo concupiscente del pecado en nosotros. En virtud del mandato somos responsables de lo que hacemos y no podemos nunca lograr la independencia del Creador.
Finalmente, recordemos el texto de la Biblia: Amístate ahora con él, y tendrás paz, y por ello te vendrá bien (Job 22:21).
César Paredes
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