Si bien la Biblia dice que si uno cree en el Señor Jesucristo será salvo, también allí se argumenta que cómo invocaremos a aquel a quien no conocemos. Es decir, para poder invocar a Jesucristo como Señor se hace necesario conocer quién es él. Conviene indagar en la persona y en el trabajo del Hijo de Dios cuando vino a esta tierra, para poder estar seguros de quien es aquel a quien invocamos. Dado que el Todopoderoso es el Rey que gobierna en justicia y verdad hemos de tener en cuenta que todo el que pretenda tener comunión con el Altísimo debe compartir un grado similar de justicia, de lo contrario no será escuchado y será estimado en menos que nada.
Pero nosotros nos hemos descarriado cada uno por su camino, en la ignorancia del mundo que no quiso tener en cuenta a Dios. Es así que el parámetro para juzgarnos vino a ser la ley de Dios dada a Moisés, y en aquellos que no la tuvieron ha sido la ley propuesta en nuestros corazones. Sin embargo, ni los que estaban bajo la ley de Moisés, ni el resto de la humanidad (llamada el conjunto de los gentiles) sometida a la ley del corazón, pudo salir aprobado bajo los mandatos legales. Por ello sabemos que la redención del hombre tenía que ser de pura gracia, sin mediación de obras muertas (aunque algunos pretendan llamarlas buenas acciones). Recordemos que la Biblia misma nos declara que Dios abomina la obra del impío, y aún sus misericordias vienen a ser maldad. También rechaza su ofrenda y oración, de manera que nadie puede colarse por la puerta de atrás; solamente se puede llegar al Padre Eterno por la puerta principal que es Cristo.
Vino Jesucristo a cumplir toda la ley sin quebrantarla en ningún punto, de manera que se constituyó la justicia de Dios para nuestro beneficio. Por esa razón Pablo lo denomina nuestra Pascua, ya que nos impartió su justicia y a cambio tomó nuestros pecados. Ese es el trabajo que hizo en la cruz para beneficio de su pueblo. Sí, de acuerdo a lo que el ángel le dijo a José en la visión que tuvo, el niño debía ser llamado Jesús (Jehová salva) porque él salvaría a su pueblo de sus pecados (Mateo 1:21). Si antes nadie pudo ser salvado por la ley sino por la fe en el Mesías que vendría, hoy día nadie puede ser salvado por obras de buena conducta sino solamente por la sangre de Jesucristo. Y esa sangre se derramó una sola vez y para siempre en beneficio solamente de su pueblo.
Acá hay que comprender bien el objeto del trabajo de Jesucristo para poder entender su misión y de esa forma poder decir que lo conocemos. Solo conociendo su persona y su obra se podrá invocar su nombre con certitud y confianza de ser oído. Claro está, hay quienes comprenden esta verdad pero no son oídos, como también los demonios llegan a creer y temblar aunque siguen estando condenados. Lo que decimos es que nadie puede ser salvo si no comprende el trabajo y la persona de Jesucristo, pero no todos los que esto conocen son redimidos. Precisamente, el comprender el objeto de su redención implica que se entiende que ésta está hecha solamente en beneficio de los elegidos del Padre.
Nadie puede venir a mí, si el Padre que me envió no lo trajere. Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y el que a mí viene no lo echo fuera. Con estas palabras queda servida la mesa en cuanto al objeto de la redención del Señor: los que el Padre le da. Por la cantidad de personas que mueren en la ignorancia de esta gran verdad, muchos de ellos sin jamás haber oído una palabra acerca de este evangelio, se demuestra que esas personas jamás fueron enviadas al Hijo por el Padre. Y es que ellos no podían ir por cuenta propia, tenían que ser enviados por el Padre pero no fueron llevados a él.
No se trata de que el Padre no pudo enviarlos, no se trata de que éstos fueron muy obstinados, más bien el texto refiere a la voluntad inmutable de Dios que ha hecho como ha querido. Y hay un grupo bien numeroso de personas que dicen acudir a Cristo (pero van por cuenta propia) con la modalidad de la interpretación privada de las Escrituras. Estos son los que se molestan por la exclusividad de la elección, los que dicen que ellos merecen otro tratamiento, que ellos prefieren a un Dios más universal y más humanista. Donde la Biblia dice que solamente vendrán a Cristo los que el Padre envía, ellos aseguran que van por cuenta propia porque Dios respeta el libre albedrío de los hombres. Donde la Biblia asegura que Dios condenó a Esaú (y a todos los que son similares a él), ellos aseguran que Esaú se condenó a sí mismo por sus malas obras (la venta de la primogenitura). Cuando la Biblia asegura que Dios es justo, ellos se unen a la fila del objetor de Romanos 9 preguntándose si más bien hay injusticia en Dios. Y cuando el Espíritu responde la duda del objetor ellos continúan diciendo que si no son libres de decidir tampoco son responsables de su culpa.
La vía de salvación del evangelio es la obediencia a la cruz de Cristo. Es un pasaje muy estrecho pero no hay otro camino, de manera que allí tenemos que ser guiados por el Señor; y es que se trata de un evangelio de gracia. Pasamos el sendero estrecho sin posibilidad de arrastrar nuestras maletas de justicia corrompida, sin que nadie tenga la oportunidad de jactarse porque fue más astuto que otro o menos pecador que otro. Venimos como un desnudo pecador ante el Señor para recibir su justicia, pero si vamos a él lo hacemos porque su gracia fue irresistible para nosotros. No hay tal cosa como la adquisición de la gracia por nuestros méritos, pues la gracia ya no sería gracia.
Este es el punto crucial del evangelio, llegar a entender que nuestra justicia no sirve para nada y que solamente a los que Dios llama van al Hijo. Si la Biblia nos ha declarado muertos en nuestros delitos y pecados, ¿cómo puede un cadáver entender las cosas espirituales? El hombre natural las percibe como locura por cuanto no puede discernirlas, pero el hombre llamado por Dios (espiritual) entiende que son fieles y verdaderas. Solamente el que ha nacido del Espíritu puede ver el reino de Dios, no los que pretenden nacer de nuevo por voluntad de varón o de carne humana.
Entender este deslinde es crucial para saber si se está en el evangelio de Jesucristo o en el evangelio anatema. Esto no se trata de alta teología que solo puede ser comprendida por altos estudios, más bien se trata de leer planamente las Escrituras. Dice la Biblia que a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio derecho de ser hechos hijos de Dios, los cuales nacieron no de sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad de varón, sino de Dios (Juan 1: 12-13). Fijémonos que es cierto que recibimos a Cristo, que creemos en su nombre, que por ello tenemos la autoridad de ser hechos hijos de Dios, pero que de inmediato se aclara que estas personas no nacieron de sangre ni de carne, ni de voluntad de varón. Es decir, no depende del que quiere ni del que corre (no depende de la voluntad humana). El hecho de recibir a Jesucristo y creer en su nombre se da solamente por la voluntad divina; pero recordemos que nuestro Dios está en los cielos y todo lo que quiso ha hecho.
Si Dios hace todo lo que quiere y no tiene quien detenga su mano, nadie puede alegar que su presunto libre albedrío se impondrá sobre la voluntad del Creador. Y en ninguna parte de la Escritura se dice implícita o explícitamente que Dios está en un terreno neutro a la espera de que su criatura reaccione a su llamado. Más bien se hace énfasis en que hay una necesidad en el hombre de nacer de nuevo, pero esa necesidad no puede ser satisfecha por la voluntad humana, ni por las llamadas buenas obras o buena voluntad de los hombres. Esa necesidad solamente es satisfecha por la voluntad de Dios, pero Él ha dicho que tendrá misericordia de quien quiere tenerla, empero endurecerá a quien quiera endurecer.
Entonces, el creyente conoce de seguro la persona y el trabajo de Jesucristo, de otra forma no podría llegar a creer. ¿Cómo invocarán de quien no han oído? O ¿cómo creerán si no conocen a quien tienen que creer? Es por la operación del nuevo nacimiento, cuando el Espíritu quita el corazón de piedra y coloca uno de carne, y se nos da un espíritu nuevo, cuando el hombre puede llegar a creer. Y sabemos que Dios no deja en la ignorancia respecto al Hijo y su evangelio a ninguno que ha hecho nacer de nuevo. No hay tal cosa como ser hijo de Dios o nacido de nuevo y creer simultáneamente un falso evangelio. Si eso fuera así, ¿qué gloria llevaría el Padre hacia el Hijo, y qué gloria daría el Hijo al Padre?
Por su conocimiento mi siervo justo justificará a muchos, y cargará con los pecados de ellos (Isaías 53: 11). Es al llegar a tener el conocimiento de él cuando comprendemos su plan de salvación. Es solamente por el conocimiento del Mesías que se hace posible la redención, el conocimiento del poder de su muerte y resurrección, de su carácter y doctrinas, de sus sufrimientos en la cruz, de la imputación de su justicia sobre nosotros y de nuestros pecados sobre sus lomos. Así lo refirió Juan en su evangelio, cuando nos coloca las palabras de Jesús en oración: esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo a quien has enviado (Juan 17:3).
Pablo escribía a los Romanos y les dijo que oraba para salvación de aquellos que desconocían la justicia de Dios y colocaban su propia justicia de por medio; les aseguraba que pese al mucho celo por Dios eran personas sin conocimiento pleno (Romanos 10: 2-3). No todos los seres humanos tienen fe, por lo tanto no todos son salvos; empero la semilla de Cristo será justificada. Esto se hace por el conocimiento de él, como dijo Isaías. No en vano dijo el Señor que escudriñáramos las Escrituras, porque en ellas nos parecía que estaba la vida eterna y ellas daban testimonio de él.
César Paredes
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