Hay gente que trata de ser salva o de ganar el favor de Dios a través de guardar la ley, como los judíos que habían sido enseñados de manera equivocada por los fariseos que buscaban la salvación por obras. La Biblia ha dicho de manera enfática que la salvación es un favor de Dios, ya que es por gracia y no por obras, no vaya a ser que alguno se gloríe en sí mismo. Y cualquiera que busque el favor de la ley está bajo la maldición de la misma ley, pues cualquiera que rompe alguno de sus puntos se hace culpable de toda ella. Pese a que la ley condena a cualquier pecador que intenta establecer su propia justicia delante de Dios, la enseñanza de los fariseos condujo a muchos judíos por el camino equivocado. Por esta razón Pablo testificaba de ellos como quienes tenían celo de Dios pero no conforme a ciencia.
El conocimiento de tales judíos dejaba mucho que desear, ya que al ignorar la justicia de Dios que es Cristo intentaban establecer la de ellos. Pero el Dios de las Escrituras también había dicho que nuestra justicia era y es como trapo de mujer menstruosa, que no hay justo ni aún uno, que no hay quien busque a Dios (al verdadero Dios), que no hay quien haga lo bueno. Es más, la oración del impío y sus misericordias son una abominación delante del Señor. El Dios tres veces santo repudia cualquier arrebato de justicia que posea el hombre como si eso le fuera suficiente para amistarse con Él; a cambio, ha escogido a Su Hijo para hacerlo su justicia (lo que es lo mismo, nuestra pascua) y así darle la gloria que merece como el Redentor.
Cualquiera que sea salvo por gracia está bendecido, independientemente de que viva como el pobre Lázaro en esta vida. Eso es muy importante tenerlo en cuenta pues a muchos les ha dado por buscar las riquezas o la abundancia de bienes como el signo inequívoco de la bendición de Dios. Lázaro mendigaba en esta tierra pero al morir fue hacia el consuelo del Señor, en cambio el rico que tenía grandes bienes y se sentía bendecido fue al tormento que nunca acaba. En esa parábola Jesús nos aclaraba que debemos tener cuidado con los juicios equivocados, con las analogías apresuradas, con las generalizaciones improvisadas.
La ley no nos pide creer sino hacer, he allí el problema de seguir la ley. En cambio, la gracia no nos pide hacer para recibir algo a cambio sino simplemente nos hace creer. Dice la Biblia que aún la fe por la cual creemos es un don de Dios (Efesios 2:8). Sabemos que nadie puede ser justificado delante de Dios por la ley (Gálatas 3:11) pues el justo por la fe vivirá. Cristo nos redimió de la maldición de la ley, al hacerse maldición por causa de nosotros, de esta forma la bendición de Abraham pasó también a los gentiles y hemos recibido el Espíritu Santo (Gálatas 3: 14).
Cuando entendemos que nuestros pecados fueron imputados a Jesucristo en la cruz, pero que su justicia nos fue dada a cambio, sabemos que la salvación se ha logrado por la sola gracia de Dios. Si uno mira el texto de Mateo 1:21 puede entender con claridad que la misión del Mesías en esta tierra fue la de morir por los pecados de su pueblo. Luego uno mira el texto de Juan 17:9 y comprende a plena luz que el Señor no perdió tiempo con el mundo, no rogó por él sino solamente por los que el Padre le dio y le daría. Finalmente, de la conjunción de esos dos textos uno concluye que Jesús no murió por todos los hombres sin excepción sino solamente por los que vino a redimir. Ellos eran sus ovejas, como se expresa de lo expuesto en Juan 10: el buen pastor su vida da por las ovejas. Asimismo, uno continúa leyendo el capítulo 10 del evangelio de Juan y se maravilla de que Jesús les haya dicho a un grupo de judíos que no podían creer porque ellos no eran de sus ovejas. Es decir, la condición de oveja precede al creer; no se cree para ser oveja sino porque se es oveja.
En otros términos, el Padre eterno nos ha predestinado desde antes de la fundación del mundo para ser semejantes a Su Hijo. Pero de igual forma si predestinó a unos dejó por fuera a muchos, a los cuales también ordenó para que tropiecen en la roca que es Cristo. Estos son los que no tienen sus nombres escritos en el libro de la vida del Cordero inmolado desde la fundación del mundo, los mismos que fueron endurecidos por Dios para ser objetos de su ira y justicia en tanto vasos de deshonra. Jamás fueron amados por Dios (por lo tanto no fueron conocidos por Él) y son los que insisten en torcer las Escrituras para su propia perdición. Acá hay profundidad en la sabiduría de Dios, de acuerdo a sus insondables caminos; es éste el punto de cruce entre los que siguen al Señor con plena aceptación y los que lo objetan por la supuesta injusticia cometida.
Porque hay muchos que se inclinan para objetar el propósito eterno del Creador y de esta forma insisten en decir que Dios es injusto por haber odiado a Esaú aún antes de ser concebido. Eso de que alguien sea condenado de antemano no parece sabio a la luz de estos humanistas que son inclusivos como si el hombre tuviese derechos ante quien lo formó. Lucifer, el ángel engañador que se viste como si fuese de la luz, junto con sus ministros que se disfrazan de mensajeros de la luz, parece haber confeccionado un plan de amotinamiento con sus teólogos de turno. El concepto de libre albedrío es ahora su bandera (desde hace siglos) como quedó demostrado en el Edén frente al diálogo sostenido con Eva. Seréis como dioses, un concepto que salió de su alma cuando quiso ser semejante al Altísimo y sentarse en su trono como si fuera Dios. El hombre compró esa mercancía perniciosa y pretendió ser independiente de su Creador, por lo cual le vino su ruina. Hoy día persiste en la misma vieja doctrina, cuando junto a la serpiente sinuosa pregona que la redención humana depende de lo que hagamos.
Claro está, lo que ha variado es en apariencia poco, si bien es suficiente. De todas formas, poco o mucho sigue siendo dañoso. Se dice que Cristo hizo su parte pero que ahora nos toca a nosotros hacer la nuestra; por esta vía el trabajo en la cruz parece haber quedado incompleto y nosotros tenemos que perfeccionarlo. El Dios soberano no puede hacer nada sin nuestro consentimiento, atado de manos espera paciente para que nuestras almas muertas en delitos y pecados se aperciban del favor que nos hizo a través de Su Hijo y le demos el sí como respuesta. Además, la expiación de Jesucristo pasó de ser una salvación concreta y actual a ser una potencial e hipotética. La condenación de Esaú no depende ya de la voluntad de su Creador sino del mismo Esaú que se perdió por cuenta propia.
Son algunos cambios que siguen reorientando la doctrina de los falsos maestros, ya que para ellos Adán fue libre de no pecar y con ello pudo haberle robado la gloria al Cordero preparado desde antes de la fundación del mundo. Unas pocas mentiras que conducen al disparate conceptual y que genera por fuerza más engaños para poder establecerse como verdades. Pese a la proclamación de la mentira desde los púlpitos de las sinagogas de Satanás, la Biblia continúa diciéndonos verdades de Dios. La salvación es un regalo de Dios, no por obras de hacer o de dejar de hacer, sino por gracia. La gracia es un favor inmerecido, por lo cual todos los humanos habiendo nacido muertos en delitos y pecados estamos en bancarrota. A no ser, claro está, que hayamos sido favorecidos por el don divino. No en vano Pablo escribió a los Efesios (1:11) diciendo que hemos tenido suerte, ya que desde nuestra perspectiva ha sido suerte el que hayamos sido llamados como elegidos. Unas versiones nuevas traducen herencia en lugar de suerte porque el vocablo griego puede significar ambos sentidos. Anteriormente la herencia se repartía por suertes, de allí que el término griego sea amplio en este caso y conlleve los dos significados.
El creyente debe tener cuidado de no escuchar a los herejes, de no dar oído a la voz de los que vienen en nombre de otro evangelio. Hay muchos evangelios diferentes que tratan de suavizar lo agreste de la palabra de Dios, ya que a muchos que se dicen seguir a Jesucristo les parece dura de oír su palabra. El Dios Todopoderoso que se despliega en las Escrituras, que no comparte su gloria con nadie, ha sido cambiado sutilmente en un dios impotente. Ahora ese dios depende de la voluntad humana para cumplir su cometido. Si hay humanos que rechazan cooperar con su voluntad sus planes se vienen abajo, pero a cambio ese dios tiene que optar por el plan B. De esta forma el evangelio también ha pasado de ser el poder de Dios para salvación que revela la justicia de Dios, para revelar la justicia del hombre.
En el evangelio diferente la obra humana importa mucho. Es el hombre el que decide seguir o no seguir a Cristo, es el hombre el que ora para cambiar los planes de Dios, es el hombre la medida de todas las cosas y quien pregona el evangelio universalista. Es decir, se anuncia a un Jesús que murió por todos en la cruz, que rogó por todos en el Getsemaní, que predestinó a los que él sabía que iban a creer. Entonces, uno se pregunta, si ya sabía que iban a creer ¿para qué predestinarlos? Pero en el evangelio anatema se vale cualquier teología contradictoria porque a fin de cuentas el dios que pregonan está plagado de paradojas. Sus ministros hablan de la paradoja entre el bien y el mal, de la lucha entre esas dos fuerzas, de un dios que está forzado a buscar adherentes a su causa, de un dios que sufre por querer salvar a todos pero que apenas logra el consentimiento de algunos. Se habla de la contradicción entre soberanía divina y responsabilidad humana, aduciendo que el hombre ha de ser libre para poder ser responsable.
El legalismo o la salvación por obras sigue vigente en nuestro tiempo, cobra mucha fuerza doquier se aglomeran los religiosos en nombre de Jesús. Pero ¿será el mismo Jesús de la Biblia? Sin lugar a dudas que no lo es, es más bien un Cristo forjado a la medida del hombre caído pero que se cree con vida, que supone no estar totalmente perdido y que exhibe con gallardía su independencia del Creador: ahora el hombre decide, en virtud de libre albedrío, seguir o no seguir a Jesucristo. Pero no debemos olvidar lo que nos dice la Escritura, que el que ignora la justicia de Dios revelada en el evangelio está perdido, como también lo están todos aquellos que diciéndose creyentes no permanecen en la doctrina del Señor.
César Paredes
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