Mi?rcoles, 11 de julio de 2018

Dios hace lo que quiere y determina todo lo que acontece, pero nosotros oramos porque la oración es uno de los medios dados por el Todopoderoso para que acontezcan ciertas cosas así ordenadas. La oración es un deber, un mandato, de manera que bastaría con eso para orar; saber que es también uno de los medios para que acontezca lo que ha pautado Dios, satisface el alma del creyente. A veces, cuando estamos en aprietos clamamos con aprehensión, sabiendo que Él nos oye y que se compadece de nuestra impotencia y necesidad. En otras ocasiones le damos gracias por su providencia y respuesta oportuna, intercedemos por el prójimo, por la venida de su reino y para que su voluntad sea cumplida.

Eso hacemos a pesar de que sepamos que siempre se hará la voluntad de Dios en todo lo que Él ha decretado; no olvidemos que también ha planificado el que oremos y por eso participamos en ese acto de comunicación excepcional. Hablar con un ser a quien no vemos no resulta fácil, ya que pronto perdemos la concentración; no en vano dice la Escritura que es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay y que galardona a los que le buscan. Orar implica un esfuerzo sicológico por cuanto hay un gasto emocional particular, al decirnos a nosotros mismos que Dios está ahí escuchándonos.

Al comprender que la oración es un privilegio del creyente solamente, nos sentimos muy honrados de tener esa oportunidad. Claro está, muchos dirán que ellos también oran, pero no vale acá la plegaria hecha a otro dios, o en nombre de otros intercesores que no sea Jesucristo. Él es el único mediador entre Dios y los hombres, está sentado a la diestra del Padre y murió por todos los pecados de su pueblo (Mateo 1:21). Esperamos en Dios cuando oramos, sometidos a su voluntad, bajo el conocimiento de que siempre responderá las oraciones de los que son suyos. Ahora bien, la respuesta no siempre es un sí a lo que sugerimos o pedimos, pero de seguro nos hará bien el saber que acudimos de acuerdo a lo que Él ordena.

Expresar nuestros deseos es un acto de libertad frente al que puede subsanar toda situación embarazosa en nuestra vida. La acción de pedir nos vuelve humildes, al mismo tiempo que nos permite reconocer la potencia suprema de nuestro Interlocutor. Dice la Biblia que el Espíritu nos ayuda en nuestras oraciones, pues a veces no sabemos lo que debemos pedir. Sabemos que Dios es Omnipotente y ese conocimiento nos ayuda a seguir intercediendo, rogando, suplicando, por cuanto un dios impotente no podría solventar nuestras entramadas situaciones de vida. La oración es un medio predestinado para alcanzar fines predestinados.

Dios ha predestinado ciertos eventos en el mundo pero ha igualmente ordenado desde antes que su pueblo clame para que esto ocurra. Jesús enseñaba a orar a sus discípulos y dijo que había que pedir que la voluntad de Dios se hiciera; eso no anula la soberanía de Dios, como si al no orar la voluntad divina no se cumpliera. Más bien nos educa en la materia de la oración, dándonos a entender que pese a que Dios siempre hace lo que quiere nosotros tenemos el privilegio de participar en su concreción. Y es que hemos sido predestinados igualmente para orar, por lo cual entendemos la oración como un deber o mandato y al mismo tiempo como un favor o privilegio.

Jeremías escribió algo instructivo en este asunto que tratamos: Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré; y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón. Y seré hallado por vosotros, dice Jehová... (Jeremías 29: 12-14). Dios haría volver la cautividad de Israel y los reuniría de entre todas las naciones y de todos los lugares de donde Dios mismo los había arrojado; sin embargo, esto no ocurriría si su pueblo no orase, y no oraría su pueblo si Dios no lo hubiese ordenado. Dios habla a través del profeta de un evento futuro que ocurrirá en efecto porque Él así lo ha determinado, pero igualmente señala el medio por el cual dicho evento se cumplirá: la oración de su pueblo.

Dios quiere que nosotros le expresemos nuestros deseos, bajo el entendimiento de que Él hará todo aquello que sea de acuerdo a su voluntad. Santiago nos advierte que no debemos pedir para nuestros deleites, pero igualmente nos asegura que la oración ferviente del justo, obrando eficazmente, puede mucho.  La oración juega un importante rol en el esquema de los eventos por venir; no se puede entender la oración como un mecanismo para frenar o entorpecer la voluntad de Dios sino más bien como un decreto divino que también habrá de acontecer. Esto es algo que debemos colocar en lo más interno de nuestra razón, que Dios predestinó también los medios para alcanzar los fines.

Pero Santiago también nos dice que no tenemos porque no pedimos. Claro que a veces pedimos mal (para nuestros deleites) pero el Espíritu nos ayuda e intercede por nosotros con gemidos indecibles. Esto bastaría como motivación para dedicarnos a orar, ya que es Dios mismo quien actúa en nosotros. De nuevo pienso que lo más difícil para permanecer en el hábito de la oración es creer que hay Dios en el recinto, que Dios está allí junto a nosotros, muy a pesar de que no lo veamos. Cada creyente tiene la experiencia de lo que es la plegaria, pues al menos habrá orado pidiéndole al Señor perdón y agradeciéndole por la redención.

Nuestros pecados nos pueden atormentar y por ello llegamos a pensar que no somos dignos de ser escuchados. Sin embargo, cuando miramos la doctrina enseñada por Jesús entendemos que Dios ha echado nuestros pecados al fondo del mar, que Jesucristo pagó por ellos con su sacrificio en la cruz, que el acta de los decretos que nos era contraria fue clavada en ese madero donde murió el Salvador. La tristeza que se produce en nuestros corazones por causa del pecado cotidiano o reiterado es una experiencia amarga. Hay algunas personas que sufren por días su afrenta ante el Señor, hay otros que logran sobreponerse en forma más expedita. Pero todos somos levantados por el Dios que sostiene nuestras manos, como lo asegura Asaf en su salmo:  Con todo, yo siempre estuve contigo. Me tomaste de la mano derecha. Me has guiado según tu consejo, y después me recibirás en gloria (Salmo 73: 23-24).

Dios nos toma de la mano como un padre a su hijo, para enseñarnos como ir y hacia donde ir; somos enseñados de esta manera a caminar por fe en Él, para que no caigamos en las tentaciones. Pero esto se logra con creces en su Santuario, como lo afirmara Asaf: no fue sino cuando el salmista entró en la presencia del Señor que comprendió todo aquello que lo subyugaba: la prosperidad de los impíos y el sentir que la vida piadosa era inútil o vana. En ese Santuario de Dios pasamos del más bajo nivel emocional a la gloriosa comunión con el Altísimo, así como también recibimos en ese mismo lugar todo aquello de lo que carecemos. Recordemos siempre que andamos por fe y no por vista.

Aunque no sepamos qué pedir como conviene, reconozcamos que el Espíritu que nos fue dado como garantía de nuestra redención final nos ayuda en nuestras oraciones. Descansemos en esa gloriosa función divina que se hace a favor nuestro; estemos seguros de que no vamos a pedir cosas que nos harán daño a la larga (y si lo hiciéramos descansemos en que no las recibiremos). El Padre que recibe la petición de pan de parte de su hijo no le dará a cambio una piedra o una serpiente. Si nosotros que somos malos por naturaleza damos buenas dádivas a nuestros hijos, ¿cuánto más no nos dará nuestro Padre a nosotros? Incluso su Espíritu, pero ya lo hemos recibido. De manera que estemos ciertos en que nada malo nos puede ocurrir en nuestras oraciones o como consecuencia de que oremos.

Sepamos también que si hubiere un silencio en Dios, ese mismo silencio habla por sí solo. De esta forma en todo momento habrá una interacción comunicativa entre los hijos que Dios le dio a Jesucristo y el Padre que nos amó eternamente. No hay forma ni manera de que la oración resulte en un fiasco o que se vuelva contra nosotros. Hay una garantía absoluta de que seremos escuchados por cuanto ya somos herederos de ese reino de los cielos, miembros de la hermandad de Jesucristo, partícipes de la gloria venidera que habrá de manifestarse en nosotros. La oración es tal vez la más certera prueba de que habitamos en el reino del Señor. Fueron muchas las ocasiones en que Jesucristo nos dio el ejemplo de orar, pero también nos ordenó que lo hiciéramos: Orad sin cesar, dijo con vehemencia, para que no entréis en tentación.

La regla de oro para orar es la Biblia misma. Todo su contenido nos enseña y apunta a que oremos a ese Dios tan majestuoso que hizo todo cuanto quiso. Muchos de los salmos son en su gran parte plegarias al Señor, y muchos son cánticos de alabanza que pueden incluirse como oraciones. También la Escritura enseña que debemos pedir conforme a la voluntad de Dios, para estar ciertos en que lo que pedimos lo recibiremos. Sea hecha tu voluntad, fue una máxima de enseñanza acerca de cómo debemos orar. Hay oraciones que no podemos hacer, por cuanto contradicen la voluntad de Dios. No podemos pedir que el mundo sea salvo porque el Señor no quiso rogar por ese mundo. Sin embargo, podemos rogar por los que el Padre le dio al Señor para que lleguen a creer. Esto no anula la predeterminación de Dios, bajo el alegato de que si fueron elegidos llegarán a creer oremos o no oremos por ellos. Más bien, lo que hace la predeterminación de Dios es asegurarnos que aquello por lo que pediremos lo obtendremos, por cuanto está bajo la voluntad del Padre el que lleguen a creer.

Hay que orar para que Dios nos ayude a luchar contra las herejías que se levantan en medio de la congregación, por los que dañan el testimonio de la verdad, por los que nos acusan como si fuesen seguidores del Acusador de los hermanos. Recordemos las palabras de Pablo a los Colosenses: Perseverad siempre en la oración, vigilando en ella con acción de gracias. A la vez, orad también por nosotros, a fin de que el Señor nos abra una puerta para la palabra, para comunicar el misterio de Cristo, por lo cual estoy aún preso.  Orad para que yo lo presente con claridad, como me es preciso hablar (Colosenses 4:2-4). Pensemos en que muy a pesar de que el Señor envió a Pablo a todas estas misiones el apóstol no vaciló en pedir ayuda de oración a la iglesia.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 12:25
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